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29 abril 2023

Sesquidécada: abril 2008

En abril de 2008, aparte del ensayo de Rafael Robles, Leer el Quijote en Teherán, que ya reseñé con detalle en su momento en el blog, empecé la lectura de la saga Canción de Hielo y Fuego, de George R.R. Martin. El primer volumen, Juego de tronos, es el que dio finalmente nombre a la serie televisiva de la que todo el mundo ha oído hablar. Pero antes de ello, fue un libro, o más bien, varios libros que se fueron publicando poco a poco para desesperación de los que nos enganchamos a ellos desde el primer momento, una desesperación que llega hasta hoy día, ya que el autor no parece muy motivado a terminar su escritura, tras el éxito apabullante de la serie de televisión.
Juego de tronos, y tras ella toda la saga, combina todos los ingredientes de la buena fantasía, pero con el tono y estilo de la literatura adulta estándar, sin abusar de la candidez de sus lectores, sin menospreciar la calidad de los recursos literarios clásicos, sin ceder a las convenciones más previsibles del género. Hay elementos sobrenaturales, pero mesurados; hay pasiones y sexo, pero a exigencia del guion; hay política y poder, tan real como la vida misma. Quizá esa cercanía de los personajes a las pasiones, vicios y virtudes de los propios lectores es el secreto de su éxito. Eso y el ritmo de la trama, con una dosificación casi perfecta de la intriga, que provocaba que lectores como yo fuesen incapaces de soltar el libro, enlazando un capítulo con otro hasta altas horas de la madrugada. Lectores que tuvieron que esperar meses y años al segundo, al tercer, al cuarto volumen... Por eso, en esta sesquidécada animaré a los pocos lectores que no hayan visto la serie para que se acerquen sin prejuicios a una de las mejores sagas fantásticas que he leído, una saga inconclusa que merece un final digno para aquellos a los que no terminó de convencer la versión televisiva. 

03 mayo 2008

Un quijote en Teherán III

Después de leer el título de Leer El Quijote en Teherán, ese libro de Rafael Robles del que estoy hablando desde hace unos días, uno puede pensar que se trata de un libro de educadores, hecho por y para docentes, con sus guiños y su lenguaje literario y/o pedagógico. Hay quien piensa que los profesores hablamos y escribimos en estándar español, pero lo cierto es que usamos una jerga extraña llena de palabras altisonantes como “consecución”, “epistemológico”, “secuencial”, “metanarratología” o “claustro”. Estos palabros asustan a cualquier profano en la materia, que huye de los libros firmados por profesores como ánima que porta Belcebú.
En el libro de Rafael Robles no existe tal jerga. De hecho, quienes vayan buscando consejos para ser buen docente o para aprender literatura más vale que se compren algo de Daniel Cassany o de Francisco Rico. Incluso el Quijote que aparece en el título sólo sirve para justificar el lugar del autor en su contexto (manchego en Irán) y como referencia intertextual con Leer Lolita en Teherán de Azar Nafisi (aunque también podemos enterarnos que es el libro en español más vendido en Irán -cabe la posibilidad de que lo lean más que aquí-). Así pues, este diario de un docente disimula bien su condición y se convierte en una mirada amena y enriquecedora de una cultura muy distinta a la nuestra, una visión divulgativa pero en absoluto pedagógica, un punto de vista personal pero nada narcisista.
Los temas que trata Rafael Robles son diversos. Algunos son inevitables desde nuestros tópicos, como la omnipresente religión, los limitados roles femeninos, los exóticos ritos culturales, el sesudo cine iraní -sobre esto habría que crear un cinefórum exclusivo en el que se prohibiese la entrada a los gafapasta- o la enrevesada burocracia. Otros asuntos nos sorprenderán, como la pasión por el fútbol español, el interés universitario por el idioma español (siempre están ahí las telenovelas, pero también las marcas de ropa), la sugerente poesía iraní, el amplio alcance de la asistencia social o la extremada hospitalidad y modestia de los iraníes.
Podemos encontrar anécdotas simpáticas (como la censura publicitaria en las faldas de una vaca bailarina) y otras más crueles (como las que se dan en cualquier régimen autoritario).
Aparecen algunas reflexiones acerca del papel del profesor, como la que reproduzco:
Los profesores de lengua somos neurocirujanos. (...) Una vez que los profesores hemos injertado las palabras en los cerebros de nuestros pupilos éstas empiezan a tener vida propia para relacionarse entre ellas y formar pensamientos complejos que antes no podían existir. De esta forma, la conducta del estudiante que aprende lenguas cambia, decenas de conceptos nuevos afloran a su conciencia fomentando la aparición de un espíritu crítico. (pp. 57, 58)
Rafael Robles sabe que su papel como profesor en Irán nunca puede ser neutral:
Tomar partido es una de las facetas más difíciles del profesorado, no en vano dicen que la nuestra es la profesión en la que más decisiones rápidas hay que tomar por minuto. Por lo general, a los profesores se nos prohíbe tácitamente defender nuestras ideas en asuntos como la política o la religión. El problema es que al ocultar nuestra ideología enseñamos a los estudiantes a ser mentirosos y a esconder lo que realmente piensan (...) (p. 70)
Pero, más que mostrarse crítico con sus huéspedes, el autor prefiere dar la vuelta a los tópicos y trata de mostrar una visión interiorizada de la sociedad iraní, desvelando las trampas de la mirada occidental. Así ocurre con las ejecuciones de las mujeres adúlteras, llevadas a cabo por el estado pero sólo después de que sea el propio marido quien deniegue el perdón (poco distinto, pues, de nuestra situación en España, en la que los asesinos sólo necesitan que el estado pierda durante un tiempo los papeles en interminables trámites). Tal vez por ser tan aséptico y no reflejar la maldad del infiel los medios españoles no publicaban las entrevistas que los periodistas le hacían.
No voy a extenderme más con las mil y una historias con que nos obsequia Rafael Robles en su libro. Acabo con una de las citas que recoge de las enseñanzas chiítas:
“Una hora pensando es mucho mejor que un año rezando.”
Crédito de las imágenes: www.flickr.com/photos/67202553@N00/169560224
www.flickr.com/photos/14485539@N00/670575087
www.flickr.com/photos/57235830@N00/423873086

29 abril 2008

Un quijote en Teherán II

Voy a seguir hablando de Leer El Quijote en Teherán, el libro en el que Rafael Robles cuenta su experiencia como profesor de Español en Teherán. Ya he contado algo sobre esta reseña, y ahora comentaré el libro. Así que, quienes ya hayan decidido comprárselo pueden ahorrarse todas estas parrafadas.
Si hablamos de Irán, quien esté libre de prejuicios que tire la primera piedra. Soy bastante apátrida y un tanto agnóstico, de modo que suelo tener pocos prejuicios raciales y religiosos. Aún así, es inevitable leer los diarios, ver la tele, oír la radio y compartir esta bendita cultura occidental que, no nos equivoquemos, sigue manteniendo infinidad de tópicos y desencuentros con otras culturas del mundo. Además, los españoles somos tan estupendos que, si queremos atacar nuestras bárbaras costumbres, solemos hacerlo elogiando la de los pueblos foráneos, aunque sean tan bestias como las nuestras, o más. Quizá, el sentido final de este libro sea confirmar que siempre quedan rincones de la conciencia en los que se ocultan prejuicios y que sólo la comunicación, el diálogo y la educación pueden librarnos de ellos. Sobre todo cuando hablamos de países como Irán.
Rafael Robles pasó en una universidad iraní un curso completo, enseñando lengua y literatura española (Digresión 1: Mi sueño incumplido es pasar algún curso en el extranjero de profesor ELE; así que más que admiración, en algunas de mis palabras encontraréis envidia en estado puro). Para los que enseñamos lengua a nativos españoles, la docencia ELE tiene algo de mágico, pues las caras de aburrimiento se suelen tornar en caras de ilusión. Esas caras de ilusión se adivinan detrás de cada minicapítulo del libro. Y tras esa ilusión todos imaginamos un profesor motivador e incansable.
El libro es una selección de las entradas que Rafael Robles publicó en su blog Vida de profesor. Pero, se nota que los criterios de elección han sido apropiados y que se ha adaptado el contenido al nuevo formato. Basta comparar uno y otro para constatarlo (Digresión 2: En más de una ocasión, los blogueros de casta podrán apreciar algún guiño al género original: repetición de sensaciones, menciones a los comentarios, incluso el cameo de alguna reconocida figura de la blogosfera). La estructura del libro permite así una lectura ágil, casi aforística en ocasiones, lo que se agradece cuando nos acostumbramos a esta vertiginosa red. También hay un aliciente añadido para lectores-profesores: mientras el resto de la humanidad ordena su vida según los años solares, la comunidad docente sigue un ritmo de vida basado en el año escolar, como ocurre en este libro.
Y llegados a este punto, todos se preguntarán de qué habla Rafael Robles en su libro. Pues, habrá que esperar a la próxima nota (Digresión 3: Quizá mi segunda vocación frustrada es la de guionista de culebrones, ¿no?). Mientras tanto, no viene mal acabar con algunos prejuicios sobre Irán viendo estas imágenes:



Crédito de las imágenes: Guess the country

28 abril 2008

Un quijote en Teherán I

Quienes escriben suelen tener ante sí una doble posibilidad: escribir sobre algo o escribir sobre el acto de escribir. La primera opción ha dado lugar a la mayor parte de la literatura que conocemos; pero la segunda también ha dado como fruto un buen número de obras que llamamos metapoéticas o metaliterarias, al modo del famoso soneto de Lope.
Viene esto a cuento de mi siguiente nota, un artículo por encargo o por promesa, que requiere una justificación metapoética, aunque con esto de los blogs habría de llamarse función metabloguética.
Concurrí hace unos días a una llamada que lanzaba Rafael Robles desde su blog. Ofrecía su libro Leer El Quijote en Teherán a aquellos que estuviesen dispuestos a redactar reseñas constructivas sobre él. Conozco a Rafael Robles desde hace mucho tiempo, primero por sus participaciones en el foro Formespa y más tarde a través de sus blogs: Vida de profesor y rafaelrobles.com. De modo que me tentó su oferta y acepté participar en este singular encargo.
Recibí el libro en menos de una semana y prácticamente en un fin de semana me lo he liquidado. Incluso a mí me ha sorprendido una lectura tan expeditiva, sobre todo cuando se me acumulan un montón de libros por leer. Pero el libro de Rafael Robles tenía un atractivo especial, pues constituye para mí un género nuevo: el blog hecho libro.
Dice el propio autor en el prólogo de Leer El Quijote en Teherán: “Hay quien afirma que convertir en libro a un blog que haya contado con éxito en la blogosfera es apostar sobre seguro”, aunque muestra sus reservas por la falta de experiencias y datos concretos en ese género. También yo tenía mis reservas, pues creo que los blogs constituyen un género particular que precisan su propio canal. Convertirlos en libro supone crear un nuevo texto, del mismo modo que adaptamos novelas al cine. Pensaba incluso en mi blog llevado al papel, materia insostenible más allá de dos o tres páginas. Así que, amigo Rafael, la lectura de tus hazañas en Irán partían con ciertos recelos y prejuicios por mi parte.
Sin embargo, como ya he avanzado, la lectura de Leer El Quijote en Teherán ha supuesto un gran placer y me ha recordado que ya existían géneros literarios muy parecidos: los libros de viajes, las memorias, los diarios. En el fondo, un blog no deja de ser una bitácora, ese libro que reúne la memoria y el viaje, dos elementos presentes en todo lo que nos cuenta Rafael Robles. Concretamente, me ha recordado a La gallina ciega de Max Aub, un libro que publicó nuestro autor exiliado con motivo de su viaje a la España del agonizante franquismo. Aub, como Robles, parece hallarse en un mundo extraño, lleno de incongruencias y de malentendidos. Ambos autores retratan una sociedad muy alejada de sus convicciones pero hasta cierto punto sentida como propia. Y ambas realidades, a su vez, tan lejanas en el tiempo y el espacio, el Irán actual y la España de los años sesenta, presentan curiosos paralelismos y coincidencias (sobre todo en cuanto a la libertad de prensa, al papel social de la mujer, al folclorismo...). Supongo que Max Aub, grafómano impenitente, de no haber sido por su amor a la tipografía tradicional, hubiese escrito sobre España un blog muy parecido al de Rafael Robles.
En cuanto a lo que se cuenta en el libro y cómo se cuenta, tendréis que esperar a la próxima nota.