28 noviembre 2015

La isla: metáforas de la escuela (I)


Observen esa isla. En ella viven unos jóvenes que ansían llegar a tierra firme. También en ella se encuentra, desde tiempos inmemoriales, una casta de chamanes que ayuda a esos jóvenes a construir balsas para escapar de la isla. Siempre se han construido balsas, desde los tiempos de los robinsones. Nadie sabe bien de dónde sacan los chamanes las maderas ni los conocimientos para construir las balsas, pues como buena casta se encargan de transmitir celosamente los secretos del oficio. Sin embargo, en los últimos tiempos las cosas no van bien en la isla. En lugar de maderas, los chamanes reciben piezas de metal. Las balsas que se construyen con ellas no flotan. Los jóvenes se hunden. Algunos en la isla han empezado a cuestionar la actitud cerrada de los chamanes, que insisten en construir una y otra vez balsas que zozobran a los pocos metros de la orilla. Entre los chamanes existe incluso una corriente crítica que propone abandonar la construcción de balsas y experimentar vías distintas para salir de la isla. Sus voces son acalladas. Mientras tanto, la jerarquía de los chamanes continúa repartiendo metros y metros de venerable soga para atar esas brillantes piezas sacadas de enormes cajas. Para no ensuciarse las manos, envuelven el frío metal con el croquis de montaje de modernos helicópteros.

Crédito de la imagen: 'airplane view'

22 noviembre 2015

Sesquidécada: noviembre 2000

Esta sesquidécada no solo conmemora una lectura de hace quince años, sino que celebra también mi iniciación en la docencia. En noviembre de 2000 me llamaron de una academia para impartir clases de preparación de Selectividad en las especialidades de Literatura y de Latín. Por primera vez entraba en un aula como profe y por primera vez experimentaba las alegrías y dificultades del oficio. De esto ya hablo suficiente en el blog, así que me centraré en la lectura que protagoniza esta sesquidécada y que tiene que ver con aquellas clases de preparación de Selectividad. Se trata de Luces de bohemia, de Ramón María del Valle-Inclán, una obra que aún sigue formando parte del canon prescriptivo de las pruebas de acceso a la universidad.

No fue aquella mi primera lectura de Luces de bohemia ni tampoco la última, ya que sigo leyendo esta obra cada vez que me toca impartir clase en 2º de Bachillerato y, con cada lectura, me convenzo un poco más de la grandeza de Valle-Inclán como artista del lenguaje literario y de la pervivencia de su obra en el tiempo, sin mermas de calidad ni de compromiso con la realidad. Leer ahora Luces de bohemia produce tanta bilis como debía producir en su tiempo, y algunos de sus momentos estelares parecen retratos grotescos sacados de las noticias de cualquier periódico de hoy: disturbios callejeros sofocados a golpe de porra o pistola, cultura vendida a precio de saldo en manos de usureros, medios de comunicación vendidos al poder, nepotismo, inmoralidad, postureo... Hay frases que podían ser tuits mil veces retuiteados:




Hace años leímos la obra y la comentamos en Tuenti y Twitter; nos concedieron un reconocimiento por ello. Este trimestre la hemos vuelto a leer y comentar en clase, pues, como ya dije, es lectura preceptiva de Selectividad. Sé que muchos de mis alumnos han desconectado durante esas sesiones de tertulia: les viene grande una obra que exige demasiado fondo cultural; tal y como está planteada la Selectividad, les va mejor aprenderse de memoria la teoría de la literatura. Otros quizá han entendido a Valle de manera superficial, sin vislumbrar la relevancia de su escritura en el tiempo que le tocó vivir. Solo unos pocos habrán atesorado tras su lectura la semilla de una literatura del más alto nivel, una delicatessen que podrán disfrutar en más ocasiones cada vez que vuelvan a sus páginas. En el fondo, sabemos que la buena literatura sigue siendo un artículo de lujo, cada día más escaso, cada día más preciado por los elegidos la secta.

07 noviembre 2015

Del libro blanco a la realidad gris


Durante toda la semana han despertado mucha polémica entre mis colegas las declaraciones del filósofo José Antonio Marina alrededor de ese Libro Blanco de la Profesión Docente que le ha sido encargado por el Ministerio de Educación. El propio Marina ha tenido que desmentir o matizar algunas de las afirmaciones que se habían sacado de contexto, especialmente las que se refieren a la evaluación del profesorado en función de su rendimiento. En este país cainita, donde pasamos tan rápidamente del blanco al negro sin atender a las escalas de grises, plantear que se evalúe a un profesorado al que la administración lleva ignorando o machacando desde hace demasiado tiempo necesariamente había de provocar ira o indignación en el gremio. Personalmente, creo que es justo que se evalúe al profesorado, pero también creo que, si no nos marcamos unos plazos adecuados para limpiar la casa, ese libro blanco se va a ensuciar muy pronto con la realidad gris que impera en nuestras aulas. Porque aunque el mundo ha cambiado mucho desde las primeras reformas educativas, la Escuela sigue siendo aquella vieja institución polvorienta que no acabó de salir airosa del franquismo. Así que, antes de acometer reformas a toda prisa sin orden ni concierto, habría que trazar un pequeño viaje por sus entrañas para ver qué pilares hay que apuntalar. Al estilo de los arbitristas de nuestro Siglo de Oro, me atrevo a lanzar algunas ocurrencias al respecto, sin ánimo de resultar exhaustivo ni acertado, de modo que han de disculparme los que se sientan ofendidos por mis posibles despropósitos.

Selectividad y acceso a la Universidad
No vamos a compararnos con Finlandia, pero desde luego mal favor hacemos a la carrera docente si desde el Bachillerato ya orientamos a los "malos alumnos" hacia carreras de Letras como el Magisterio, las Filologías, la Historia, etc., con la idea de que los buenos deben huir de la docencia. Creo que algo está fallando cuando, por ejemplo, hay magníficos alumnos que al acabar la ESO optan por una FP buscando una salida profesional y copan casi todas las vacantes, dejando a alumnos mucho más flojos académicamente con el Bachiller como única salida. Estos alumnos, que quizá serían estupendos operarios o profesionales técnicos, acaban el bachiller a trancas y barrancas y se plantan en una carrera de esas de Letras, Magisterio tal vez, con la vaga idea de que "tampoco está mal ser maestro: buenas vacaciones, buen sueldo..." Y claro, a las chicas les encantan los niños...
Esto hace que no haya una valoración de estas carreras como una profesión que requiere esfuerzo, dedicación y grandes dosis de amor por tu trabajo. No sé si la solución es que se endurezca el acceso, pero me parece terrible que el Grado de Maestro sea últimamente un cajón de sastre donde van a parar multitud de estudiantes que no tienen otra opción que escoger. Habría que incidir en la tutoría dentro del Bachillerato, para desterrar mitos acerca de lo fácil y lo difícil, de la excelencia profesional de las Ciencias frente a la bohemia de las Letras.

Formación inicial del profesorado
Las carreras de Magisterio tienen una orientación clara hacia la docencia, aunque últimamente se están perdiendo las especialidades y quizá convendría revisar el asunto, pues es fácil encontrar a estudiantes de Magisterio que tienen claro que solo les interesa ser, por ejemplo, maestros de Música o de Educación Física. Curiosamente, en estas carreras hay pocos docentes que hayan sido maestros en aulas reales y menos aún que tengan un conocimiento reciente de cuáles son las características actuales de ellas.
Peor aún están las licenciaturas que dirigen a la Secundaria y Bachillerato, ya que la desconexión con la didáctica es mayor: casi ningún docente universitario ha ejercido en institutos y la mayor parte de las carreras tiene una orientación teórica, sin especial interés por sus salidas profesionales docentes.
Posibles soluciones: el Grado de Maestro/a tendría que garantizar una proporción mucho más alta de docentes universitarios con experiencia directa en el aula, quizá por medio de la figura del profesor asociado o de créditos específicos más allá de las prácticas en centros: jornadas acreditadas, cursillos, etc. En los Grados que conducen a la Secundaria y Bachiller, se necesitarían ramas específicas para la docencia, también impartidas en mayor o menor medida por docentes en activo de ese nivel educativo.

Máster de Infantil, Primaria o Secundaria
Quizá el Máster de Secundaria debería extenderse también a la Primaria y a la Infantil, reconducido en una especie de MIR educativo, en la línea de lo expuesto por Marina, o por otros colegas como Boris Mir. Sería la oportunidad de ver si los conocimientos académicos garantizan un desempeño profesional óptimo. Ese Máster-MIR debería ser riguroso, no un mero trámite en el que invertir un dinero con el convencimiento de que todos lo aprueban. Para ello, los docentes universitarios y los tutores en los centros deberían tener un reconocimiento adecuado a su labor, no como ocurre actualmente con el ridículo Prácticum, sin reducción horaria, sin reconocimiento académico, sin apenas valor, más allá de la satisfacción personal de enseñar a los nuevos docentes.

Acceso a la carrera docente y oposiciones
Para la docencia sería preciso haber superado no solo la carrera, sino también el MIR docente. Tal vez sería preciso algo similar al carnet de colegiado de algunos oficios, un documento que garantice que se han superado los estándares académicos y profesionales que requiere la docencia. Esta certificación sería exigida tanto en los centros públicos como en los concertados (si, según parece, van a seguir formando parte del presupuesto público). 
Para las oposiciones, se habrían de revisar los criterios de selección de los tribunales y de la valoración de méritos, así como los temarios y los propios criterios de evaluación de las pruebas de oposición, ya que todo el entramado teórico-práctico de las oposiciones está anclado en el modelo de escuela de los años 70, privilegiando las capacidades memorísticas sobre la capacidad docente, y obviando la innovación pedagógica en las propuestas de programación didáctica.
Una vez superada la oposición, no sería necesario el año de prácticas para aquellos que ya han superado el MIR educativo.

Organización de los centros
Antes de evaluar a los docentes, habría que evaluar bien la situación de los centros, tanto en su contexto socioeconómico como en su funcionamiento organizativo. Es un hecho que existen guetos educativos, centros en los que se acumula alumnado en situación marginal, procedente de entornos desfavorecidos, que requieren una intervención especial y soluciones alternativas. También es de todos conocido que hay centros mal organizados, con equipos directivos sin liderazgo, con plantillas inestables, con carencias de recursos o equipamiento insalvables. Es difícil hallar soluciones para ello, porque en muchos casos son situaciones consentidas desde niveles superiores de la administración, con una visión resignada de la educación en la que es necesario perpetuar la existencia de "centros malos" para que los "centros buenos" salgan adelante. Una auditoría externa podría ser parte de la solución, pero al equilibrio solo se llegaría, bajo mi punto de vista, suprimiendo los centros concertados y garantizando la transparencia en el reparto del alumnado y de los recursos.
Por supuesto, en el nivel interno, sería preciso promover la autonomía de centro, facilitando los equipos de trabajo interdisciplinares y la innovación pedagógica, como eje para la formación de proyectos educativos estables, con profesionales implicados a largo plazo en el desarrollo eficaz de los mismos.

Formación permanente
La actualización didáctica y académica del profesorado debería ser una exigencia más allá del interés personal o económico actual. En esa línea, las áreas de formación permanente deberían ejercer una tutela efectiva de las necesidades de los centros y de sus profesionales. Esa formación sería obligatoria y habría de ocupar parte de la jornada laboral docente. Además, la formación recibida tendría que hacerse efectiva a lo largo del tiempo, bien mediante la supervisión de los asesores de formación o bien mediante las memorias de resultados dentro del propio centro.
Los encargados de la formación permanente habrían de ser, esencialmente, docentes en activo que acrediten la capacitación para impartir esa formación, aunque es posible contar con profesionales de otros ámbitos si los contenidos así lo requieren. Para facilitar esa formación a los tutores, se facilitarían licencias de formación o reducciones de jornada específicas, lo que generaría una especie de "bolsa de horas" para que esos docentes en activo puedan tutelar cursos tanto en la formación permanente del profesorado como en otros ámbitos: máster, grados, etc. El acceso a estas licencias y el desempeño de las asesorías de formación debería seguir los criterios de mérito y transparencia adecuados.

Inspección educativa
Desde luego, no sé cómo funcionará la inspección en otros lugares, pero si en mi contexto tuviese que encargar a alguien la mejora de la educación, la inspección estaría en el último lugar de la lista de convocados. Una inspección altamente burocratizada, poco cercana, ausente cuando se la necesita, con una presencia percibida como sancionadora y no como colaboradora, sin formación didáctica más allá de cuestiones de legislación... Siento tener que describirla así, porque me consta que no todos los que están en ese cuerpo son iguales, pero en mi recorrido como formador del profesorado por muchos centros de distintos niveles, la imagen que acabo de esbozar aparece repetida demasiadas veces en boca de docentes lo suficientemente distintos como para ser considerados parciales.
Si la inspección educativa tuviera que ser "educativa" de verdad, necesitaría, en primer lugar, formación y actualización en metodologías del siglo XXI para al menos mostrarse sensible ante los retos de los docentes de hoy. También debería pasar unos cursos de inmersión en aulas reales, de contextos y niveles diversos, con profes de todos los colores, para no ser víctimas del amiguismo que aqueja a esos docentes que siempre quieren quedar bien ante el superior. Por último, el acceso a la inspección debería ser tan transparente como el acceso a la carrera docente o la formación de equipos directivos, para no convertir este cuerpo en el "premio" a servicios prestados, y no especialmente en el ámbito educativo.

Profesorado
Además de todo lo ya mencionado acerca de su formación inicial o de la formación permanente, el cuerpo docente necesita un escalafón en el que confiar, una estructura que garantice que los niveles superiores tienen mayor formación, mayor reconocimiento y también mayor responsabilidad. La carrera docente es una exigencia cada vez más necesaria, si de verdad queremos promover la mejora educativa. Pero es muy importante que, dadas las características del oficio, el ascenso en el escalafón no debería ser una huida de la realidad del aula, sino un mero cambio de perspectiva. El nuevo profesorado, con unos estándares claros de actuación docente, sabría qué es lo que se exige de él y debería actuar en consecuencia. A partir de esos estándares (que tendrían en cuenta el contexto educativo del centro) podría y debería ser evaluado por alguien cualificado. Ahí está de nuevo el problema: solo alguien especialmente formado y conocedor del contexto puede medir el rendimiento de un docente en el aula. No sirve de nada confiarlo a un auditor externo o a alguien que vio un aula por última vez cuando no existía internet.

Familias
Hemos vivido todo este tiempo de democracia pensando que, si cambiábamos la Escuela, la sociedad iba a cambiar al mismo ritmo. La escolarización obligatoria hasta los 16, decían, garantizará una igualdad de oportunidades para todos los chavales. Pero olvidaban esos teóricos que los chavales tienen familias y contextos sociales muy complejos que pueden echar abajo en un minuto lo que la escuela necesita años para construir. Sin una cohesión social y familiar acorde, la Escuela está muy limitada y los progresos son lentos y frágiles. Los recursos educativos deberían también incidir en las familias, en los barrios, en actuaciones concretas que faciliten que los estudiantes vengan a las aulas a aprender por propia voluntad, no obligados por la administración. En este sentido, alargar la escolarización hasta los 18 es otra muestra del sinsentido político, otra aplicación errónea del consabido "café para todos" que tanto mal ha hecho a nuestro sistema educativo.

Administración
En último lugar, las administraciones educativas necesitan un cambio profundo. Las consejerías y los ministerios deberían tener equipos técnicos-docentes que se ocupasen de las cuestiones referidas a su ámbito, sin injerencias políticas, sin medidas antieducativas, sin experimentos electoralistas o comerciales. En un plano superior, el político, está claro que se necesita un pacto de estado que establezca las líneas prioritarias para reducir el fracaso y el abandono escolar, las actuales bestias negras del sistema. Desde luego, quienes no viven a diario estos males difícilmente son sensibles ante el drama que supone a medio o largo plazo que cada año abandone nuestras aulas sin titulación alguna uno de cada cuatro alumnos. Quizá también habría que plantear cursos de inmersión en el aula para políticos.

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Así que este es el panorama, estos son los cimientos de nuestra Escuela, una escuela con demasiada aluminosis y demasiado polvo, una escuela todavía muy gris para libros tan blancos como el que sueña José Antonio Marina.


Crédito de la imagen: 'Gessi'