23 octubre 2011

Sesquidécada: octubre 1996

Octubre de 1996. Me encuentro de nuevo picoteando en mundos de lecturas diversas: los viajes de Colón contados -supuestamente- por él mismo; el Diario del Nautilus, una recopilación de artículos de Muñoz Molina; las elegías de Bierville, de Carles Riba... Una vez más debo escoger para que estas sesquidécadas no se conviertan en listas interminables.
Primera elección: Vida y obra de Luis Álvarez Petreña, de Max Aub. Mi debilidad por este autor es ya conocida por quienes pasáis por aquí. No es esta una de sus mejores novelas, pero tiene dos detalles que la hacen interesante para los aficionados a la literatura. En primer lugar, se fue construyendo a tramos, con invenciones y añadidos a lo largo del tiempo, lo que la convierten en una auténtica obra en progreso. En segundo lugar, el elemento metaliterario y la deliberada confusión entre realidad y ficción la hacen más moderna de lo que parece. De hecho, junto con Jusep Torres Campalans, otra biografía ficticia del autor, conforman un volumen recientemente editado por RBA: Dos vidas imaginarias. Es buena ocasión para disfrutar de los engaños de Aub.
Segunda elección: Madame Bovary, de Gustave Flaubert. Poco puedo decir de esta obra, fundamental dentro del canon de la novela occidental. Recuerdo que la leí para compararla con La Regenta de Clarín -aunque en aquellos días estaba leyendo Su único hijo- y para constatar esa fijación de los autores decimonónicos con el adulterio femenino (trasunto de la propia burguesía, esa dama casquivana acosada por la aristocracia y el proletariado que renuncia a su lugar natural para darse a la fuga con su ideología liberal). Como alguna vez ha apuntado Joselu -otro gran fingidor literario-, no sé si estas novelas del XIX tendrán lectores en esta época de modernidad líquida. En todo caso, otros vendrán que volverán a darles vida, sin duda.
Tercera elección: Els treballs perduts, de Joan Francesc Mira. Esta novela supone una adaptación de los doce trabajos de Hércules a la vida cotidiana de un personaje en la Valencia de los años 80. Más allá de la divertida recreación mitológica en clave urbana, esta lectura me llevó a mi primera intervención pública en valenciano. A pesar de ser castellanohablante y de hacer filología española, en segundo curso de carrera decidí apuntarme a la línea en valenciano, pensando que sería la única manera de lanzarme a hablar en valenciano. Con la reseña de Els treballs perduts me estrené y superé esos miedos a lenguas ajenas que asaltan a todo el mundo alguna vez y que hay que vencer, sobre todo si eres filólogo, pues en eso consiste tu oficio, en amar las lenguas, por encima de patriotismos, por encima de fronteras.

12 octubre 2011

En marcha

Va arrancando el curso y los días fugaces apenas dejan tiempo para contar lo que ocurre en clase. Este año vuelvo a tener mis tres grupos de 2º de ESO, esos grupos complicados en los que se vive el aula de verdad, en los que enseñar y aprender es un reto diario, pero también una gran satisfacción. También sigo con dos grupos de 3º de ESO, como el año pasado, dispuesto a callejear o a lo que haga falta. Por cierto, los callejeros literarios salimos en el periódico Mediterráneo de Castellón, y también vino la radio a hacerles una entrevista a los chavales (espero que me pasen pronto el podcast de la emisión).
Con los grupos de 3º de ESO planteé la actividad de "la primera vez", una propuesta interesante de Lourdes Domenech. Aunque algunos las enviaron por correo electrónico, la mayoría no quisieron publicarlas, así que me he de conformar, de momento, con ofreceros únicamente los títulos de sus redacciones (podéis leer las que ha publicado Marian Calvo). De paso, he probado Empressr, una herramienta que sugerían las chicas de Blogge@ndo. También hemos comenzado la lectura de libros, con los que espero participar pronto en Kuentalibros. Ya veis, un no parar, como siempre, aunque es posible que aún venga alguna sorpresa...

  Ver presentación en Slideshare

Addenda 13/10/11:
Como advertía, se ha emitido un reportaje en "Hoy por hoy" Radio Castellón, cadena Ser, con las entrevistas al alumnado y a mí mismo. Aquí la tenéis completa:

07 octubre 2011

Mayorcitos y con las manos en los bolsillos





En los años 80 tenía su gracia aquello de volver a la escuela de mayorcito. Sin embargo, en los últimos años, estamos viviendo en los institutos una situación casi impensable en los años del ladrillo, en los que muchos contaban los días para poder abandonar el instituto lanzando una carcajada sobre los pardillos que se tenían que quedar, y esta novedad consiste en que un buen puñado de jóvenes regresan a las aulas o tratan de permanecer en ellas muy por encima de la edad de escolarización obligatoria. 
En un sistema normal -si los hay-, ello no implicaría ningún problema; al contrario, es lo deseable para la sociedad, que todos acaben una formación básica. Pero, por ejemplo, en nuestro instituto es muy común encontrar alumnos que, con 16 años, están en 2º de ESO con un montón de asignaturas suspendidas y con un largo historial de fracaso escolar. Dado que los itinerarios profesionales se ofrecen -en el mejor de los casos- en 4º de ESO, algunos tratan de pasar un año -3º de ESO- calentando la silla para ver si los aceptan en un PCPI o en otros programas de diversificación (teniendo en cuenta que existen muy pocas plazas, la mayoría acaban marchándose igual). 
Siempre he defendido la existencia de esos programas y los he reclamado para mi centro, que cuenta con unos índices de fracaso escolar indecentes en primer ciclo de la ESO (más del 60% de alumnos de 1º y 2º son candidatos al abandono). También he denunciado desde aquí que esos programas han ido desapareciendo (nos voló la Diversificación de 3º, después los programas de refuerzo a alumnado extranjero, profesores de Educación Compensatoria, etc.), de modo que asumir el peso de un alumnado al que difícilmente se va a poder atender con dignidad resulta ingenuo o incluso perverso, según se mire.
Planteada la cuestión con los colegas, hay dos posturas:
a) Asumir que todo alumno con riesgo de fracaso debe ser salvado, cueste lo que cueste.
b) Exigir que cualquier alumno que cumpla los 16 años, solo pueda permanecer en el centro si cumple con sus obligaciones.
La opción a) está clara y es la que defiende también la administración, pues permite maquillar las cifras de fracaso escolar, aunque solo sea temporalmente. También contenta a muchas familias que dicen claramente que prefieren tener a sus hijos en el instituto que en casa, aunque allí no hagan nada, algo que puede generalizarse y que está llenando nuestras aulas de jóvenes que vienen con las manos en los bolsillos a pasar el día en compañía.
La opción b) implica exigir el cumplimiento de la ley, que dice claramente que para exigir los derechos se deben cumplir los deberes. Así, un alumno sólo podría estar escolarizado después de los 16 años si cumple con sus obligaciones. Vengo defendiendo esta opción por varias razones. La primera es una cuestión legal: si la escolarización es obligatoria hasta los 16, no tiene sentido obligar a los centros a matricular a alumnos por encima de esa edad si no están en condiciones de obtener un título. La segunda, también legal en cuanto a que deriva del Decreto de derechos y deberes del alumnado, es que no podemos garantizar el derecho de un alumno a costa de sacrificar el derecho a la educación y el respeto de los demás, un atropello que viene siendo habitual cuando existe alumnado de este perfil.
Sé que muchos se echan las manos a la cabeza cuando hablo tan claro supuestamente en contra del alumnado a quien suelo defender con ahínco en todas las ocasiones, pero resulta que la opción a) nos lleva a la concepción del sistema educativo como una caritativa ONG -o una parroquia de barrio- que acoge en su seno a los necesitados gracias a las buenas voluntades de los docentes. Imaginen un hospital especializado en el tratamiento de tumores, con un equipo técnico y humano de vanguardia al frente; imaginen que, pasado el tiempo, las máquinas no funcionan y los médicos han desaparecido. ¿Seguirían pensando que es un buen hospital? ¿Puede un instituto seguir ofreciendo educación de calidad si no se garantizan sus recursos?
Personalmente, si los jóvenes han de quedarse en los institutos entre los 16 y los 18 años, como si estuviesen en una guardería, creo que los políticos deberían aprobarlo en el Parlamento y dar la cara a la sociedad, en lugar de hacerlo de tapadillo como se viene haciendo, a costa de docentes y resto del alumnado.