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25 agosto 2025

Sesquidécada: agosto 2010


En esta sesquidécada traigo dos novelas de ciencia-ficción, para uso particular, y una novela juvenil, por si os interesa para el aula de secundaria.

Pórtico, de Frederik Pohl, es un clásico de los viajes interestelares y el primero de la saga Heechee. Además de las intrigas propias del género de este tipo de viajes, sus riesgos y amenazas, tenemos una novela con pinceladas distópicas basadas principalmente en el colapso malthusiano. A pesar de su fama, se ha intentado en alguna ocasión llevarla a la pantalla como serie de televisión, pero aún no se ha llevado a cabo.



Otra novela que daría la talla en el cine es Muerte de la luz, de George R.R. Martin, sí, nuestro admirado procrastinador de la Canción de Hielo y Fuego. Curiosamente, esta novela se publicó el mismo año que la anterior, en 1977, aunque, a mi juicio, se mantiene más fresca y actual, lo que demostraría que este autor tiene más interés en el entretenimiento que en la reflexión filosófica. En esta novela se mezcla una historia de amor con el retrato elegíaco de una cultura condenada a perderse. Martin prefigura aquí su habilidad para enganchar al lector con una trama y una narración en la que no puedes dejar de avanzar.



Por último, una novela juvenil que suele funcionar muy bien para el alumnado de 13-15 años es Donde esté mi corazón, de Jordi Sierra i Fabra. No hace falta contaros mucho del autor, uno de los referentes de la literatura juvenil y, sin duda, el más prolífico. En cuanto a la novela, aborda una relación sentimental con algunos elementos añadidos que dan pie a tertulias y debates en clase. Podéis tenerla en cuenta para cuando volvamos en septiembre al aula, que eso ya está ahí, a la vuelta de la esquina. 

25 julio 2025

Sesquidécada: julio 2010

Gozosos tiempos en los que podía leer en julio decenas de libros... meses en los que cuesta elegir tres lecturas entre tantas, cuando ahora apenas llego a ese mínimo. Esta sesquidécada recoge, una vez más, lecturas de dos géneros con los que empecé a engancharme tarde, la ciencia-ficción y la novela policíaca. De regalo, también un relato de viajes. Vamos allá.


No quisiera estar en sus zapatos es un relato policíaco de William Irish (también conocido como Cornell Woolrich), un autor que siempre merece la pena leer. Ya ha aparecido varias veces reseñado en este blog, incluso como recomendación para el aula de la ESO. Es el autor del relato que inspiró La ventana indiscreta, y tiene como seña de identidad el uso del azar en la resolución de intrigas con falsas evidencias. Una buena lectura para el verano.



Hyperion, de Dan Simmons, es la primera novela de una tetralogía impresionante, obra cumbre de la ciencia-ficción moderna. Tanto la estructura de la trama como el universo creado son espectaculares, con el añadido de unos referentes literarios que no pasan desapercibidos. Creo que es algo así como el equivalente al Señor de los Anillos en la novela de fantasía. Una delicatesssen para los fanáticos del género.



Los relatos de viajeros por España en tiempos pasados son una fuente jugosa de curiosidades y detalles que nos dan idea de lo que fuimos y lo que seguimos (o no) siendo. Entre los clásicos de este género está Aventuras de un irlandés en España, de Walter Starkie, un autor que también escribió acerca de los gitanos en nuestro país. Starkie viaja por España en 1931 y muestra un país que vive casi en la Edad Media, pero que se prepara para cambios que tardarán una cuantas décadas en llegar. Es un libro que engancha desde el primer momento, por esa mezcla entre la mirada objetiva y las propias valoraciones o prejuicios del autor. Hay una edición moderna que podéis encontrar fácilmente en las librerías.


Por último, fuera del formato habitual de la sesquidécada, en estos tiempos en los que la censura de la administración educativa bloquea cursos del profesorado sobre memoria democrática, tengo que recordar este libro de mi compañero de instituto, Fernando Peña: El precio de la derrota. La ley de responsabilidades políticas en Castellón, 1939-1945. En él se da cuenta de algunos procesos llevados a cabo al amparo de dicha ley, que tenía como base la venganza y la humillación de todos aquellos que votaron al Frente Popular (así aparece textualmente, excluyendo a quienes votaron a las derechas): vamos, un total de cinco millones de sospechosos, más sus familias, herederas del oprobio aunque el acusado ya en su día hubiese sido depurado o fusilado. Un libro que, sin entrar en la valoración moral o política, muestra la perversión de ciertas personas que nunca han pagado (ni pagarán ya) las injusticias cometidas a sabiendas. 


23 mayo 2025

Sesquidécada: mayo 2010

La sesquidécada de mayo se centra en la ciencia-ficción con dos obras clave, muy diferentes entre sí, pero con la grandeza de erigirse como clásicos de dos subgéneros: el ciberpunk y la novela ucrónica.

La primera lectura es Neuromante, de William Gibson. Se trata de una novela de 1984 (bonito azar) en la que aparecen elementos que hoy ya tenemos normalizados como la inteligencia artificial, la matriz o los piratas informáticos. Por sus referencias transmedia y su ambiente distópico, es una novela ideal para ser adaptada al cómic, a la televisión o al videojuego, como así ha ocurrido. Tiene el encanto del ciberpunk, ese género que mezcla lo digital con el anarquismo activista o decadente, según la mirada del lector. La trama es lo bastante compleja para que nos sintamos tan perdidos en ella como el protagonista. Conspiraciones, sabotaje, extorsión y amor se enredan también en un argumento que brilla más por su desarrollo que por su desenlace. Lo dicho, un clásico de un género que se explica por sí solo.


En el otro extremo del género tenemos El hombre en el castillo, de Philip K. Dick, un autor que no necesita presentaciones. En esta novela se plantea un mundo en el que Alemania y Japón han ganado la Segunda Guerra Mundial y se han repartido el planeta. Los Estados Unidos han quedado divididos bajo el mandato de las dos potencias y se ha generado un conflicto político y social en el que los protagonistas han de tomar partido. Al hilo de esa situación, se plantean interesantes cuestiones acerca de cómo sería ese régimen global y cómo sería "la resistencia", de la que es líder el hombre en el castillo. Una ficción curiosa que años más tarde vería una analogía en la novela La conjura contra América de Philip Roth. 



30 abril 2025

Sesquidécada: abril 2010

En abril de 2010 florecieron varias lecturas que se movían entre lo distópico y lo fantástico. Creo que fue para mí un momento de descubrimiento de la ciencia-ficción clásica que me llevaría a una auténtica euforia lectora de obras de este género. Así que vamos a ver en esta sesquidécada algunos de los títulos destacados de aquel mes.


Tenemos primero El día de los trífidos, de John Wyndham, una novela apocalíptica que encajaría perfectamente en los gustos de las series actuales (de hecho, hay una versión televisiva de 2009). Se trata de una distopía en la que unos seres mitad vegetal mitad animal tratan de apoderarse de las ciudades dejando ciegos a los humanos y devorándolos después. Como sucede en otras novelas del género (pensemos en el Ensayo sobre la ceguera de Saramago), el caos generado por los trífidos sirve también para reflexionar sobre la condición humana y su organización social. Una novela tan entretenida como angustiosa.



En la segunda lectura rescatada tenemos una novela de ciencia-ficción también con un punto desconcertante, incluso metafísico. Se trata de Estación de tránsito, de Clifford Simak. Plantea la existencia de estaciones espaciales en lugares perdidos del campo que sirven de puente para viajes por la galaxia a velocidad luz. Estos puntos serían una especie de isla en el espacio-tiempo, custodiadas por personas que ven alterada su resistencia al paso del tiempo. Es una novela clásica con elementos bastante curiosos, como las relaciones del protagonista con una chica sordomuda o la aparición de algún ser de otro planeta. Solo apta para incondicionales del género.



Por último, otra lectura extraña, que mezcla la novela negra con el ensayo filosófico: Una investigación filosófica, de Philip Kerr. En ella se enredan los nombres en clave de varios filósofos con las víctimas de un crimen que se ha de resolver. Una entretenida intriga policíaca que busca la complicidad del lectora a través de guiños intelectuales. Es un buen punto de partida para acercarse a la obra de este autor que tiene interesantes novelas de misterio.





26 febrero 2025

Sesquidécada: febrero 2010

Tengo anotado en las lecturas de febrero de 2010 un libro de Luis Landero del que apenas me acuerdo; lo mismo me ocurre con otro de Herta Müller, que había obtenido el Nobel el año anterior. Es frecuente que en mi recuperación de lecturas de hace quince años para estas sesquidécadas me encuentre con libros de los que no consigo recordar nada. Sin embargo, me sorprende en esta ocasión que ocurra con un autor que me encanta, Landero, y con otra autora que seguramente leí con mucho interés, Müller. Podría culpar al ebook y la lectura en pantalla, pero justamente tengo apuntado que esos libros los saqué de la biblioteca, así que solo lo puedo atribuir al inexorable paso del tiempo y a las cosas de la edad.



Aun así, tengo dos libros de aquel mes que sí han dejado buen recuerdo en mi memoria. El primero es La elegancia del erizo, de Muriel Barbery, una novela que tuvo notable éxito en aquellos días y que llegó incluso al cine. Es una obra con ingredientes que no suelen fallar: una mujer mayor con muchas experiencias de vida para contar y una niña superdotada con muchas inquietudes y curiosidades que saciar. A esto hay que añadir numerosas referencias literarias y una narración ágil que engancha al lector desde el primer momento. Buena recomendación para cualquier lector y para cualquier edad.



El segundo es un clásico que no me explico por qué no había leído hasta entonces: Crónicas marcianas, de Ray Bradbury. No creo que merezca la pena extenderme en dar razones para leerlo, porque forma parte del canon y porque es un referente en la ciencia-ficción de calidad. Un conjunto de relatos que habla más de nosotros que de los marcianos; un conjunto de relatos lúcidos, divertidos y críticos. Un libro imprescindible. 

27 julio 2024

Sesquidécada: julio 2009

Las lecturas juveniles son para el verano. Así se desprende del registro histórico que voy revisando para estas sesquidécadas. Es muy gratificante y de provecho para renovar las recomendaciones de clase llevarte diez o quince novelas para adolescentes y ocupar esos ratos de descanso veraniego, alternando con otras lecturas más acordes con los gustos y deseos del paladar adulto. En aquel verano de 2009 había de mar de fondo con novelas de autores de LIJ magníficos como Agustín Fernández Paz, Fernando Lalana, Care Santos, Xavier Bertran, Elia Barceló, Luis Leante o Miquel Rayó, entre otros que ya mencioné el mes pasado.

Pero las lecturas que tengo que seleccionar por su relevancia en mi historial de lectura son otras. Las dos primeras son clásicos de la ciencia-ficción, muy diferentes en tema y propósito. La guerra de las salamandras, de Karel Čapek, una sátira distópica llena de referencias políticas y filosóficas, con una narración teñida de humor e ironía que aviva la complicidad del lector inteligente. Una novela imprescindible, a la altura de Un mundo feliz, Rebelión en la granja o 1984, pero con un estilo mucho más desenfadado y divertido. 

Otro clásico del género es Soy leyenda, de Richard Matheson, una novela difícil de olvidar por la sensación de desamparo que produce y quizá también por las adaptaciones cinematográficas que vinieron después. Tras la historia de una pandemia que convierte en vampiros a casi toda la humanidad, se esconde también una reflexión sobre el ser humano y su condición. Merece la pena hincarle el diente.



La última reseña salta de género y tema, para llevarnos a la divulgación científica o algo parecido: ¿Está usted de broma, Sr. Feynnman? es un divertido ensayo autobiográfico de este famoso científico y premio Nobel de Física, que combina la ciencia, las humanidades y las anécdotas personales, todo ello con un tono sencillo y lleno de buen humor. ¿Quién dijo que los de letras no podemos disfrutar de las ciencias? Muy recomendable.

29 enero 2024

Sesquidécada: enero 2009

Pues ya estaría: las sesquidécadas cumplen 15 años y con ello se muerden la cola, recogiendo lecturas contemporáneas a su aparición como género en este blog. Esta circunstancia exige una nueva norma, la de no reseñar como lecturas añejas las propias relecturas que exigía la sesquidécada, lo que nos llevaría a un bucle de lecturas sin fin. Decía en aquel enero de 1994:

...he decidido empezar una de esas colecciones inútiles que pienso ir publicando en el blog mientras me duren las ganas y no haya algaradas entre los visitantes. Se trata de recuperar algunas de mis lecturas de hace quince años (...) he recuperado los repertorios en los que voy apuntando todas esas lecturas y, de ellos, seleccionaré no más de tres lecturas por mes. ¿Por qué quince años? Quizá porque esa es la edad de algunos de mis alumnos y con ello cierro una especie de círculo lector: recuerdo lo que leía yo cuando nacieron quienes han de leer ahora. Como no tenía un buen nombre para este coleccionable, he probado a inventar sesquidécada -y que me perdonen los académicos-, que funciona de igual modo que "sesquihora" o "sesquicentenario".

Y aquí sigo, casi con las sesquidécadas como leit motiv del blog, que, salvo algunas reseñas, cada vez recoge menos reflexiones educativas por razones que serían largas de explicar. Pero veamos qué leía en aquel año en el que el aburrimiento me llevó a iniciar esta serie.

Ahora que está tan de moda el metaverso, conviene recordar que es un término que tiene largo rodaje en la ciencia-ficción. Precisamente, la primera novela de esta sesquidécada es Snow crash, de Neal Stephenson, una distopía futurista en la que aparecen palabras que luego tendrían gran éxito, como avatar. Al igual que ocurre con Neuromante, de William Gibson, se trata de un relato encuadrado en el género del ciberpunk, con referencias al mundo de la tecnología, internet, los videojuegos y otros aspectos más prosaicos de la vida urbana, como el oficio de repartidor de pizzas, las franquicias o los hackers. Una novela imprescindible para los amantes del género.


Muy diferente es Chesil beach, de Ian McEwan, una novela intimista, con un erotismo que impregna todos los diálogos con una sutileza extrema, con una habilidad que consigue atrapar al lector en una historia llena de sueños, logros y renuncias. Ian McEwan es un autor con un estilo muy particular y sugerente, un autor que siempre merece la pena leer, y esta novela es un buen punto de partida.



La última obra reseñada es una novela apta para todos los públicos, una novela que se puede recomendar, por ejemplo, en los últimos cursos de la ESO o en Bachiller. Se trata de Cometas en el cielo, de Khaled Hosseini. Es una historia de amistad, de memorias de infancia y adolescencia, pero también un retrato del azar, del miedo y de la desesperanza. Es posible que la situación de la población afgana haya incluso empeorado en los últimos años, pero creo que lo importante de este novela es lo que menos caduca, la lucha por la vida y el valor de la amistad.

10 julio 2016

Túneles y literatura


Tal vez hayáis visto este vídeo de promoción de la secuela de Cazafantasmas: una estación de metro, unos andenes semivacíos y unos fenómenos paranormales. Nada más verlo, recordé un relato que leí hace años en la revista Cacumen, Un subte llamado Moebius, de A.J. Deutsch. En ese cuento se plantea una red subterránea tan topológicamente compleja que adopta la estructura de la banda de Moebius, ese cuerpo tan singular que sólo tiene una cara y una arista. Os dejo el relato por si os apetece compararlo y comprobar que la realidad acaba pareciéndose a la ficción: Un metropolitano llamado Moebius

Aprovechando esa coincidencia, he descubierto que voy acumulando lecturas diversas que tienen como escenario los túneles que horadan montañas y ciudades, túneles que, siendo para algunos tan cotidianos, encierran a menudo misterios y fantasmagorías. Por ejemplo, sin ir muy lejos, seguro que conocéis la historia de las estaciones fantasma del metro de Madrid o de las cercanías de Barcelona.

Al margen de esos pequeños engaños y abandonos de la realidad, es en la literatura donde se vuelve más interesante el tránsito por los túneles. Así nos encontramos en primer lugar con el imprescindible Julio Cortázar, del que vale la pena recuperar un relato inquietante como casi todos los suyos: Texto en una libreta


Gentes que entran en túneles pero que no salen, un auténtico universo oculto... La salida de un túnel es también un elemento central en uno de los relatos más conocidos de Charles Dickens, El guardavía, un cuento salpicado por el misterio y lo sobrenatural que podrían haber firmado Edgar Allan Poe o el propio Cortázar.

Siguiendo con historias de miedo y avanzando hacia el horror, encontramos un cuento de Clive Barker, uno de los escritores más sanguinarios (no os perdáis los Libros de Sangre) de los últimos tiempos. Se trata de el Tren de la Carne de Medianoche, una de esas historias que te quitan las ganas de viajar a deshora.

De la ficción a la ciencia-ficción, para encontrarnos con una novela de Dmitri Glujovski, Metro 2033, ambientada en el Moscú postapocalíptico de esa misma fecha. Es una historia tan interesante como claustrofóbica, aunque encierra un mensaje bastante profundo, nunca mejor dicho.

Para los más jóvenes, quizá convenga recordar uno de los títulos de la serie Los tres investigadores (y Alfred Hitchcock), Misterio del dragón, que transcurre en una ciudad costera que esconde unos túneles de un metro inacabado. En esta aventura, Júpiter, Pete y Bob tendrán que esforzarse por resolver las apariciones de un extraordinario monstruo que, como es habitual, esconde unos entresijos de lo más prosaicos.

Cerraré este monográfico de túneles con una novela cuyos protagonistas son precisamente los túneles: Los túneles del paraíso, de Luciano G. Egido. No es una novela metropolitana, sino un homenaje literario a los esforzados trabajadores de la línea ferroviaria que unía La Fregeneda con Barca d'Alva, una línea clausurada que encierra un tesoro paisajístico singular y una obra civil descomunal. Literatura y realidad unidas por los túneles de la lectura.

14 agosto 2013

Sesquidécada: agosto 1998

Aunque suene tópico, hay libros cuya lectura nos marca de manera indeleble para el resto de nuestra vida. Es posible que haya que esperar años para darse cuenta de ello, porque esos libros que persisten en la memoria no siempre son las lecturas que más nos han gustado o que más hemos recomendado, sino que son obras que, como los buenos vinos, han tomado cuerpo tras una digestión serena y reposada.
Esta sesquidécada rinde homenaje a una de esas novelas imprescindibles para entender el mundo en que vivimos o más bien para entender quiénes somos los seres humanos: me refiero a 1984, de George Orwell. Cuando hace quince años leía 1984, ya conocía otra de las obras maestras de Orwell, Rebelión en la granja, que también me había impactado notablemente, aunque me pareció demasiado esquemática y apologética. Con 1984 no tuve ninguna reticencia, pues me pareció una novela impecable, profunda sin olvidar lo narrativo, crítica sin dejar de ser literaria. Es difícil hablar de 1984 sin desvelar sus intrigas a quienes no la han leído, pero por otro lado, resulta aun más difícil encontrar a alguien que no haya oído hablar del Gran Hermano, de la neolengua o de la policía del pensamiento, elementos clave de esta obra orwelliana. Sin duda, los curiosos podrán encontrar suficiente información en la red sobre Orwell y su obra, pero quisiera aprovechar para recomendar una carta recién publicada en la que el propio Orwell habla de su novela y describe con gran lucidez lo que ha de ocurrir en las siguientes décadas. 
Creo que todos los ciudadanos de este Primer Mundo, tan satisfechos en nuestro ombliguismo, tan escasamente preocupados por la acumulación de poder en las manos de unos pocos -al menos mientras haya migajas que repartir-, tan soberbios en nuestro estado del bienestar -mientras dure-, deberíamos leer esta novela de Orwell y entender de una vez por todas cuál es el coste de todo lo anterior, cuál es el precio que estamos ya pagando por esas limosnas de vida burguesa. Se ha hablado siempre de 1984 como una distopía literaria, es decir como una ficción apocalíptica, pero resulta que nuestra realidad es mucho más apocalíptica que la soñada por Orwell hace más de cincuenta años. Ni siquiera necesitamos que unos burócratas borren la historia y la reescriban a gusto del Gran Hermano, porque hoy ese Gran Hermano asume que son los propios ciudadanos quienes borran sus memorias y reescriben en ellas al dictado de una sucesión de mentiras que se tapan unas a otras. Ya tenemos policía del pensamiento y vigilancia de las comunicaciones privadas. Tenemos gobernantes que castigan la transparencia y premian la delación, que inventan palabras para ocultar las verdades molestas, que utilizan la guerra para garantizar su paz. Es probable que en una sociedad normal, si alguien nos describiese este mundo en el que los poderosos desahucian y roban a los mismos miserables a quienes dicen servir, un individuo normal pensaría que se trata de una distopía, de modo que convendría reflexionar acerca de qué es lo normal y qué es lo atípico cuando hablamos de justicia, legalidad, igualdad o libertad. Sin duda, Orwell se quedó corto, pero para darnos cuenta de ello necesitaríamos más lectores y más críticos. Como decía Jean Guéhenno: "No sabe leer quien no discierne en un escrito la mentira de la verdad... Enseñar a leer a los jóvenes para que se confíen al primer papel impreso que caiga en sus manos no es otra cosa que prepararlos para una nueva esclavitud". En ello seguimos.

08 abril 2011

¿Un futuro feliz?

Villemard, 1910 (BNF)
Justin Sarmiento y Rihanna Cabrerizo van juntos al instituto. Ambos lucen en su muñeca el último modelo de movileno y en un bolso de bandolera llevan el Q-A-Drno de clase. Justin anda con ojo de no golpear su bolso contra la pared; hace unas semanas, tuvo una bronca enorme en casa por haber roto el Q-A-Drno en un descuido, algo que había supuesto a sus padres la asistencia obligada a un curso de educación familiar (una hora de diez a once de la noche durante un mes). Rihanna va repasando fórmulas matemáticas y partituras musicales mientras revisa los módulos que debe completar ese día; la multitarea es ya una costumbre para ella, criada en la era de la hipercomunicación. En su historia de la música portátil zapea unas canciones de la otra Rihanna, aquella cantante de la que su madre era admiradora poco antes de nacer ella.
Justin y Rihanna llegan al ágora del instituto. No hay vallas sino una enorme plaza abierta con diversos edificios bajos alrededor. Los códigos de colores de los edificios coinciden con los planes de estudio cargados en sus Q-A-Drnos y que pueden consultar directamente desde el movileno, de modo que saben en cada momento a qué sitio han de acudir y qué objetivos cumplir ese día. Aunque tienen la misma edad, los niveles de ambos son distintos y sus tareas también son diferentes. El diseño curricular está centralizado en un sistema de gestión didáctica -Sensatus- que supervisa los objetivos y competencias alcanzados por los estudiantes de manera autónoma. En realidad, todo parece un inmenso videojuego en el que el alumnado va completando tareas y superando niveles
Los docentes-tutores tienen asignadas tareas de supervisión sobre diez estudiantes. El sistema avisa de los logros y de los tiempos muertos del alumnado y el tutor tiene comunicación directa con las familias a través de videoconferencia inmediata. La falta de respuesta ante una incidencia genera un aviso a la inspección que propone un 'expediente de asistencia familiar', que desemboca en cursos de educación familiar o sanciones administrativas.
En cada edificio, diversos profesores especialistas ayudan a los estudiantes a completar sus tareas. Ninguna tarea se deja a medias, aunque existe la posibilidad de diversificar el planteamiento de la misma a partir de adaptaciones curriculares. Por supuesto, aquellos que completan pronto y bien las tareas son bonificados con aprendizajes extraordinarios. El premio siempre es aprender más, no dejar de hacerlo.
Al final de la jornada, el sistema Sensatus remite a tutores, especialistas, familias y alumnado, un informe del avance de cada estudiante. Los informes sirven para generar aprendizajes cada vez más significativos, puliendo los posibles errores del sistema. Como en cualquier sistema de control informático, no están permitidas variables fuera de rango, como el absentismo o la acedia, que generan automáticamente 'expedientes de asistencia familiar'. Por contra, todo el alumnado tiene derecho a tiempos de descanso suficientes a lo largo de la jornada, siempre y cuando se compensen adecuadamente con el esfuerzo que se le exige.
Justin y Rihanna no vuelven juntos a sus casas. Justin ha completado un módulo de argumentación lógica y ha cumplido el mínimo diario, así que tiene activas sus extraescolares. Rihanna ha preferido quedarse un par de horas más experimentando con la cirugía virtual, ya que quiere estudiar Medicina. 
Sensatus, mientras tanto, procesa los informes y configura los parámetros con los que han de redactarse las próximas leyes educativas. Estas leyes automatizadas, al mantenerse lejos del alcance de los políticos, se adaptarán a las realidades del presente y a las necesidades del futuro.

P.D: La semana que viene asistiré al II Congreso Escuela 2.0 que se celebra en Zaragoza. Allí hablaré de un foro que modero y que se titula Educación e innovación ¿Qué sabemos del futuro con TIC? Podéis participar on-line.
Crédito de la imagen: Villemard. BnF

30 agosto 2010

Lectores del presente para lecturas del futuro

Hace unos meses amenacé con seguir hablando de lecturas y de libros electrónicos, y aquí estoy de nuevo. Con la perspectiva que ofrece el uso de un lector de libros electrónicos durante seis meses, me aventuro a comentar algunos aspectos sobre este tipo de aparatos y sobre el aprovechamiento particular que he hecho de ello.
Mi lector es muy sencillo, un booq ligero, que comercializa Luarna, y que permite leer y poco más. Creo que es importante destacar que en la lucha por el mercado de libros digitales se está perdiendo el norte: La mayoría de aparatos que se ofrecen a precios escandalosos son en realidad pequeños ordenadores y no meros lectores; mi libro permite pasar hojas y, en todo caso, dejar una lista de mp3 sonando de fondo, suficiente para quien sólo quiere leer un libro tranquilamente.
Como ventajas de uso destacaré las siguientes:
  • Ligero: Pesa muy poquito y se puede llevar en el bolsillo de una chaqueta.
  • Sencillo: No ofrece complicaciones para su uso. La actualización de software viene con tutoriales sencillos, aunque podría mejorarse la interfaz para versiones futuras. No obstante, el servicio técnico on-line funciona bastante bien y resuelven las dudas al instante. Tiene un puerto mini-USB para la recarga y para conectarse a un ordenador y una salida para los auriculares. Tiene una ranura en la que se puede insertar una tarjeta SD para las actualizaciones de software.
  • Capacidad: Además de los 300 títulos de obras libres que venían con el aparato, dado que obras como Guerra y paz ocupan poco más de un mega, es posible morirse sin haber agotado su memoria. En cualquier caso, se puede usar la tarjeta SD para disponer de memoria adicional.
  • Versatilidad: Para los viajeros, es una herramienta más que útil, pues, además de los libros digitales, almacena y permite visualizar documentos de texto, PDF, presentaciones, etc. La autonomía es considerable (al menos yo he podido leer perfectamente dos libros de 300 páginas sin cargar la batería).
Para no ser parcial, algunos inconvenientes:
  • Lentitud en el arranque: Unos 25 segundos para que esté operativo y otros tantos para llegar a la página que leíamos. Aunque el sistema tiene un historial de lectura que nos remite a donde lo dejamos, cuando uno tiene ganas de leer, todo le parece exasperadamente lento.
  • Actualizaciones de software: Necesarias para pulir algunos fallos. En la última versión, el lector ha solucionado los problemas de historial y de cuelgue al iniciar. Faltan versiones de software más operativas para los menúes de música y los diccionarios.
  • Formatos: El formato EPUB va de maravilla. Es muy útil contar con el programa gratuito Calibre de gestión de libros electrónicos para suministrar versiones en este formato. No obstante, se pueden leer PDF, aunque resulta problemático si tienen imágenes o son muy pesados.
Como balance general, estoy bastante satisfecho. He realizado sesiones intensas de lectura y no he notado la vista cansada; el lector no tiene iluminación y es preciso disponer de una fuente externa de luz, lo que más que un inconveniente es una ventaja para la vista. Recomiendo el uso de una funda rígida, pues la que se ofrecía con el lector (una especie de calcetín elástico) resulta poco útil.
¿Y qué libros he leído? Bueno, al principio recurrí a Scribd y busqué dos libros a los que tenía bastantes ganas y que no encontraba en mis librerías: El gaucho insufrible, de Roberto Bolaño y El vino del estío, de Ray Bradbury. A partir de ahí, tuve una visión: Dedicaría el libro electrónico sobre todo a la ciencia-ficción. De modo que rescaté lecturas recomendadas de mis amigos (Eduardo Larequi, Joselu, Wraitlito, Eduideas..) y las fui buscando por las redes (*). Así han ido cayendo grandes clásicos de este género: El mundo sumergido, de J.G. Ballard, Solaris, de Stanislav Lem, Pórtico, de Frederik Pohl, Hyperion, de Dan Simmons, El día de los trífidos, de John Wyndham, Neuromante, de William Gibson, El hombre en el castillo, de Phillip K. Dick, Estación de tránsito, de Clifford Simak o Misión de gravedad, de Hal Clement. Hasta tal punto me he enganchado a la sci-fi, que me he animado a saltar al formato tradicional, pero ya hablaré de ello en otra ocasión.

(*) En la nota que enlazo al inicio ya comentaba que harían de mí un pirata: A día de hoy, resulta caro y complicado conseguir estos clásicos en formato digital. Las iniciativas como Libranda no parecen tampoco muy centradas, por lo que el lector acostumbrado a las descargas en la red obtiene lo que busca por el camino más fácil. Una ocasión perdida para las editoriales.