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10 febrero 2013

Sesquidécada: febrero 1998


El teatro del Siglo de Oro es un referente continuo en mis lecturas filológicas y ya ha aparecido en alguna sesquidécada. Al igual que ocurre con los romances, la comedia abarca un universo que parece inagotable: aventura, pasión, celos, ambición, humor y muerte. Siempre he imaginado al espectador de aquel teatro como un híbrido de lo que hoy son los apasionados del cine y los forofos del fútbol. Ya sé que no todas las obras barrocas están pensadas para ese público ruidoso de ebrios mosqueteros y matronas festivas, pero me gusta pensar que incluso en las comedias más morales habría quien hallase un punto lúdico que justificase pasar una tarde de teatro en el corral. 
En febrero de 1998 leí, entre otras, dos obras que podrían representar bien el alfa y el omega de este teatro áureo. Por un lado El cerco de Numancia, de Cervantes y por otro Los cabellos de Absalón, de Calderón de la Barca. Mientras la primera podría ubicarse en el nacimiento de lo que hoy llamamos la 'comedia nacional, la segunda se sitúa en la cima del teatro barroco, y a partir de ella comenzará su declive y extinción.

La Numancia se corresponde con las postrimerías del teatro renacentista, anclado en las normas aristotélicas y sujeto a sus unidades de acción, tiempo y lugar. Cervantes construye una tragedia en cinco actos plagada de muerte y desolación, con un deseo ferviente de provocarnos la catarsis, pero a nuestros ojos es una obra que no conmueve, que se queda a mucha distancia de historias como Fuenteovejuna, mucho más cercanas a las emociones del espectador. Cervantes tuvo clavada durante mucho tiempo la espinita del fracaso como dramaturgo, sobre todo cuando alguien hacía lo que yo acabo de hacer, compararlo con el exitoso Lope. Solo al final de su vida entendió que había prestado más atención a Aristóteles que a los ansiosos espectadores de su época. 

Tras el huracán teatral de Lope, será Calderón quien lleve el teatro a su máximo esplendor. En alguna ocasión he mencionado que la crítica ha sido injusta con el pobre Calderón, a quien acusan de dogmático, serio o austero por oposición a la desmesura lopesca. Sin embargo, las obras de Calderón tienen una perfección formal difícil de igualar. Incluso sus obras más complejas, las que parten de la historia o la tradición bíblica para moralizar sobre su tiempo, tienen una trama escénica que cautiva al lector y lo mantiene en vilo hasta el final. En el caso de Los cabellos de Absalón, los personajes bíblicos de Tamar, Amón y Absalón son el eje para reflexionar sobre la ambición humana y sobre el engaño basado en una interpretación errónea de los vaticinios -algo que emparenta esta obra con La vida es sueño-. Absalón, a partir de estas palabras: "Ya veo / que te ha de ver tu ambición / en alto por los cabellos", interpreta lo siguiente: "Luego justamente infiero, / pues que mis cabellos son/ de mi hermosura primeros / acreedores, que a ellos deba / el verme en el alto puesto; / y así, vendré a estar entonces / en alto por los cabellos.". Su vanidad, arrogancia y ambición lo llevarán a la guerra, al asesinato, al incesto y a su fin trágico ahorcado por su propio cabello, un cuadro final que servirá para que el público comprenda que no hay error sin castigo. 

Soy consciente de que esta sesquidécada es un bocado casi exclusivo para filólogos, de modo que aún me atreveré a mencionar otra obra muy alejada en tiempo, género y tema de las anteriores, pero también destinada a un lector con cierto conocimiento de los ambientes universitarios. Se trata de la novela de David Lodge, El mundo es un pañuelo, una narración de enredo protagonizada por profesores visitantes y que constituye una crítica más o menos amable de ese extraño mundillo de favores y rencores. Recuerdo que me resultó una novela divertida que me provocó más de una risa, quizá porque todavía tenía muy presentes los entresijos de la vida en la facultad, los congresos y las disputas de eruditos. Tal vez ahora me resultase muy muy lejana, más incluso que Calderón.

12 noviembre 2010

Sesquidécada: noviembre 1995

Al revisar el registro de lecturas de noviembre de 1995 para esta sesquidécada, me he dado cuenta que el teatro de los Siglos de Oro fue una de esas pasiones casi inexplicables por las que uno hace locuras. La mía fue devorar en pocos meses casi toda la bibliografía fundamental sobre el tema. Sólo para el mes de noviembre encuentro estos títulos:
  • Maravall, José Antonio: Teatro y literatura en la sociedad barroca
  • Díez Borque, José María: Sociología de la comedia española en el siglo XVII
  • Varios autores: Constantes estéticas en la "comedia" del Siglo de Oro
  • Aubrun, Charles: La comedia española 1600-1680
  • Varios autores: Comedias y comediantes
  • Orozco, Emilio: ¿Qué es el "Arte Nuevo" de Lope de Vega?
  • Parker, Alexander A: La imaginación y el arte de Calderón
  • Froldi, Rinaldo: Lope de Vega y la formación de la comedia
Lo mismo para diciembre y enero... Las razones de este desenfreno bibliográfico hay que buscarlas en una asignatura concreta de la carrera, Literatura de los Siglos de Oro, cuyo primer cuatrimestre corría a cargo de la catedrática Evangelina Rodríguez Cuadros, experta en Calderón de la Barca, entre otros muchos menesteres. Esta profesora proponía un método de examen no muy usual, que a mí me parece estupendo, pero que no complacía a muchos. Al inicio de curso, daba un listado de bibliografía y dejaba claro que cada cual se buscase la vida para administrarla. En febrero, el examen consistiría en un texto crítico sobre el teatro clásico que podríamos llevarnos a casa, donde tendríamos cinco días para entregar una reflexión crítica a partir de nuestra propia investigación. El reto era impresionante, como podéis imaginar, de ahí que me tomase tan en serio lo de leer crítica literaria y obras de teatro, que no aparecen aquí, pero que también fueron numerosas como demuestra la foto que encabeza esta nota.
El resultado fue bastante bueno (o al menos así me lo evaluaron) y eso me hizo pensar que algún día me dedicaría a la investigación del Barroco. De hecho, empecé mi tesis doctoral con esta profesora, aunque pronto asumí que no podría entregarme con la dedicación que el empeño exigía. Los años marcaron otro destino profesional y quizá algún día retome lo que quedó a medias. De momento, para los devotos del teatro áureo, os dejo aquel examen que empezó a redactarse meses antes de tenerlo en mis manos:

APOSTILLAS SOBRE LA RECEPCIÓN DEL TEATRO CALDERONIANO

16 marzo 2009

Sesquidécada: marzo 1994


Se queja con razón el pobre Lope de que nadie lee sus poemas ni ve sus obras de teatro. No me culpéis esta vez de hacer chanzas de los clásicos: fue otro el autor y yo solo soy el mensajero.
No obstante, me viene de perilla el vídeo para mi recopilación mensual de lecturas sesquidecádicas. Hace quince años estaba sumergido en la lectura de comedias del Siglo de Oro. Me leí tantas que ya casi adivinaba con antelación lo que iba a ocurrir en ellas (algo similar a lo que ocurre con Agatha Christie). El teatro barroco es un fenómeno de dimensiones inimaginables, a las que no se alcanza siquiera con la lectura de todo el inmenso corpus teatral. Suelo decir en clase que, para hacerse una idea de la comedia del Siglo de Oro, piensen en el fútbol y el cine de Hollywood: del primero imaginen las aficiones, los hinchas, el estadio, la gente alborotando; del segundo, las historias, la intriga, la aventura, el miedo, el amor, el drama...
Con esta digresión de fondo, regreso a mi nómina de marzo de 1994, en la que se dan cita dos de los grandes: Lope de Vega y Calderón de la Barca. El primero con La dama boba, y el segundo con El gran teatro del mundo.
La dama boba es un ejemplo de comedia ligera, muy representativa del teatro de Lope, al estilo de El perro del hortelano, y de la que también existe versión cinematográfica:


No es desde luego la mejor comedia de Lope (en el aula de Bachiller creo que funcionan mejor Fuenteovejuna o El caballero de Olmedo), pero sería interesante probar a combinar la lectura de la obra con el pase de la película, y luego tratar la imagen de la mujer que ofrece Lope. Por si acaso, os dejo un fragmento del padre de las chicas, una lista y otra boba:
(...) Aquí el oficio
de padre y dueño alarga el pensamiento.
Caso a Finea; que es notable indicio
de las leyes del mundo, al oro atento.
Nise, tan sabia, docta y entendida,
apenas halla un hombre que la pida;
y por Finea, simple, por instantes
me solicitan tantos pretendientes,
del oro, más que del ingenio, amantes,
que me cansan amigos y parientes.
Ya veis que las mujeres listas no tenían buena prensa...

El gran teatro del mundo es quizá el mejor auto sacramental de Calderón. Puede que otro día me entretenga en salvar a Calderón de la mala fama que tiene. Creo que La vida es sueño es una de las mejores obras de la literatura española, con diferencia. Tampoco voy a proponer a Calderón como autor revolucionario, pero considero que, aun hoy, pesan sobre él lecturas muy rancias, debidas más a los críticos posteriores que a su propia obra.
En este auto, Calderón plantea que la vida es una función de teatro en la que cada uno representa un papel. El autor, Dios, los juzgará al acabar la función. Como es normal, pocos están conformes con el personaje que les toca representar; pero el autor tiene palabras de consuelo para todos, incluido el pobre:
En la representación
igualmente satisface
el que bien al pobre hace
con afecto, alma y acción
como el que hace al rey, y son
iguales este y aquel
en acabando el papel.
Haz tú bien el tuyo y piensa
que para la recompensa
yo te igualaré con él.
No porque pena te sobre,
siendo pobre, es en mi ley
mejor papel el del rey
si hace bien el suyo el pobre;
uno y otro de mí cobre
todo el salario después
que haya merecido, pues
con cualquier papel se gana,
que toda la vida humana
representaciones es.
Y la comedia acabada
ha de cenar a mi lado
el que haya representado,
sin haber errado en nada,
su parte más acertada;
allí igualaré a los dos.
Supongo que para el mísero espectador del siglo XVII, estas palabras servirían de consuelo; quien dude del poder balsámico de tales palabras, puede pararse a escuchar a los políticos de nuestros días en campaña electoral y encontrará ejemplos similares con una prosa más basta.

Pero, no quisiera terminar sin rendir un homenaje también a la Colección Letras Hispánicas de la Editorial Cátedra. La mayoría de amantes de la palabra, es decir, filólogos en sentido amplio, debemos tributo a esos clásicos a los que hemos llegado a través de cuidadas ediciones de bolsillo. En mi biblioteca tengo más de cincuenta libritos de los que nunca pienso deshacerme. Y una vez más, seguro que coincido en esto con alguno de los que pasáis por aquí.

Enlaces a la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes:
Vídeos sobre el teatro Barroco: