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19 febrero 2017

Sesquidécada: febrero 2002

La sesquidécada de febrero es especialmente monstruosa. Como expliqué en notas anteriores, hace quince años estaba preparando mi tesis sobre la vinculación de las relaciones de sucesos extraordinarios con la literatura fantástica. No es extraño, pues, que dos de los libros que aparecen en esta sesquidécada representen la conjunción de ambos géneros.

El primero de ellos es una monografía muy recomendable, incluso para el lector no especialista, sobre el tema de los monstruos: Monstruos, demonios y maravillas a fines de la Edad Media, de Claude Kappler. Es un estudio sobre la visión del monstruo desde distintos ámbitos, indagando en los orígenes y la significación de esa aparición constante en el universo del hombre medieval, bien sea a través de los bestiarios, de los libros de viajes o de las relaciones de sucesos. El libro está profusamente ilustrado y utiliza un tono divulgativo cercano al lector actual. 
La palabra monstruo proviene del latín monere, que significa "advertir, avisar" (de ahí deriva también "mostrar" y "demostrar"), y está ligada al poder divino de avisar de su grandeza a la humanidad mediante prodigios. El monstruo como síntoma de la ira o el enfado divino iría adquiriendo connotaciones negativas a lo largo del tiempo, aunque tenemos obras como el Frankenstein de Mary Wollstonecraft Shelley que recuperan el trasfondo de su valor ético, científico y religioso. En la revista Métode de 2002 podéis leer un artículo que escribí sobre Monstruos y prodigios.

Cruzando los límites del género, en ese difuso margen entre la historia, el mito y la literatura, se encuentra el El libro de los seres imaginarios (originalmente publicado como Manual de zoología fantástica) escrito por Jorge Luis y Margarita Guerrero. Esta obra, difícilmente clasificable, es una recopilación de seres extraños procedentes de varias culturas. Algunos provienen de la mitología, otros de obras religiosas y otros de autores como Lewis Carroll, Kafka, H.G. Wells... 
Se trata de un libro ameno que he recomendado a menudo en Bachiller para el alumnado interesado en la mitología o en el género fantástico. Creo que muchos se sorprenden al encontrar las fuentes originales de algunos de los seres que aparecen en películas o videojuegos actuales. Es, además, una obra que da pie a trabajar algún proyecto creativo en el aula, sobre todo ahora que podemos combinar fácilmente la literatura con la búsqueda de información y con la creación de artística de productos audiovisuales: cortometrajes, cómics, póster digital, etc.

Espero que tanto monstruo no os quite el sueño, aunque ya sabéis que es precisamente el sueño de la razón el que produce monstruos. 

15 enero 2017

Sesquidécada: enero 2002

Todos los comienzos de año traen consigo un montón de buenas intenciones que suelen quedar en nada. Para eso se inventaron las colecciones de quiosco, para que, al menos, supiéramos de antemano que perdíamos el tiempo en algo inútil. En este sentido, he decidido empezar una de esas colecciones inútiles que pienso ir publicando en el blog mientras me duren las ganas y no haya algaradas entre los visitantes. Se trata de recuperar algunas de mis lecturas de hace quince años...

Lo que empezó como uno de esos propósitos de año nuevo lleva cumplidos ocho años, y va ya camino del noveno. Dentro del ecosistema del blog, las sesquidécadas son los textos de menor audiencia, se podría decir incluso que son pequeñas exquisiteces que escapan del ruido de las aulas y de las reflexiones más orientadas a la educación. Suponen para mí, como lector, como filólogo y como profesor, una antología de recuerdos literarios y de impresiones muy subjetivas sobre lecturas diversas, algunas veces con obras de amplio espectro y otras con escritos casi marginales. Son también una exigencia de continuidad en la escritura digital, sobre todo ahora que el tiempo se me está convirtiendo en un bien aún más preciado. Por eso, aunque las sesquidécadas sean las hermanitas pobres del blog, mientras el cuerpo aguante, seguirán formando parte de este saloncito virtual que comparto con vosotros.

Enero de 2002 llegó acompañado de prodigios. Como ya avancé hace unos meses, mi tesis inconclusa se orientaba al mundo de los sucesos extraordinarios, lo que me proporcionó innumerables lecturas de monstruos y prodigios medievales y renacentistas. Tuve ocasión de rebuscar en bibliotecas y catálogos y familiarizarme con los investigadores más curiosos de estos márgenes de la literatura. Sin duda, el más destacado de ellos es Bartolomé José Gallardo, autor del Ensayo de una biblioteca española de libros raros y curiosos, una obra de referencia para viajar por el mundo de la subliteratura. Este catálogo, que fui consultando durante meses en la biblioteca de la Facultad de Filología de la Universitat de València, me abrió las puertas a libros muy interesantes, como el Bestiario, de Dioscòrides, o el Libro de los prodigios, de Julio Obsecuente, dos de las obras que leí aquel enero de 2002. Quizá me anime más adelante a publicar un breve artículo sobre Gallardo, otro de esos muchos olvidados de nuestra historia.

En segundo lugar, voy a destacar una obra de Juan José Millás, ilustrada por Forges, que seguro conocéis: Números pares, impares e idiotas. Es un delicioso librito que merece la pena leer, por su sentido del humor y también por el trasfondo ético de algunos de sus microrrelatos, pues se trata de eso, de pequeñas historias que tienen como protagonistas a los números. Recientemente, esta obra se ha incluido en los catálogos de lecturas juveniles y creo que es una buena idea para llevar al aula, salvando así la brecha entre ciencias y letras, como ya expliqué en otra ocasión en el estupendo blog de los Tres Tizas.

Por último, con gran pena por dejar fuera de esta sesquidécada el Cándido de Voltaire, voy a recomendar la lectura de una excelente novela del siglo XIX: La dama de blanco, de Wilkie Collins. Es una de esas novelas de época, con el ambiente británico de las obras de Dickens, que bajo la forma epistolar va desarrollando una intriga detectivesca que sumerge al lector en el placer de la lectura de calidad, de la lectura sin prisas. Si os engancháis al autor, también merece la pena leer La piedra lunar. Espero que tengáis tiempo este año para leer sin prisas y, sobre todo, para disfrutar de ello.