03 mayo 2008

Un quijote en Teherán III

Después de leer el título de Leer El Quijote en Teherán, ese libro de Rafael Robles del que estoy hablando desde hace unos días, uno puede pensar que se trata de un libro de educadores, hecho por y para docentes, con sus guiños y su lenguaje literario y/o pedagógico. Hay quien piensa que los profesores hablamos y escribimos en estándar español, pero lo cierto es que usamos una jerga extraña llena de palabras altisonantes como “consecución”, “epistemológico”, “secuencial”, “metanarratología” o “claustro”. Estos palabros asustan a cualquier profano en la materia, que huye de los libros firmados por profesores como ánima que porta Belcebú.
En el libro de Rafael Robles no existe tal jerga. De hecho, quienes vayan buscando consejos para ser buen docente o para aprender literatura más vale que se compren algo de Daniel Cassany o de Francisco Rico. Incluso el Quijote que aparece en el título sólo sirve para justificar el lugar del autor en su contexto (manchego en Irán) y como referencia intertextual con Leer Lolita en Teherán de Azar Nafisi (aunque también podemos enterarnos que es el libro en español más vendido en Irán -cabe la posibilidad de que lo lean más que aquí-). Así pues, este diario de un docente disimula bien su condición y se convierte en una mirada amena y enriquecedora de una cultura muy distinta a la nuestra, una visión divulgativa pero en absoluto pedagógica, un punto de vista personal pero nada narcisista.
Los temas que trata Rafael Robles son diversos. Algunos son inevitables desde nuestros tópicos, como la omnipresente religión, los limitados roles femeninos, los exóticos ritos culturales, el sesudo cine iraní -sobre esto habría que crear un cinefórum exclusivo en el que se prohibiese la entrada a los gafapasta- o la enrevesada burocracia. Otros asuntos nos sorprenderán, como la pasión por el fútbol español, el interés universitario por el idioma español (siempre están ahí las telenovelas, pero también las marcas de ropa), la sugerente poesía iraní, el amplio alcance de la asistencia social o la extremada hospitalidad y modestia de los iraníes.
Podemos encontrar anécdotas simpáticas (como la censura publicitaria en las faldas de una vaca bailarina) y otras más crueles (como las que se dan en cualquier régimen autoritario).
Aparecen algunas reflexiones acerca del papel del profesor, como la que reproduzco:
Los profesores de lengua somos neurocirujanos. (...) Una vez que los profesores hemos injertado las palabras en los cerebros de nuestros pupilos éstas empiezan a tener vida propia para relacionarse entre ellas y formar pensamientos complejos que antes no podían existir. De esta forma, la conducta del estudiante que aprende lenguas cambia, decenas de conceptos nuevos afloran a su conciencia fomentando la aparición de un espíritu crítico. (pp. 57, 58)
Rafael Robles sabe que su papel como profesor en Irán nunca puede ser neutral:
Tomar partido es una de las facetas más difíciles del profesorado, no en vano dicen que la nuestra es la profesión en la que más decisiones rápidas hay que tomar por minuto. Por lo general, a los profesores se nos prohíbe tácitamente defender nuestras ideas en asuntos como la política o la religión. El problema es que al ocultar nuestra ideología enseñamos a los estudiantes a ser mentirosos y a esconder lo que realmente piensan (...) (p. 70)
Pero, más que mostrarse crítico con sus huéspedes, el autor prefiere dar la vuelta a los tópicos y trata de mostrar una visión interiorizada de la sociedad iraní, desvelando las trampas de la mirada occidental. Así ocurre con las ejecuciones de las mujeres adúlteras, llevadas a cabo por el estado pero sólo después de que sea el propio marido quien deniegue el perdón (poco distinto, pues, de nuestra situación en España, en la que los asesinos sólo necesitan que el estado pierda durante un tiempo los papeles en interminables trámites). Tal vez por ser tan aséptico y no reflejar la maldad del infiel los medios españoles no publicaban las entrevistas que los periodistas le hacían.
No voy a extenderme más con las mil y una historias con que nos obsequia Rafael Robles en su libro. Acabo con una de las citas que recoge de las enseñanzas chiítas:
“Una hora pensando es mucho mejor que un año rezando.”
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4 comentarios:

Anónimo dijo...

Los tres artículos tienen para mí el efecto siguiente: deseo de leer el libro.

Lourdes Domenech dijo...

Es curioso. Sigo el blog de Rafael desde hace mucho. Dejé en él algunos comentarios hace de esto una eternidada blogoesférica y siempre regresé con el silencio del lector asiduo que vuelve y relee. Borré mi presencia como un gesto de respeto a sus experiencias, tan y tan bien contadas.

Leyendo tus reseñas, percibo que he leído el libro cuando estaba en construcción. Es una sensación extraña.

A estas alturas, Rafael te estará agradecidísmo por tus comentarios. La verdad es que apetece asomarse de nuevo a sus reflexiones.

Una crítica atinada para un libro escrito con mucho tino.

Joselu dijo...

Se agradece, a tenor de lo que cuentas, el lenguaje llano no pedagógico que, con razón asusta a los ajenos a la educación, pero también horroriza a algunas almas sensibles que deambulan por las aulas. Tus tres artículos y el comentario de Lu, me llevan a lamentar no haber seguido más asiduamente el blog de Rafael Robles. Su interés sociológico es más que evidente y sus reflexiones, muy interesantes proviniendo de un contexto como el iraní. Me gustaría también leer el libro. Bienvenido tras el puente, de nuevo a la tarea.

Toni Solano dijo...

He tratado de ser sincero. Ya advertí que partía de ciertos prejuicios y que el libro ha satisfecho mi curiosidad y me ha enriquecido personalmente. Entre sus páginas aparece la mención a cierta blogfesora catalana que quizá sea alguna de las que aquí comenta ;-)