23 octubre 2013

Sesquidécada: octubre 1998

Igual que hay gente que debería caerte bien y te cae mal (y así nos va), ocurre a veces lo contrario: no podemos evitar la simpatía por alguien que merecería nuestro desdén. Es lo que me pasa con uno de los autores que más estimo: se trata de Quevedo, protagonista exclusivo de esta sesquidécada,. No sé cuándo leí por primera vez un poema suyo, difícil remontarse tan lejos. El Buscón ha ocupado ya alguna sesquidécada también. Ahora Quevedo vuelve a esta serie porque en el lejano octubre de 1998 andaba yo leyendo un ensayo de Maxime Chevalier, Quevedo y su tiempo: la agudeza verbal. En verdad, si alguien debe encabezar el paradigma del ingenio verbal, ese es don Francisco de Quevedo y Villegas. Mi admiración por él está por tanto justificada, al menos en cuanto a mi condición de filólogo. Pocos han alcanzado la maestría de Quevedo en el arte de la dilogía, de la metáfora, de la ironía, de la paradoja, de la antítesis, de la hipérbole... Pero también pocos han sido tan cáusticos en el uso de la burla, el sarcasmo, la misoginia o la xenofobia. Del látigo quevediano pocos coetáneos se libraron, en especial los más débiles. Si bien es cierto que era tradición asentada incluso entre intelectuales atacar a conversos o a mujeres, eso no disculpa la especial animadversión de Quevedo hacia esos colectivos. Soy consciente de que no debemos juzgar a personajes de otras épocas bajo los patrones de la nuestra, pero leer a Quevedo hace que te hierva la sangre en más de una ocasión por la ferocidad de sus ataques. Sin embargo, como avanzaba al principio, no consigo que me caiga mal del todo, en parte por ese arte suyo con la palabra y en parte también porque esa mala baba la repartía a diestro y siniestro, como si no fuese más que una vía de escape a su propia frustración. No es sencillo acercarse a la escritura de Quevedo sin tener buenas armas en competencia lectora. Hay maravillosos poemas que admiten una lectura 'fácil' (el más conocido el que habla del amor más allá de la muerte), pero sus acólitos realmente disfrutamos con esos textos que se repliegan sobre sí mismos en una espiral de significados, formando isotopías difíciles de desentrañar, como jeroglíficos hechos con palabras que nunca acaban de cerrar su sentido último. Disfrutamos con esos textos y también con su verso punzante y con su prosa gamberra, como la del Buscón.
Creo que la historia de la literatura tiene pocos personajes tan incisivos como Quevedo. Tal vez Larra habría fraguado un carácter y un estilo similar si hubiese tenido tiempo para ello. En el siglo XX, a pesar del auge del periodismo, en el que podría destacar esa agudeza verbal quevediana, no hallo herederos a su altura; se le aproximan en alguna de sus columnas Francisco Umbral o Juan José Millás, y paremos de contar.
Quevedo es querido y odiado a partes iguales, aunque la crítica literaria siempre lo salvará. Como homenaje también, os dejo este relato, que surgió a partir de una petición especial de mi amiga Mercedes Ruiz para el proyecto 'O Apostolo'. El relato tiene demasiados tintes autobiográficos como para ser tomado a broma, así que cuidado...



P.D: Si no se creen la amistad entre Quevedo y Góngora, miren a ver quién aparece en el icono de la pestaña del navegador en este enlace a las poesías de Quevedo.

12 octubre 2013

Repiénsame el amor


Durante este curso los dos profes de 1º de Bachillerato del IES Bovalar volvemos al ataque con los portafolios digitales y con el proyecto "Piénsame el amor y te comeré el corazón". Este proyecto fue diseñado en colaboración con Mª José Chordá, Inma Contreras, José Antonio Fraga, José Daniel García, José Luis Gamboa, Evaristo Romaguera, aunque también se sumaron otros profes como Elena Cervero, Nacho Gallardo o Javier Arredondo. Este año volvemos al aula con más ganas y con ansias de superar los trabajos del curso anterior. También contamos como novedad con el libro del proyecto, publicado por la editorial Germania, en el que se recoge tanto la antología poética como las propuestas didácticas y memorias docentes del año pasado.
Os animo a que lo llevéis al aula y compartáis los trabajos en las redes sociales con la etiqueta #piensamelamor. Si no lo tenéis claro, escuchad lo que dicen quienes lo probaron:


Más información:

27 septiembre 2013

La lengua a rastras

Hablaba en mi nota anterior de los dardos en la palabra de Lázaro Carreter y de su preocupación por un idioma sano. Me da la impresión de que no existe una conciencia clara de la importancia de hablar y escribir bien, al menos entre los usuarios de la lengua estándar. La fijación por la ortografía de cierta escuela tradicional, con sus dictados y lecturas canónicas, cayó en desgracia, arrasada por nuevos planteamientos pragmáticos y comunicativos en los que se privilegiaba la comprensión y producción textual en contextos más reales y diversos, lo que conllevaba en ocasiones una menor atención a la corrección ortográfica.
En el aula, los docentes de lengua -algunos ávidos lectores de gramáticas- corregimos hasta la saciedad, tachamos, volvemos a pedir la reescritura de borradores, exigimos reflexiones sobre el error, juegos ortográficos, ejercicios interactivos, etc. Sin embargo, parece que ese interés por escribir (y hablar) bien, solo incumbe a la Escuela; como ocurre con otros tantos 'pecados adolescentes', los profes son unos friquis que se enfadan por hábitos considerados normales fuera del aula. Pocas familias echan una mano a la hora de enseñar a hablar y escribir; quizá algunas por ignorancia, pero otras también por dejadez.
A pesar de todo ello, debo constatar que esos hablantes del castellano, usuarios medios, tienen pocos recursos para conocer qué es correcto y qué no. La televisión está plagada de individuos que se expresan como si nunca hubiesen leído un libro; pseudoperiodistas que utilizan un idioma enrevesado y lleno de incorrecciones. No hay programas de divulgación lingüística y, cuando los hay, la propia estética avisa de su cursilería o petulancia. Por no haber, no hay ni siquiera manuales para el buen uso de la lengua. Es verdad que algunos periodistas, como Álex Grijelmo, han intentado publicar ensayos sobre corrección, al estilo del mencionado Lázaro Carreter (aunque también es verdad que su intento de llegar a todos con La gramática descomplicada no fue muy exitoso). Tenemos los manuales de estilo de algunos diarios, casi todos demasiado técnicos para un hablante no especialista. Tampoco la Nueva Gramática de la Lengua Española está al alcance del público general; incluso el Manual es un recurso más académico que divulgativo.
Al final, las posibles dudas de ese hablante que quiera mejorar su corrección acaban siendo solucionadas a través de la red, con los riesgos de no hallar el recurso adecuado o el informador apropiado. En Internet, podemos encontrar recursos bastante fiables como WikilenguaFundéu o la RAE, pero de nuevo nos hallamos ante unos portales poco atractivos o complicados de usar.
Para finalizar, y no como publicidad aunque pueda parecerlo, quisiera mencionar que acabo de recibir un ejemplar de la Ortografía y gramática para dummies, de Pilar Comín. Al principio pensé que sería otro de esos libros de divulgación superficiales que buscan más impresionar por el título que por el contenido y que reseñarlo en el blog no tendría sentido. Sin embargo, me he encontrado con un manual bastante completo y documentado que ayuda a resolver dudas prácticas, al mismo tiempo que aporta una visión general del funcionamiento del idioma en sus distintos niveles. No es un libro para trabajar en el aula (de Primaria o ESO), pero podría ser interesante para despertar el interés por la corrección lingüística en Bachillerato, escuelas de idiomas (ELE) o ámbito universitario. 
Me gustaría encontrar en las librerías más obras que animasen a los lectores a interesarse por la lengua y que pusiesen, al menos, la preocupación por el lenguaje a la altura del cuidado del cuerpo, por aquello de mens sana in corpore sano. Ya sabemos que en la televisión, la batalla parece perdida; sería una lástima que nos rindiésemos sin dar un poquito de guerra, aunque solo sea con la lengua a rastras.

Crédito de la imagen: 'Errata'

21 septiembre 2013

Sesquidécada: septiembre 1998

Revisando las lecturas de septiembre de 1998, encuentro pocos libros que me dejasen huella. La excepción se convertirá por tanto en protagonista de esta sesquidécada, y esa excepción lleva nombre propio: Fernando Lázaro Carreter. Creo que casi todos conocen sus recopilaciones de artículos sobre corrección idiomática: El dardo en la palabra y El nuevo dardo en la palabra, así como el imprescindible Cómo se comenta un texto literario, escrito junto con Evaristo Correa (con quien también había confeccionado los libros de texto de Anaya -momento ultranostálgico para muchos-).
Lázaro Carreter no necesita presentaciones entre la turba de filólogos que andamos ejerciendo nuestro oficio por esos mundos reales o virtuales. Forma parte de los referentes teóricos de nuestra formación como lingüistas, junto Dámaso Alonso, Emilio Alarcos, Menéndez Pidal, Rafael Lapesa, Violeta Demonte, etc. (un mundo de hombres en el que asoman pocas mujeres, por cierto). Estas figuras destacan entre el panorama de eruditos que hoy nos parecen de otros tiempos, con métodos que requerían a veces más paciencia que clarividencia. No es el caso de Lázaro ni de los mencionados, que brillaron con obras que han sentado las bases del estudio de la lengua como ciencia y que siguen siendo leídos, al menos entre los apasionados del tema, entre los que me incluyo.
Los artículos de El dardo en la palabra, publicados en la prensa española de los años 90, ponen el dedo en la llaga de la incorrección idiomática en los medios de comunicación. Lázaro Carreter dejó la dirección de la RAE aquel año de 1998 y murió apenas seis años más tarde, pero no creo que su corazón hubiese resistido de haber llegado a ver las patadas al idioma que se perpetran hoy día: sin duda, no le hubiese bastado con una columna semanal de denuncia. Debo aclarar que no soy un fundamentalista ortográfico -moriría varias veces al día en el aula-, pues entiendo que las normas son convenciones muchas veces arbitrarias y que debe primar ante todo la función comunicativa (bene dicendi) por encima de la corrección ortogramatical (recte dicendi). El problema es que esa benevolencia debería restringirse a mi alumnado, a las personas sin formación académica, a contextos muy informales de la lengua... Esa condescendencia no la merecen, sin embargo, profesionales que deben conocer bien su instrumento de trabajo: periodistas, políticos, docentes, juristas...
Como digo, en el aula la ortografía no ocupa un lugar principal, sobre todo porque los mayores problemas vienen dados por la ineficaz comprensión oral y escrita, así como por la pobre expresión oral y escrita. Puedes dedicar cientos de horas a rellenar fichas de ortografía (o a analizar oraciones), pero si no dedicas tiempo a leer y a escribir (planificar, redactar, revisar, reescribir...) poco conseguirás en este arduo camino. Quizá por eso, mis proyectos de aula de los últimos años no han incidido especialmente en cuestiones de lengua (no más allá de la lengua como instrumento) y se han centrado en objetivos literarios o comunicativos más generales. Sin embargo, el curso pasado conocí el interesante proyecto Ortografía y cómic, de Pilar Román, y me planteé llevarlo este año a clase, tal vez con 2º de ESO o con PQPI. No sé si este acercamiento heterodoxo a la ortografía hubiese convencido a aquellos eruditos, pero seguro que a Lázaro Carreter le habría encantado, pues también él tuvo sus veleidades literarias cuando escribió La ciudad no es para mí. Lo mismo dirían mis alumnos: "maestro, la ortografía no es para mí"; eso ya lo veremos.

13 septiembre 2013

Lo hacemos por tu bien... aunque te duela


Ya es costumbre que nuestra administración educativa recorte a puñados con una mano para repartir migajas con la otra. "Lo hacemos por mejorar la calidad, lo hacemos por tu bien y el de tus alumnos", dicen. Generalmente, este cambalache (o timo de la estampita) consiste en la conversión de un recurso al que tienes derecho en un objeto de mercadillo con el que se pueden negociar vacantes o cargos. Hablé de ello con motivo de los contratos-programa (por cierto, contratos que no se cumplieron ni en lo económico ni en la dotación de profesorado) y del distrito único, pero siento la necesidad de recordarlo una vez más en este deprimente inicio de curso. Digo deprimente porque no encuentro otro adjetivo para designar el estado de ánimo que se le queda a uno cuando, después de cinco años desarrollando la docencia compartida en los grupos más necesitados de 2º de ESO, ha de resignarse a echar por tierra ese trabajo y empezar de nuevo. Somos cinco profesores de Lengua y Literatura para más de 600 alumnos. Hace años que renunciamos a dar optativas (ya perdimos las horas para la revista, para la optativa de prensa, no pudimos ofertar Literatura Universal...) porque ello suponía dejar sin refuerzos y desdobles el Primer Ciclo de ESO, donde llegamos a alcanzar en varios grupos el 90% (no es una errata, no) de fracaso escolar. Llevamos años pidiendo por escrito otro docente en el Departamento, sin que nadie conteste siquiera. El profesor completo de lengua para Educación Compensatoria de hace años (conviene recordar que estamos en un centro CAES, es decir, con alto porcentaje de alumnado en situación de exclusión social o de marginalidad) se convirtió en media jornada de un maestro de Pedagogía Terapéutica para refuerzo y ha acabado convertido en tres horas semanales de apoyo para Necesidades Educativas Especiales. En resumidas cuentas, hemos pasado de 6 profesores para 350 alumnos a 5 profesores para 650. 
Sé que todos los que nos dedicamos a esto estamos sufriendo situaciones parecidas y que es mala época para plantos y elegías. Pero reconozco que estoy enfadado, y mucho. Enfadado porque la administración educativa nos manda profesores de otras especialidades cuando no sabe qué hacer con ellos, incluso sabiendo que va a haber que improvisarles carga horaria deprisa y corriendo; indignado porque, mientras mi centro tiene grupos completos cuyos alumnos repetidores llevan años sin aprobar una sola asignatura, otros centros organizan grupos de Excelencia Educativa; airado porque ni siquiera me puedo plantear la mitad de actividades que realizaba en 2º de ESO, a menos que deje desatendidos a buena parte de alumnos de cada clase; sublevado porque cuando lleguen las pruebas diagnósticas de mayo, el alumnado de este centro no se va a examinar ni de Tecnología, ni de Música, ni de Historia, ni de Biología, ni de Religión... se va a examinar, entre otras cosas, de competencias lingüísticas y comunicativas de las que es responsable mi departamento, y que dichas pruebas arrojarán de nuevo deprimentes resultados para cerrar este ciclo de penuria profesional.
Con este panorama, solo me faltaba leer que la administración educativa (la misma que me priva de impartir clases con calidad y dignidad), esforzándose por el bien de las familias, va a premiar a quienes confeccionen sus propios materiales. ¿Saben qué les digo? Váyanse al carajo.

Crédito de la imagen: 'Shouting worm'

04 septiembre 2013

Leer el exilio, vivir el exilio



No resulta fácil para mí elegir los proyectos en los que quiero embarcarme cada inicio de curso. Por un lado, la oferta de actividades en las que colaborar es cada vez más amplia y atractiva. Se añade, además, la "amistad profesional" con muchos de los compañeros que los coordinan y promueven. Por otro lado, también me complica la elección el hecho de no tener claro aún el contexto de aula en el que me voy a mover, aunque resulta evidente que cada curso las condiciones se endurecen con una vuelta de tuerca, o más.
A pesar de ello, uno de los proyectos a los que no renunciaré este año es mi colaboración en El barco del exilio, un proyecto en el que ya participé el curso pasado, y que viene ahora con un ambicioso plan de trabajo cooperativo: N-MOOC Los astilleros del barco. No voy a entrar en detalles porque podéis encontrar mucha información en los diversos foros y plataformas en los que está ya fraguándose esta segunda edición del proyecto. Animo a todos los lectores del blog a que lo conozcan y participen de manera activa en la creación de actividades y en la construcción de una red de conocimiento compartido para el aula y fuera de ella.
Decía que tengo clara mi participación en este proyecto, pero hasta que no vea el material humano con el que cuento en el aula no voy a entrar en materia. Es muy posible que lo lleve a cabo en el 2º curso de PQPI de Jardines y Viveros, un grupo reducido que se rige por el currículo de la escuela de adultos. Tengo en mente trabajar la vivencia de los exiliados a partir de lecturas juveniles que les resulten cercanas. Es curioso comprobar que vivimos en una sociedad de exiliados, unos que se fueron, otros que llegan y muchos más que tendrán que marchar. En ese contexto de migraciones, creo que todo el alumnado tiene historias familiares que contar, experiencias cercanas vividas con alegría o dolor. Por tanto, mi proyecto, al que he llamado "Leer el exilio, vivir el exilio", irá encaminado a leer, recrear y compartir estas vivencias. No sé si llegaremos a buen puerto, como pretende mi amigo Joaquín José Martínez, patrón fáctico de este Barco del exilio, pero siempre he defendido que más que la meta importa el viaje.
De momento, comparto con vosotros un listado de lecturas juveniles cuyo tema es el exilio, abordado desde distintos puntos de vista. Es una selección personal, con sus virtudes y carencias. Algunas lecturas las conozco bien y puedo dar fe de su calidad (cito, por ejemplo, Saboreando el cielo, Los fuegos de la memoria, El llanto de las palomas, Cuando Hitler robó el conejo rosa, Rosas negras en Kosovo, La piel de la memoria, etc.); en otros casos, me he dejado guiar por opiniones ajenas. Si alguien conoce más lecturas de este tipo, puede dejar un comentario o pinearla en el tablero colaborativo de Lecturas para el aula de Secundaria en Pinterest.
Espero que tengáis un buen comienzo de curso. 
(Por cierto, si no fallan las previsiones, el próximo domingo 8 de septiembre, aparecerá un reportaje de docentes creativos en El País Semanal, en el que podréis encontrarme junto con alumnos míos).
Addenda 13/09/13: Enlace al artículo Nuevos tiempos, nuevo profe

14 agosto 2013

Sesquidécada: agosto 1998

Aunque suene tópico, hay libros cuya lectura nos marca de manera indeleble para el resto de nuestra vida. Es posible que haya que esperar años para darse cuenta de ello, porque esos libros que persisten en la memoria no siempre son las lecturas que más nos han gustado o que más hemos recomendado, sino que son obras que, como los buenos vinos, han tomado cuerpo tras una digestión serena y reposada.
Esta sesquidécada rinde homenaje a una de esas novelas imprescindibles para entender el mundo en que vivimos o más bien para entender quiénes somos los seres humanos: me refiero a 1984, de George Orwell. Cuando hace quince años leía 1984, ya conocía otra de las obras maestras de Orwell, Rebelión en la granja, que también me había impactado notablemente, aunque me pareció demasiado esquemática y apologética. Con 1984 no tuve ninguna reticencia, pues me pareció una novela impecable, profunda sin olvidar lo narrativo, crítica sin dejar de ser literaria. Es difícil hablar de 1984 sin desvelar sus intrigas a quienes no la han leído, pero por otro lado, resulta aun más difícil encontrar a alguien que no haya oído hablar del Gran Hermano, de la neolengua o de la policía del pensamiento, elementos clave de esta obra orwelliana. Sin duda, los curiosos podrán encontrar suficiente información en la red sobre Orwell y su obra, pero quisiera aprovechar para recomendar una carta recién publicada en la que el propio Orwell habla de su novela y describe con gran lucidez lo que ha de ocurrir en las siguientes décadas. 
Creo que todos los ciudadanos de este Primer Mundo, tan satisfechos en nuestro ombliguismo, tan escasamente preocupados por la acumulación de poder en las manos de unos pocos -al menos mientras haya migajas que repartir-, tan soberbios en nuestro estado del bienestar -mientras dure-, deberíamos leer esta novela de Orwell y entender de una vez por todas cuál es el coste de todo lo anterior, cuál es el precio que estamos ya pagando por esas limosnas de vida burguesa. Se ha hablado siempre de 1984 como una distopía literaria, es decir como una ficción apocalíptica, pero resulta que nuestra realidad es mucho más apocalíptica que la soñada por Orwell hace más de cincuenta años. Ni siquiera necesitamos que unos burócratas borren la historia y la reescriban a gusto del Gran Hermano, porque hoy ese Gran Hermano asume que son los propios ciudadanos quienes borran sus memorias y reescriben en ellas al dictado de una sucesión de mentiras que se tapan unas a otras. Ya tenemos policía del pensamiento y vigilancia de las comunicaciones privadas. Tenemos gobernantes que castigan la transparencia y premian la delación, que inventan palabras para ocultar las verdades molestas, que utilizan la guerra para garantizar su paz. Es probable que en una sociedad normal, si alguien nos describiese este mundo en el que los poderosos desahucian y roban a los mismos miserables a quienes dicen servir, un individuo normal pensaría que se trata de una distopía, de modo que convendría reflexionar acerca de qué es lo normal y qué es lo atípico cuando hablamos de justicia, legalidad, igualdad o libertad. Sin duda, Orwell se quedó corto, pero para darnos cuenta de ello necesitaríamos más lectores y más críticos. Como decía Jean Guéhenno: "No sabe leer quien no discierne en un escrito la mentira de la verdad... Enseñar a leer a los jóvenes para que se confíen al primer papel impreso que caiga en sus manos no es otra cosa que prepararlos para una nueva esclavitud". En ello seguimos.

01 agosto 2013

Cincuenta sombras de Calisto


CALISTO: Sempronio, lleva este mensaje a Melibea. Entrégale también esa caja de ahí.
SEMPRONIO: Sí, señor.
MELIBEA: ¿Qué me trae, Sempronio? ¿Acaso otro mensaje del señor Calisto? Veamos:
De: Calisto
Para: Melibea
Asunto: Cordón

Señorita Melibea. Ese cordón que me hizo llegar a través de Celestina se ha convertido ya en una pieza única de mi colección. Estoy deseando usarlo pronto y supongo que usted también. La espero el sábado; la víspera de festivo añadirá más aliciente a nuestros juegos.
SEMPRONIO: Señorita Melibea, mi señor también quiere entregarle esta caja.
MELIBEA: ¡Oh, una paloma!
SEMPRONIO: Se trata de la mejor paloma mensajera de la ciudad. Es capaz de entregar mensajes de hasta mil palabras en menos de cinco minutos. Muchos reyes matarían por tenerla.
MELIBEA: No puedo aceptarla. ¿O tal vez debería hacerlo si no quiero parecer descortés? Bueno, será sólo un préstamo. Dígaselo a su señor.
Cielos, qué serio es este hombre. Tendría que haberle preguntado algo sobre Calisto, sobre sus silencios, su manera de estar ausente, y sobre ese rechazo a subir escaleras.
De: Melibea
para: Calisto
Asunto: Regalos

Señor Calisto. Sabe que no me gusta que me trate como a una de esas jovenzuelas que acompañan a la puta vieja Celestina que tan amiga suya parece ser. Esta paloma que me ha enviado será solo un instrumento de comunicación. No quiero tener que agradecerle nada. Atentamente, Melibea.
Ahora solo tengo que prender el mensaje a la paloma y, ¡ale!, vuela con tu amo. Voy a darme un baño.
¿Por qué este cuerpo parece rebelarse contra mis deseos? ¿O es contra mi razón? Porque yo deseo entregarme a Calisto, o al menos, la diosa que llevo dentro así lo desea. Pero mi cabeza piensa lo contrario y se niega a someterse a la tiranía de ese noble que se cree el amo del mundo...
CALISTO: ¿De verdad piensas que me creo el amo del mundo?
MELIBEA: ¡Cielos! ¿Qué haces aquí? ¿Cómo te atreves a entrar en mi baño? ¿Cómo has llegado tan pronto? ¿Y de qué manera accedes a mi pensamiento?
CALISTO: Sabes que puedo conseguirlo todo, incluso adivinar tus miedos y deseos. Pero no estoy aquí para darte explicaciones. He recibido tu mensaje y no me ha gustado nada el tono con el que mencionas a Celestina. Ya te dije que esa anciana había sido muy importante en mi vida.
MELIBEA: Ya lo sé, aunque nunca me has aclarado si ella también te ha hecho así de pervertido. Nunca me cuentas nada, por ejemplo por qué ese miedo a subir escaleras.
CALISTO: Señorita Melibea, aquí soy yo quien hace las preguntas y quien dicta castigos o entrega recompensas. Creo que voy a tener que usar ya ese cordón que me envió.
MELIBEA: ¿Me va a doler?
CALISTO: Te dolerá un poco, pero, si sigues frunciendo el ceño y mordiéndote el labio, no podrás sentarte hasta pascua de Pentecostés.
MELIBEA: Señor Calisto, sé que le gustaría que le dijera que soy su esclava, pero no tiene ningún derecho a presentarse aquí y amenazarme con castigos. ¿Por qué me mira así? ¿Qué va a hacer con ese cordón? ¿Y esas tenacillas? (La diosa que llevo dentro aplaude a rabiar)
CALISTO: Date la vuelta y apoya la frente en ese escabel. ¡Oh, Melibea! En esto veo la grandeza de Dios...