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13 junio 2017

Memoria con aromas de inclusión

Llegamos a la última semana del curso y es momento de hacer balance de algunos de los extraordinarios acontecimientos que siempre se producen en el aula. Durante este año he tenido clase con un grupo de refuerzo de lengua de 1º de ESO y con un desdoble de compensatoria de 2º de ESO; además tenía tres horas de "proyecto futuro", con alumnado abocado al fracaso escolar, y dos horas más destinadas a convivencia.
En los grupos en los que supuestamente tenía que impartir clases de mi materia, hemos estado dedicando el tiempo a leer y a escribir, que eran las principales carencias con las que me he encontrado. Hemos leído mitos clásicos, una adaptación del Quijote y una antología poética. Los viernes, generalmente, los dedicábamos a ver cortometrajes o documentales relacionados con el plan lector: sostenibilidad y uso de la bicicleta.
Más complejidad tenía el grupo "Riu Sec", una concreción particular del proyecto futuro en la que la mayor parte del alumnado era de etnia gitana o de colectivos con problemas de adaptación al medio escolar. En la lista tenía a 15 alumnos, aunque pocas veces los he tenido a todos en el aula, bien por el absentismo frecuente o bien por los expedientes disciplinarios. A algunos de ellos los he incorporado a mis otros grupos, llegando a compartir hasta ocho horas semanales con ellos (si conseguían venir todos los días). Con este grupo, los avances curriculares han sido poco relevantes, ya que hemos ocupado la mayor parte de las horas en hablar de temas que les interesan a ellos. Aun así, hemos leído mitos, fábulas y algún relato de acoso escolar, hemos comentado noticias de actualidad, hemos conocido curiosidades sobre el mundo gitano, como la vida de Django Reinhardt, y hemos leído y recitado a Lorca. Incluso hemos disfrutado de alguna actividad extraescolar, como la celebración del Día del Pueblo Gitano
De esta experiencia, a pesar de los sinsabores de muchas horas en las que he necesitado dosis extremas de paciencia y autocontrol, me quedo con la satisfacción de haber paliado en parte el absentismo de algunos de ellos, que han reconocido que venían solo los días que tenían clase conmigo o con "Casa Camarón", el otro apéndice del "proyecto futuro", en el que comparten tareas escolares artísticas con el alumnado de Aula CiL, de espectro autista. También me complace que los incidentes graves de convivencia se han reducido en cantidad y en intensidad, aunque falta mucho por hacer en este sentido para lograr una paz social. En las extensas horas de charla que he tenido con ellos he aprendido mucho: por qué no quieren venir a clase, qué hacen cuando no vienen, qué visión del mundo tienen en el seno familiar, qué valor le dan a la educación formal, por qué rechazan el apoyo educativo de las instituciones, a qué tipo de vida aspiran, qué necesitan del instituto, qué valoran de los docentes... Son chavales muy complejos, contradictorios, como casi todos los adolescentes, pero con el añadido de sentirse distintos, de no encajar en un mundo de "payos" con el que no tienen nada que ver. A menudo piden ser tratados de manera distinta, pero, a la vez, les molesta que se les trate diferente. Les gustaría que el instituto no fuese una cárcel, poder ir y venir cuando les apetezca, no tener que funcionar a toque del timbre, bajo normas que rechazan sistemáticamente. En muchos casos, para ellos el gran enemigo es el agente de los servicios sociales, un ser taimado que les obliga a ir a un lugar que no les gusta, que les obliga a romper con la rutina de quedarse en casa. Por eso mismo, buscan a veces la expulsión, la bronca puntual que les facilite un salvoconducto para pasar unas semanas fuera del instituto.
Este fin de semana pudimos leer un reportaje sobre los héroes que dan clase en las Tres Mil. En el año 2008, nuestro instituto y el del reportaje, que dirigía Juanjo Muñoz, se parecían mucho, ya que entonces nuestra concentración de alumnado de compensatoria era mayor y teníamos grupos en los que, a final de curso, apenas quedaban dos o tres alumnos. Ahora la proporción es menor, pero seguimos teniendo alrededor de 30 alumnos con este perfil de abandono y fracaso escolar, motivado sobre todo por el absentismo continuado. No nos creemos héroes por tenerlos en clase, simplemente pensamos que son nuestros alumnos y que su lugar es el instituto; para nosotros, que uno solo de ellos llegue a conseguir el título de la ESO es una victoria excepcional. Vista mi experiencia, no me atrevo a decir que la inclusión esté funcionando bien, pero sí podemos hablar de un cierto "aroma de inclusión", una voluntad de no crear grupos segregados, de no fomentar los guetos educativos. Resulta difícil hablar de inclusión cuando pensamos en estos chavales que ya viven en barrios y en colectivos abocados socialmente a la exclusión, pues la Escuela no puede resolver problemas que la sociedad no es capaz de abordar de manera global. Sin embargo, si conseguimos que, poco a poco, participen de la vida educativa, de las actividades escolares, de la convivencia pacífica, habremos avanzado todos, porque dejarlos fuera tiene también un coste, un precio quizá mucho más caro que tres o seis horas semanales de un profesor.

Crédito de la imagen: 'Sin título1

09 febrero 2011

Vidas interesantes

En 2 días no has cambiado tu estado, algo interesante habrás hecho.

Esto me lo recordaba hoy mi cuenta de Tuenti. Probablemente, Tuenti tiene razón y habré hecho infinidad de cosas interesantes en las últimas 48 horas: Sobrevivir varias veces en 2º de ESO, preparar materiales para Bachiller, recopilar recursos para jornadas que se avecinan, leer blogs, tuitear... y eso sin contar la vida privada. De ahí que haya sentido cierta desazón: "¿Por qué he dejado mi Tuenti abandonado dos largos días?".
Soy un adulto y siento la necesidad de comunicarme con mis semejantes; de hecho, en más de una ocasión tuiteo compulsivamente informaciones irrelevantes de las que me olvido al instante. ¿Cómo se sentirán entonces esos adolescentes cuyas redes sociales son la prolongación natural de sus vidas? Hemos de entender que esas vidas no tienen aún trazada la frontera entre lo profesional y lo privado, precisamente porque ambas facetas se unen en la jornada académica sin solución de continuidad. ¿Por qué nos espanta, pues, que acudan enseguida al Tuenti (al Facebook...) para compartir esas vidas interesantes? Nos choca esa actitud tan aparentemente impúdica y nos llena de temor que esa comunicación sea tan pública, tan "peligrosa". A muchos nos asusta pensar en ello con efecto retroactivo: ¿Imagináis que pudiérais acceder a un historial detallado de vuestras conversaciones de adolescentes? ¿Creéis que el fondo y la forma serían muy distintos de los que ahora podemos encontrar en cualquier red social? Todo aquello que nos parecía tan interesante en el día a día, observado con la perspectiva de los años se nos antoja banal, y aplicamos ese criterio a lo que vemos en los jóvenes de hoy. Para anticiparnos a ello, como adultos experimentados que ya hemos pasado por eso, querríamos salvarlos de ese desengaño, aun a costa de privarlos del placer de lo efímero.
Sin embargo, hay en ese salto generacional un elemento de distorsión. Nuestras voces se perdieron; nuestras fotos y esos pequeños objetos que guardamos como fetiches quedaron arrinconados en cajas polvorientas que nadie mira (o directamente acabaron en el rastrillo). Para los jóvenes de hoy no existe esa posibilidad: Sus vidas interesantes de un día están condenadas a la pública perpetuidad. No cabe el olvido. Subir una foto a Tuenti puede ser el primer paso de un fracaso en la vida; un comentario desafortunado puede convertirnos en monstruos (véanse los casos recientes de Bisbal o Vigalondo).
Los educadores estamos obligados a advertir de ciertos peligros, pero no podemos negarles esas herramientas de comunicación, pues ello impediría que creciesen a través de la relación con los demás. Al mismo tiempo, como educadores y como ciudadanos del siglo XXI, también deberíamos exigir el derecho al olvido, exigir que los cotilleos de un adolescente desaparezcan de la red con el tiempo, que sus errores puedan quedar arrinconados donde nadie los vea, que sus tonterías de juventud no se conviertan en testimonio perenne de su inmadurez. Es el único modo de conseguir que sus vidas sigan siendo interesantes minuto a minuto, sin remordimiento, sin miedo a que, desde el futuro, alguien les eche en cara lo jóvenes que eran.

ADDENDA 10/02/11:
Al hilo de lo anterior, incluyo la noticia aportada por Lu:
El 45% de los niños es más feliz con su vida online que en la realidad
También un titular del periódico de hoy referido a la Comunidad Valenciana:
Educación corta el acceso de los alumnos a las redes sociales en los colegios e institutos

No quisiera mostrarme negativo, pero una vez más la Escuela da la espalda a la realidad. Los jóvenes tienen teléfonos móviles que con un leve roce envían imágenes a sus redes, sin conectarse al instituto, sin ordenadores, sin permiso paterno. ¿Cuáles serán las próximas medidas? ¿Cacheos selectivos? ¿Inhibidores de frecuencia? ¿Mutilación de falanges? ¿Educar?

21 enero 2010

Sesquidécada: enero 1995

Enero de 1995: Sumido en el estudio de la literatura valenciana, de la gramática generativa, de la literatura latinoamericana y de otros intereses filológicos, la asignatura de Latín era para mí un bálsamo (a pesar de los odios que despertaba entre muchos filólogos de otras especialidades). La traducción de textos clásicos era un divertimento que proporcionaba placeres similares a la resolución de un sudoku, con el añadido de conocer las raíces de nuestro pensamiento y cultura modernos. De aquel enero de 1995, rescato la lectura de La República de Cicerón. Revisando mis notas del libro para esta sesquidécada, me encuentro con un pasaje de rabiosa actualidad, que dirían los telediarios. Es un poco largo, pero lo compensaré con la brevedad de mis comentarios al respecto:

Cuando las fauces insaciables de un pueblo se resecan por la sed de libertad y, a causa de los malos servidores, sacia su sed con una libertad excesivamente pura y no moderadamente rebajada, entonces, si los magistrados y dirigentes no son los suficientemente blandos y remisos como para servirles una generosa acción de libertad, el pueblo los persigue, los calumnia y los acusa, llamándolos 'potentados', 'reyes', 'tiranos' (...)

Quienes obedecen a los dirigentes son continuamente provocados por ese pueblo (...); por el contrario, a quienes desde el cargo de magistrados quieren parecer ciudadanos normales, que trabajan para que no existan diferencias entre el particular y el magistrado, a ésos los llenan de alabanzas y los colman de honores, de manera que se hace necesario un régimen político de este tipo, que rebose libertad, que en la casa privada no haya autoridad alguna y que esta epidemia se extienda hasta las bestias; finalmente, que el padre sienta miedo ante el hijo; que el hijo olvide sus deberes con el padre; que sobre cualquier tipo de respeto para ser totalmente libres; que nada importe si se es ciudadano o extranjero; que el maestro tenga miedo a sus discípulos, que los adule y que los discípulos desprecien a sus maestros; que los jóvenes asuman las graves tareas de los ancianos y, por el contrario, los ancianos desciendan a los juegos de los jóvenes, con tal de no resultarles odiosos y pesados (…) Y de esa anarquía sin límites ésta es la consecuencia: que los espíritus de los ciudadanos se vuelven tan delicados y suceptibles que, a la menor aplicación de la fuerza del poder, montan en cólera y no consienten en acatarla; a partir de aquí comienzan a despreciarse también las leyes, con el fin de verse libres por completo de toda autoridad. (Libro I, XLIII)
El texto nos lleva a dos líneas de pensamiento divergente:
A) Hay que limitar las libertades y poner coto a los vuelos democratizadores demasiado exigentes.
B) Si limitásemos las libertades, nos encontraríamos todavía con una sociedad como la que plantea Cicerón en la que la mujer sigue siendo inferior o en la que se tolera la esclavitud.
No voy a pediros que toméis partido en este debate, pero lanzaré una pregunta al aire: ¿Pensáis que la Generación 'ni-ni' es producto de una excesiva libertad o es simplemente heredera de un tiempo y sociedad determinada?
Para no engañar a nadie, me apunto a la segunda opción.