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20 mayo 2025

La península de las casas vacías contra el olvido


No sé por dónde empezar. Soy lector compulsivo, incluso en estos últimos años en los que apenas tengo tiempo de leer, por trabajo o por cansancio, cosas ambas atribuibles a la edad y la falta de disciplina a la hora de perder horas en tonterías. Leo mucho y muy desordenado, lo que me hace olvidar a veces lo que he leído. Quizá por eso reconozco una buena novela cuando me da una patada en el estómago y deja esa sensación que presagia un dolor o un placer duraderos. Recuerdo que en mis años universitarios me sucedió con algunos clásicos, pero también con novelas contemporáneas como Juegos de la edad tardía, de Landero o Las ciudades invisibles, de Calvino, entre otras. 



La península de las casas vacías, de David Uclés, es la novela que me gustaría haber escrito. Eso no tiene demasiada importancia, siendo como soy un insignificante lector. Sin embargo, creo que sería también la novela que escribiría hoy Max Aub, si se alzase de su tumba y viese, con mayor estupor si cabe, la España que describió en La gallina ciega. Creo que Aub sería capaz de escribir algo parecido si uniese la magia de su prosa casi novecentista de, por ejemplo, Fábula verde, con la fantasía de relatos como La gabardina, con el sarcasmo de sus Crímenes ejemplares y con la observación de personajes de La calle de Valverde. Pero el Aub que afloraría en paralelo a la novela de Uclés sería el del autor del Laberinto mágico, la saga de novelas sobre la guerra civil de la que inevitablemente se han de acordar los lectores de esta novela que bucea en el horror de aquellos años. Los lectores de Aub pasearán por los campos de esta península de casas vacías como lo hicieron por los otros Campos, el abierto y el cerrado, el del Moro y el de los almendros, aunque en esta ocasión la realidad objetiva se verá deformada por los espejos de ese realismo mágico, heredado más de Valle-Inclán que de García Márquez. 

Esta novela de David Uclés es un regalo para los buenos lectores, para los que saben aprovechar las referencias históricas y culturales, para los amantes de la literatura, para los poetas, para los desengañados y los optimistas... Es un regalo por su prosa y por su técnica, por lo que se cuenta y por lo que se esconde. Es una novela de la que se aprovecha todo, hasta el narrador. Esta novela merece dedicarle la atención que hoy nos quitan otras distracciones, porque con ella nos reconciliamos (o no) con nuestra condición de españoles, productos de esa paradoja de querer serlo y no serlo a la vez. Si hubiese una Generación del 98 un siglo después, Uclés merecería formar parte de ella por indagar en el quién y el qué de España, una Iberia cainita y olvidadiza de la que no se puede huir. Como dice el narrador acerca de unos de sus personajes, "me daba pena que, en cuatro décadas, despertaran en una sociedad que, en lugar de tratar la guerra con una firme memoria histórica, firmará un pacto de silencio y dedicará únicamente un par de páginas en los libros de texto al conflicto." Decía Max Aub en 1972, tras su visita, que no regreso, a España: "España seguirá siendo lo que es, no lo que queramos que sea. Lúcida, orgullosa, ignorante y creyente en Dios y en todos los santos (algunos laicos) y con la suficiente dosis de anticlericalismo para mantener viva la Iglesia." Necesitamos más novelas como La península de las casas vacías para no olvidar de dónde venimos, para que no venza la ignorancia sobre la lucidez. 

20 febrero 2021

Sesquidécada: febrero 2006

Febrero de 2006 me pilló leyendo cuentos del certamen internacional Max Aub, lo que hace que esta sesquidécada sea más ligera que otras. En aquella época participaba en el comité de preselección, que elegía los relatos con mayor calidad para que pasasen a la siguiente fase. Con aquellas experiencias iba descubriendo lo difícil que es escribir y hacerlo bien. Había magníficas historias mal contadas y tramas anodinas presentadas con maestría. Aprendí mucho, aunque no creo que llegue a dedicarme nunca a escribir de manera profesional: me falta constancia y paciencia para ello (y quizá un tiempo que debería quitar de otros menesteres).

También en aquel lejano febrero empecé a leer Fortunata y Jacinta, de Pérez Galdós. Me pareció una novela brillante, en la línea de otras que ya había leído del autor. Impresiona la capacidad de Galdós de sumergir al lector en un Madrid lleno de matices y detalles; la habilidad al mostrar el contraste de los personajes y sus circunstancias; la riqueza de la prosa y la variedad de registros... Sé que no es una novela para leer con prisas, que necesita su ritmo y su tiempo, pero merece la pena dedicárselo en algún momento. Galdós es siempre un valor seguro.

24 febrero 2019

Sesquidécada: febrero 2004

Febrero es ese mes fugaz en el que uno sale de la vorágine del comienzo del año para meterse de lleno en la primavera. Es un mes de tránsito, de ubicarse bien en el curso académico para enfilar el tercer trimestre. En febrero de 2004 yo estaba haciendo eso mismo, no solo con el curso académico, sino con mi vida, tratando de enfilarla más allá de la precariedad y de los oficios errantes. Por eso mis lecturas de febrero son imprecisas y difusas.

Por un lado, tuve la suerte aquel mes de que me dejasen formar parte del jurado que preseleccionaba los relato del Premio internacional de cuentos Max Aub. Se trataba de formar parte de un comité lector que elegía los mejores aspirantes de una nómina bastante amplia y heterogénea. Fue una experiencia en la que participé en dos o tres ocasiones y que me sirvió para descubrir el envés de la literatura, ese otro lado de los que quieren triunfar y no llegan, bien por falta de calidad o bien por el azar de no ser entendidos en su momento.

La segunda lectura que rescato en esta sesquidécada es la "pseudonovela" La loca de la casa, de Rosa Montero, una novela que es más bien un ensayo sobre la fantasía y la literatura, sobre la vida y las pasiones, un alegato de la lectura como modo de crecer y de ser uno mismo. Es una obra interesante, quizá más como biografía de la experiencia lectora que como novela al uso. 
Como veis, febrero es también el mes de las sesquidécadas cortas, tránsito hacia la fantasía primaveral.

26 mayo 2015

Sesquidécada: mayo 2000

Esta nota en el blog es un poco especial, porque, además de recoger la lecturas de hace quince años, coincide con el aniversario de este blog, que hoy cumple nueve añazos. Seguro que hay más motivos para andar de celebración, pero me conformo con la alegría de poder compartir con vosotros durante tanto tiempo lecturas y escritura.
La sesquidécada de mayo de 2000 viene con tres novelas como protagonistas, lo que quizá sea una invitación al goce de leer en el periodo estival que se acerca. Además, sus autores son ya una referencia inexcusable en el panorama literario de tres periodos bastante diferentes, por lo que siempre es agradable escribir sobre ellos.

Siguiendo el orden cronológico, la primera novela es Campo del moro, de Max Aub, uno de mis autores de cabecera como bien sabéis. Se trata de la quinta novela del Laberinto Mágico, un friso narrativo imprescindible para entender la historia de España entre 1936 y 1939. En mi opinión, esta novela, junto con Campo de los almendros, es una de las más trágicas de esta serie ambientada en la Guerra Civil. Despojada de toda retórica, la novela avanza con agilidad gracias a los magníficos diálogos de los personajes, que representan las distintas ideologías y facciones en liza. No salen bien parados ni los de un bando ni los del otro, y el horror vence siempre a la dialéctica. Evidentemente, se trata de una novela recomendada para amantes de la historia y la buena literatura.


El segundo protagonista es Eduardo Mendoza, en esta ocasión con una obra menor: Una comedia ligera. Como su nombre parece indicar, se trata de una novela sin pretensiones, con el telón de fondo de una obra teatral en la que los protagonistas se ven enredados en medio de un crimen. Mendoza es un gran narrador y se puede permitir aquí los juegos metaliterarios sin necesidad de mostrarse virtuoso o con ínfulas de maestría. Es una novela para entretenerse y para descubrir los encantos y la levedad de la burguesía. Por supuesto, prefiero al Mendoza de La verdad sobre el caso Savolta, pero también es cierto que a veces se necesita leer por leer, y esta es una buena ocasión.


Algo parecido ocurre con la tercera novela, Últimas noticias del paraíso, de Clara Sánchez, una autora de la que no he vuelto a leer nada, pero que en su día me pareció interesante. En esta obra, se cuentan las aventuras y reflexiones de un adolescente en una de esas urbanizaciones impersonales que empezaron a crecer a principios de este siglo y que ahora consideramos tan propias de nuestra idiosincrasia. Recuerdo que en aquella época resultaba casi exótico ese mundo tan desangelado que se articulaba alrededor de un centro comercial, a imagen y semejanza de las urbes norteamericanas. Durante mucho tiempo, esta novela formó parte de mis recomendaciones para los bachilleres y alguna de ellos llegó a publicar su reseña personal.

Una vez más, gracias a Gorka podemos disfrutar de esta sesquidécada en forma de tertulia del programa El Recreo (a partir del minuto 33,15), que en su décima edición, lleva como invitada a la grandísima María Barceló hablando del EABE. Un placer compartirlo con vosotros.

14 marzo 2014

Max Aub: el paradigma del exilio


Entre estación y estación de este viaje subterráneo del Metro-Barco del Exilio me detengo en un autor por el que siento especial devoción: Max Aub. Ya he dedicado en el blog varias sesquidécadas a sus obras y también ha tenido su nota en exclusiva. En este viaje por el exilio, recordar a Max Aub es un acto de justicia, aunque solo sea por el inmerecido olvido al que fue sometido en vida. Doble o triplemente exiliado, Max Aub es capaz de contar como nadie el drama humano que acompañó a los vencidos de la guerra civil, una ironía del destino esa que le hizo sufrir precisamente por una patria adoptiva que sintió como propia más que muchos de sus contemporáneos.
Esta parada momentánea del metro del exilio, me ha permitido seleccionar cinco de sus obras, cada una representativa de un género y todas relacionadas con el exilio. Comienzo recomendando Campo francés, la última novela -por cronología histórica, no por publicación- del Laberinto mágico, que narra en forma de novela dialogada las peripecias de un grupo de exiliados españoles en un campo de concentración francés. La viveza del diálogo y la desmitificación de algunos estereotipos acerca de los "republicanos" o del papel del gobierno francés en la posguerra son aliciente suficiente para que merezca lugar en este recordatorio.
Dentro del relato breve, son numerosos los cuentos relacionados con el exilio, casi todos en tono dramático, pero voy a destacar uno muy distinto porque emplea el humor como antídoto del horror histórico. Se trata de "La verdadera historia de la muerte de Francisco Franco", un relato ambientado en un bar de México cuyo camarero está bastante harto de escuchar a los refugiados españoles contar batallitas de España. 
En el género memorialístico, imprescindible la lectura de La gallina ciega, un conjunto de reflexiones sobre el exilio en particular y sobre la vida y la literatura en general. Sobre este libro dijo Aub: "Lo malo es que este libro no se venderá en España, y cuando pueda circular libremente nadie sabrá de qué estoy hablando. Lo más imbécil: clamar en el desierto. Ser inútil".
En poesía, el Diario de Djelfa, escrito en su reclusión en diversas cárceles y en los campos de Vernet y Djelfa, aporta la visión amarga del destierro: "Ay viento, si yo muero / lleva mi polvo / más allá del Estrecho!"
Por último, destaco dentro de su producción teatral la tragedia San Juan, una alegoría de todos los destierros y exilios. El "San Juan", ese buque lleno de judíos que vaga por el Mediterráneo sin que ningún puerto lo quiera acoger, es la historia de nuestros pueblos, de lo que somos y de lo que no queremos ver. El San Juan, el Stanbrook, las barcazas de Lampedusa, las pateras del estrecho... barcos del exilio siempre navegando. 

22 julio 2013

Sesquidécada: julio 1998

En esta sesquidécada que recuerda algunas de mis lecturas de julio de 1998 habrá dos menciones muy breves y un largo extracto reseña. Cada cual que aproveche según sus intereses veraniegos.

En los confines del mundo es una antología de relatos de Lord Dunsany, un autor que redirigió la ficción fantástica hacia terrenos que supieron abrir otros genios como Lovecraft. Algunos de sus cuentos se pueden leer en la red.


Raymond Queneau es más conocido por sus Ejercicios de estilo que por sus novelas, aunque recomiendo la lectura de Zazie en el metro (acompañada si se quiere por su versión cinematográfica), una delirante ficción de una niña que quiere conocer el metro de París justamente un día en el que sus trabajadores están en huelga. Para los curiosos, Queneau  participó también en la Sociedad Matemática de Francia y fue fundador de OuLiPo, el taller de literatura potencial en que tantos experimentos literarios se cocinaron en los años 60 y 70.



Finalmente, vuelvo a mi venerado Max Aub, cuyos Diarios pude leer con fruición durante aquel verano. Creo que la edición de Manuel Aznar en Alba editorial está ya descatalogada, por lo que debe ser difícil encontrar una edición en la actualidad. Por ello, me he animado a recoger algunos extractos que tienen especial valor para mí. Espero que os gusten. Y recordad: "La certeza es la fe; la duda, la literatura".



  • 17 de enero de 1941


Ha habido dos pueblos elegidos: el judío y el español. Ambos han querido imponer su religión al mundo. Ambos lo han esperado todo del milagro - y en el fondo sus sentimientos lo esperan todavía-. Prodigiosa esperanza... De eso morimos matando.

  • 3 de febrero de 1941

La certeza es la fe; la duda, la literatura.

  • 14 de mayo de 1941

Crisis de la moral en sí. La gente traiciona no por servir un ideal o por propio provecho (Fouché, Danton) sino por abandono total de toda dignidad. Porque la traición ha llegado a ser una cosa natural. La gente no tiene adónde agarrarse porque todos los adversarios tienen como medios los exclusivamente utilitarios. Proclaman que los medios no le hacen, que lo que se busca es el fn, que una vez éste conseguido ya dignificaremos los medios. ¡Como si hubiera un fin en la historia!

  • 11 de enero de 1945

La gente ha dejado de leer novelas en la proporción de los periódicos y revistas que ve. Prefiere la aportación a granel, sin que haga trabajo de selección. Se debe en parte a que la “ficción” se huele a falso, sin darse cuenta de que la “información” lo es tanto o más.

  • 22 de enero de 1945

Decimos: habiendo tanto que decir, tanto que, por mucho que hagamos, siempre quedarán casos que poner en relieve, ¿para qué inventar? Creo que no tengo derecho a callar lo que vi para escribir lo que imagino.

  • 17 de marzo de 1948

¿Quién habla estos días de Franco? Grajo feliz con la peste de los demás. El fascimo se nutre de cadáveres o de su olor. (...) No hay nada más espectacular que la muerte.

  • 28 de abril de 1950

Es curioso: ahora hace poco más o menos once años que salió uno de España, donde estáis enterrados: tú, Federico [García Lorca]; tú, Miguel [Hernández]. Es curioso: once años, y por persona decente.
Es decir, que si uno fuese un desvergonzado, un cínico, un deshonrat -que dicen por mi tierra-, o un rico -esto último con ciertas limitaciones-, entonces sí hubiese podido pisar esa tierra donde estáis enterrados de mala manera. Qué tiempos, ¿no?

  • 24 de marzo de 1951

Creo que la literatura tiene algo más que hacer que divertir: debe tener razón. Creo que la literatura tiene algo más que hacer que ser bonita: debe tener razón. Debe tener razón en todos los sentidos de la frase. No quiero creer que nada existe porque sí: la belleza menos que nada, ni la calidad.

  • 15 de octubre de 1951

Escribo por no olvidarme.

  • 1 de marzo de 1952

¿Qué queréis, que se dobleguen o callen todos a vuestro albedrío? Pues yo no. Salí de España por no callar -porque ésa es mi manera de combatir, porque mi profesión es la de escritor- y no callaré mi verdad.

  • 5 de abril de 1952

No admitiré nunca, creyendo como creo en el progreso, que se sacrifique la libertad en pro de un porvenir que sé no será más que un eslabón de un estadio futuro que, a su vez, será también la base de otro. Hay que retener siempre lo bueno -lo agradable, lo hermoso- y desechar lo malo -lo desagradable, lo feo-; y lo bueno y lo malo tal como lo juzgue cada uno. (...)
Todos los novelistas son ateos. Ya el arte en sí, por lo que tiene de creación, y contrario a la idea de Dios.
Toda religión es enemiga del arte.

  • 22 de noviembre de 1953

Nunca han estado tan distantes los puntos de vista del poeta y del político. La dictadura que hoy impera en la mayor parte de estados del mundo sólo permite la expresión que le conviene y ésta es, por ende, mediocre. Sólo los exiliados pueden permitirse el lujo -lo es- de escribir algo valedero, en espera de que, al prolongarse las dictaduras, sus voces se vayan extendiendo por consunción.

  • 25 de marzo de 1954

Queda la policía, mi odio hacia ella, la seguridad de que su prevalencia sobre el mundo de hoy nos lleva a una época oscura.

  • 20 de marzo de 1966

Ahora ha pasado demasiado tiempo -para mí-, no me tendrán que recordar sino descubrir. Y en España no se descubre a ningún escritor: sólo se olvida. Y a mí, ni eso: con  razón. Lo anterior valía muy poco, lo demás lo desconocían.
¡A las historias de la literatura!, que son una especie de recogedores de basura, clasificada para aprobar una asignatura de bachillerato.

  • 19 de mayo de 1972

España seguirá siendo lo que es, no lo que queramos que sea. Lucida, orgullosa, ignorante y creyente en Dios y en todos los santos (algunos laicos) y con la suficiente dosis de anticlericalismo para mantener viva la Iglesia.

  • 23 de mayo de 1972

Vuelvo a repetirlo, no entiendo a todos esos moribundos que aspiran a ser enterrados aquí, a pesar de sus ideas. Mientras reine Franco, no morirme en España ni por casualidad. Cualquier otro lugar sería bueno.

26 febrero 2012

Sesquidécada: febrero 1997

Unos amigos lectores me comentaban el otro día que cada vez les cuesta más mantener la atención en esas lecturas morosas de la novela del XIX. No es fácil enfrentarse a capítulos de veinte o treinta páginas en los que no ocurre apenas nada, ni siquiera para nosotros que 'aprendimos' literatura con esos modelos (no digo ya para nuestros jóvenes de atención dispersa). Algunas de aquellas obras del canon universal parecen condenadas a la espera de un lector paciente que se atreva con ellas.
No sé si pasaría la prueba del lector paciente la primera obra de esta sesquidécada. Se trata de una novela río, nunca mejor dicho, pues es un río quien incluso le da nombre: El Don apacible. Ya hablé de ella con motivo de una serie de libros que reseñé bajo la etiqueta de "los raros y los largos". Esta novela de Mijail Shólojov cuenta el convulso periodo de la revolución rusa y los acontecimientos posteriores, tomando como referencia la tierra de los cosacos. Es, en cierta medida, una novela épica, pero también muy humana, con unos personajes sólidos y una trama que cautiva al lector. Tuve en su día el atrevimiento de analizar con detalle sus más de mil páginas y llegué a preparar un trabajo para la asignatura de novela contemporánea que impartía el profesor Joan Oleza. Recientemente han aparecido ediciones más manejables que la que se muestra en la imagen de esta nota, de modo que os animo a hincarle el diente a un auténtico novelón ruso.
Otra obra con la que quiero ilustrar estas lecturas de hace quince años es la doble recopilación de relatos de Max Aub, Cuentos ciertos y Ciertos cuentos. Algunos de esos relatos han sido reeditados en diversas ocasiones; bajo el título Enero sin nombre y Escribir lo que imagino, la editorial Alba recopiló los cuentos relacionados con la guerra civil y los relatos más o menos fantásticos, respectivamente.
Como todo en esta vida parece confluir misteriosamente en círculos que nos devuelven una y otra vez a los mismos lugares, la relectura de Aub, un clásico de este blog, me ha llevado a recordar El manuscrito cuervo, un supuesto relato del cuervo Jacobo en el que se cuenta la visión del mundo humano a partir de la observación de los presos del campo de concentración de Vernet, en el que estuvo el propio Aub. No he encontrado versión digital, así que os dejo un par de citas:
"Los hombres hacen lo que no quieren. Para lograr este fin, tan absurdo a nuestras luces, inventaron quien les mande (...). Los que más mandan tampoco hacen exactamente lo que quieren, porque siempre dependen de una fuerza inventada por ellos, la Burocracia. La Mentira y la Burocracia son los dioses de los externos."
"Llega su aberración a tal grado que, no contentos con huir personalmente de la ociosidad, los hay que hacen trabajar a los demás. Llaman a eso negocio. Desde luego los negociantes son la casta humana más despreciable. Tal enfermedad ha llevado a esta desdichada humanidad a creer que hay que ganar algo para comer".
Esta lectura me hizo recordar un relato que preparé hace unos años mientras participaba como jurado en la preselección de cuentos del certamen internacional organizado por la Fundación Max Aub de Segorbe. En mi historia, tomo como modelo el relato de Max Aub y algunos de sus leit-motive. Como decía, a modo de cierre del círculo, el pasado jueves intervine en Radio Purpos/ed [Es], invitado por Gorka Fernández, de Tres Tizas, para hablar de la #primaveravalenciana; en el mismo programa, Felix Ramos, presidente del foro por la memoria de Huelva, mencionaba la satisfacción que supone para las familias la recuperación de los restos de represaliados enterrados en miles de fosas anónimas. Creo que era justo sacar a la luz, junto con el programa de radio, aquel relato perdido en un disco duro. Espero que os gusten ambos testimonios.


Manuscrito perro

23 octubre 2011

Sesquidécada: octubre 1996

Octubre de 1996. Me encuentro de nuevo picoteando en mundos de lecturas diversas: los viajes de Colón contados -supuestamente- por él mismo; el Diario del Nautilus, una recopilación de artículos de Muñoz Molina; las elegías de Bierville, de Carles Riba... Una vez más debo escoger para que estas sesquidécadas no se conviertan en listas interminables.
Primera elección: Vida y obra de Luis Álvarez Petreña, de Max Aub. Mi debilidad por este autor es ya conocida por quienes pasáis por aquí. No es esta una de sus mejores novelas, pero tiene dos detalles que la hacen interesante para los aficionados a la literatura. En primer lugar, se fue construyendo a tramos, con invenciones y añadidos a lo largo del tiempo, lo que la convierten en una auténtica obra en progreso. En segundo lugar, el elemento metaliterario y la deliberada confusión entre realidad y ficción la hacen más moderna de lo que parece. De hecho, junto con Jusep Torres Campalans, otra biografía ficticia del autor, conforman un volumen recientemente editado por RBA: Dos vidas imaginarias. Es buena ocasión para disfrutar de los engaños de Aub.
Segunda elección: Madame Bovary, de Gustave Flaubert. Poco puedo decir de esta obra, fundamental dentro del canon de la novela occidental. Recuerdo que la leí para compararla con La Regenta de Clarín -aunque en aquellos días estaba leyendo Su único hijo- y para constatar esa fijación de los autores decimonónicos con el adulterio femenino (trasunto de la propia burguesía, esa dama casquivana acosada por la aristocracia y el proletariado que renuncia a su lugar natural para darse a la fuga con su ideología liberal). Como alguna vez ha apuntado Joselu -otro gran fingidor literario-, no sé si estas novelas del XIX tendrán lectores en esta época de modernidad líquida. En todo caso, otros vendrán que volverán a darles vida, sin duda.
Tercera elección: Els treballs perduts, de Joan Francesc Mira. Esta novela supone una adaptación de los doce trabajos de Hércules a la vida cotidiana de un personaje en la Valencia de los años 80. Más allá de la divertida recreación mitológica en clave urbana, esta lectura me llevó a mi primera intervención pública en valenciano. A pesar de ser castellanohablante y de hacer filología española, en segundo curso de carrera decidí apuntarme a la línea en valenciano, pensando que sería la única manera de lanzarme a hablar en valenciano. Con la reseña de Els treballs perduts me estrené y superé esos miedos a lenguas ajenas que asaltan a todo el mundo alguna vez y que hay que vencer, sobre todo si eres filólogo, pues en eso consiste tu oficio, en amar las lenguas, por encima de patriotismos, por encima de fronteras.

22 julio 2011

Sesquidécada: julio 1996

En esta sesquidécada, correspondiente al mes de julio de 1996, aparecen dos autores que tienen el exilio como punto en común. El primero es José María Blanco White, un escritor poco conocido pero que merece la pena leer por su visión crítica de España. Sus Cartas de España entroncan con el género del ensayo en forma epistolar, un recurso empleado por autores como Voltaire o Cadalso. Alguna vez he mencionado que me gusta leer la visión que tienen los extranjeros de nosotros y, en este caso, la mirada de Blanco White resulta suficientemente extrañadora como para provocar esa reflexión acerca de cómo somos y cómo nos ven los demás. Y, aunque hayan transcurrido dos siglos, seguimos sufriendo bastantes tópicos del pasado (algunos sin duda merecidos).
El segundo autor ya ha aparecido en este blog en ocasiones anteriores. Se trata de Max Aub, exiliado e hijo de exiliado, nacido en París, pero siempre manifiestamente español, porque decía que uno es de donde hace el bachillerato y él lo hizo en Valencia. 
Hace quince años leí La gallina ciega, una reflexión amarga sobre la visita de Max Aub a España poco antes de morir. Hojeo ahora aquel libro, un ejemplar dedicado por Manuel Aznar, responsable de la edición crítica de Alba (cito por la 1ª edición de 1995), y encuentro una nota mía del día de su lectura: "A los 60 años de aquel funesto día que tanto nos hizo sufrir". Hoy recupero algunos fragmentos con el sabor amargo que produce ver lo poco que hemos cambiado a pesar de creernos tan modernos. Os dejo algunas citas:

Me hubiese gustado escribir y publicar estas páginas en España. No puede ser (…) Podría vivir callado en una agradable casa española, comer y beber según los permisos de los facultativos. ¿Para qué entonces? (p.99)

Lo malo es que este libro no se venderá en España, y cuando pueda circular libremente nadie sabrá de qué estoy hablando. Lo más imbécil: clamar en el desierto. Ser inútil. (p.180)

Desde que llegué me di cuenta de que aquí, en general, a nadie le importa un comino como no sea vivir en paz y de la mejor manera posible.(...) Nadie se queja ni se puede quejar. (…) ¿Que no se enteran de lo que sucede en el mundo? ¿Qué les importa? Todos envidian su santa tranquilidad, su sol, su aire, su arroz, sus gambas, sus mejillones, sus centollos, sus percebes, sus pollos, sus merluzas, sus carnes, sus mujeres. ¿Dónde se construye más? ¿Dónde acuden más turistas extranjeros?
Dan ganas de contestar: -¡Váyanse ustedes a la mierda! (p.221)

La gente se ha acostumbrado. Con el tiempo transcurrido las injusticias han dejado de serlo, se han convertido en costumbre. Y no iba a ser ahora, ahora en que se empieza -desde hace pocos años- a vivir mejor, cuando se echarían a la calle.
-Los estudiantes... (p.319)

Regresé y me voy. En ningún momento tuve la sensación de formar parte de este nuevo país que ha usurpado su lugar al que estuvo aquí antes; no que le haya heredado. (p.596)

España está mal. Ya se le pasará. No hay razón en contra, ni en pro; pero si basta para la Historia, para mí, no.
¿Quién dijo que ya no había Pirineos? ¡Que vuele de día de Francia a España, o al revés, y conteste! De noche, claro, es otra cosa. (p.602)

18 julio 2010

Sesquidécada: julio 1995

Si la sesquidécada anterior resultó un tanto frugal, para la de julio de 1995 me ha costado seleccionar únicamente tres lecturas entre nueve títulos bastante interesantes todos ellos. El primer seleccionado es Max Aub, un autor muy querido en este blog. Una de las recopilaciones más interesantes de sus relatos tiene como telón de fondo la guerra civil; se trata de Enero sin nombre, editada por Javier Quiñones. Los cuentos se agrupan en tres partes: La guerra, los campos de concentración y el exilio. Todos ellos son de una calidad literaria e histórica indiscutible y contribuyen a que no se olvide lo que tantos quieren enterrar (*). Algunos de esos relatos son muy conocidos, pero quizá el que más me divirtió con su humor negro fue "La verdadera historia de la muerte de Francisco Franco", evidentemente prohibido durante años en España junto a buena parte de la obra de Aub.
El segundo seleccionado es Juan Carlos Onetti, con El astillero, una novela difícil en la que el lector tiene la impresión de que todo se derrumba a su alrededor. Los personajes de Onetti (y su mundo de Santa María) rezuman desolación y ruina, aunque parece que siempre haya dentro un rescoldo de pasión o de humanidad teñida de nostalgia.
Y, para cambiar de registro, un ensayo de Marvin Harris, Bueno para comer, en el que explora los tópicos y las verdades de las costumbres alimenticias más extrañas del mundo, aunque ya sabemos que no debemos considerar únicamente extraño lo ajeno, pues lo propio, a menudo, es como para echar a correr. El librito de Harris es una lectura más que recomendable para superar prejuicios culinarios y culturales. Buen apetito.

(*) Mi compañero de instituto, Fernando Peña, ha publicado un libro estremecedor: El precio de la derrota. La ley de responsabilidades políticas en Castellón, 1939-1945. En él se da cuenta de algunos procesos llevados a cabo al amparo de dicha ley, que tenía como base la venganza y la humillación de todos aquellos que votaron al Frente Popular (así aparece textualmente, excluyendo a quienes votaron a las derechas): vamos, un total de cinco millones de sospechosos, más sus familias, herederas del oprobio aunque el acusado ya en su día hubiese sido depurado o fusilado. Impresiona descubrir cómo un régimen establece toda una maquinaria "legal" de castigo civil sobre un delito que no existía en el momento de cometerse (nullum crimen sine lege) y que permitió la delación, el ajuste de cuentas, el embargo de bienes, el destierro, etc., sin más base que los testimonios de los vencedores. Un libro que, sin entrar en la valoración moral o política, muestra la perversión de ciertas personas que nunca han pagado (ni pagarán ya) las injusticias cometidas a sabiendas. Un libro que parece la trastienda legal de muchos de esos relatos de Max Aub arriba citados.

18 febrero 2010

Sesquidécada: febrero 1995

Para esta sesquidécada he sacrificado algunas joyas como El hombre que fue jueves, de Chesterton o el Libro del Buen Amor, del Arcipreste de Hita. Las he dejado al margen para cederle todo el espacio a un autor al que estimo de una manera especial. Se trata de Max Aub, tal vez uno de los mejores escritores hispánicos del siglo XX. Su vida es una auténtica delicia para quienes gustan de las biografías: Hijo de un exiliado alemán y una francesa, nace en París y tiene que huir a España en las convulsas persecuciones tras la Primera Guerra Mundial. Siempre se manifestó español, porque decía que uno es de donde hace el bachillerato y él lo hizo en Valencia.
Sus primeras obras están ligadas a las vanguardias y a los postulados de la Revista de Occidente; sin embargo, muy pronto, las circunstancias políticas marcarían una vez más su vida y su obra. Vehemente defensor de las libertades y del gobierno legalmente constituido (fue quien encargó el Guernica), sufrió tras la guerra civil un segundo exilio, lleno de penurias, en el campo de concentración francés de Vernet y en el argelino de Djelfa. Finalmente, pudo huir a México, donde publicó la mayor parte de su obra y donde moriría con el convencimiento de que no habría de volver a su país adoptivo mientras no cayese el dictador.
Las novelas más conocidas de Max Aub se agrupan en la serie el Laberinto Mágico (Campo abierto, Campo cerrado, Campo de sangre, Campo del moro, Campo de los almendros y Campo francés). En la línea vanguardista, llama la atención el experimento de Jusep Torres Campalans, ficticia biografía de un pintor, amigo de Picasso, de quien llegó a montar una exposición de cuadros con la que engañó a la crítica del momento. No me voy a detener en reseñar su extensa obra, que incluye obras de teatro, poemarios, ensayos, microrrelatos (inevitables los Crímenes ejemplares), etc.
Allá por febrero de 1995, los quince años que marcan esta sesquidécada, ya me había enganchado a Max Aub. Como he contado en alguna ocasión, la Universidad de Valencia celebró un congreso y se comenzó a rescatar la memoria aubiana. La editorial Alba recuperó a la sazón algunos libros descatalogados, como La gallina ciega, una reflexión amarga sobre la visita de Max Aub a España poco antes de morir; publicaron también una edición de sus Diarios, y dos antologías de relatos: Enero sin nombre, con cuentos sobre la guerra, y Escribir lo que imagino, con una temática menos realista. Concretamente, leía yo en aquellos días esta última recopilación de relatos, Escribir lo que imagino, un libro que se ha mantenido en mi lista de recomendados a lo largo de los años. Algunos de esos cuentos se pueden encontrar en la red, por ejemplo, La gabardina.
Hace tiempo que me desligué de la investigación universitaria, pero tengo buenos amigos que siguen en la brecha. Uno de ellos, Javier Lluch (también citado en otra ocasión), a través de interesantes artículos y de su participación en la edición de las obras completas de Aub, se ocupa de mantener viva la memoria de este escritor, que sin ser español de nacimiento, sufrió España con mayor intensidad que muchos de los que se definen como patriotas. Por eso, y por su calidad literaria, merecía este recuerdo en exclusiva.

22 septiembre 2008

Ignacio Soldevila

Ha muerto Ignacio Soldevila. Era hispanista y casi un desconocido, pues se prodigaba poco en los cenáculos críticos, vencido más por su modestia que por la calidad de su obra, inmensa, exhaustiva y rigurosa. Parece que fue ayer (¡qué frases más tópicas a ciertas edades!) cuando lo conocí y le pedí que me firmase su libro sobre la obra narrativa de Max Aub, un estudio que ha sido durante muchos años referente fundamental para el conocimiento de nuestro escritor exiliado, y han pasado ya quince años. Lo recuerdo vivamente en el transcurso del "I Congreso Internacional Max Aub y el laberinto español", en la Universidad de Valencia, en la Fundación Max Aub de Segorbe. Mi amigo Javi Lluch y yo, a la sazón cándidos estudiantes de 2º de Filología, le manifestábamos nuestra admiración por su trabajo, y él, modesto y casi avergonzado, nos animaba para que fuésemos el relevo generacional en la recuperación de Max Aub y su obra. Mis pasos se han encaminado hacia otros derroteros, pero Javi Lluch ha cumplido con aquel compromiso y se ha convertido en un digno sucesor de Ignacio Soldevila, investigador inagotable sobre Max Aub y su época. Me decía hoy Javi que acabaron siendo más que colegas y que su muerte nos priva de un auténtico humanista; también para él han resucitado aquellos recuerdos tan lejanos y cercanos a la vez.
Y también los dos nos hemos acordado de un cuentecillo que escribí por aquellos días. En el relato especulaba con una hipotética caída de Javi, después de una opípara comida en Segorbe, en la que arrastraba a Ignacio y a ciertos catedráticos universitarios que organizaban el congreso; a raíz de ello, a mi amigo lo desterraban a Italia. Uno de los personajes, precisamente el que vuela hasta Québec al principio, era Ignacio Soldevila. Ahora ha llegado a su destino y quedamos nosotros aquí, de verdad, desterrados de los años pasados.

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28 abril 2008

Un quijote en Teherán I

Quienes escriben suelen tener ante sí una doble posibilidad: escribir sobre algo o escribir sobre el acto de escribir. La primera opción ha dado lugar a la mayor parte de la literatura que conocemos; pero la segunda también ha dado como fruto un buen número de obras que llamamos metapoéticas o metaliterarias, al modo del famoso soneto de Lope.
Viene esto a cuento de mi siguiente nota, un artículo por encargo o por promesa, que requiere una justificación metapoética, aunque con esto de los blogs habría de llamarse función metabloguética.
Concurrí hace unos días a una llamada que lanzaba Rafael Robles desde su blog. Ofrecía su libro Leer El Quijote en Teherán a aquellos que estuviesen dispuestos a redactar reseñas constructivas sobre él. Conozco a Rafael Robles desde hace mucho tiempo, primero por sus participaciones en el foro Formespa y más tarde a través de sus blogs: Vida de profesor y rafaelrobles.com. De modo que me tentó su oferta y acepté participar en este singular encargo.
Recibí el libro en menos de una semana y prácticamente en un fin de semana me lo he liquidado. Incluso a mí me ha sorprendido una lectura tan expeditiva, sobre todo cuando se me acumulan un montón de libros por leer. Pero el libro de Rafael Robles tenía un atractivo especial, pues constituye para mí un género nuevo: el blog hecho libro.
Dice el propio autor en el prólogo de Leer El Quijote en Teherán: “Hay quien afirma que convertir en libro a un blog que haya contado con éxito en la blogosfera es apostar sobre seguro”, aunque muestra sus reservas por la falta de experiencias y datos concretos en ese género. También yo tenía mis reservas, pues creo que los blogs constituyen un género particular que precisan su propio canal. Convertirlos en libro supone crear un nuevo texto, del mismo modo que adaptamos novelas al cine. Pensaba incluso en mi blog llevado al papel, materia insostenible más allá de dos o tres páginas. Así que, amigo Rafael, la lectura de tus hazañas en Irán partían con ciertos recelos y prejuicios por mi parte.
Sin embargo, como ya he avanzado, la lectura de Leer El Quijote en Teherán ha supuesto un gran placer y me ha recordado que ya existían géneros literarios muy parecidos: los libros de viajes, las memorias, los diarios. En el fondo, un blog no deja de ser una bitácora, ese libro que reúne la memoria y el viaje, dos elementos presentes en todo lo que nos cuenta Rafael Robles. Concretamente, me ha recordado a La gallina ciega de Max Aub, un libro que publicó nuestro autor exiliado con motivo de su viaje a la España del agonizante franquismo. Aub, como Robles, parece hallarse en un mundo extraño, lleno de incongruencias y de malentendidos. Ambos autores retratan una sociedad muy alejada de sus convicciones pero hasta cierto punto sentida como propia. Y ambas realidades, a su vez, tan lejanas en el tiempo y el espacio, el Irán actual y la España de los años sesenta, presentan curiosos paralelismos y coincidencias (sobre todo en cuanto a la libertad de prensa, al papel social de la mujer, al folclorismo...). Supongo que Max Aub, grafómano impenitente, de no haber sido por su amor a la tipografía tradicional, hubiese escrito sobre España un blog muy parecido al de Rafael Robles.
En cuanto a lo que se cuenta en el libro y cómo se cuenta, tendréis que esperar a la próxima nota.

30 noviembre 2007

Max Aub

Revisando mis etiquetas, he descubierto lo poco que escribo de literatura. Dedico muchas notas a la lectura en las que defiendo casi con uñas las novelas juveniles frente a la gran literatura, y quizá esta postura da una imagen distorsionada de mí. Porque mi especialidad siempre fue la literatura y mi tesis inacabada versaba sobre pliegos sueltos de los Siglos de Oro. Así que, casi siempre, he reservado para mí el título de profesor de literatura, más que el de profesor de lengua. Aunque ya sabéis que es cada día más difícil usar este oficio en la educación secundaria.
Viene a cuento esta historia porque, trasteando por la red, me encontré con un buen amigo de la carrera que siguió vinculado a la enseñanza universitaria (ahora anda por el CSIC) y que es un experto en Max Aub. Javier Lluch, que es mi amigo, está presentando el epistolario Max Aub - Ignacio Soldevila (el gran crítico y referente inexcusable de la obra aubiana). Puedo hablar de nuestro primer contacto con Max Aub en el segundo año de carrera, cuando asistimos al 'Congreso Internacional Max Aub y el laberinto español'. Fue nuestro bautizo en el mundo académico y tanto Javier como yo quedamos subyugados por la vida y la obra de Max Aub hasta el punto de que fue el norte de nuestras carreras (en la suya lo sigue siendo). De aquella época datan mis lecturas de la serie 'El laberinto mágico' que incluye todas las novelas (y algunos cuentos) de la guerra civil agrupadas bajo el nombre de Campo abierto, Campo cerrado, Campo de sangre, etc. -aparte de la edición de su obra completa a cargo de la Biblioteca Valenciana, se pueden encontrar casi todas ellas en edición de bolsillo en Punto de lectura-.
A final de mis estudios, pude realizar algún trabajo relacionado con Max Aub, aunque ya encaminé mis pasos hacia los Siglos de Oro, pues en época de vacas flacas, las universidades deciden qué materias deben estudiarse (o lo que es lo mismo, qué proyectos tienen financiación).
Desde aquella época, he procurado almacenar información sobre Max Aub y, en la medida de lo posible, he seguido leyendo sus obras y su crítica. El curso que pasé en Segorbe me permitió formar parte del comité lector del Premio Internacional de Cuentos Max Aub, que convoca anualmente la Fundación Max Aub sita en esa ciudad (que tuvo el detalle de comprar el archivo del escritor).
Para aquellos que no conozcan la obra de Max Aub, no sabría qué recomendarles, pues su producción es inmensa (cuentan sus amigos del periodo del exilio que los editores, en cuanto lo veían aparecer con una nueva obra, lo llamaban 'Más Aún'). Tiene novelitas que lo vinculan al periodo deshumanizado, en la línea de Ortega y sus discípulos (una época en la que, posteriormente, ambientó La calle de Valverde y Vida de Luis Álvarez Petreña), pero la narrativa más jugosa es la que tiene como fondo la guerra civil, las ya citadas como 'Laberinto mágico', novelas que casi deberían ser de lectura obligada para nuestros bachilleres. Sus colecciones de cuentos también son magníficas. La editorial Alba hizo una selección en dos tomos: la político-histórica en Enero sin nombre, y la fantástica en Escribir lo que imagino. En los institutos se utilizan a menudo los microrrelatos de Crímenes ejemplares, de los que podéis encontrar varias ediciones. También escribió poesía; su obra más famosa es Diario de Djelfa. Se dedicó mucho al teatro -e incluso escribió un fingido discurso de acceso a la RAE con este asunto-, con la mala fortuna de no poder estrenarlo apenas en vida (tuve la suerte de asistir al montaje de San Juan, de Juan Carlos Pérez de la Fuente en Valencia en 1998). Y más sonada fue la broma de Jusep Torres Campalans, la falsa biografía de un pintor cubista que muchos críticos dieron por veraz hasta el punto de dedicar espacio en sus galerías a dibujos pintados por el propio Aub y su familia.
Pero las lecturas que más me han impactado de Max Aub son sus Diarios (editados en parte por Alba) y La gallina ciega (Alba), esa crónica de un viaje de vuelta que no de retorno a España en las postrimerías del franquismo. Son estremecedores los fragmentos lúcidos y desgarrados de un español de adopción que sentía su tierra y sus gentes más allá de todos los dolores que le habían provocado.
Y como homenaje final, y ante mi constante deambular por tierras de España, he hecho mía aquella frase suya: "Se es de donde se hace el bachillerato".

Más información sobre la vida y obra de Max Aub: