25 junio 2006

Lágrimas de cocodrilo

No me gusta la actitud quejicosa de muchos compañeros que andan día tras días enjugando sus mocos en pañizuelos kilométricos, añorando tiempos pasados, acusando a padres, sistemas educativos, niños, televisiones, consolas... De algo hay que hablar, ya lo sé, pero basta ya de victimismo, que no dejamos de ser seres privilegiados que con el contacto diario con los más jóvenes siempre tenemos algo que aprender. Y viene esto a colación de una 'Carta al director' que aparecía hoy en 'El País':

¡Vale la pena!
Federico Gómez Pardo - Girona
25-06-2006
Éste ha sido mi último curso. Me acabo de jubilar después de cerca de 40 años dedicado a la enseñanza. A pesar de la poca consideración que mi profesión ha tenido, económica y socialmente, acabo con la misma ilusión con la que comencé. E igualmente convencido de la trascendencia de la tarea de educar. Sólo me duele un poco el comprobar la menor eficacia que ésta ha tenido estos últimos años. ¿Cuáles han sido las causas? Ni la mentalidad hedonista que abomina de cualquier tipo de sacrificio, ni la permisividad de los padres que satisfacen todos los caprichos de los hijos, ni los planes de estudios que se fundamentan en una visión lúdica de la educación, ni las políticas educativas con pretensiones de progresismo que priman el uniformismo sobre la búsqueda de la excelencia, han favorecido en absoluto la cultura del esfuerzo, imprescindible en cualquier proceso personal de mejora como es la educación.
Pienso que personalmente he hecho todo lo que he podido, aunque quizá los resultados no se vean demasiado a corto plazo. Lo mismo que otros muchísimos educadores. Espero que los que vengan detrás luchen por superar estas dificultades y no se desanimen, pues a pesar de todos los pesares, ¡ha valido y continúa valiendo la pena!


Yo también pienso que vale la pena, aunque apenas podamos quejarnos con la boca chica.

2 comentarios:

Mer FM dijo...

Preciosa carta. Y muy cierta.

A mí mucha gente me pregunta hoy, porque dado que defendí la tesis en enero, todos dan por hecho que estoy peleando por una plaza en la universidad y no entienden por qué me he puesto a estudiar oposiciones. Como tengo mil razones, me salen mil respuestas diferentes según el día. Pero quizá una de las más importantes es que estoy harta de quejas. Sé que el entorno es difícil, más que cuando yo misma era adolescente, pero quiero hacer algo, por poco que sea. Odio tener que lamentar la incultura de los jóvenes, su falta de modales y de valores. Y por ello me siento obligada a hacer mi pequeña contribución. Quiero educar, y, tal vez, influir aunque sea un poco en un chaval, solo uno, y ya con eso me sentiré satisfecha.
Un saludo.

Toni Solano dijo...

Quejarse a todas horas suele ser indicio de incompetencia. No negaré que muchas cosas necesitan un cambio profundo en la enseñanza secundaria, pero me molesta que quienes más se quejan son los que menos hacen.
Un saludo y gracias.