18 abril 2017

Sesquidécada: abril 2002

En la anterior sesquidécada apuntaba una vez más a la cuestión del fomento de la lectura y la literatura en el aula de Secundaria. Casi al final de mi nota mencionaba la polarización entre Jordi Sierra i Fabra y los clásicos de Cátedra, extremos de una escala graduada de competencia lectora. Creo que ese apunte hecho a la ligera merece un poco de reflexión, así que he aprovechado esta sesquidécada de abril para rescatar, curiosamente, las lecturas de El Buscón de Quevedo y una novela juvenil de Jordi Sierra i Fabra que siempre triunfa en la ESO: 97 formas de decir 'te quiero'.

Poca defensa necesita Francisco de Quevedo Villegas en un blog de profesores y trasfondo literario, en el que ya ha aparecido reseñado en otras ocasiones y donde ha protagonizado incluso relatos de terror. Si el ingenio verbal pudiese medirse objetivamente, Quevedo encabezaría todas las listas; eso sí, probablemente también encabezaría las que midiesen el sarcasmo. De todas sus obras en prosa, la más digerible hoy día es el Buscón, una novela corta al estilo picaresco, llena de humor inteligente y mucha mala uva. Quevedo, si fuese tuitero, estaría actualmente en la cárcel o en una tertulia televisiva, según quienes fuesen el objeto de sus dardos. Requiere el Buscón para su deleite lector una buena preparación filológica y un cierto dominio del contexto histórico, ya que, si no es así, el lector se arriesga a enfrentarse a un rimero de chistes sin gracia. Por contra, el lector avisado podrá leer una y otra vez ese relato encontrando nuevas agudezas e ingenios. En mi caso, aquella lectura de 2002 era ya la tercera; en bachiller lo había leído sin apenas captar su grandeza; en la carrera, con el fondo teórico del Barroco, pude sacarle buen jugo; y en esta tercera ocasión, para compararlo con El capitán Alatriste de Pérez-Reverte (con chanzas prácticamente calcadas del original), pude volver a disfrutarlo como corresponde.

En el otro extremo, tenemos a quien he llamado el rey Midas de la literatura juvenil, Jordi Sierra i Fabra, y su novela juvenil 97 formas de decir 'te quiero'. Toda la opacidad de Quevedo desaparece y deja lugar al estilo sencillo de una trama que busca enganchar a un lector joven, con un misterio salpicado de amor, con unos protagonistas que se perciben cercanos. Llegué a esta novela precisamente por la recomendación de mis alumnos de ESO, que me animaron a leerla y a mandarla "como obligatoria". Así lo hice, tanto leerla como mandarla como obligatoria, aunque siempre he procurado que sea a través de propuestas con guía de lectura y posterior debate, no con controles escritos. Debo decir que en 2º de ESO siempre gusta, y eso que ya tiene unos cuantos años.

He mencionado que Sierra i Fabra se encuentra al otro extremo de Quevedo y, cuando hablo del otro extremo, no hablo de calidades, sino de público. Mientras el primero trata de ganarse a ese público juvenil, esquivo ante la lectura, criado en la era multimedia, el autor barroco buscaba justamente lo contrario, asegurarse el favor del público minoritario, de aquellos que podían desentrañar las oscuras metáforas, los saltos al vacío de sus figuras retóricas. En esos extremos nos movemos los profes, confundidos a veces por la idea de que la literatura dirigida a un público amplio es mala literatura, lectura de baja calidad. He oído y leído defensas apasionadas de los clásicos en el aula a personas que no han vuelto a acercarse a ellos desde que abandonaron sus carreras, personas que leen sus best sellers y critican los de otros. También es cierto que muchos de los que defienden a ultranza los clásicos en la ESO parten de sus experiencias personales, olvidando que a ellos ya les gustaba la lectura cuando se encontraron con la literatura en mayúsculas. Imaginad que los profes de matemáticas, en lugar de comenzar por las operaciones sencillas, lanzasen a sus alumnos a disertar sobre la belleza del teorema de Fermat o sobre los conjuntos infinitos de Cantor. Todo requiere su preparación, su camino de aprendizaje, y los clásicos necesitan mucho acompañamiento y mucha pasión por defenderlos con tareas de acercamiento y recreación y no con censuras ni soflamas.
Por otro lado, la polarización entre clásicos o literatura juvenil no tendría sentido si la literatura (y el fomento de la lectura en general) tuviese el lugar que le corresponde en los currículos. Prácticamente extinguida en el Bachillerato y mal planteada en la ESO, resulta difícil establecer planes que promuevan la competencia lectora desde la literatura juvenil hasta los clásicos como un continuo, una escala graduada que permita ofrecer literatura de calidad para todos los públicos, para todos los intereses, desterrando de paso la idea de que todos los adultos ilustrados degustan los clásicos con el mismo fervor con que los defienden públicamente.

6 comentarios:

Javier Álvarez dijo...

En el curso 2012-2013 trabajamos en 3º de E.S.O. la novelita de Jordi Sierra y esta fue la actividad (o una de las actividades) que les propuse a mis alumnas: http://leerenfuenteobejuna.blogspot.com.es/2013/02/97formasdedecirtequiero.html. Ahora sería inviable, porque los chavales se han pasado a Instagram con armas y bagajes.

¿Sabes que Jordi Sierra i Fabra comenzó escribiendo relatos de terror bastante escabrosos? En una vieja casa en la que viví de alquiler algunos años encontré un volumen genial de historias espeluznantes transcurridas en sanatorios mentales y similares. Creo que te gustaría hacer un poco de arqueología libresca...

eduideas dijo...

Justamente identificar el escalón de competencia lectora y hacer que cada alumno suba un peldaño es el objetivo del profesor. La literatura juvenil no es de mala calidad, es imprescindible para que lean y mejoren esa competencia, los que ya lo hacen por su cuenta nos necesitan menos. El problema es tener horas para recomendar y trabajar libros y conocer bien los posibles itinerarios más allá de títulos repetidos. Creo que los niveles más asequibles como Sierra i Fabra los dominamos la mayoría, porque hay listas de recomendaciones (como las tuyas) y las voces de los propios alumnos. El nivel más exquisito surge de la propia formación. ¿Qué ocurre con los intemedios? ¿Cuáles son esos libros palanca? Ahí es donde más vacío existe

Pilar Ferrín dijo...

Tras casi 30 años de experiencia no creo realmente q los profes de lengua podamos crear lectores. Creo q el amor a los libros nace de algo más profundo q está fuera de nuestro alcance.
Lo q si comparto es q podemos conseguir q ven la lectura como algo agradable, aún siendo impuesto. Q no la rechacen con hostilidad.
Elegir entre sierra y Quevedo es como bien dices, extremista. Yo tb disfruto de la literatura de evasión y me parece un excelente modo de acercar a los niños a los libros. Y los clásicos, bien planteados, tb pueden ser objeto de disfrute.
Pero es cierto que cada año noto como se me hunden mas rápido ante la más mínima dificultad, aunque sea literatura juvenil. Por ejemplo, en 3° con Herejía, de D. Lozano. Y solo porque tiene transfondo histórico!!!

Lourdes Domenech dijo...

Toni, las últimas líneas de tu post encierran un lamento y una denuncia:
"resulta difícil establecer planes que promuevan la competencia lectora desde la literatura juvenil hasta los clásicos como un continuo, una escala graduada que permita ofrecer literatura de calidad para todos los públicos, para todos los intereses, desterrando de paso la idea de que todos los adultos ilustrados degustan los clásicos con el mismo fervor con que los defienden públicamente".

En cuanto a lo primero, no es que sea difícil, sino que es una empresa casi heroica, con ratios de 35 alumnos en aulas cuya capacidad es de 20, con escasos recursos para comprar los libros... con obstáculos así sumados a los distractores que empañan la atención de los adolescentes, no es difícil es casi una "misión imposible" (aunque si Tom Cruise logra sus objetivos, nosotros por qué no). En cuanto a lo segundo, apelo a la sinceridad de los docentes de literatura.

eduideas dijo...

No se puede defender un libro que no te ha llegado, sea clásico o juvenil, si se manda leer porque "toca" (está en el canon, lo manda el departament o me lo han recomendado) no cumple su objetivo. Es difícil crear el clima para el intercambio sobre qué ha provocado en cada lector si no se empieza por el profesor

Kina Fernández dijo...

Exigir que lean libros para adultos, escritos, además, la mayor parte de las veces en una época para ellos lejana no creo que sea la mejor forma de fomentar la lectura. Pienso que daría mejor resultado acercarles a los clásicos (incluido los siglos XX y XXI) a través de fragmentos. Se les iría formando el gusto, les picaría la curiosidad por leerlos enteros, sobre todo a los mayores, y lo que hagan el futuro ya será cosa suya.