18 mayo 2007

Los raros y los largos (y V)

En qué lío me he metido. Cada vez que rectifico acerca de los fines de esta rarilarga nota por entregas, surgen nuevos comentarios sobre la oportuna inclusión de algunos títulos en ella. Hoy me decía Ana, compañera de música, que Crimen y castigo no merece el apelativo de rarilargo, por ninguno de sus dos conceptos. Podríamos discutir si es largo o no (todos habéis confesado que la extensión es una percepción subjetiva cuando hablamos de lecturas, así que los libros de mil páginas se consumen en horas si el lector lo apetece); y raro, no sé: las elucubraciones de Raskólnikov no parecen muy recomendables para marginales de la 'secta lectora' y, de hecho, fuera de este mundillo de los blogs, tengo pocos amigos a quien se lo recomendaría de corazón.
En esta larga lista aparecen obras muy buenas, ya lo dije, pero olvidamos que no todos los lectores son sensibles, comprometidos, incondicionales, tenaces, decadentes, perfeccionistas, etc. A veces, los lectores son sólo lectores y desean distraerse sin más complicación que pasear la mirada por los renglones y evocar una historia. Para ellos, los libros de esta lista están prohibidos.
Y clausuro este centón con los cinco últimos:

21.- Orhan Pamuk: Me llamo Rojo.
Me asombra verlo en las listas de los más vendidos porque es un libro esquivo y difícil. La técnica de la perspectiva múltiple es complicada para muchos lectores y, además, la intriga acerca de las representaciones icónicas en Oriente y Occidente como trasunto del choque de civilizaciones, tampoco parece asunto sencillo. Y la literatura impregnándolo todo... Es, desde luego, un libro que no se olvida, pero en el que hay que tener paciencia.

22.- Günter Grass: Mi siglo.
Fue un libro que pasó por los estantes sin mucho alboroto, para quedar eclipsado por otras obras más famosas del autor. Pienso que no se le ha hecho justicia, quizá por lo mucho de personal que tiene. Sin embargo, la visión de Europa que ofrece me parece más que interesante. Forma parte de esos libros que, sin ser éste su propósito fundamental, nos ayudan a entender el mundo en que vivimos. Algo parecido me pasó con Un puente sobre el Drina, de Ivo Andric, novela panorámica fundamental para entender qué está pasando en los Balcanes.

23.- Guillermo Cabrera Infante: Tres tristes tigres.
Para un profesor de lengua, dejar fuera de esta lista a Cabrera Infante sería delito. Esta novela supone exprimir la lengua a tope y sacarle todas las notas posibles. No puedo incluir a todos los que jugaron con las palabras en sus novelas porque la lista se haría interminable, pero recordaré la existencia del OULIPO, para que los curiosos espabilen y rastreen entre sus preferidos.

24.- Juan Carlos Onetti: La vida breve, El astillero, Cuando ya no importe.
Que alguien decida pasar los últimos años de su vida tumbado en la cama ya es síntoma de rareza. Onetti nos dejó el universo de Santa María, que ha quedado eclipsado por Macondo, pese a ser más triste y desolador y, por tanto, más humano. Los autores más representativos de América tienen la virtud de pegarnos un puñetazo en el estómago con sus obras, algo que el buen lector agradece. Ocurre con El señor presidente, de Miguel Ángel Asturias, con El cobrador de Rubem Fonseca, o con Los siete locos de Roberto Arlt, por citar algunos de los menos recordados.

25.- Luciano de Samósata: Diálogos. Relatos fantásticos.
Para cerrar este repertorio, he querido levantar el vuelo y dejarme llevar muy lejos en el tiempo, quizá con ánimo de recordar que quienes amamos la literatura somos raros desde hace siglos, como demuestra este autor sirio del siglo II, que escribía en griego algunos de los relatos y diálogos más divertidos que he leído, y que sirvieron de inspiración a buena parte de los humanistas del XVI, a lomos de los cuales aún seguimos cabalgando.

Algún día es posible que retome esta vena y vuelva para hablaros de Marcel Schwob, de J.P. Donleavy, de Jan Neruda, de Javier Calvo, de...

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Crédito de la imagen: www.flickr.com/photos/79687145@N00/353174145

4 comentarios:

Lourdes Domenech dijo...

En esta post-serie de los rarilargos has mostrado tu talento lector y nos has refrescado la memoria de muchos títulos.
La lectura es también el recuerdo de lo leído.

Toni Solano dijo...

Creo que uno debe realizar su labor sin preocuparse de justificar cada uno de sus actos. Sin embargo, en este blog he defendido muchas veces lecturas juveniles, a veces banales, y alguno podría pensar que lo hago como menosprecio de la literatura 'seria'. Para elegir hay que conocer de todo un poco, pero no podemos darle la llave de un Ferrari a quien todavía no se ha sacado el carné de conducir. Llevemos a los alumnos a dar un paseo en descapotable de vez en cuando, pero, hasta que cojan soltura, cuando vayan solos que conduzcan un Panda.
(P.D. Los rarilargos, más que Ferraris, serían camiones articulados -qué seguro y a gusto va uno cuando los sabe llevar-)

Joselu dijo...

El otro día vino a verme un exalumno, que tiene ahora veintiún años. Le hablé de los libros "raros" que les hice leer en cuarto de la ESO. Eran El viejo y el mar (Hemingway), Bartleby el escribiente (Melville), La metamorfosis (Kafka) y La espuma de los días de Boris Vian. En aquel tiempo no parecieron gustarles aquellos títulos, pero mirados ahora en perspectiva parece que les dejaron más poso del que parece. Esto me reconcilió con algunos de mis criterios de selección de lecturas un tanto de élite.
He seguido con interés la lista de rarilargos que nos has ofrecido. Por mí podrías seguir ampliándolas porque me abre perspectivas de lectura.

Unknown dijo...

No había tenido noticia de las tres últimas entregas de la lista rarilarga (de nada, Antonio, el neologismo es gratis y además no se puede patentar), pero el conjunto es todo un hallazgo, no sólo por la selección de títulos, sino por los comentarios y las escondidas conexiones que trazas entre unos y otros. ¡Chapeau!