28 agosto 2019

Sesquidécada: agosto 2004

Miro hacia atrás en esta sesquidécada y encuentro dos libros de peso que ocuparon mi agosto de hace quince años. El primero de ellos era la cuarta entrega de una saga juvenil que tendría gran repercusión en el género: Harry Potter y el cáliz de fuego. Si no recuerdo mal, fue el último que leí de la serie, pues comenzaron a estrenar las películas y ya no volví a la saga hasta El legado maldito, la última entrega del año 2016, por tratarse de un experimento teatral que aportaba una visión diferente. 
Vale la pena dedicar tiempo a las novelas de J.K. Rowling, porque dan muchas pistas acerca de los ingredientes de éxito de la literatura juvenil, principalmente no tratar al lector adolescente como un lector imperfecto, sino como un lector diferente, un lector curioso y ávido de emociones. También permiten explorar las relaciones con otros géneros, como la mitología, el terror, etc. Todo eso sin entrar en el mundo de los "potterhead", esos fanáticos lectores de la serie que dedican buena parte de su tiempo a investigar, a coleccionar y a visitar lugares relacionados con la saga. Para que luego digan que los jóvenes no leen...

El otro libro gordo fue el Decamerón de Boccaccio, una joya para los letraheridos. Recuerdo que tenía muchas ganas de ponerme con su lectura, ya que había leído bastantes cuentos sueltos y me apetecía dedicarle tiempo a la contextualización de la obra entera. Más allá de los episodios divertidos, ingeniosos y picantes más famosos, se trata de una obra monumental que proporciona un colorido panorama de usos y costumbres de su época. Dentro del universo de la prosa medieval, con obras llenas de doctrina y moral, obras ásperas y eruditas, el Decamerón es un oasis de diversión, una obra que despierta la curiosidad. Incluso la misoginia propia de la época se encuentra atenuada por una dimensión pícara de la mujer como agente voluntario de unos males en los que al menos obtiene beneficio propio. En cualquier caso, al igual que con el Conde Lucanor, Calila y Dimna, el Sendebar... merece la pena acercarse al mundo de los relatos cortos medievales, y la obra de Boccaccio gana en modernidad a cualquiera de las otras.