30 abril 2013

Educación escindida

Llevo tiempo intentando encontrar la palabra que defina la situación actual en la que se encuentra el sistema educativo. No sé si este título de "educación escindida" da respuesta a mi percepción o todavía se queda corto, pues incluso para los filólogos no resulta sencillo nombrar una realidad tan llena de paradojas y contrasentidos como esta en la que vivimos. La realidad educativa está escindida en todos los niveles: el desánimo por la crisis y los recortes frente a la tenacidad por salvar a los jóvenes de un futuro negro; las muestras de apoyo de la sociedad frente al acoso y derribo de algunos políticos; el orgullo de casta de algunos docentes frente a la modestia obrera de otros; la lucha activa frente al victimismo pasivo...
En esa brecha nos movemos en el día a día, saltando incluso de un lado a otro según nos vaya el ánimo o el clima. Tomamos muchas decisiones bajo esa disyuntiva y no siempre estamos seguros de acertar. Ya he hablado aquí de lo difícil que resulta elegir cuando parece que las decisiones ya están tomadas de antemano, de lo vano que resulta todo cuando la administración te ofrece con una mano lo que te quita con otra.
En los próximos días celebramos la jornada de puertas abiertas en mi centro. Se nos planteaba el dilema de publicitar el instituto más allá de los colegios de referencia, pensando que quizá con el recién estrenado distrito único podemos acoger a alumnado de otras zonas. Aunque sigo pensando que esto del distrito único es una trampa, también pienso que nuestro centro puede ofrecer calidad, que merece la pena que las familias sepan que en el instituto trabajamos con ganas y con pasión. Pero también es verdad que no siempre tenemos lo que necesitamos, que la administración sigue reduciendo recursos humanos, que cada día resulta más difícil mantener unos niveles formativos satisfactorios. De nuevo la realidad escindida, la alegría por ofrecer lo mejor y la tristeza por no llegar a todos. ¿Sirve de mucho contar a las familias la labor diaria en el aula si luego las pruebas diagnósticas nos sitúan lejos de las posiciones de cabeza? ¿Debemos asumir los docentes como propio el fracaso escolar cuando este responde a condiciones externas al centro? ¿Acoger más alumnos nos garantiza realmente una dotación mayor de recursos? ¿Se puede hacer compatible la atención social con la educación de calidad? Todo son preguntas sin respuesta. Mientras reflexionamos sobre ello, en este vídeo se explica cómo es nuestro centro y cómo somos nosotros. Creo que lo hacemos lo mejor que sabemos, incluso cuando nos equivocamos. Al menos en mi caso, tal vez sea la única certeza que tengo.


23 abril 2013

No es un día

El Día del Libro no es un día. Puede que lo sea para quienes lo celebran hoy como un acto singular, como una excepcionalidad que conviene recordar año a año. Es un día en el que, en los medios, se oyen alabanzas y se escriben panegíricos sin límite al acto de leer o al libro-objeto. Algunos de esos rapsodas públicos perpetran en este día elogios a la cultura, mientras olvidan que durante el resto del año nos obsequian con un discurso zafio y del todo impropio de un buen lector.
Sin embargo, el día del libro llega para muchos de nosotros casi a hurtadillas, sin ser oído, a oscuras y en celada. Nos pilla la mayor parte de las veces sin haber preparado nada, con un montón de proyectos a mitad, incapaces de parar la máquina del aula para salir a tomar el aire con actos de homenaje o con actividades extraordinarias. Para mí, el día del libro no es un día: el día del libro es todo el año leyendo en el aula, acumulando libros bien visibles sobre la mesa del profesor, recomendando lecturas en un cruce rápido del pasillo, comentando novelas en la cantina, prestando libros propios a los alumnos, atendiendo sugerencias en la biblioteca, hablando de libros, viviendo los libros. Es bueno recordar que el 23 de abril hacemos del libro una fiesta, pero no es bueno olvidar que leer no es cosa de un día. Cuando hablar de libros se convierta en un acto cotidiano -en el aula y fuera de ella-, este vídeo de recomendaciones lectoras de los alumnos de mi centro no nos parecerá excepcional, como tampoco lo será celebrar el Día del Libro.



12 abril 2013

Sesquidécada: abril 1998

Esta sesquidécada iba dedicada en un principio a Calderón, un clásico del blog, y a su drama El mágico prodigioso, una obra sobre la que diserté en aquel abril de 1998 dentro del curso "La posibilidad de una tragedia española en el Barroco", dirigido por Evangelina Rodríguez Cuadros. Sin embargo, descubrí entre mis lecturas el Manual de crítica textual de Alberto Blecua y recordé, de repente, las motivaciones que me habían llevado a leerlo. Entonces se me hizo la luz, porque aquellas circunstancias constituyen quizá un elemento germinal de lo que soy y de las derivas que me llevaron hasta aquí.
Quienes conocen la carrera de Filología saben que las salidas profesionales se reducen básicamente a la docencia y a la edición de textos. Paradójicamente, la carrera estaba planteada sobre todo hacia la erudición, pues había poca formación pedagógica y mucha menos sobre la edición crítica de textos. De hecho, al margen de las ilustraciones de los libros de texto, pocos hemos podido ver de cerca textos antiguos, manuscritos, códices o borradores originales de escritores modernos, ni siquiera en versiones facsimilares.

Así que, para suplir esa carencia, en abril de 1998 estaba también inmerso en un curso de doctorado sobre la "Edición de textos en formato electrónico", que impartía José Luis Canet. Hay que recordar que en 1998 el correo electrónico era una tecnología emergente y los textos digitales una rareza. Por ejemplo, la Biblioteca Miguel de Cervantes estaba a la sazón empezando su andadura y reclutando becarios para digitalizar materiales. José Luis Canet había sido el responsable de la Biblioteca de la Universitat de València y había comenzado la tarea de digitalizar los ficheros. Debió de comprender entonces la necesidad de digitalizar también los textos de difícil acceso, por lo que nos ofreció a sus estudiantes la posibilidad de convertir el curso de doctorado en una práctica de edición y digitalización. Vuelvo a recordar que hablamos de 1998, con el dominio del navegador Explorer y la alternativa de Netscape, una época en la que más allá del editor de FrontPage de Microsoft, el código HTML había que trabajarlo artesanalmente, incluso utilizando ASCII para los acentos, las ñ o las cedillas.

En mi caso, escogí dos relaciones de sucesos, impresas en un pliego suelto de 1588, sobre las que tuve que trabajar en la edición y en la interpretación. Había que diseñar también la presentación digital, que se hacía con frames (no existía ni flash, ni CSS, ni nada parecido). Había que comprobar que el código HTML servía para Explorer y Netscape (lo que invalidaba, por ejemplo, las conversiones de FrontPage) y también la visibilidad en las distintas resoluciones de pantalla de los monitores de entonces. El trabajo fue un poco desesperante en ocasiones, sobre todo la parte técnica que requería dejarse los ojos con el HTML. Sin embargo, el resultado está ahí, válido 15 años después, no muy atractivo visualmente pero funcional y operativo:


Como decía al principio, la intrahistoria del manual de Blecua me ha llevado hacia dos asuntos que luego han resultado fundamentales en mi carrera: el mundo digital por un lado, y las relaciones de sucesos por otro, un tema que se convertiría en eje de mi tesis doctoral, aunque todavía ni yo mismo lo supiera. También gracias a aquella iniciativa colaborativa en red -antes de que existieran las redes sociales-, podemos disponer de textos digitales curiosos en la página de Lemir. Para quienes coleccionan anécdotas literarias, una recién licenciada y nada famosa aún Laura Gallego compartió este curso y nos dejó una versión digital del Claribalte. Algún día regresaré a estos asuntos, pues no fue esta mi única aportación a ese proyecto.