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18 julio 2010

Sesquidécada: julio 1995

Si la sesquidécada anterior resultó un tanto frugal, para la de julio de 1995 me ha costado seleccionar únicamente tres lecturas entre nueve títulos bastante interesantes todos ellos. El primer seleccionado es Max Aub, un autor muy querido en este blog. Una de las recopilaciones más interesantes de sus relatos tiene como telón de fondo la guerra civil; se trata de Enero sin nombre, editada por Javier Quiñones. Los cuentos se agrupan en tres partes: La guerra, los campos de concentración y el exilio. Todos ellos son de una calidad literaria e histórica indiscutible y contribuyen a que no se olvide lo que tantos quieren enterrar (*). Algunos de esos relatos son muy conocidos, pero quizá el que más me divirtió con su humor negro fue "La verdadera historia de la muerte de Francisco Franco", evidentemente prohibido durante años en España junto a buena parte de la obra de Aub.
El segundo seleccionado es Juan Carlos Onetti, con El astillero, una novela difícil en la que el lector tiene la impresión de que todo se derrumba a su alrededor. Los personajes de Onetti (y su mundo de Santa María) rezuman desolación y ruina, aunque parece que siempre haya dentro un rescoldo de pasión o de humanidad teñida de nostalgia.
Y, para cambiar de registro, un ensayo de Marvin Harris, Bueno para comer, en el que explora los tópicos y las verdades de las costumbres alimenticias más extrañas del mundo, aunque ya sabemos que no debemos considerar únicamente extraño lo ajeno, pues lo propio, a menudo, es como para echar a correr. El librito de Harris es una lectura más que recomendable para superar prejuicios culinarios y culturales. Buen apetito.

(*) Mi compañero de instituto, Fernando Peña, ha publicado un libro estremecedor: El precio de la derrota. La ley de responsabilidades políticas en Castellón, 1939-1945. En él se da cuenta de algunos procesos llevados a cabo al amparo de dicha ley, que tenía como base la venganza y la humillación de todos aquellos que votaron al Frente Popular (así aparece textualmente, excluyendo a quienes votaron a las derechas): vamos, un total de cinco millones de sospechosos, más sus familias, herederas del oprobio aunque el acusado ya en su día hubiese sido depurado o fusilado. Impresiona descubrir cómo un régimen establece toda una maquinaria "legal" de castigo civil sobre un delito que no existía en el momento de cometerse (nullum crimen sine lege) y que permitió la delación, el ajuste de cuentas, el embargo de bienes, el destierro, etc., sin más base que los testimonios de los vencedores. Un libro que, sin entrar en la valoración moral o política, muestra la perversión de ciertas personas que nunca han pagado (ni pagarán ya) las injusticias cometidas a sabiendas. Un libro que parece la trastienda legal de muchos de esos relatos de Max Aub arriba citados.

20 julio 2009

Sesquidécada: julio 1994

Hay lecturas que encajan casi a la perfección con el momento en el que se leen, ya sea por la edad del lector, por las circunstancias vitales que las rodean, o, simplemente, por la época del año en que se llevan a cabo. Echo la vista atrás quince años, como viene siendo costumbre, y recupero dos lecturas que, en sus extremos, se tocan precisamente por encajar en ese momento óptimo de lectura.
Cuando ya no importe, fue la primera novela que leí de Juan Carlos Onetti. Y quedé extrañamente enganchado al ambiente turbio y pegajoso de Santa María. Por ella desfilan algunos nombres inevitables en la obra del uruguayo: Brausen, Díaz Grey, Larsen... Las novelas de Onetti son artefactos difusos en los que no es fácil orientarse; sin embargo, dejan ese regusto extraño que persiste en la memoria más allá de estos quince años en los que regresa a mí. Onetti, para cualquier amante de la literatura, es una figura imprescindible, aunque sólo sea por esa capacidad de hacernos sudar con algunas de sus líneas. Si os interesa una visión cercana de Onetti, vale la pena leer Un posible Onetti, trabajo casi documental de Ramón Chao (sí, el padre de Manu Chao, ex-Mano Negra), a partir de unas entrevistas poco antes de la muerte del autor.
En el otro extremo, por experiencia y por planteamiento literario, se encuentra Historias del Kronen, de José Ángel Mañas. En aquel año fue muy celebrado y denostado el éxito de una novela que se comparó con El Jarama de Sánchez Ferlosio: ambas privilegiaban el diálogo como modo de narrar y coincidían en el mimetismo de una juventud paradigmática de su momento. Creo que el debate fue un poco artificial: hubo quienes marcaron como decisivo el giro marcado por los jóvenes escritores, y otros denunciaban que sólo existía afán económico por encontrar un mercado lector ávido de imágenes impactantes. Pasados los años, Historias del Kronen no es ni más ni menos que una muestra de lo que algunos llamaron posmodernidad.
Por la parte que me toca, me imagino a mí mismo, quince años atrás, viviendo los calores de julio en compañía de autores tan dispares, (también se colaron en aquel mes Rabelais, Pàmies o Kureishi) con esa ingenuidad lectora de quien todavía no acierta a adivinar lo que tiene por delante, los cientos de libros que le quedan por leer y los miles que nunca leerá. Y el ambiente caluroso de Santa María (o del Madrid del Kronen) se filtra por los poros de la memoria en un sortilegio que únicamente la literatura es capaz de conjurar.