Revisando mis etiquetas, he descubierto lo poco que escribo de literatura. Dedico muchas notas a la lectura en las que defiendo casi con uñas las novelas juveniles frente a la gran literatura, y quizá esta postura da una imagen distorsionada de mí. Porque mi especialidad siempre fue la literatura y mi tesis inacabada versaba sobre pliegos sueltos de los Siglos de Oro. Así que, casi siempre, he reservado para mí el título de profesor de literatura, más que el de profesor de lengua. Aunque ya sabéis que es cada día más difícil usar este oficio en la educación secundaria.Viene a cuento esta historia porque, trasteando por la red, me encontré con un buen amigo de la carrera que siguió vinculado a la enseñanza universitaria (ahora anda por el CSIC) y que es un experto en Max Aub. Javier Lluch, que es mi amigo, está presentando el epistolario Max Aub - Ignacio Soldevila (el gran crítico y referente inexcusable de la obra aubiana). Puedo hablar de nuestro primer contacto con Max Aub en el segundo año de carrera, cuando asistimos al 'Congreso Internacional Max Aub y el laberinto español'. Fue nuestro bautizo en el mundo académico y tanto Javier como yo quedamos subyugados por la vida y la obra de Max Aub hasta el punto de que fue el norte de nuestras carreras (en la suya lo sigue siendo). De aquella época datan mis lecturas de la serie 'El laberinto mágico' que incluye todas las novelas (y algunos cuentos) de la guerra civil agrupadas bajo el nombre de Campo abierto, Campo cerrado, Campo de sangre, etc. -aparte de la edición de su obra completa a cargo de la Biblioteca Valenciana, se pueden encontrar casi todas ellas en edición de bolsillo en Punto de lectura-.
A final de mis estudios, pude realizar algún trabajo relacionado con Max Aub, aunque ya encaminé mis pasos hacia los Siglos de Oro, pues en época de vacas flacas, las universidades deciden qué materias deben estudiarse (o lo que es lo mismo, qué proyectos tienen financiación).
Desde aquella época, he procurado almacenar información sobre Max Aub y, en la medida de lo posible, he seguido leyendo sus obras y su crítica. El curso que pasé en Segorbe me permitió formar parte del comité lector del Premio Internacional de Cuentos Max Aub, que convoca anualmente la Fundación Max Aub sita en esa ciudad (que tuvo el detalle de comprar el archivo del escritor).
Para aquellos que no conozcan la obra de Max Aub, no sabría qué recomendarles, pues su producción es inmensa (cuentan sus amigos del periodo del exilio que los editores, en cuanto lo veían aparecer con una nueva obra, lo llamaban 'Más Aún'). Tiene novelitas que lo vinculan al periodo deshumanizado, en la línea de Ortega y sus discípulos (una época en la que, posteriormente, ambientó La calle de Valverde y Vida de Luis Álvarez Petreña), pero la narrativa más jugosa es la que tiene como fondo la guerra civil, las ya citadas como 'Laberinto mágico', novelas que casi deberían ser de lectura obligada para nuestros bachilleres. Sus colecciones de cuentos también son magníficas. La editorial Alba hizo una selección en dos tomos: la político-histórica en Enero sin nombre, y la fantástica en Escribir lo que imagino. En los institutos se utilizan a menudo los microrrelatos de Crímenes ejemplares, de los que podéis encontrar varias ediciones. También escribió poesía; su obra más famosa es Diario de Djelfa. Se dedicó mucho al teatro -e incluso escribió un fingido discurso de acceso a la RAE con este asunto-, con la mala fortuna de no poder estrenarlo apenas en vida (tuve la suerte de asistir al montaje de San Juan, de Juan Carlos Pérez de la Fuente en Valencia en 1998). Y más sonada fue la broma de Jusep Torres Campalans, la falsa biografía de un pintor cubista que muchos críticos dieron por veraz hasta el punto de dedicar espacio en sus galerías a dibujos pintados por el propio Aub y su familia.Pero las lecturas que más me han impactado de Max Aub son sus Diarios (editados en parte por Alba) y La gallina ciega (Alba), esa crónica de un viaje de vuelta que no de retorno a España en las postrimerías del franquismo. Son estremecedores los fragmentos lúcidos y desgarrados de un español de adopción que sentía su tierra y sus gentes más allá de todos los dolores que le habían provocado.
Y como homenaje final, y ante mi constante deambular por tierras de España, he hecho mía aquella frase suya: "Se es de donde se hace el bachillerato".
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