18 junio 2021

Se acaba la función

Hoy ha sido el último viernes del curso y ya podemos decir que se acaba la función de este inefable curso. Nos quedan aún tres días de clase, pero serán unas jornadas de mero trámite que convertirán el instituto en una cinemateca improvisada o en un recreo expandido. Son los últimos días de un curso terrible. Hasta que no hemos visto de cerca que se acaba no hemos tomado conciencia del esfuerzo denodado que ha supuesto llegar hasta aquí desde el mes de septiembre pasado (o desde el mes de julio para los equipos directivos). Creo que todos hemos llevado una máscara de normalidad en una situación que ha sido cualquier cosa menos normal. Hemos llevado esa máscara el profesorado y también alumnos y familias. Hemos compartido esa ilusión de que la escuela era un lugar seguro y de que estábamos a salvo. Es cierto que no ha sido el desastre que muchos vaticinábamos, aunque también habría que aclarar que ahora sabemos cosas que desconocíamos, por ejemplo, que el riesgo de contagio por contacto a través de objetos es casi nulo, algo que seguro que nos ha salvado del cierre. Las escuelas no eran más seguras que los hogares o que cualquier otro puesto de trabajo. Si ha habido menos contagios ha sido por el comportamiento ejemplar de la comunidad educativa. Y de toda esa comunidad, hay que rendir homenaje al alumnado por haber aguantado la presión de un curso duro, de unas restricciones que han limitado su movilidad, sus relaciones, su vida como niños o adolescentes. Si hay héroes este año son ellos y ellas, los que han resistido seis horas en un aula con la mascarilla puesta, mientras muchos adultos protestaban por tener que llevarla dentro de un bar. Nuestros alumnos de 1º de ESO, pequeños héroes que han aterrizado en un instituto en el que no conocen a nadie sin mascarilla y en el que tampoco nadie los identifica sin ella. Los de 3º ESO que han sufrido la injusta semipresencialidad. Los alumnos de 2º de Bachiller del curso pasado que se fueron sin su graduación y sin despedida. Todo ese alumnado de paso que no habrá visto la cara de sus compañeros ni la de sus profesores, que dejará atrás el instituto como convalecientes tras pasar por quirófano.

Hoy es el último viernes del curso y, entre reuniones y trámites interminables, apenas he tenido tiempo de asomarme a la puerta para verlos salir como el resto de viernes del curso. Casi mejor, porque la máscara de normalidad se me estaba deshaciendo y quizá hubieran atisbado en mi rostro el agotamiento y la incertidumbre ante el futuro. A partir de la semana que viene, estoy seguro de que muchos de mis colegas se resistirán a quitarse la mascarilla preceptiva porque no se les vean también esas caras rendidas. Pero, como siempre, al acabar la función, se retirarán al camerino y volverán a preparar la representación del curso que viene, sin saber si han de desempolvar las máscaras de comedia o las de drama, si la normalidad que se imponga será real o fingida. Para ellos, para nosotros, lo único cierto es que la Escuela debe continuar.

Crédito de la imagen: 'Tragedy and Comedy'

13 junio 2021

Deja que te arrastre La Ola

Es muy probable que hayáis visto la película. Es probable incluso que conocierais el experimento original en el que está basada. Ahora llega la versión impresa en libro: La Ola, de Todd Strasser, editado con el esmero que siempre ponen en Blackie books. Aunque yo también conocía la historia real, sumergirme en esta narración ha sido una experiencia extraña, sobre todo porque la visión como docente te permite dotar de numerosas caras al complejo poliedro de un experimento de aula. Me he sentado con el libro y no he podido parar de leer hasta que lo he terminado. Es como si a mí también me hubiese arrastrado La Ola, como si yo también quisiese que los problemas acabasen a golpe de consignas y saludos comunitarios. He vivido con desazón esos momentos en los que la disciplina se convierte en una droga, que se necesita más y más, porque en unas aulas cada día más heterogéneas, algunos viven la diversidad como amenaza y el orden como un bálsamo.

No haría falta decirlo, pero hay que recordarlo: en los derechos básicos, no valen equidistancias. Hay ideologías que no pueden apelar a la libertad porque sus consignas son excluyentes, porque sus propuestas atentan contra los derechos de los demás. No puedes hacer valer tus derechos y libertades, si con ellos estás humillando y privando al resto de los suyos. De eso habla La Ola, de lo fácil que resulta convencer a alguien de que hay fines que justifican los medios. Hace un tiempo escribí una nota en el blog acerca de esto, acerca de la normalidad que se esconde en ciertas políticas que son aparentemente lógicas, pero que acaban siendo crueles e inhumanas. Los seres humanos a veces escondemos bajo el instinto de protección toneladas de veneno y hiel. En estos días tristes podéis comprobarlo en los titulares de prensa y en las redes sociales, donde al final cada cual elige la ola que lo ha de arrastrar. Sin embargo, no olvidéis que algunas olas te llevan a la orilla, mientras otras buscan arrojarnos al fondo del mar, y el fascismo es una de ellas.

05 junio 2021

Cambiar para mejorar

Quizá para los lectores del blog que están fuera de Twitter, esta nota les parezca extraña, pero los debates en la red del pajarillo son cada día más encarnizados, como apunté hace unos años en este mismo blog, en un artículo llamado precisamente "Malos humos".

La mayoría sabéis que he trabajado fuera de educación, y que desde hace unos 20 años me he metido de lleno en la Secundaria. He trabajado en la escuela privada y en la pública, incluso en la universidad un año. Conozco cómo funcionan muchos centros, porque soy formador del profesorado desde hace mucho, también preparador de oposiciones durante años. He compartido experiencias con colegas a través de este blog y en encuentros virtuales y presenciales. Con eso y con lo que veo en mi centro, en el que he recorrido todos los niveles educativos desde el PQPI al Bachiller, pasando por la Compensatoria más dura, y en cargos desde la tutoría o la jefatura de departamento a la dirección, configuro las bases de mis opiniones. Está claro que eso no me da más razón que a otros, pero sí me proporciona una perspectiva más rica de la situación educativa. 

Con todo ello, mi diagnóstico sigue siendo, con leves variaciones, el que llevo mucho tiempo defendiendo. Hay que acometer cambios en la Escuela, cambios que son necesarios para luchar contra el fracaso escolar, el abandono o la segregación. Cambios que resumo en cinco puntos:

1.- Hay que bajar la ratio

Por qué: porque con la diversidad actual es imposible atender de manera individualizada y con calidad a todo el alumnado, especialmente en la escolarización obligatoria. Menos ratio para trabajar mejor, no para trabajar menos.

Cómo: reduciendo en 1º y 2º ESO a 20 alumnos máximo por grupo, y a 25 en el resto de niveles de Secundaria. Como todas las medidas, se ha de evaluar: no puede ser que una bajada de ratio acabe dando proporcionalmente los mismos malos resultados que una ratio mayor. Si esto ocurre, algo falla. 

2.- Hay que dotar de recursos

Por qué: porque la diversidad requiere personal especializado, igual que la gestión de la convivencia. No tenemos la misma realidad que hace 40 años. Además, los equipamientos e infraestructuras necesitan mejoras para servir al alumnado actual (edificios obsoletos, ordenadores del pleistoceno...)

Cómo: dotar de personal específico para atender problemas sociales, para la coordinación con otras administraciones, etc. Dotar de equipamiento a la medida de las necesidades reales de los centros, no de planes generales o de ocurrencias políticas.

3.- Hay que ser más inclusivos

Por qué: porque la Escuela sigue dejando atrás a los más vulnerables, porque no existe la igualdad de oportunidades cuando las repeticiones o el fracaso escolar se ceban en el alumnado más pobre o en los que tienen necesidades educativas especiales. 

Cómo: convirtiendo los centros en espacios inclusivos, con todos los apoyos que ello requiera. La convivencia no puede ser un lastre para el aprendizaje, sino un incentivo. Hasta que eso no quede claro, y solo ocurrirá si hay recursos para ello, la escuela seguirá segregando de facto.

4.- Hay que cambiar y adaptar los métodos a los nuevos tiempos

Por qué: porque la realidad no es la misma que hace 40 años, por mucho que nos empeñemos, porque, digan lo que digan, no aprendemos igual en un entorno sin distracciones que en uno hiperconectado, porque basta mirar alrededor para descubrir que ni siquiera los adultos leemos, actuamos o nos relacionamos como hace años. Y sobre todo, porque la Escuela no está dando la respuesta que toca a una sociedad que vive en permanente cambio.

Cómo: habrá que revisar los currículos y los métodos; cuanto más tardemos, más daño se habrá hecho a las generaciones que sufren un modelo muy mejorable. La organización escolar responde a modelos del siglo pasado, tanto en la estructura del personal docente como en la propia distribución de las asignaturas y contenidos de las asignaturas. La escolarización obligatoria debería exigir unos resultados eficaces al acabar 4º de ESO, unos resultados que se traduzcan en ciudadanos competentes, críticos y responsables. Y eso no está pasando.

5.- Hay que eliminar progresivamente el sistema concertado

Por qué: porque, según todas las estadísticas, segrega al alumnado en función de su nivel socioeconómico y desvía dinero público al enriquecimiento de empresas privadas. Además, deja de lado la atención al alumnado de necesidades educativas, como también muestran las estadísticas. Eso hace que el sistema educativo público permanezca en continua sobrecarga de exigencia y de merma de recursos. Hemos visto los resultados nefastos de la privatización de otros servicios públicos: una privatización de la educación solo traería empleos precarios, más segregación y exclusión social.

Cómo: mediante un plan de progresiva eliminación de los conciertos educativos, que podría hacerse a largo plazo (20/30 años) en una transición de centros concertados hacia la red pública, dando opción a los que no lo quieran a permanecer como centros privados.

Estos son mis principios, estas son mis reglas. Para mí, innovación es cualquier cambio que suponga una mejora en cualquiera de los puntos señalados. Además, todos esos cambios se han de evaluar, como vengo haciéndolo en público desde el blog y en el propio centro. Sabéis que, a título personal, si he ido introduciendo tecnologías siempre ha sido de manera subsidiaria a los puntos 3 y 4, de modo que desviar la atención de ello y proclamar que la innovación es venderse a los mercados está fuera de lugar, al menos en mi caso. Lo mismo ocurre con la defensa apasionada de ciertas medidas, como ahora los ámbitos en 1º de ESO, que considero buena para mi centro: hemos tragado con mil leyes que nos han fastidiado de manera flagrante y aquí estamos: cuando quitaron el PCPI, cuando introdujeron las matemáticas aplicadas, cuando machacaron la educación para la ciudadanía, cuando metieron 4 horas de religión en 2º de Bachiller... No pienso rasgarme las vestiduras y negar los beneficios concretos de los ámbitos en mi centro. Si las cosas cambian y se amplían ratios o reducen horas de coordinación, vendré aquí y saldré a las redes a quejarme, como llevo haciéndolo desde hace, al menos, 15 años. Porque si algo tengo claro es que la innovación, para mí, es cambiar para mejorar, no para ir hacia atrás.