10 febrero 2018

Sesquidécada: febrero 2003

Lo habitual en las sesquidécadas es que tenga que elegir de entre todas las lecturas de un mes un máximo de tres para reseñarlas en el blog. Eso presupone que la nómina de lecturas es generalmente superior a ese mágico número. Ahora me parece increíble que, al margen de los meses veraniegos, haya listas de lecturas mensuales con seis, siete o más libros. Pero también ocurre, como en aquel lejano mes de febrero de 2003, que no alcanzo esa cuota de tres libros al mes. Intento reflexionar acerca de mi situación hace quince años, para descubrir por qué leí solo un libro. El hecho de estar trabajando en un cole privado, con 27 horas lectivas y acompañamiento de comedor y ruta escolar, puede que influyera en ello. O la preparación de materiales para clase, o la corrección de trabajos y exámenes de más de 150 alumnos, o la melancolía de la distancia de mi hogar... En cualquier caso, para esta sesquidécada os dejaré una sola recomendación lectora, espero que de calidad suficiente.

El misterio del cuarto amarillo, de Gastón Leroux, es un caso típico de novela de crimen en cuarto cerrado, al estilo de Los crímenes de la Rue Morgue, de Poe, y tantos otros clásicos del género. Es una novela llena de giros y de situaciones de suspense que van forzando un final inesperado, aunque, como suele ocurrir en estos casos, quizá demasiado enrevesado. Me parece una obra interesante para introducirse en el género, especialmente para aquellos alumnos que ya tienen una cierta competencia lectora, ya que el ritmo no es tan ágil como el que acostumbran a usar los autores actuales de novela juvenil.

Releyendo algunos fragmentos de aquella novela, recupero también las sensaciones de mi cuarto cerrado y de mis jornadas interminables. Pienso que, en unos tiempos en los que los políticos creen que un MIR educativo arreglará la educación, convendría explicar que otras claves para la mejora educativa serían la reducción de jornada y de ratio. Poco lugar hay para la atención a la diversidad, para la práctica reflexiva y para la innovación cuando la tarea rutinaria se apodera de tu jornada y del poco ánimo que te queda al acabarla.