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17 marzo 2019

Sesquidécada: marzo 2004

Las lecturas de marzo de 2004 fueron más variadas que las de meses anteriores. En aquel año saltó a las librerías el éxito de Carlos Ruiz Zafón La sombra del viento, que supuso un hito reseñable en la historia de los best sellers patrios. En la estela de El código da Vinci y otros títulos como El club Dumas, Ruiz Zafón cocina unos ingredientes muy atractivos para el lector: misterio, libros, elementos con tintes fantásticos, historia, ambientes brumosos, ciudades con encantos ocultos... Había leído algunas de las novelas juveniles del autor y el estilo encajaba bien con su trayectoria, tanto que algunos de esos títulos juveniles se reeditaron como si fuesen novelas para el público general. Aunque me gustó bastante La sombra del viento, no continué con ninguno de los otros libros de la saga, una serie que continúa hasta la actualidad y que no creo que me despierte ya tanta curiosidad como aquella primera obra.


Muy distinto es el caso de Hay algo que no es como me dicen, una extraña obra de ensayo sociopolítico de Juan José Millás sobre el caso de Nevenka Fernández e Ismael Álvarez. Leí esta obra con el corazón encogido, quizá porque todavía no existían las redes sociales y uno no alcanza a imaginar lo que puede ocurrir cuando se mezcla el acoso sexual con la política, la corrupción y el abuso de poder. Lamentablemente, el caso de Nevenka no sirvió para que los partidos políticos fuesen más transparentes ni para que los hombres dejasen de ser tan machistas. La protagonista ganó en los tribunales pero perdió en todo lo demás. Y quince años después siguen saltando a los medios casos similares.

El último libro reseñado en esta sesquidecada es El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde, de Robert Louis Stevenson. No es una obra que requiera mucha explicación, pero debo destacar que releerla con cierta edad me proporcionó un nivel de lectura mucho más rico que el de la lectura juvenil que suele plantearse en el aula. El monstruo genera un terror y compasión que se vuelve demasiado cercano cuando se entiende desde la psicología humana. Dicen que los clásicos son libros que nunca pierden vigencia y que ofrecen una y otra vez lecturas cada vez más enriquecedoras: eso pasa con esta novela, viva hoy más que nunca.

23 octubre 2017

Sesquidécada: octubre 2002

Juan José Millás ha ocupado numerosas notas de este blog, varias de ellas en anteriores sesquidécadas, pero he de volver una vez más a él, porque en aquel octubre de 2002 andaba leyendo sus "articuentos", un género que el propio autor definió como un híbrido entre artículo y cuento.
Creo que en el futuro se reconocerá la grandeza de Millás como un autor de vanguardia, pese a que muchos contemporáneos ponen en cuestión su calidad literaria. Debo reconocer que mi pasión por Millás ha ido decayendo en los últimos años, quizá porque es difícil mantener con dignidad una producción periodística y literaria en estos tiempos tan extravagantes, en los que el periodismo y la cultura parecen encaminarse a una pleitesía desmesurada a cambio de subvención. Millás es un autor que ha cultivado el ingenio literario con una habilidad asombrosa, sobre todo en esos pequeños textos que son sus columnas de opinión con estilo literario. Muchas de ellas se pueden considerar microrrelatos, ya que apenas tienen un mínimo de entronque con la realidad actual del momento. Sin embargo, las más jugosas para mí son aquellas en las que el elemento extrañador de la literatura sirve para reducir al absurdo la realidad y ponerla en evidencia. En aquellos años, y durante mucho tiempo después, fui ávido lector de los textos de Millás, con más entrega a sus artículos que a sus novelas, que considero de menor calidad. Algunos de esos artículos los he usado en clase para trabajar el comentario de textos. Lamentablemente, he ido perdiendo un poco el hilo de sus escritos a medida que el periodismo que les servía de vehículo se ha ido degradando. Así pasé de comprar el periódico todos los días a hacerlo solo los fines de semana, hasta dejar de comprarlo definitivamente cuando he constatado el alejamiento de la realidad de la prensa impresa. Resulta curioso que Millás no haga una columna al respecto de ello, resaltando esa paradoja que hace que los grandes medios de comunicación se hayan convertido en medios de desinformación. Tal vez basta con leer sus columnas más recientes para comprobar que aquel Millás protestón e irónico ha dejado paso a un escritor moderado al que le cuesta alzar la voz.

15 enero 2017

Sesquidécada: enero 2002

Todos los comienzos de año traen consigo un montón de buenas intenciones que suelen quedar en nada. Para eso se inventaron las colecciones de quiosco, para que, al menos, supiéramos de antemano que perdíamos el tiempo en algo inútil. En este sentido, he decidido empezar una de esas colecciones inútiles que pienso ir publicando en el blog mientras me duren las ganas y no haya algaradas entre los visitantes. Se trata de recuperar algunas de mis lecturas de hace quince años...

Lo que empezó como uno de esos propósitos de año nuevo lleva cumplidos ocho años, y va ya camino del noveno. Dentro del ecosistema del blog, las sesquidécadas son los textos de menor audiencia, se podría decir incluso que son pequeñas exquisiteces que escapan del ruido de las aulas y de las reflexiones más orientadas a la educación. Suponen para mí, como lector, como filólogo y como profesor, una antología de recuerdos literarios y de impresiones muy subjetivas sobre lecturas diversas, algunas veces con obras de amplio espectro y otras con escritos casi marginales. Son también una exigencia de continuidad en la escritura digital, sobre todo ahora que el tiempo se me está convirtiendo en un bien aún más preciado. Por eso, aunque las sesquidécadas sean las hermanitas pobres del blog, mientras el cuerpo aguante, seguirán formando parte de este saloncito virtual que comparto con vosotros.

Enero de 2002 llegó acompañado de prodigios. Como ya avancé hace unos meses, mi tesis inconclusa se orientaba al mundo de los sucesos extraordinarios, lo que me proporcionó innumerables lecturas de monstruos y prodigios medievales y renacentistas. Tuve ocasión de rebuscar en bibliotecas y catálogos y familiarizarme con los investigadores más curiosos de estos márgenes de la literatura. Sin duda, el más destacado de ellos es Bartolomé José Gallardo, autor del Ensayo de una biblioteca española de libros raros y curiosos, una obra de referencia para viajar por el mundo de la subliteratura. Este catálogo, que fui consultando durante meses en la biblioteca de la Facultad de Filología de la Universitat de València, me abrió las puertas a libros muy interesantes, como el Bestiario, de Dioscòrides, o el Libro de los prodigios, de Julio Obsecuente, dos de las obras que leí aquel enero de 2002. Quizá me anime más adelante a publicar un breve artículo sobre Gallardo, otro de esos muchos olvidados de nuestra historia.

En segundo lugar, voy a destacar una obra de Juan José Millás, ilustrada por Forges, que seguro conocéis: Números pares, impares e idiotas. Es un delicioso librito que merece la pena leer, por su sentido del humor y también por el trasfondo ético de algunos de sus microrrelatos, pues se trata de eso, de pequeñas historias que tienen como protagonistas a los números. Recientemente, esta obra se ha incluido en los catálogos de lecturas juveniles y creo que es una buena idea para llevar al aula, salvando así la brecha entre ciencias y letras, como ya expliqué en otra ocasión en el estupendo blog de los Tres Tizas.

Por último, con gran pena por dejar fuera de esta sesquidécada el Cándido de Voltaire, voy a recomendar la lectura de una excelente novela del siglo XIX: La dama de blanco, de Wilkie Collins. Es una de esas novelas de época, con el ambiente británico de las obras de Dickens, que bajo la forma epistolar va desarrollando una intriga detectivesca que sumerge al lector en el placer de la lectura de calidad, de la lectura sin prisas. Si os engancháis al autor, también merece la pena leer La piedra lunar. Espero que tengáis tiempo este año para leer sin prisas y, sobre todo, para disfrutar de ello.

24 octubre 2015

Sesquidécada: octubre 2000

Decía José Martí que "hay tres cosas que cada persona debería hacer durante su vida: plantar un árbol, tener un hijo y escribir un libro". En octubre de 2000 conseguí cumplir la que me faltaba, que era escribir un libro. En esta sesquidécada recordaré aquel De civilitate: escrits i dansa sobre l'Humanisme, una obra de encargo de la que fui editor y en la que también participé como biógrafo y compilador. 
Por aquel entonces, se había organizado en Valencia "Cinc segles", un conjunto de actividades culturales alrededor del quinto centenario de su universitad, y andaba yo todavía enredado en cursos de doctorado y documentando mi proto-tesis. Mi amigo Vicent-Josep Escartí, con quien había colaborado en algún artículo universitario, me puso en contacto con Toni Tordera para que preparase una recopilación de textos de tres grandes humanistas alrededor del tema de la civilidad o urbanidad: Juan Luis Vives, Erasmo de Rotterdam y Tomás Moro. Además, se incluirían unos textos y reflexiones del coreógrafo Santiago Sempere, quien montaría un espectáculo con ese mismo hilo temático. En aquel proyecto participaron también con biografías o artículos los periodistas Martí Domínguez y Enric Sòria, además del propio Escartí.
El encargo me tuvo ocupado varios meses. Recuerdo que pasé el verano picando textos -apenas había obras digitalizadas-, corrigiendo y componiendo con un portátil Toshiba que me había comprado de segunda mano. Fue una labor muy motivadora que me obligó a revisar y seleccionar citas de entre los muchos escritos de los tres humanistas, ya que en una de las partes del libro, se recogían esas citas como si se tratase de una tertulia entre los tres, para que casi resultase creíble ese encuentro ficticio. También me ocupé de la biografía de Erasmo, al que admiraba con devoción. 
No puedo decir que el libro fuese un éxito en las librerías y, si no recuerdo mal, solo me enviaron, años después, un ingreso irrisorio de derechos de autor. Era un libro muy específico para una ocasión muy circunstancial. Sin embargo, estuve -y estoy- muy orgulloso de haberlo sacado a la luz y de verlo hoy en el escaparate de los Google books, con esa satisfacción de haber cumplido con la tercera de las exigencias de la vida que mencionaba José Martí.

No cerraré esta sesquidécada sin mencionar otros dos libros que leí en aquel octubre de 2000 y que os resultarán tal vez más divertidos e interesantes. Rabos de lagartija, de Juan Marsé y La soledad era esto, de Juan José Millás. El primero, que ganó en su día el Premio Nacional de Narrativa, es una novela ambientada en la Barcelona de mediados del siglo XX, con unos personajes entrañables y una trama muy bien contada. La soledad era esto, en cambio, es una novela de los 90, con el sello personal de Millás, probablemente una de las mejores para mi gusto, y que prefigura ya muchos de sus rasgos de estilo.

21 julio 2015

Sesquidécada: julio 2000


Con los rigores del verano atacando con fuerza, la sesquidécada de julio viene con lecturas ligeras, variadas y para todos los gustos. En primer lugar, para los lectores de prensa, tenemos una recopilación de columnas de Juan José Millás, a quien suelo recomendar asiduamente en este blog. Aunque hay muchas antologías de "articuentos", como llama Millás a sus ficciones de opinión, la que leí en julio de 2000 se llamaba Cuerpo y protésis. En ella hay numerosos textos relacionados con el cuerpo humano y con el extrañamiento que produce en general el funcionamiento de las personas, en sí mismas y en su relación con la sociedad. Sin duda, Millás está en su salsa en este género corto, un paso intermedio entre los extensos artículos de Larra y la brevedad de Twitter. La arquitectura de las columnas de Millás, como él mismo ha comentado en alguna ocasión, es similar a la de los insectos, cabeza, tórax y abdomen. Y del mismo modo que un entomólogo observa con pasión la perfección de esos pequeños seres, los lectores de Millás contemplamos entusiasmados el entramado verbal y la brillante artesanía compositiva que se muestra en gran parte de su producción periodística, mucho más interesante a mi juicio que la de sus novelas. A pesar de que algunas de aquellas columnas han perdido el referente que les dio origen, os animo a que les echéis un vistazo.

Para los lectores que buscan literatura de calidad sin agobios de tiempo ni extensión, ofrezco el segundo autor de la sesquidécada: Augusto Monterroso. Sus cuentos son exquisitos, auténticas joyas de la narrativa breve, comprometidos en ocasiones, líricos en otras, siempre literarios. Quizá reconocido mundialmente por su célebre microrrelato del dinosaurio, merece la pena acercarse a otros cuentos no tan famosos pero igualmente espléndidos. En clase de 2º de ESO llevamos años trabajando el cuento "El eclipse", comparándolo con el cómic de Tintín en el Templo del Sol, y que nos da pie a criticar la visión soberbia de las culturas occidentales frente al saber de los mayas y otros pueblos americanos. Por suerte, hay muchísimas ediciones digitales al alcance del lector actual. Es difícil elegir uno, pero en estos días de leyes y mordazas no habría que olvidar "La oveja negra", humor negro para un mundo teñido de cierta desesperanza.

Historias de viajeros (Naukas)
Por último, ofrezco una delicatessen para filólogos, historiadores y otras gentes de mal vivir. Se trata de una obra poco conocida pero que esconde un gran tesoro para lectores exigentes: Los viajes de Juan de Mandeville. La edición original es del siglo XIV y su autor firma como John Mandeville, aunque no se conoce realmente si existió alguien con ese nombre o en realidad es un personaje ficticio inventado por algún monje de la época. El libro relata los viajes de John Mandeville (o Juan de Mandavila) por Tierra Santa, India, China y otras tierras legendarias, en las que se describen animales y pueblos exóticos. Sin embargo, se trata de un gran engaño literario, pues dichas observaciones son producto de lecturas de otras obras de la época, como bestiarios, textos bíblicos, leyendas más o menos populares, etc. Esto no fue obstáculo para que se convirtiese en un best seller durante muchos siglos, con lectores ilustres, como Cristóbal Colón, que quizá viese reforzadas sus teorías al leer en este libro que se podría dar la vuelta al mundo si se viajase en línea recta ininterrumpidamente. Recomiendo, si tenéis ocasión, leer la versión en facsímil de una edición en castellano del siglo XVI, disponible en bibliotecas universitarias, pues en ella se pueden apreciar las ilustraciones de las razas extraordinarias que describe el autor de los viajes. Si no puede ser, existe una versión muy digna en los clásicos universales de Cátedra, que también os hará disfrutar de un viaje pseudo-histórico-geográfico-literario en el tiempo. Para los más friquis, también está accesible la versión original en inglés.
De la mano de Gorka Fernández, podéis escuchar el podcast de esta sesquidécada en El Recreo (a partir del minuto 27). Feliz verano, felices lecturas.

19 febrero 2015

Sesquidécada: febrero 2000

La sesquidécada de febrero tiene protagonistas marca España, para que luego digan que no hacemos patria. Se trata de dos figuras fundamentales de la narrativa de finales del siglo XX: Antonio Muñoz Molina y Juan José Millás.

Muñoz Molina es conocido por sus obras de gran peso: las novelas negras o el ciclo de memoria histórica ambientado en Mágina, y sus obras de carácter cercano al ensayo. Sin embargo, son menos conocidas sus novelas cortas, muy interesantes por la condensación y por cierto aire de delicatessen literaria: En ausencia de Blanca, El dueño del secreto o Carlota Fainberg. Precisamente esta última fue la que leí en febrero de 2000 y la que ahora recupero para esta sesquidécada. En Carlota Fainberg, dos personajes se cruzan al azar en un aeropuerto e intercambian historias del pasado. No voy a desvelar mucho de la trama, pero quiero subrayar el gran trabajo de Muñoz Molina como creador de narradores interpuestos y como gestor de la tensión y el suspense, incluso sin necesidad de elementos rebuscados o artificiosos. Es un texto breve que, de verdad, merece la pena conocer.

Juan José Millás ha aparecido muchas veces en este blog, sobre todo elogiado por su capacidad de dotar de lógica a los mayores absurdos. En muchos casos, ese manejo del absurdo permite a Millás generar columnas periodísticas que demuestran que la ficción no llega a la suela de los zapatos de la realidad. En No mires debajo de la cama son precisamente los zapatos los protagonistas de la historia, aunque poco a poco ceden terreno a otras tramas y a otros personajes. La vida secreta de los zapatos por la noche sirve de excusa para mostrar, una vez más, la materia absurda de nuestra realidad. Sin embargo, creo que también a Millás se le escapa el hilo narrativo y sus alegorías resultan desmesuradas para el formato novelístico, que acaba pareciendo una columna periodística exagerada en extensión.

Para cerrar esta sesquidécada, mencionaré un libro del que apenas recuerdo nada, pero que significó mucho para mí en su día. Se trata de la Guía para el profesor de idiomas, de Maximiano Cortés, un libro que leí con fruición para ponerme al día en las claves de la docencia de Español como Lengua Extranjera. Digo que significó mucho para mí porque en aquel momento empecé a dar clases on line para un college de EE.UU., lo que me abrió las puertas al mundo de las TIC. Hace quince años empecé a manejar los cursos virtuales y las clases a través de salas de chat de voz que permitían sesiones de intercambio en tiempo real. Tuve conciencia entonces de que los contextos de aprendizaje estaban cambiando y de que el mundo se había hecho muy pequeño. Poco tiempo después, cuando comencé a dar clases en el sistema educativo general, también me di cuenta de que en este país estábamos todavía anclados en el pasado, en el "Cuéntame" del que todavía parece que no hemos salido.

Como dije en la anterior sesquidécada, esta sección también podéis escucharla en los podcasts de El Recreo que graba para la red mi buen amigo Gorka. En esta ocasión, mi intervención (a partir del minuto 24) va precedida de la excelente charla con Maru Domenech, que también nos habla del Quijote News.

24 febrero 2014

Sesquidécada: febrero 1999


La sesquidécada de febrero será breve como el propio mes que la contiene. Me tienen ocupado menesteres de enjundia como el MOOC de Educalab (que voy reseñando en mi otro blog), el próximo encuentro de docentes de lengua, el Prácticum de Secundaria de mi centro y la dinamización del N-MOOC del Barco del Exilio de la que me ocuparé en marzo. No obstante, asomo brevemente, como dije, para recordar dos o tres lecturas de febrero de 1999. 


La primera es una curiosa novela de Millás, El orden alfabético, solo apta para verbívoros, para enamorados de las palabras, para amigos de la extrañeza. Plantea un mundo en el que desaparecen progresivamente las letras y con ellas las palabras que las contenían. En otras ocasiones he reconocido que me gusta mucho más el Millás de artículos breves que el novelista, pero en su día esta novela me dejó un buen sabor. 

El segundo libro que reseño es El vicario, una novela de Manuel Ciges Aparicio (antepasado del ilustre actor Luis Ciges). No es una gran novela, pero tanto la vida del autor como el tema noventayochista merecían un mínimo recuerdo por mi parte.

Por último, una rápida mención a Miedo y asco en las Vegas, de Hunter S. Thompson, un clásico del periodismo literario (o mejor novela pseudodocumental) con toda una serie de guiños al fallido sueño americano de los 70. Si alguien se quiere ahorrar el libro, hay película, como dirían los alumnos.

29 noviembre 2010

Flato literario

Disfrutar de la lectura como una experiencia placentera y enriquecedora supone correr ciertos riesgos y desengaños. Igual que un aficionado a la buena mesa elige con cuidado sus remansos del paladar, el buen lector selecciona también autores a los que recurrir con cierta garantía. Y en ambos casos, no duele tanto el hecho de ser engañado por una experiencia desconocida como el verse defraudado por un autor (o un chef) en el que uno confía.
Algo parecido me ha ocurrido con buenos autores que consideraba valores seguros: Así me decepcionaron las últimas novelas de Julio Llamazares, Luis Landero o Muñoz Molina, por citar algunos casos. Imagino que muchos de ellos se ven presionados por sus editores para cumplir con los respectivos contratos, pero deberían pensar en esos lectores cuyo paladar destrozan a menudo por la baja calidad de sus mejunjes y a los que llegan a producir cierto 'flato literario'.
La última experiencia de este tipo ha venido de la mano de mi querido Juan José Millás, quien ha publicado Lo que sé de los hombrecillos, una novela corta que, a mi juicio, hubiese ganado siendo una columna larga. En realidad, los lectores de Millás sabemos que la historia que se cuenta y el fondo absurdo que la sustenta es la materia común de sus artículos; la novela en este caso no aporta nada, pues el lector siente que la anécdota del hombrecillo perverso (que en ocasiones recuerda al malo malote del Vizconde demediado de Italo Calvino) se alarga artificiosamente sin apenas justificación. De hecho, la novela ocuparía la mitad de páginas en un formato estándar menos generoso con el tamaño de letra, los espacios y los saltos de capítulo. La conclusión: Una historia ligera, ingeniosa en un par de ocasiones, que podría estar sacada de uno de esos folletines veraniegos que nos regalan los diarios.
Mejor opinión tengo de la última de Eduardo Mendoza, otro de mis imprescindibles que me venía fallando últimamente. Riña de gatos. Madrid 1936 no es una gran novela, aunque tal vez sea uno de los mejores Premios Planeta de los últimos tiempos. En esta obra aparece de nuevo el humor fino de Mendoza, sobre todo en la caracterización del crítico de arte inglés que la protagoniza (que recuerda en ocasiones al destartalado detective del Laberinto de las aceitunas y otras de la saga). En la novela se agradecen la ambientación y los diálogos; también vale la pena descubrir a algunos secundarios muy bien engarzados en los hechos históricos que sirven de marco. Sin embargo, me han resultado pesadas algunas digresiones historicistas o culturales que parecen soslayar la competencia del lector. Aun así, la novela mantiene la intriga y se sostiene como artefacto narrativo, pese a no constituir una obra fundamental en la carrera de Mendoza.
Como esos jóvenes de la imagen superior que se asoman al tronco de un árbol hueco, a veces los lectores abrimos suspicaces las páginas de un libro temiendo no hallar un tesoro escondido, sino los desperdicios de un dominguero incívico. Y si solo hubiese vacío, tengamos cuidado también, pues su ingestión produce flato.

Credito de la imagen: 'Stump 1'

28 noviembre 2008

Queremos tanto a Juanjo

El primer libro que leí de Juan José Millás fue El desorden de tu nombre. Era el año 92 y yo comenzaba entonces a tomarme la literatura como algo profesional (luego he descubierto que es más satisfactorio gozar de ella como algo personal). Esta novela me descubrió a un autor extraño, revelador de un mundo impredecible gobernado por casualidades, por situaciones ridículas y absurdas, que, a la vez, estaban regidas por una lógica inapelable.
Poco a poco, me fui aficionando a sus artículos en los periódicos y a su peculiar manera de entender la escritura. Como todo lo relacionado con Millás, una casualidad hizo que en la primera oposición a la que me presenté saliese una columna de Millás, lo que me permitió salvar el trance con dignidad (aunque aprobé, no fue aquella mi ocasión).
A partir de entonces, atisbé que Millás y yo nos habríamos de cruzar en más ocasiones, así que me puse en la seria tarea de leer su obra. Así vinieron La soledad era esto, Tonto, muerto, bastardo e invisible, Papel mojado, Letra muerta (que me acompañó con su ambiente monacal en uno de mis exilios docentes), Números pares, impares e idiotas (del que ya hablé en Tres Tizas hace poco), Cerbero son las sombras, Visión del ahogado, Hay algo que no es como me dicen (una incursión en el absurdo de la política española), No mires debajo de la cama (que sigo recomendando a los bachilleres), El orden alfabético (inevitable para un profesor de lengua), Dos mujeres en Praga, Laura y Julio (con fondo de espejos y realidades paralelas), El mundo (su más reciente y premiada novela), Cuerpo y prótesis, Primavera de luto y distintas colecciones de cuentos y articuentos. No es extraño, pues, que cuando empecé este blog la segunda nota fuese un artículo de Millás, ni que después llegasen otras noticias de sus andanzas.
Después de este repertorio, creo que puedo afirmar con algo de autoridad que Millás es uno los autores más originales de los últimos tiempos y que se ha ganado un lugar destacado en la historia de la literatura contemporánea. También creo que sus relatos cortos tienen más calidad que algunas de sus novelas (que, a veces, da la impresión de que están hechas de retales de sus cuentos). Y me alegro de que le den premios. No sé por qué, a los críticos les suele molestar que un autor que vende muchos libros reciba premios. Está claro que hay premios que están destinados a nuevos valores, pero, no nos engañemos, el Planeta, el Nadal y otras menciones oficiales, están reservados a quienes gustan al gran público, pues es la única manera de que un artista de la palabra llegue a ser famoso (en un país donde sólo los escritores premiados llegan con cuentagotas a los telediarios, siempre salpicados entre una multitud de deportistas -o mejor, futbolistas y toreros-) y se convierta en millonario para asegurarse una jubilación digna (por ello deberían prohibirles escribir algunas de esas novelas agónicas que perpetran sin que nadie les advierta de ello).
Así pues, me satisface que a Millás le hayan dado el Nacional de Narrativa (aunque sea por una novela que, a mi juicio, no destaca especialmente en su producción). Y me alegra que mis alumnos de Bachiller hayan podido compartir un rato de charla con él en un acto cultural que nos sorprendió a todos: un coloquio en el que unos 700 alumnos de secundaria de la provincia de Castellón abarrotaron el Teatro Principal y demostraron que no todas las noticias relacionadas con la educación tienen que ser negativas.

Crédito de la imagen: http://www.donostiakultura.com/upload/dossiers/Millas.JPG

17 enero 2008

La televisión no es nutritiva

Desde que el oficio de bloguero se ha instalado en mi vida, se han producido algunos cambios importantes. Quizá el más llamativo es que apenas veo la televisión por la noche (durante el día sigo los telediarios, que se han convertido prácticamente en una sección de sucesos y cotilleo ampliadas). Antes, aún seguía alguna teleserie intranscendente, pero ahora me entretengo mucho más cotilleando lo que se cuece en la red.
Precisamente este fin de semana, en el suplemento semanal de El País, y con motivo de la concesión de los premios Planeta a ambos, Boris Izaguirre ejercía de sombra de Juan José Millás y, a raíz de un comentario de la mujer de éste, recordaban el lamentable suceso de la chica asesinada por su novio después de ir a un programa de televisión:
En uno de esos programas, Svetlana, una chica rusa, iba a protagonizar una reconciliación con su novio español que terminó en su asesinato en la trágica intimidad de su hogar. Lejos de ser retirado de la programación, el espacio vio su audiencia incrementarse en los días posteriores a la noticia. Millás se enciende contra la televisión. “Es intolerable porque ha creado un mundo intolerante, castigador, señalando permanentemente lo que califica de malo, oprobioso, o que no puede ser aceptado de ninguna manera, cuando al mostrarlo lo está convirtiendo en fuente de alimentación. Hipócrita, despiadada. La televisión no puede continuar volviendo freaks a todo lo que le da la gana. No somos normales, pero tampoco monstruos. Somos, escogemos. La televisión cada vez más nos impide escoger”. Millás me mira, su plato limpio, las manos sobre la mesa, su pulcritud es como la de un obispo o la de un estadista comprometido. “Con el premio has dicho que pasas a ser el escritor y no el hombre mediático. Aprovéchalo. Tú mismo lo dices, la televisión te escoge a ti, nunca al revés. Aprovecha tu tique de salida”.
Supongo que con esto de la blogosfera he tomado el tique de salida de los programas televisivos. Y no siento ni nostalgia ni ganas de volver.
Crédito de la imagen: www.flickr.com/photos/92518741@N00/24771587

02 enero 2007

No importa qué


Un artículo sobre el vicio de leer, hoy en el diario Levante:


No importa qué

JUAN JOSÉ MILLÁS

Hay gente predispuesta a la lectura como hay gente predispuesta a la heroína. A cada ser humano le espera en un recodo de la vida una droga que es su droga. Si la prueba, quedará enganchado para siempre. Cuentan que la primera vez que Poe tomó un vaso de vino se volvió, literalmente, loco. Ya no pudo dejarlo. Yo no puedo dejar la lectura. Hace poco hice un viaje largo en avión. Con las prisas de última hora se me olvidó meter en el equipaje de mano un libro. Llegué a la cabina de pasajeros sin nada que echarme que a los ojos, de modo que leí de arriba abajo, con anuncios incluidos, la revista de a bordo. Después comencé a mirar al techo, intentando pensar, pero no me concentraba en nada. Necesitaba una dosis de lectura como otros necesitan una dosis de coca. O un Marlboro. Revolví en el bolso del asiento y encontré una bolsa para vomitar con instrucciones. Las leí varias veces, en español y en inglés. Estaban muy bien escritas. Parecía un poema. Continué revolviendo y di con un folleto de publicidad sobre Guatemala. Decía que los guatemaltecos eran fieles a las tradiciones de los antepasados y que había vuelos directos desde Madrid los martes, jueves y sábados. A continuación ofrecían varios paquetes. El más barato se llamaba «Guatemala básico». Duraba 9 días y siete noches y costaba 1.632 euros. Me pareció muy entretenido de leer. El precio incluía el viaje en línea regular, estancia en hoteles de categoría turista y varias excursiones en autocar con aire acondicionado. Como se trataba de un texto pequeño lo leía despacio para me durase más. Había otro paquete llamado «Guatemala, selvas y volcanes» y uno más denominado «Guatemala misteriosa». Este último era el más caro. No aclaraba en qué consistía el misterio. Me pregunté qué pasaría si habiendo contratado el paquete de «Guatemala básico», uno encontraba por casualidad un misterio, o un volcán, o una selva. En Guatemala, estas cosas te salen al paso. ¿Te cobrarían más? ¿Te prohibirían mirar? A partir de esta idea imaginé un cuento y se me pasó el viaje volando, valga la redundancia. Como dicen las autoridades sanitarias, lo importante es leer, no importa qué.

04 noviembre 2006

Más Millás

Estuve el jueves en una conferencia que nos regaló Juan José Millás dentro del ciclo 'Condición literal' de la Fundación Bancaixa. No sé si habéis tenido la suerte de ir alguna vez a escucharlo; si no es así, y tenéis ocasión, no os perdáis el acontecimiento. Porque es una gozada para los sentidos y para el buen humor.
Quienes leemos sus columnas con asiduidad reconocemos en esas charlas un universo de autocitas y de refritos propios, pero, a la vez, de guiños cómplices al lector avisado y de buena redacción, algo que echamos en falta en la vida cotidiana.
Nos habló Millás, como siempre, de su relación con las palabras en esa vida que es un juego de espejos, un ir y venir continuo entre la realidad y la ficción, entre el sueño y la vigilia.
Declaró algunos de sus modelos literarios: cuentos de Flaubert y de los grandes rusos decimonónicos; Mark Twain y los representantes del nuevo periodismo estadounidense, con Capote a la cabeza; y, cómo no, Kafka y La metamorfosis, novela que, para Millás, resume el siglo XX .
Confieso que me gusta más el Millás de las columnas que el novelista, quizá porque en las distancias cortas es donde un escritor se la juega. Y él casi siempre gana. No sé si su arte consiste en deconstruir el mundo y mostrar la extrañeza de lo cotidiano. No sé si es la mirada irónica y siempre crítica que no admite capitulación. Lo que sí sé es que, a veces, una columna suya produce más satisfacción literaria que toda una novela de sus grandes contemporáneos. Lástima que esos breves textos sigan siendo considerados por algunos como literatura menor.

P.D. He colgado en mi wiki unos enlaces de artículos de Millás. ¡Ah! Y tuve la ocasión de regalarle mi caja del esparadrapo tejido sin tejer: espero que le guste y que lo aproveche para una de sus columnas.

26 mayo 2006

Expertos según Millás

Como iréis comprobando, soy ávido lector de periódicos. Entre los articulistas actuales, brilla con luz propia Juan José Millás, al que, siempre que pueda, copiaré artículos en este blog (sin ánimo de lucro, claro está).
El artículo de hoy en El País era éste:
__________
Expertos
JUAN JOSÉ MILLÁS
EL PAÍS 26-05-2006

Un grupo de expertos comentaba en la radio las oscilaciones de la Bolsa. Coincidían en que era tan difícil predecir el futuro bursátil (qué palabra) como enumerar las causas de lo que sucedía en el presente. A las presiones del director del programa, uno de ellos añadió que todo dependería del estado de ánimo del dinero. Esto ocurría a las nueve de la mañana, cuando la radio lucha por obtener las mayores cotas de credibilidad, pero los analistas, en lugar de hablar de variables económicas, hablaban de emociones. Calificaron al dinero de sujeto cobarde, sin personalidad: una especie de alimaña que en las situaciones de pánico huía en cualquier dirección, incluso en la más contraproducente para sus intereses.
El dinero, en fin, estaba asustado. Se iba de la Bolsa porque el "parqué" había empezado a dar síntomas de cansancio (lo que en términos clínicos llamamos depresión), pero lo raro -añadían- es que no había buscado refugio en la renta fija, que es donde se refugia el capital cobarde. Yo iba paseando a mi perro, con los periódicos debajo del brazo, y me tenía que pellizcar para admitir que no estaba dormido. ¿Era ése el modo de expresarse de unos analistas financieros? ¿Para eso habían hecho una carrera dificilísima y siete masters? ¿Por qué adoptaban el discurso de quienes no entendemos nada de economía ni de la vida en general? ¿Sería normal que en una tertulia de filósofos alguien dijera que no había oído hablar de Kant? No es probable que se lo consintieran.
El director del programa, desesperado ante la falta de concreción de sus peritos, les imploró que aconsejaran a la gente qué hacer con sus ahorros en estos tiempos de tribulación. No tenemos ni idea, respondieron con increíble diligencia todos y cada uno, porque el ladrillo empieza a quemar (la burbuja) y la filatelia está que arde. Se me ocurrió entonces que, siempre con el permiso de los neurobiólogos, la emisora debería prescindir de los expertos en Bolsa y contratar a un psicólogo que tumbara al dinero en el diván y le invitara a hablar de su infancia, de sus padres, de sus conflictos adolescentes... En realidad, no sabemos nada del dinero. Tal vez de ese modo, los inversores averigüen por fin qué hacer con él.
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