
Traigo al caso todo este rollo para desmentir a quienes pintan de negro los niveles de lectura entre los jóvenes. El local estaba abarrotado, con una cola que serpenteaba entre mostradores. Más de un centenar de jóvenes cargados con dos y tres libros de la autora esperaban pacientes su turno para intercambiar unas palabras, hacerse la foto de rigor y guardar celosamente una firma dedicada.
Conozco a algunos de ellos: son o han sido alumnos míos. Y me emociona verlos tan emocionados. Ya sé que Laura Gallego no es todavía Ana María Matute, o Carmen Martín Gaite. Pero no necesita más. He leído sus libros: están bien escritos y enganchan. Y ese modelo quiero aplicar a mi docencia. Conseguir que la lectura sea ese acto emocionante que arrastra a un chico o chica hasta una librería para ver a su ídolo. Por mucho que yo lo intente, nunca irán a saludar a Javier Marías o a Juan José Millás. Es más, en el momento en que relacionen literatura (entendida como la historia de la literatura que estudian en sus libros de texto) y lectura, dejarán de apasionarse con el acto de leer. Porque, para ellos, todos esos autores 'serios' son aburridos, aunque nos empeñemos en convencerlos de lo interesantes, comprometidos, innovadores, pioneros, ingeniosos, etc. que son o han sido.
Así que, de momento, y pesándome mucho tener que sacrificar a algunos de mis clásicos, procuraré ofrecerles lecturas que los emocionen. Y solo a los valientes, les reservaré los auténticos 'pata negra'.
Por cierto, al final ni siquiera pude saludar a Laura: aquello era la rebelión de las masas.