30 noviembre 2009

Alumnos tóxicos

Lunes, justo antes de empezar la jornada semanal, me encuentro con esta noticia: "La madre de un niño con síndrome de Down denuncia que cuatro centros se niegan a aceptarlo". Sé muy bien que hay que ser cautelosos con cualquier noticia que busca causar impacto en los medios. Sin embargo, reconozco que se trata de uno de esos asuntos sobre los cuales no me caben dudas y que no necesito ver sobre el papel para confirmarlo: Las actuaciones de algunos centros privados atentan contra principios constitucionales y suponen un factor desestabilizador en el sistema educativo.
No voy a entrar en disputas sobre los conciertos educativos, sobre ese dinero público que va a parar a entidades privadas que no garantizan los servicios que se comprometieron a prestar. Sólo quiero airear un poco la indignación que he sentido esta mañana al leer esta noticia. Y lo haré lanzando unas preguntas retóricas a las que no estáis obligados a responder:
  • ¿Por qué las familias siguen pensando que los centros privados ofrecen mejor educación a sus hijos? -la razón que se ofrece en la noticia acerca de las dimensiones del centro no parece muy sólida-.
  • ¿Cómo es posible que, en pleno siglo XXI, cuatro centros educativos se nieguen a escolarizar a un menor por padecer un síndrome de Down?
  • Si no lo hubiesen dejado entrar en un autobús o en un centro comercial, por muy privado que fuese y con su derecho de admisión en regla, ¿sería un acto lícito?
  • ¿Para qué integrar en los centros educativos a las minorías, a los que necesitan atención especial, a los inmigrantes, etc. si, a la vista de lo que ocurre a pie de calle, la sociedad nunca les va a perdonar ser como son?
  • ¿Qué sentirán las familias de alumnos de esos centros cuando sepan de este asunto? ¿Alivio? ¿Alegría? ¿Remordimiento? ¿Vergüenza?
Después de tanto interrogante me he marchado a mis clases con bastante desasosiego, ese resquemor de saber que todavía consideramos tóxicas a ciertas personas y nos protegemos de ellas con mascarillas sociales. Menos mal que, cuando entro en el aula se me pasa: En alguno de mis grupos de 2º de ESO hay hasta seis o siete niños con Adaptaciones Curriculares Significativas, una ratio muy por encima de lo que marca la ley; sin hablar de alumnos que no conocen el idioma o, simplemente, absentistas que vienen un día sí y seis no. Aquí siempre hay sitio para uno más, o para dos, tres o cuatro, que el curso es muy largo y el centro público. Cada uno viene con su problema y a cada uno tratamos de darle algo a cambio. Ellos no han elegido ser así, pero nosotros -docentes, progenitores, empresarios, políticos...- sí que hemos decidido ser lo que somos. Después de ver lo que veo, ya no sé quién tiene que aprender de quién.

Crédito de la imagen: Levante-EMV

26 noviembre 2009

El corrillo digital de Twitter

En el vasto mundo de los ecosistemas, la sala de profesores constituye uno de los hábitats más diversos y pintorescos. Allí, sus habitantes conversan, discuten, se odian, se enamoran, etc. Hay todo tipo de fauna (tierna o peligrosa) y de flora (bacteriana, sobre todo). Pero, la sala de profesores es, ante todo, la prolongación de nuestro oficio y nuestra vida fuera de las aulas. En ella se trabaja y se habla de trabajo, pero también es lugar de convivencia. En charlas apresuradas se intenta arreglar el instituto, la educación, el país, el mundo... En los corrillos, uno se ríe o se indigna; alguien pasa y comenta una noticia; otro revela altos secretos de aula, de despacho o de alcoba; un padre manifiesta sus preocupaciones por las clases de ballet y una madre aclara cuestiones sobre el tubo de escape del coche; el de educación física cuenta al de religión las actividades TIC que ha preparado para el trimestre, etc.
La sala de profesores es un hervidero de voces sobre lo divino y lo humano (al menos en centros -como el mío- en los que no hay departamentos). Sólo una pega: Tienes que conformarte con la compañía que te ha tocado.
Pero, al margen de los ecosistemas reales (analógicos), tenemos los ecosistemas digitales. El descubrimiento de Twitter hace aproximadamente seis meses me proporcionó una sala de profesores virtual. Todo lo descrito arriba se puede vivir en Twitter, que viene a ser, más que una sala, un ágora en la que pululan cientos de personas y personajes cada uno con su nombre de guerra. Me muevo por allí bajo el alias @tonisolano y escribo mensajes (de menos de 140 caracteres) a través de un complemento de Firefox. En esas microcharlas he experimentado algo parecido a lo que ocurriría en una sala de profesores en la que los contertulios son colegas a los que escoges de manera voluntaria. En Twitter converso con personas a las que conocía del mundo de los blogs; comentamos noticias, compartimos recursos, contamos chistes, pinchamos música, decimos tonterías, nos indignamos con los políticos, etc. Y, del mismo modo que hay días en los que no hablas con nadie en una sala de profesores, hay periodos en los que permanezco escuchando sin hablar, o ni tan siquiera me asomo a la puerta de Twitter para no enredarme en conversaciones más o menos banales.
Seguramente, Twitter ofrece posibilidades didácticas que saldrán a la luz cuando las aulas tengan acceso normalizado a las redes. Mientras tanto, Twitter es mi sala de profesores a medida. Y para quienes no se han decidido aún, deben saber que empezar es muy fácil, incluso para una abuelita:



Crédito de la imagen: Wikimedia: Japanese-Teacher's-Room

18 noviembre 2009

Sesquidécada: noviembre 1994

En el mes de noviembre de 1994, leí en dos días el Libro de Apolonio, en cuatro, El Conde Lucanor, en otros cuatro, el Cantar de mío Cid (y por ahí en medio otros tres o cuatro librillos de menor talla y trascendencia). Era un periodo febril de lecturas con fines académicos. Recuerdo que el Libro de Apolonio me gustó bastante más que El Conde Lucanor, quizá por las locas peripecias de sus protagonistas y por lo fantástico de su trama (una historia que, actualizada, daría para un best-seller de mayor calidad que algunos de los que circulan con relativo éxito).
También por aquellos días estaba sumido en el estudio de la Narratología, con Gérard Genette como figura señera. Cualquier texto literario que caía en mis manos era sometido a análisis minucioso: "Narrador homodiegético, focalización cero, analepsis parcial, etc.". Sin darme cuenta, había perdido la inocencia lectora y me había convertido en un "microbiólogo literario". Tardaría muchos años en darme cuenta de que es necesario separar "ocio y negocio", ámbitos que, en nuestro oficio, por suerte o por desgracia, van íntimamente ligados en ocasiones.
Con este panorama de fondo, no es de extrañar, pues, que no pudiese disfrutar de otra de aquellas lecturas sesquidecádicas. Me refiero a El siglo de las luces, de Alejo Carpentier. Invadido por mi taxidermia lectora aproveché bien poco la prosa del cubano, más atento de los juegos con la trama y el narrador que del delicioso lenguaje con el que están narradas las vidas de unos personajes inolvidables.
Con el tiempo, he tenido muchas oportunidades de revisar los clásicos que he citado arriba. Pocos resisten relecturas agradables (a excepción quizá del Cantar de mío Cid). Sin embargo, no he vuelto a visitar a Carpentier. Quizá sea esta nota la excusa apropiada para hacerlo.

Crédito de la imagen: : '105119'

09 noviembre 2009

Pulgartuito

En una casa en medio del bosque 2.0 vivía una familia de blogueros. Los padres escribían largas notas en sus blogs, sin apenas imágenes, tochos en los que hablaban de lo divino y lo humano. Con una mayor profusión de widgets, los hijos siguieron la tradición y mantuvieron blogs temáticos: Garrapunto.com, Microciervos, Mantasverdes, Motosierrapasion, etc. Sin embargo, el más pequeño de todos ellos, tras un curso de escritura zen por correspondencia, decidió que sus escritos nunca superarían los 140 caracteres, unas frases que se pueden tapar apenas con un pulgar; por eso, lo llamaron Pulgartuito.

Los padres blogueros advertían siempre a sus hijos de los peligros que acechaban en el bosque 2.0.
-Tened cuidado, que hay mucho troyano tras los arbustos -decía papá Blogger.
-A ver si un psicopedagogo desalmado os hace una adaptación curricular on-line -apuntaba mamá Wordpress.

Y los niños, alocados como corresponde a su edad y condición, nunca hacían caso de sus padres y paseaban por el bosque de feed en feed sin la mayor preocupación. Pulgartuito era sin duda el más avispado de todos ellos. La filosofía zen había impregnado su espíritu, y sus notas rebosaban sabiduría e ingenio. Por eso, cuando sus padres les avisaron de que los ingresos publicitarios eran cada vez más bajos y que quizá tendrían que cerrar los blogs, Pulgartuito convenció a sus hermanos para ir, cruzando el bosque, en busca de patrocinadores.
Aquella misma tarde, salieron con sus netbooks, sembrando el camino de tags, hashtags, pingbacks y trackbacks, una idea que se le había ocurrido a Pulgartuito para no perderse. Sin embargo, al caer la noche, descubrieron que tanto Twitter como Blogger se habían colgado por un ataque masivo de monjas-bulo antigripales.
-¿Qué vamos a hacer ahora :-((((?- lloraba desconsolado uno de los hermanos que sólo posteaba vídeos de niños riéndose o llorando.
-¡Nunca volveremos a casa! -sollozaba otro, conocido en toda la blogosfera por sus powerspoint de frases sobre la amistad con fondo de paisajes y música new age.
-Llorad como cobardes. Pensaré como un valiente -lanzó Pulgartuito en un arrebato tuitero de primer orden.

Y, sin miedo alguno, Pulgartuito, alzado por la ballena de Twitter, descubrió en un claro del bosque una casa de colorines. Hacia allí se dirigieron, con tan mala fortuna que se trataba de una sede de Microsoft Corporation.
-Pasad, pasad, chicos. Soy el Hada Messenger y también escribo y me comunico en la red, como vosotros. Os podéis quedar a dormir, pero debo esconderos. Mi padre Windows vendrá pronto y a él siempre le apetece comerse todo lo que se mueve por el bosque 2.0.

De este modo, los chicos se escondieron en un repositorio de archivos ocultos, intentando no hacer ruido al teclear sus notas. Pero, cuando llegó Windows, la tragedia se mascaba en el ambiente.
-¡Cuidadito conmigo, que vengo caliente! Otra vez se me han adelantado los niñatos de Google con su computación en la nube... En la nube, en la nube... ¿quién demonios va a pagar por algo que no se puede vender en una cajita de colores?... Estoy que me comería tres wikis y dos redes sociales. Pero..., ¿a qué huele aquí?

Abriendo carpetas y subcarpetas, ignorando sus propias advertencias de que el ecosistema podría dejar de funcionar si se removían los archivos, Windows encontró a los niños escondidos entre una pila de librerías dll.
-¡Vaya, vaya! Unos sabrosos niños blogueros. Y, este pequeñajo, ¿quién es?
-Soy Pulgartuito y, aunque pequeño, tengo ya más de tres mil followers.
-Eso, a mí, me la trae al pairo. Acabo de firmar planes exclusivos con algunas comunidades autónomas para instalar mi sistema operativo de Siete leguas.
Y, diciendo esto, Windows cerró todas las carpetas de golpe y los dejó allí encerrados.
-Mañana daré buena cuenta de vosotros.

Pulgartuito y sus hermanos se quedaron allí, rodeados de archivos temp, de registros de configuraciones polvorientos... Pero, Pulgartuito, tras hacerles un retuit de urgencia a varios followers desesperados que pedían su ayuda, se puso a hurgar en un ejecutable malicioso que un antivirus gratuito había guardado en un baúl y consiguió resetear la habitación. Mientras sonaba la sintonía de Windows, Pulgartuito y sus hermanos se calzaron unas botas ADSL de 20 megas reales y huyeron de aquella casa maldita.
-¡Qué flipe! -decía uno de los chicos, que siempre llenaba su blog de gifs animados.
-¡Quién iba a pensar que existían de verdad los 20 megas reales...! -gritaba lleno de alborozo otro que llevaba tres meses sin meterse con la SGAE.

De este modo, veloces como el viento, Pulgartuito y sus hermanos llegaron a su casa en un periquete.
-¡Por fin, hijos! ¡Pensábamos que habíais sido víctimas de las redes P2P!
-Padre, madre -dijo Pulgartuito-, no debéis preocuparos más por Google AdSense y sus anuncios inteligentes. Aquí os traigo lo que nos sacará de la ruina.
Y abriendo su netbook, descargó el código secreto de Windows: Una ristra de unos y ceros -más ceros que unos, en realidad- se derramó por el salón e inundó los verdes prados del bosque 2.0. convirtiendo toda la flora y la fauna en un ecosistema copyleft.
-Bien está lo que bien acaba -tuiteó Pulgartuito-. Y se puso en modo off.


Este cuento surge a iniciativa de Juanjo Muñoz y su Caperucita 2.0., en una serie que han seguido otros ilustres blogueros con más salero que yo: