22 enero 2007

Viajero de sillón

Habla Joselu en su blog del viaje como experiencia de vida. Él mismo nos ha relatado estas navidades un maravilloso periplo (iniciático) que resume la experiencia del ser humano ante lo desconocido. En su nota, un lector ha comentado que el viaje, en ocasiones, envejece y no nos hace más sabios.

Por mi parte coincido en que el viaje siempre es fuente de conocimiento, pues nos hace enfrentarnos a la hostilidad de lo nuevo, desautomatiza la rutina y provoca un esfuerzo suplementario del instinto de supervivencia. El viaje es un acto que nos convierte en adultos y por ello me agobia apreciar en mis alumnos ciertas reticencias frente a los viajes -intercambios, cursos de verano, Erasmus-, como si se tratase de un temor a hacerse mayores, como un apego al hogar que los hace infantiles fuera de tiempo.

Sin embargo, desde que existe la literatura, todos sabemos que no es necesario viajar para sentir la experiencia viajera, que la imaginación pasa por encima del lastre corporal y nos sitúa en un plano superior de las experiencias físicas.

Quizá, quienes más sabían de esto eran los viajeros de la Edad Media, expuestos a mil asechanzas y contratiempos y que, aún así, se aventuraban a llegar a tierras perdidas más allá de sus propias imaginaciones. Pero, ante un original, siempre acaba por surgir la copia. Y la copia de un relato viajero 'verídico' siempre puede ser más sustanciosa si se añaden detalles interesantes, 'pecata minuta' para entretener, más que nada.

No hace mucho, Umberto Eco recreó esos viajes medievales en su novela Baudolino. Eco es un experto en la Edad Media y un gran fabulador, por eso no le pasó inadvertido ese mundo de viajeros 'mentirosillos' que seguramente no se habían movido de su silla mientras describían un mundo más leído que visitado.

Uno de los textos más entretenidos de esta generación de viajeros virtuales es el Libro de las Maravillas del Mundo, de John Mandavila (o Los viajes de sir John Mandeville -ed. Cátedra-), un autor del siglo XIV, tan mentiroso como para encubrir su propio nombre con un seudónimo. Probablemente salió de su casa, pero no debió de pasar más allá de Egipto, por lo que sus correrías son, en su mayor parte, ficticias.

La obra pretende ser un viaje por Asia, incluyendo Tierra Santa, por supuesto, y en él se recogen datos ciertos refrendados por otros viajeros de la época, incluido Marco Polo. Sin embargo, entre bromas y veras, aparecen fragmentos tomados directamente de los bestiarios, de las historias naturales, de las recopilaciones de anécdotas orientales, etc. De este modo, aparecen hombres sin cabeza y con la cara en el pecho, otros con cabeza de perro, otros con un solo pie enorme con el que se protegen del sol, etc. además de un sinfín de animales imaginarios como el basilisco o el ave fénix, por no hablar de la mítica tierra del Preste Juan.

En fin, que lo que me interesaba era imaginar a ese falso viajero, rodeado de libros de viajes, escribiendo una obra acerca de aventuras soñadas; me interesaba imaginar sus ideas acerca de los posibles lectores: ¿pensaría que lo iban a creer? ¿acaso él mismo creía lo que leía y escribía? ¿creería, como apunta el lector de Joselu, que no vale la pena envejecer viajando con el cuerpo mientras la mente sea capaz de vagar libre...?
Y siguiendo ese hilo, me pregunto yo: ¿en qué punto se aleja lo literario de lo real? ¿para qué contentarse con lo limitado si podemos disfrutar de lo infinito? ¿cuántos de ustedes preferirían no conocer tantas certezas del mundo para poder imaginar razas y lugares imposibles? ¿Eh?

5 comentarios:

Angus dijo...

Me ha encantado tu artículo.
Creo que, por encima de todo, necesitamos viajar. Por eso se "navega" por Internet, creamos "bitácoras", "visitamos" páginas, etc. Toda una terminología que también remite a la idea de viaje.
Saludos.

Joselu dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Joselu dijo...

Mi experiencia de viajero (antigua) me confirma que no todo el mundo que viaja, incluso varios meses, es un auténtico viajero. Los hay que se sienten aburridos e irritados en tierras realmente extraordinarias (Indonesia, Thailandia, Malaysia...)y a los que el viaje no les cambiará en absoluto. Yo no dejé nunca de sentirme maravillado de conocer esas geografías distantes y a esos hombres y mujeres tan distintos (e iguales) a mí. Creo, no obstante, que aparte del viaje físico exterior, existe el viaje interior y éste puede ser realizado sin salir nunca de tu ciudad como sostenía Juan Poz. Hay viajeros exteriores e interiores y a veces se combinan las dos formas en una simbiosis alucinante. El que emprende un viaje ha de estar dispuesto a que el viaje le transforme. Gracias por tu referencia. Tu post es espléndido.

Toni Solano dijo...

Sí, Angus, Internet es hoy territorio de exploraciones y por eso tienen tanto éxito aplicaciones como Google Earth y sus derivados, sobre todo para los enamorados de los mapas, aunque sean del metro ;-)
En cuanto a las geografías interiores que mencionas, Joselu, uno de mis libros de cabecera fue 'Las ciudades invisibles' de Italo Calvino (fíjate, vuelve a aparecer Marco Polo), con quien me encantaba imaginar que algún día esas ciudades se harían realidad, o lo que es lo mismo, que el verbo se haría carne (y el lector sería Dios). Un saludo.

Lourdes Domenech dijo...

Viajar (en la ficción o en la realidad) es siempre iniciar una exploración a través del conocimiento de uno mismo y del otro.
Los viajes son un nuevo capítulo del libro de nuestra vida.
Algunos merecen figurar en el índice; otros, no.


Y a la pregunta ¿Cuántos de ustedes preferirían no conocer tantas certezas del mundo para poder imaginar razas y lugares imposibles? ¿Eh?
Yo misma. ¡Qué no daría por poder disfrutar de mi propio mundo de ficción!