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02 octubre 2015

Era solo una guardia


Hoy he entrado en una clase de 1º de ESO. Se trataba de una guardia en un grupo que no conozco. Como de costumbre, les he preguntado sus nombres y que me contasen algo acerca de ellos. Eran pocos, un desdoble, pero casi todos repetían curso. No se sentían avergonzados, en absoluto. Incluso llevaban un poco a gala ser los 'burros'; reconocían que no les gusta estudiar, que no se enteran de lo que se explica en clase. Les he dicho que era una pena que hubiesen perdido un año con esta repetición de curso y que quizá algún día se arrepentirían de ello. Todos han coincidido en señalar que es verdad, que han perdido un año, pero que lo importante es que se lo han pasado bien.
Con la confianza que da ser el profe de guardia ante el cual no tienen demasiado que ocultar, han estado hablando de sus cosas. Iván reconoce que pasa muchas horas jugando al Call of duty o al Clash of clans, palabras que pronuncia con relativa soltura, aunque no sabe qué quieren decir. Le digo que lo escriba en la pizarra. Todos conocen esos juegos, pero ninguno sabe su traducción del inglés. Su compañera María apunta que "of" significa "de" o "para", no recuerda bien; lo que sí recuerda María a la perfección es el nombre de todos los primos de sus compañeros Daniel o Paula, uno por uno, con sus nombres y apellidos; en realidad, parece saberse el nombre de todos los niños pequeños de su pueblo. Me dice que quiere ser maestra de infantil, porque le gustan los niños. Mientras tanto, Iván y Pedro se han puesto a recitar fragmentos enteros de La que se avecina y de Aída. Son secuencias que incluyen diálogos chistosos, eróticos, racistas, machistas o escatológicos, que ambos reproducen literalmente, dándose réplicas sin errores, acompañados con gestos e incluso con palabras cuyo significado desconocen. En una esquina de la clase, Sergio imita los eslóganes de varios anuncios de telefonía móvil, también con citas literales y remedo de voces; algunos de los eslóganes están en inglés y tampoco sabe qué significan. Iván y Daniel, cuando se cansan de escuchar a Sergio, repasan las alineaciones de los equipos de fútbol, con los respectivos datos relacionados con el fichaje de sus jugadores.
He pasado un rato interesante escuchándolos. Al acabar les he preguntado qué clase tenían después. Lo han tenido que mirar en el horario. 
-¿Y quién os da esa asignatura?
-Una maestra, no sé cómo se llama...

Son alumnos de 1º de ESO, repetidores. No son burros. Saben que hay cosas que les gustan y cosas que no. Frente al poder atractivo de la televisión o los videojuegos, la Escuela no les ofrece ningún aliciente. He salido con la vaga impresión de que la batalla está perdida, aunque sé muy bien que hay soluciones. Soluciones que están en nuestras manos, pero que no podemos abordar en solitario. En ello estamos. 
Era solo una guardia.

Crédito de la imagen: 'DSC01745'

02 enero 2011

Lo rústico en la televisión

Llevan varios días (o semanas) publicando cartas de lectores en el diario El País, todos ellos enfadados con la aparición de Belén Esteban en la portada de uno de sus semanales, lo que ha llegado hoy hasta la Defensora del lector. Esos lectores consideran que se trata del triunfo de la chabacanería en la televisión y muestran su indignación ante el hecho de que esa podredumbre llegue a la prensa 'seria'. No voy a defender a la princesa del pueblo (así llamada por quienes se hacen de oro a su costa y la nuestra), aunque en esta nota con la que inauguro el año traeré una analogía que quizá relativice tanto denuesto.
Avisaba en una sesquidécada anterior que mis intereses lectores quince años atrás trillaban con minuciosidad la historia del teatro del Siglo de Oro. Uno de los manuales que leía al comenzar 1996 era Lo villano en el teatro del Siglo de Oro, de Noël Salomon, un trabajo pormenorizado sobre la aparición de personajes rústicos en la comedia áurea. Es difícil resumir todas las conclusiones que se desprenden de dicha obra, aunque resaltaré una idea que se relaciona con el fenómeno de la telebasura. En el Madrid de los siglos XVI y XVII, frente al despoblamiento del campo y la progresiva aparición de mendigos y otros molestos advenedizos, los habitantes de una aldea que acababa de convertirse en capital del Imperio necesitaban afirmarse en su identidad castiza a través del retorno a la tierra (no es casual que coincida con la beatificación de san Isidro Labrador) y de la exaltación de lo humilde; de manera paralela, dignificar el personaje del labriego con honra (en Fuenteovejuna, El alcalde de Zalamea y tantas otras comedias) constituye para otros una salvaguarda del noble de cuna y del terrateniente, pues aplaca las ansias de rebelión contra el estado de las cosas. En ese sentido, la aparición de personajes de pueblo en la comedia se opone, por su integración y ejemplaridad, a la novela picaresca, mucho más transgresora y crítica.
Intento trasladarme a aquel siglo e imagino que un escenario poblado de rústicos, sayagueses, pastores bobos, villanos con ínfulas de nobleza, con un público enfervorecido aplaudiendo sus gracias y sus demostraciones de honor, debía molestar a quienes consideraban el teatro un género sublime, a quienes veían en lo literario una fuga o una denuncia de la realidad, a todos esos lectores exquisitos de Góngora, Gracián o Quevedo que, de haber existido, habrían llenado la sección de cartas al director de los diarios de la época.
Cinco siglos más tarde, también en una sociedad en crisis llena de mendigos y advenedizos, las masas siguen aplaudiendo al rústico en forma de Belén Esteban, quizá porque ello les recuerda la materia humildemente humana con la que estamos hechos; aplauden sus gracias porque, como dice Bergson, “la risa debe tener siempre una significación social”, y la Esteban representa esa clase media postfranquista de la que parece que todavía no hayamos salido. Del mismo modo, los empresarios de los medios siguen promoviendo este espectáculo sabiendo que, al darle dignidad a quienes están de facto desposeídos de ella, se aseguran consumidores fieles que no van a exigir calidad; y a quienes no les guste, a esas minorías que leen a Quevedo, se les deja claro que no deben enchufar la tele, que para eso ya tienen los libros.

Crédito de la imagen: 'Live with Regis and Kelly, NYC'

26 octubre 2009

Sesquidécada: octubre 1994

Empecé a estudiar Filología porque me gustaban la lengua y la literatura, es evidente. Dentro de la literatura, mi atención se centraba en la novela contemporánea y, aunque reconocía el valor de otras épocas y géneros, no pensaba que mis estudios fuesen a hacerme cambiar de gustos. Sin embargo, allá por el lejano 1994, la literatura medieval se me apareció casi de sopetón para darme muchas alegrías. En esta sesquidécada (y seguramente en las próximas) regresará alguno de aquellos clásicos que me dejó gratamente sorprendido. En esta ocasión viene Gonzalo de Berceo y sus Milagros de Nuestra Señora.
Los lectores que no se han acercado a la literatura medieval tendrán los mismos prejuicios que tenía yo en aquellos años: Un libro con ese título tan devoto debe de ser aburridísimo. Como este blog es bastante visitado por filólogos dejaré que sean los comentaristas los que den sus opiniones. Mi recuerdo al respecto me lleva a la enorme sorpresa de encontrar un libro plagado de historias divertidas, de golpes de efecto, de pasiones, de dolor, de violencia, de lujuria, de muerte, de amor... Eso sí, no nos engañemos, cuesta leerlo por partida doble: Por su castellano medieval y por la omnipresencia de la devoción mariana como motor de todos los milagros. Y entre tanto milagro, no fue extraño que hace poco, cuando todos hablaban de cierto político que emprendió el Camino de Santiago como expiación de su soberbia y sus pecados, me acordase del "milagro del romero". En fin, que hemos cambiado muy poco desde la Edad Media.

Cambiando de tercio completamente, he revisado otra lectura de aquel mes de octubre de 1994: TV: fábrica de mentiras, de Lolo Rico. Su autora fue la creadora del programa La bola de cristal, un referente para los "jóvenes de mi edad". El libro, a pesar de su antigüedad, tiene una vigencia asombrosa. En él se habla de los perniciosos modelos televisivos que se ofrecían a los niños: Leticia Sabater, Bola de Dragón, Sensación de vivir...
Me contaba una maestra (...) que los chiquillos de su instituto declaraban (...) aspirar a que el centro en que estudiaban se reformara a imagen y semejanza del de Beverly Hills (..). Querían tener las mismas taquillas, idéntico jardín (...). Ninguna referencia al profesorado, ni peticiones para la biblioteca (...). La realidad que nos circunda convertida en mero escenario, en soporte de una hipotética actividad social, recreativa, sexual -nunca intelectual- que necesariamente les asimilará, según creen, a los personajes de la serie (...).
Me temo que Beverly Hills se ha convertido ya para muchos jóvenes en la meta a alcanzar, por cualquier medio, en sus vidas: un estado vacacional permanente, acomodado, sentimentaloide y reaccionario.
Ahora, Beverly Hills son esos institutos de ficción (Los Serrano, Física o Química, etc.) o, simplemente canales como Disney Channel, que ofrecen ese estado "vacacional permanente", como alguna vez ha apuntado Joselu. Aquella generación de niños de la que hablaba Lolo Rico son la "generación Peter Pan", los adultescentes de hoy, y ya vemos cómo les va. No sé qué nos encontraremos de aquí a quince años ni si estaremos para contarlo.
Crédito de la imagen: 'Monasterio de Suso'

17 enero 2008

La televisión no es nutritiva

Desde que el oficio de bloguero se ha instalado en mi vida, se han producido algunos cambios importantes. Quizá el más llamativo es que apenas veo la televisión por la noche (durante el día sigo los telediarios, que se han convertido prácticamente en una sección de sucesos y cotilleo ampliadas). Antes, aún seguía alguna teleserie intranscendente, pero ahora me entretengo mucho más cotilleando lo que se cuece en la red.
Precisamente este fin de semana, en el suplemento semanal de El País, y con motivo de la concesión de los premios Planeta a ambos, Boris Izaguirre ejercía de sombra de Juan José Millás y, a raíz de un comentario de la mujer de éste, recordaban el lamentable suceso de la chica asesinada por su novio después de ir a un programa de televisión:
En uno de esos programas, Svetlana, una chica rusa, iba a protagonizar una reconciliación con su novio español que terminó en su asesinato en la trágica intimidad de su hogar. Lejos de ser retirado de la programación, el espacio vio su audiencia incrementarse en los días posteriores a la noticia. Millás se enciende contra la televisión. “Es intolerable porque ha creado un mundo intolerante, castigador, señalando permanentemente lo que califica de malo, oprobioso, o que no puede ser aceptado de ninguna manera, cuando al mostrarlo lo está convirtiendo en fuente de alimentación. Hipócrita, despiadada. La televisión no puede continuar volviendo freaks a todo lo que le da la gana. No somos normales, pero tampoco monstruos. Somos, escogemos. La televisión cada vez más nos impide escoger”. Millás me mira, su plato limpio, las manos sobre la mesa, su pulcritud es como la de un obispo o la de un estadista comprometido. “Con el premio has dicho que pasas a ser el escritor y no el hombre mediático. Aprovéchalo. Tú mismo lo dices, la televisión te escoge a ti, nunca al revés. Aprovecha tu tique de salida”.
Supongo que con esto de la blogosfera he tomado el tique de salida de los programas televisivos. Y no siento ni nostalgia ni ganas de volver.
Crédito de la imagen: www.flickr.com/photos/92518741@N00/24771587