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28 agosto 2019

Sesquidécada: agosto 2004

Miro hacia atrás en esta sesquidécada y encuentro dos libros de peso que ocuparon mi agosto de hace quince años. El primero de ellos era la cuarta entrega de una saga juvenil que tendría gran repercusión en el género: Harry Potter y el cáliz de fuego. Si no recuerdo mal, fue el último que leí de la serie, pues comenzaron a estrenar las películas y ya no volví a la saga hasta El legado maldito, la última entrega del año 2016, por tratarse de un experimento teatral que aportaba una visión diferente. 
Vale la pena dedicar tiempo a las novelas de J.K. Rowling, porque dan muchas pistas acerca de los ingredientes de éxito de la literatura juvenil, principalmente no tratar al lector adolescente como un lector imperfecto, sino como un lector diferente, un lector curioso y ávido de emociones. También permiten explorar las relaciones con otros géneros, como la mitología, el terror, etc. Todo eso sin entrar en el mundo de los "potterhead", esos fanáticos lectores de la serie que dedican buena parte de su tiempo a investigar, a coleccionar y a visitar lugares relacionados con la saga. Para que luego digan que los jóvenes no leen...

El otro libro gordo fue el Decamerón de Boccaccio, una joya para los letraheridos. Recuerdo que tenía muchas ganas de ponerme con su lectura, ya que había leído bastantes cuentos sueltos y me apetecía dedicarle tiempo a la contextualización de la obra entera. Más allá de los episodios divertidos, ingeniosos y picantes más famosos, se trata de una obra monumental que proporciona un colorido panorama de usos y costumbres de su época. Dentro del universo de la prosa medieval, con obras llenas de doctrina y moral, obras ásperas y eruditas, el Decamerón es un oasis de diversión, una obra que despierta la curiosidad. Incluso la misoginia propia de la época se encuentra atenuada por una dimensión pícara de la mujer como agente voluntario de unos males en los que al menos obtiene beneficio propio. En cualquier caso, al igual que con el Conde Lucanor, Calila y Dimna, el Sendebar... merece la pena acercarse al mundo de los relatos cortos medievales, y la obra de Boccaccio gana en modernidad a cualquiera de las otras.

22 mayo 2019

Sesquidécada: mayo 2004


En mayo de 2004 tengo pocas lecturas normales. Si quitamos El prisionero de Zenda, de Anthony Hope, todo lo demás son recomendaciones para minorías. Pero este es un blog de literatura que la semana que viene cumplirá 13 años, un blog que cada día va aparcando otras reflexiones más sesudas para las que apenas queda tiempo, de modo que en esta sesquidécada van a tener cabida aquellas lecturas solo aptas para aficionados con buen criterio.


En primer lugar tenemos el ensayo Los mongoles de Bagdad, en el que José Luis Sampedro hace un paralelismo entre el saqueo de Bagdad por los mongoles, en 1258, y la invasión de Irak de 2003. "Tenía que escribir este libro porque lo que ha pasado con la guerra de Irak es escandaloso", dice el siempre lúcido Sampedro, un autor que no tuvo pelos en la lengua en cuestiones de política y reivindicación social, un autor al que molestaba especialmente el silencio de los intelectuales frente a la injusticia. 
Los mongoles en Bagdad es un libro que lamentablemente no pasa de modo, un libro que trasciende a su hic et nunc para convertirse en un alegato contra esos conflictos orquestados por los poderes económicos con la connivencia de las grandes potencias políticas. Conflictos que continúan hoy día, conflictos como el de Venezuela, objeto de deseo de EE.UU. Desviar la atención de los intereses ocultos forma parte de ese silencio cobarde. Como decía Sampedro, "lo escandaloso es callarse".


Para filólogos curiosos, siempre hay excusa para acercarse a las fuentes de nuestra literatura, aunque sea con textos políticamente incorrectos en nuestros días, como es el caso de El Sendebar o Libro de los engaños de las mujeres, una colección de exempla, similar al Calila y Dimna, donde la argumentación mediante cuentos permite llegar a una moraleja que se aplica a la situación propuesta. 

« El infante don Fradique (hermano de Alfonso X) plogo e tovo por bien que aqueste libro [fuese trasladado] de arávigo en castellano para aperçebir a los engañados e los asayamientos de las mugeres.»
Como podéis suponer, esta obra se inserta en los tratados morales de tinte misógino tan habituales en la Edad Media. En este caso, se parte del episodio bíblico de la mujer de Putifar: el hijo del rey Alcos de Judea rechaza las proposiciones deshonestas de su madrastra, que, airada, le acusa de haber intentado forzarla. El Infante, cumpliendo un voto de silencio, debe callar durante siete días y siete noches, tiempo que aprovechan los sabios del rey y la madrastra para defenderlo o atacarlo. Finalmente, triunfa la verdad: vive el Infante y muere la madrastra. 
Como buenos filólogos, nos quedaremos con el placer de rastrear con su lectura en el origen de algunos de los tópicos de la época, tópicos que llegan hasta nuestros días en la cultura popular.


Finalmente, recupero una autobiografía muy interesante: Mi último suspiro, de Luis Buñuel. No me considero cinéfilo ni demasiado aficionado a las biografías, pero revivir con los recuerdos de Buñuel un periodo fundamental de nuestra historia y los entresijos de una de las generaciones más brillantes, no tiene precio. Fue una lectura que me ayudó a humanizar a personajes que parecían colosos de bronce y que resultaron seres de barro con más sombras que luces. Acercarse a la biografía de Buñuel apetece también por la oportuna recuperación del documental sobre las Hurdes, Tierra sin pan, que ha servido para la creación, por parte de Fermín Solís, de la novela gráfica Buñuel en el laberinto de las tortugas, que a su vez ha dado lugar a la película homónima.

Tenéis, además, un blog con toda una serie de actividades y propuestas educativas para llevar al aula, así como un cuadernillo en el que Mercedes Ruiz me enredó para redactar el prólogo. Espero que os sea útil. 

10 diciembre 2016

Sesquidécada: diciembre 2001

Diciembre de 2001 fue un mes extraño, en el que se preparaban grandes cambios en mi vida, y en el que las lecturas de aquel momento evidencian el rumbo errático de mis gustos e intereses: lo mismo leía la erudita prosa de la Historia de la bibliografía en España, que la violencia explícita de La virgen de los sicarios; al tiempo alternaba la didáctica de La adquisición del español como lengua extranjera, con la ficción oscura de Cerbero son las sombras; el ensayo riguroso de El señor inquisidor, con la deliciosa narrativa de El diablo meridiano... Ya veis, todo un popurrí inconexo de lecturas para un lector descoyuntado.

Pero estas sesquidécadas me obligan a seleccionar y, en esta ocasión, aprovecho para rendir homenaje al recientemente fallecido Umberto Eco. Me animo a reseñar quince años después su curiosa novela Baudolino, novela de intriga y aventura ambientada en la Edad Media con un protagonista que tiene algo de cervantino pero que, a veces, recuerda un poco a Forrest Gump. Quizá no sea ésta una obra recomendada para todos los públicos, pues las múltiples intertextualidades con el universo histórico y literario medieval hacen que el lector poco avisado la lea como una novela de aventuras sin mucho sentido. Sin embargo, si os gustan las narraciones clásicas de viajes, el mundo de los bestiarios y la novela bizantina, disfrutaréis bastante de este relato. En estos días de sofá y mantita que se acercan, a muchos viajeros de salón nos apetece soñar con aventuras remotas; viajar por la Europa real y fantástica del siglo XIII puede ser divertido si uno no tiene prisa por llegar a puerto, incluso si no tiene pensado llegar a puerto alguno. Felices lecturas.

17 junio 2015

Sesquidécada: junio 2000

La sesquidécada de junio viene con aromas de caballería andante, pues celebra la lectura añeja de un clásico del género: el Tirant lo Blanch. En realidad, el clásico original ya lo había leído durante la carrera, pues, en mi época, las Filologías tenían un tronco común hasta 3º y luego las Hispánicas continuaban con asignaturas de literatura valenciana o catalana hasta 5º. De este modo accedí al Tirant en su versión original allá por el año 1996, y lo hice de la mano de Albert Hauf, quizá el especialista en literatura medieval más interesante y caótico que he tenido en mi carrera. Pero no es el Tirant, sino el Tirante, el verdadero protagonista de la sesquidécada, porque en junio de 2000, después de haber participado en su curso de doctorado sobre dietarística medieval, Vicent-Josep Escartí me propuso colaborar en el cotejo de la edición en castellano de Tirante el Blanco con la versión facsímil de su traducción original impresa por Diego de Gumiel en Valladolid en 1511. Imaginad mi alegría al poder enfrentarme a textos casi originales y hacer mis primeros pinitos en edición textual, algo en lo que había comenzado un par de años antes a partir de pliegos sueltos. Con aquel entusiasmo, incluso me compré mi primer portátil de segunda mano para poder trabajar con total libertad. Pasé muchas semanas descubriendo la riqueza del castellano de principios del siglo XVI y gozando de esos placeres que solo los filólogos de vocación pueden entender.

El Tirante el Blanco en versión castellana difiere en ocasiones de la versión original de Joanot Martorell (y tal vez concluida por Martí Joan de Galba). No solo es cuestión de la estructura externa, capítulos y organización, sino también de algunos fragmentos modificados quizá por influencia del Amadís de Gaula. Sea como fuere, se trata de una novela de caballería única, hasta tal punto que Cervantes, en el Quijote, la salva de la quema en el escrutinio del cura y el barbero:
Por tomar muchos juntos se le cayó uno a los pies del barbero, que le tomó gana de ver de quién era, y vió que decía: Historia del famoso caballero Tirante el Blanco. Válame Dios dijo el cura, dando una gran voz; ¡que aquí esté Tirante Blanco! Dádmele acá, compadre, que hago cuenta que he hallado en él un tesoro de contento y una mina de pasatiempos. Aquí está don Kirieleison de Montalván, valeroso caballero, y su hermano Tomás de Montalván y el caballero Fonseca, con la batalla que el valiente de Tirante hizo con Alano, y las agudezas de la doncella Placerdemivida, con los amores y embustes de la viuda Reposada, y la señora emperatriz enamorada de Hipólito su escudero. Dígoos verdad, señor compadre, que por su estilo es este el mejor libro del mundo; aquí comen los caballeros, y duermen y mueren en sus camas, y hacen testamento antes de su muerte, con otras cosas de que todos los demás libros de este género carecen. Con todo eso, os digo que merecía el que lo compuso, pues no hizo tantas necedades de industria, que le echaran a galeras por todos los días de su vida. Llevadle a casa y leedle, y veréis que es verdad cuanto de él os he dicho (Cap.6, I parte)
El Quijote, como veis, nos sale al paso en todo tiempo y lugar, sin necesidad de requerir la ayuda de nuestros reporteros del Quijote News. Muchos críticos se han empeñado en descifrar si los comentarios del cura son reflejo del propio pensamiento de Cervantes o si el merecimiento de galeras es una burla o un doble sentido. Para mí, lo importante es saber que Cervantes encontró en el Tirant elementos valiosos para su Quijote. Puede que le gustasen la humanidad o cercanía del personaje, o sus avatares a menudo ridículos o abiertamente eróticos; puede que atisbase ya en el Tirant las postrimerías de una época que llegaba a su fin y que solo se podía sellar con una gran parodia como el Quijote; o puede simplemente que lo divirtiese hasta tal punto de rendirle homenaje en su obra de este modo. En cualquier caso, es una pena que el Tirant solo sea conocido en el ámbito de la literatura valenciana y que sus traducciones solo se valoren fuera de España, algo bastante común por cierto en este país cainita. 
Como de costumbre, gracias a Gorka tenemos un podcast de esta sesquidécada (a partir del minuto 22), podcast que recomiendo entero porque en él también son protagonistas los alumnos de Víctor Cuevas.

17 enero 2011

Entrevistamos a Lázaro


En este segundo trimestre del curso, tenemos programada la lectura del Lazarillo de Tormes en 3º de ESO. Pienso que los clásicos han de leerse y comentarse en clase, aunque se trate de esta obra, que muchos profesores consideramos "fácil de leer", pues para la competencia lectora de los jóvenes de hoy sigue siendo un texto más bien áspero. Para abordar esta lectura he fijado, como en otras ocasiones, un calendario de lectura que nos permitirá ir comentando en clase un capítulo por semana (más o menos). Como novedad y siguiendo el ejemplo de 2º de Bachiller, tenemos una página en Tuenti para ir ampliando y anotando algunas dudas que surjan durante la lectura.
Durante unas semanas, he dado vueltas al trabajo que podían hacer para enriquecer la lectura. Como estamos viendo el diálogo en las tipologías textuales, se me ocurrió que podrían trabajar en parejas una entrevista a Lázaro de Tormes. Y aquí está la actividad:


Para rematar, me ha llegado un comentario de Virginia, una profe del IES Pedro de Ursua de Pamplona, mostrando una actividad mucho más variada y que me parece completísima. Se trata de todo un periódico medieval, con distintos tipos de texto adaptados al contexto histórico y cultural de la Edad Media. Una vez más, la grandeza de compartir y aprender de otros nos hace cada día mejores.

Crédito de la imagen: Photo.org

P.D: Como curiosidad a partir de la imagen que ilustra esta nota, parece que Florián Rey, en 1925, se adelantó en dar por válida la reciente tesis de Mercedes Agulló

17 marzo 2010

Sesquidécada: marzo 1995

Apenas una semana después del día de la mujer, por azares caprichosos y paradójicos del espacio-tiempo, conmemoro en esta sesquidécada la lectura de uno de los grandes misóginos de nuestra literatura castellana: Alfonso Martínez de Toledo, Arcipreste de Talavera. Su obra homónima, más conocida como Corbacho, es una muestra de esa literatura moralizante medieval anclada en la repetición de consignas de los Padres de la Iglesia. No es, pues, una excepción en su época, pero es verdad que destaca entre otras obras de la misma calaña por la fijación perversa en la maldad del sexo femenino, a quien dedica todo un tratado (aunque en el resto de la obra tampoco se priva de seguir despotricando contra las mujeres). En el tratado segundo, podemos encontrar títulos tan sugerentes como estos:
  • De los vicios y tachas y malas condiciones de las perversas mujeres, y primero digo de las avariciosas
  • De cómo la mujer es murmurante y detractadora
  • De cómo las mujeres aman a diestro y a siniestro por la gran codicia que tienen
  • Cómo la mujer es envidiosa de cualquiera más hermosa que ella
  • Cómo la mujer según da no hay constancia en ella
  • Cómo la mujer es cara con dos haces
  • Cómo la mujer es desobediente
  • De cómo la mujer soberbia no guarda qué dice ni hace
  • Cómo la mujer es dotada de vanagloria ventosa
  • De cómo la mujer miente jurando y perjurando
  • Cómo se debe el hombre guardar de la mujer embriaga
  • De cómo la mujer parlera siempre habla de hechos ajenos
  • Cómo las mujeres aman a los que quieren de cualquier edad que sean
Allí se recogen toda clase de ejemplos y avisos contra las mujeres, muchos de ellos de carácter folclórico que estaban presentes en obras como el Espill, de Jaume Roig o el Sendebar. Y, por si no quedaba claro, nuestro Arcipreste, en algún otro punto, lo sentencia:
¿Cuántos enemigos tiene el mezquino del hombre? El mundo, el diablo y la mujer.
Estas burlas y denuestos contra la mujer sabemos que se perpetúan a lo largo de los siglos, con algún repunte en autores como Quevedo, que afila su pluma satírica en esta prolongada tradición.
Había pensado traer a esta sesquidécada otra lectura (de Viktor Sklovski), pero mejor lo dejo para otra ocasión. Prefiero apuntar unas reflexiones al hilo de la misoginia que nos llevarían de la Edad Media hasta nuestros días.
Y, como cierre, comparad los textos del ínclito Arcipreste con este anuncio de hace cuatro días, a ver si notáis la diferencia:

12 febrero 2010

Calisto: ¿el primer ni ni?

Los habituales del blog habrán notado cierto abandono en las últimas semanas, que están siendo agotadoras, tanto en tareas como en alegrías. No voy a detenerme en el análisis de los trabajos que me tienen ocupado, porque ya asomarán tarde o temprano a esta plaza, pero no me resisto a comentar una de las mayores satisfacciones del momento: Se trata de la lectura de La Celestina en el aula de Primero de Bachiller. La tarea propuesta para el plan lector de la segunda evaluación consistía en la lectura pautada de una adaptación de La Celestina y su comentario en clase. Podéis ver aquí la ficha de la actividad:

Seguimiento de lectura: La Celestina

El desarrollo ha sido mucho mejor de lo que esperaba. Las sesiones de los lunes han sido muy enriquecedoras, no sólo para ellos, sino también para mí, que he descubierto facetas en las que no había reparado. El uso de una versión adaptada no ha supuesto ningún inconveniente; es más, creo que ha contribuido a que muchos alumnos se animasen a leerla, algo que difícilmente hubiesen llevado a cabo con la versión original (hay que decir que es una buena adaptación en la que se ha respetado el tono e intención de la obra). En esas horas, el alumnado ha participado y se ha emocionado hasta defender con fervor sus puntos de vista sobre los protagonistas y las situaciones (la modernidad de Melibea, la crudeza de ciertas escenas, la pasiva ingenuidad de Alisa, la ociosidad de Calisto -miembro fundador de la generación 'ni-ni'-...)
En esta actividad, ya que no había control de lectura, se proponían una serie de actividades de ampliación. Algunos alumnos han tanteado opciones diversas de las que todavía no tengo resultados (tengo que advertir que el seguimiento de la lectura en el microblog no ha tenido ningún éxito). Entre los dos cursos que tengo, hay un grupo de amigos que se conocen desde hace años y que decidieron hacer una adaptación en vídeo. Me pidieron permiso para ello y les di total libertad; hasta ahí mi papel en la actividad. Y cuál no sería mi sorpresa al encontrarme un auténtico guión adaptado de gran calidad, que podéis ver a continuación:

Guión de la Celestina

Además, un día, al entrar en el blog de aula, me encuentro que han colgado el tráiler de la película que están grabando, lo que me deja aun más sorprendido, pues me avisan que quieren mantener esa calidad para toda la película:


En fin, que a pesar de los afanes y desvelos del oficio, las recompensas van llegando poco a poco, decantándose con los años como los buenos caldos.

Adenda: Más información sobre este proyecto: Celestina films

14 diciembre 2009

Leyendo en clase... y fuera (II)

Mis dos grupos de 1º de Bachillerato me están dando alegrías y tristezas por igual. Alegrías al verlos participar en actividades TIC de un modo bastante autónomo y tristezas al comprobar que muchos siguen contagiados de esa desgana más propia de la ESO. Pero, no adelantemos conclusiones antes de contar los proyectos lectores con estos grupos.
Para Bachiller tenía un blog de 2º curso (Seres de lengua) que he abandonado de momento. Consideré que valía la pena abrir un proyecto nuevo y así nació es todo el mundo un prodigio, el blog de aula de 1º de Bachillerato. Sabía que algunos alumnos de estos grupos ya habían trabajado conmigo los blogs en 3º de ESO; otros habían repetido experiencias TIC el año pasado en el Trabajo Monográfico, con Google docs, wikis, Scribd, Slideshare... De modo que contaba con suficiente apoyo logístico para proponer que los trabajos de aula se subiesen habitualmente al blog.
En el apartado de las lecturas propuestas, seguí con mi planteamiento habitual: En la medida de lo posible, los clásicos curriculares se leerían en clase y, para casa, habría posibilidad de leer novelas contemporáneas que incrementasen la nota. Estas últimas quedaban recogidas en una amplia lista con posibilidades de aceptar otras lecturas no reflejadas allí. Sobre esos libros complementarios, se encargan trabajos a medida, tratando de huir de resúmenes y análisis de personajes. Algunos de esos trabajos se pueden ir leyendo ya en el blog, como la magnífica reseña de La guerra de las salamandras, de Karel Capek.
En cuanto a los clásicos literarios, este trimestre hemos leído el Romancero español (Bruño). Durante cuatro o cinco sesiones he seleccionado romances que han leído los alumnos en clase. Cada romance nos daba pie a comentar aspectos de interés sobre la vida y la literatura medieval. Acabada la lectura, propuse unos trabajos en grupo de análisis concreto de un romance del libro. Algunos de esos trabajos han seguido automáticamente el camino Scribd+blog sin necesidad de mi tutela; a otros alumnos se los he colgado yo. También subieron al blog sus investigaciones sobre aspectos de la sociedad y la cultura medieval, una tarea que para muchos fue su primer contacto con las TIC en educación.
Para el próximo trimestre, la lectura de La Celestina quizá nos dé pie a utilizar el microblog. No veo que sea una herramienta que les interese mucho, quizá porque no hay tiempo ni equipamiento para que lo hagan en horas lectivas. No obstante, me doy por satisfecho con lo que hay hasta el momento.
¡Ah! y mis quejas del principio son producto de esa visión tan extendida que nos lleva a pensar que los alumnos, por estar en bachiller, son ya adultos. Espero que conserven por mucho tiempo esa fe inocente en el futuro.

18 noviembre 2009

Sesquidécada: noviembre 1994

En el mes de noviembre de 1994, leí en dos días el Libro de Apolonio, en cuatro, El Conde Lucanor, en otros cuatro, el Cantar de mío Cid (y por ahí en medio otros tres o cuatro librillos de menor talla y trascendencia). Era un periodo febril de lecturas con fines académicos. Recuerdo que el Libro de Apolonio me gustó bastante más que El Conde Lucanor, quizá por las locas peripecias de sus protagonistas y por lo fantástico de su trama (una historia que, actualizada, daría para un best-seller de mayor calidad que algunos de los que circulan con relativo éxito).
También por aquellos días estaba sumido en el estudio de la Narratología, con Gérard Genette como figura señera. Cualquier texto literario que caía en mis manos era sometido a análisis minucioso: "Narrador homodiegético, focalización cero, analepsis parcial, etc.". Sin darme cuenta, había perdido la inocencia lectora y me había convertido en un "microbiólogo literario". Tardaría muchos años en darme cuenta de que es necesario separar "ocio y negocio", ámbitos que, en nuestro oficio, por suerte o por desgracia, van íntimamente ligados en ocasiones.
Con este panorama de fondo, no es de extrañar, pues, que no pudiese disfrutar de otra de aquellas lecturas sesquidecádicas. Me refiero a El siglo de las luces, de Alejo Carpentier. Invadido por mi taxidermia lectora aproveché bien poco la prosa del cubano, más atento de los juegos con la trama y el narrador que del delicioso lenguaje con el que están narradas las vidas de unos personajes inolvidables.
Con el tiempo, he tenido muchas oportunidades de revisar los clásicos que he citado arriba. Pocos resisten relecturas agradables (a excepción quizá del Cantar de mío Cid). Sin embargo, no he vuelto a visitar a Carpentier. Quizá sea esta nota la excusa apropiada para hacerlo.

Crédito de la imagen: : '105119'

26 octubre 2009

Sesquidécada: octubre 1994

Empecé a estudiar Filología porque me gustaban la lengua y la literatura, es evidente. Dentro de la literatura, mi atención se centraba en la novela contemporánea y, aunque reconocía el valor de otras épocas y géneros, no pensaba que mis estudios fuesen a hacerme cambiar de gustos. Sin embargo, allá por el lejano 1994, la literatura medieval se me apareció casi de sopetón para darme muchas alegrías. En esta sesquidécada (y seguramente en las próximas) regresará alguno de aquellos clásicos que me dejó gratamente sorprendido. En esta ocasión viene Gonzalo de Berceo y sus Milagros de Nuestra Señora.
Los lectores que no se han acercado a la literatura medieval tendrán los mismos prejuicios que tenía yo en aquellos años: Un libro con ese título tan devoto debe de ser aburridísimo. Como este blog es bastante visitado por filólogos dejaré que sean los comentaristas los que den sus opiniones. Mi recuerdo al respecto me lleva a la enorme sorpresa de encontrar un libro plagado de historias divertidas, de golpes de efecto, de pasiones, de dolor, de violencia, de lujuria, de muerte, de amor... Eso sí, no nos engañemos, cuesta leerlo por partida doble: Por su castellano medieval y por la omnipresencia de la devoción mariana como motor de todos los milagros. Y entre tanto milagro, no fue extraño que hace poco, cuando todos hablaban de cierto político que emprendió el Camino de Santiago como expiación de su soberbia y sus pecados, me acordase del "milagro del romero". En fin, que hemos cambiado muy poco desde la Edad Media.

Cambiando de tercio completamente, he revisado otra lectura de aquel mes de octubre de 1994: TV: fábrica de mentiras, de Lolo Rico. Su autora fue la creadora del programa La bola de cristal, un referente para los "jóvenes de mi edad". El libro, a pesar de su antigüedad, tiene una vigencia asombrosa. En él se habla de los perniciosos modelos televisivos que se ofrecían a los niños: Leticia Sabater, Bola de Dragón, Sensación de vivir...
Me contaba una maestra (...) que los chiquillos de su instituto declaraban (...) aspirar a que el centro en que estudiaban se reformara a imagen y semejanza del de Beverly Hills (..). Querían tener las mismas taquillas, idéntico jardín (...). Ninguna referencia al profesorado, ni peticiones para la biblioteca (...). La realidad que nos circunda convertida en mero escenario, en soporte de una hipotética actividad social, recreativa, sexual -nunca intelectual- que necesariamente les asimilará, según creen, a los personajes de la serie (...).
Me temo que Beverly Hills se ha convertido ya para muchos jóvenes en la meta a alcanzar, por cualquier medio, en sus vidas: un estado vacacional permanente, acomodado, sentimentaloide y reaccionario.
Ahora, Beverly Hills son esos institutos de ficción (Los Serrano, Física o Química, etc.) o, simplemente canales como Disney Channel, que ofrecen ese estado "vacacional permanente", como alguna vez ha apuntado Joselu. Aquella generación de niños de la que hablaba Lolo Rico son la "generación Peter Pan", los adultescentes de hoy, y ya vemos cómo les va. No sé qué nos encontraremos de aquí a quince años ni si estaremos para contarlo.
Crédito de la imagen: 'Monasterio de Suso'

07 agosto 2009

Sesquidécada: agosto 1994

Esta sesquidécada de agosto ha venido a caer al lado de la de julio: cosas del verano y de la sequía bloguera (aunque ya he comprobado que muchos no han echado el cierre definitivo). En el lejano agosto de 1994 aproveché para leer a Pere Calders, Rubem Fonseca, Martin Amis y a la imprescindible Víctor Català (Solitud es una novela difícil de olvidar). Pero debo ser más conciso y me quedo con dos recomendaciones:
La fiebre amarilla, de Víctor Canicio, es un breve poemario del que ya hablé hace siglos en este blog que tiene el aliciente de ser lúdico, sugerente, y lleno de agudeza. Algunos de sus poemas parecen retos lingüísticos al modo de los que se proponen en Verbalia(*), otro sitio recomendable para verbívoros, en el que nos escondemos bajo seudónimo algunos profes de lengua. Además de los poemillas que ya recogí en aquella lejana nota, copio aquí otro:
RASPA
creo y destruyo
lo que quiero

por eso escribí versos
en papel de lija


La segunda recomendación tiene que ver con mi próximo regreso al 1º de Bachillerato, con lo que me reencontraré con el Romancero. Aunque no pueda afirmar que me leí el romancero en un mes, creo que fue a partir de aquella lectura veraniega cuando descubrí de verdad un género apasionante, también sintético a su manera, en el que cabía casi todo lo que merecía ser contado (¿era el romancero un precursor del blog?).
Unos años después, en un curso de doctorado sobre la literatura oral y el romancero (en el que coincidí con Laura Gallego), tuve la ocasión de profundizar en los vericuetos que convierten los romances tradicionales en cancioncillas populares de la España rural (hoy en declive gracias a la televisión e internet). Preparé un trabajo sobre la transmisión de un romance (en realidad no era más que una síntesis de un artículo de Diego Catalán) que abordaba el asunto del corazón de Durandarte; este héroe de la compañía de Roldán, al morir, encarga a su primo Montesinos que le saque el corazón y se lo lleve a su amada Belerma:
¡Oh Belerma!, oh Belerma!,
por mi mal fuiste engendrada!,
que siete años te serví
sin de ti alcanzar nada;
agora que me querías
muero yo en esta batalla.
No me pesa de mi muerte,
aunque temprano me llama;
mas pésame que de verte
y de servirte dejaba.
¡Oh mi primo Montesinos!
lo que agora yo os rogaba:
que cuando yo fuere muerto
y mi ánima arrancada,
vos llevéis mi corazón
adonde Belerma estaba
y servilda de mi parte,
como de vos yo esperaba (...)
(Ver romance completo)
Este trágico episodio de amor más allá de la muerte sirvió a Cervantes para una humorística parodia en la segunda parte de Don Quijote:
Al cabo y fin de las hileras venía una señora, que en la gravedad lo parecía, asimismo vestida de negro, con tocas blancas tan tendidas y largas, que besaban la tierra. Su turbante era mayor dos veces que el mayor de alguna de las otras; era cejijunta y la nariz algo chata; la boca grande, pero colorados los labios; los dientes, que tal vez los descubría, mostraban ser ralos y no bien puestos, aunque eran blancos como unas peladas almendras; traía en las manos un lienzo delgado, y entre él, a lo que pude divisar, un corazón de carne momia, según venía seco y amojamado. Díjome Montesinos como toda aquella gente de la procesión eran sirvientes de Durandarte y de Belerma, que allí con sus dos señores estaban encantados, y que la última, que traía el corazón entre el lienzo y en las manos, era la señora Belerma, la cual con sus doncellas cuatro días en la semana hacían aquella procesión y cantaban, o, por mejor decir, lloraban endechas sobre el cuerpo y sobre el lastimado corazón de su primo; y que si me había parecido algo fea, o no tan hermosa como tenía la fama, era la causa las malas noches y peores días que en aquel encantamento pasaba, como lo podía ver en sus grandes ojeras y en su color quebradiza. «-Y no toma ocasión su amarillez y sus ojeras de estar con el mal mensil, ordinario en las mujeres, porque ha muchos meses, y aun años, que no le tiene ni asoma por sus puertas; sino del dolor que siente su corazón por el que de contino tiene en las manos, que le renueva y trae a la memoria la desgracia de su mal logrado amante; que si esto no fuera, apenas la igualara en hermosura, donaire y brío la gran Dulcinea del Toboso, tan celebrada en todos estos contornos, y aun en todo el mundo.»
Don Quijote, 2ª parte, cap.XXIII
Y la historia llega, ¿finalmente?, a la montaña asturiana del siglo XX, donde los investigadores del equipo de Diego Catalán encuentran una versión en la que Belerma se convierte en "Guillerma", y la espada en "fusilín":
Caminaba Montesinos
por una verde montaña,
con el fusilín al hombro
como aquel que va de caza,
y encontrara un hombre muerto
en par de una verde faya.
(...)
Le levantó el sombrero
y le descubrió la cara.
-¡Oh mi amigo Montesinos,
mal nos fue en esta batalla,
que mataron a Guarín,
capitán de nuestra escuadra!
Me sacas el corazón
por la más pequeña llaga,
lo llevas al Paraíso,
a donde Guillerma estaba. (...)
Lo dejamos aquí, que los rigores del verano harán mojama de nuestro seso, aunque con la recomendación de dos sitios de referencia para encontrar romances:

Crédito de las imágenes: La fiebre amarilla; El Romancero.

(*) El alma de Verbalia es Màrius Serra. Hace muy poquitos días falleció su hijo Lluís, un luchador a quien dedico esta nota.

22 enero 2007

Viajero de sillón

Habla Joselu en su blog del viaje como experiencia de vida. Él mismo nos ha relatado estas navidades un maravilloso periplo (iniciático) que resume la experiencia del ser humano ante lo desconocido. En su nota, un lector ha comentado que el viaje, en ocasiones, envejece y no nos hace más sabios.

Por mi parte coincido en que el viaje siempre es fuente de conocimiento, pues nos hace enfrentarnos a la hostilidad de lo nuevo, desautomatiza la rutina y provoca un esfuerzo suplementario del instinto de supervivencia. El viaje es un acto que nos convierte en adultos y por ello me agobia apreciar en mis alumnos ciertas reticencias frente a los viajes -intercambios, cursos de verano, Erasmus-, como si se tratase de un temor a hacerse mayores, como un apego al hogar que los hace infantiles fuera de tiempo.

Sin embargo, desde que existe la literatura, todos sabemos que no es necesario viajar para sentir la experiencia viajera, que la imaginación pasa por encima del lastre corporal y nos sitúa en un plano superior de las experiencias físicas.

Quizá, quienes más sabían de esto eran los viajeros de la Edad Media, expuestos a mil asechanzas y contratiempos y que, aún así, se aventuraban a llegar a tierras perdidas más allá de sus propias imaginaciones. Pero, ante un original, siempre acaba por surgir la copia. Y la copia de un relato viajero 'verídico' siempre puede ser más sustanciosa si se añaden detalles interesantes, 'pecata minuta' para entretener, más que nada.

No hace mucho, Umberto Eco recreó esos viajes medievales en su novela Baudolino. Eco es un experto en la Edad Media y un gran fabulador, por eso no le pasó inadvertido ese mundo de viajeros 'mentirosillos' que seguramente no se habían movido de su silla mientras describían un mundo más leído que visitado.

Uno de los textos más entretenidos de esta generación de viajeros virtuales es el Libro de las Maravillas del Mundo, de John Mandavila (o Los viajes de sir John Mandeville -ed. Cátedra-), un autor del siglo XIV, tan mentiroso como para encubrir su propio nombre con un seudónimo. Probablemente salió de su casa, pero no debió de pasar más allá de Egipto, por lo que sus correrías son, en su mayor parte, ficticias.

La obra pretende ser un viaje por Asia, incluyendo Tierra Santa, por supuesto, y en él se recogen datos ciertos refrendados por otros viajeros de la época, incluido Marco Polo. Sin embargo, entre bromas y veras, aparecen fragmentos tomados directamente de los bestiarios, de las historias naturales, de las recopilaciones de anécdotas orientales, etc. De este modo, aparecen hombres sin cabeza y con la cara en el pecho, otros con cabeza de perro, otros con un solo pie enorme con el que se protegen del sol, etc. además de un sinfín de animales imaginarios como el basilisco o el ave fénix, por no hablar de la mítica tierra del Preste Juan.

En fin, que lo que me interesaba era imaginar a ese falso viajero, rodeado de libros de viajes, escribiendo una obra acerca de aventuras soñadas; me interesaba imaginar sus ideas acerca de los posibles lectores: ¿pensaría que lo iban a creer? ¿acaso él mismo creía lo que leía y escribía? ¿creería, como apunta el lector de Joselu, que no vale la pena envejecer viajando con el cuerpo mientras la mente sea capaz de vagar libre...?
Y siguiendo ese hilo, me pregunto yo: ¿en qué punto se aleja lo literario de lo real? ¿para qué contentarse con lo limitado si podemos disfrutar de lo infinito? ¿cuántos de ustedes preferirían no conocer tantas certezas del mundo para poder imaginar razas y lugares imposibles? ¿Eh?