14 diciembre 2007

Modelos para el mal

Había decidido no hablar más de los informes y del estado de la educación en el momento actual, pero, mire a donde mire, me doy de bruces con ello. Sin embargo, no es ahora mi intención abordar los fallos del sistema educativo, sino poner en cuestión algo mucho más general.
Son legión quienes defienden la idea de que los niños (y, por extensión, los jóvenes) repiten los modelos que ven en sus entornos sociales o familiares. El otro día, Juanjo Muñoz recordaba en su blog el experimento Bandura, por el que parecía evidente que los niños repiten los comportamientos que observan en los mayores. Desde hace tiempo, circula un vídeo que repite esta idea, e incluso las campañas de fomento de la lectura van por ese camino.
Sin embargo, no tengo muy claro hasta qué punto (hasta qué edad, bajo qué condiciones, en qué contextos, con qué caracteres) este comportamiento mimético se convierte en una norma general. No trato con niños de Primaria, pero parece claro que, si todos ellos pasan gran parte de su jornada en un ámbito educativo, deberían formarse adecuadamente. Y no es así. Se les achaca a las familias que los niños no tengan hábitos de estudio o de lectura, pero en ocasiones pasan más tiempo en el colegio (academia, extraescolares, etc.) que con sus familias. Vale, vale, padres y madres no hay más que dos y ejercen una influencia peligrosa que los convierte en seres malignos. A los adolescentes que suelen odiar a sus padres, ¿también les sirven de modelo?
En cuanto a culpar a la televisión de todos los males de nuestros infantes, tampoco parece buena idea. Mi amigo Jorge me avisaba el otro día de un magnífico y divertidísimo artículo de Hernan Casciari, La abuelita de Rosa Montero, en el que conjuga parodia e ironía para demostrar que estas generalizaciones son a veces producto de una auténtica miopía cultural (o de relleno de periódicos). Pensar que todos los comportamientos 'disruptivos' son por influjo de las familias o de la televisión no nos lleva a ningún sitio.
¿Seremos entonces culpables de la 'mala educación' los profesores, que no educamos bien? ¿O serán los alumnos, quienes cual Golem enfurecido andan sedientos de fechorías?
Desde luego, yo cada día soy más escéptico al respecto. Quizá los adultos de estas sociedades tan 'avanzadas' estemos ejerciendo un control excesivo y por eso los jóvenes rechazan todo cuanto venga de nosotros. Da la impresión de que todos los adolescentes son sospechosos de algo (de drogarse, de ser adictos a los videojuegos, a las teleseries, al botellón, de ser acosadores, de ser unos fracasados escolares...). Con esa espada de Damocles siempre encima, no es extraño que desconfíen de nosotros y duden de nuestras buenas intenciones.
Mientras tengamos que poner vallas en los colegios e institutos para evitar que se escapen, será síntoma de que algo no funciona bien. Por mímesis o por antítesis.

Crédito de la imagen: Fotograma de El Golem

10 comentarios:

Darabuc dijo...

Yo supongo que es de verdad difícil de calcular la relación entre violencia y televisión. ("Perdone que le moleste, señor asesino en serie, pero, aprovechando la espera en el corredor de la muerte, ¿podría rellenarme una encuestita? Es fácil, solo para saber si usted de pequeño veía Marco o en su casa lo abandonaron a lo que echaran...") Así que lo referiré al terreno personal, a riesgo de la anécdota. En mi hija, que ahora tiene tres años, veo cómo se acostumbra a la violencia visual (en su medida: la rata de "La Dama y el Vagabundo", pongamos). Las primeras veces llora desconsolada, las siguientes, no. En cambio, cuando ve Pingu y este rompe algo, o se pierde, o llora, a ella no hay forma de pasarle el desconsuelo. Eso me lleva a pensar (quizá sin razón, ya digo que no lo sé) que a la violencia nos acostumbramos, pero al sufrimiento, menos. ¿Y quizá en lo primero ya se ha dado el mal paso de considerarla normal, casi aceptable?

Sin embargo, a los tres años, mi hija vive la violencia sobre todo en los cuentos populares, con mucha más intensidad (al menos, verbal, pero también imaginativa). "A este lobo feroz lo vamos a matar y le vamos a pegar". Esa es la versión que suele contar con sus propias palabras. "Es muy malo y lo vamos a matar".

Yo tiendo a pensar que la violencia está en todas partes (en la sociedad en general) y el problema es cómo nos enfrentamos a ella, más que si la ocultamos o no. Quizá una violencia escasa sin diálogo en la familia es peor que una violencia fuerte comprendida como una metáfora de la lucha entre el bien y el mal, que no debiera tener traslación directa a la realidad. Pero sin duda, el margen de la familia, también en esto, es relativo frente a la escuela y el grupo de amigos/conocidos con los que se convive.

(Disculpas por la extensión del comentario, quizá sea inapropiado.)

Toni Solano dijo...

En absoluto inapropiado. No he leído mucho de psicología (tampoco tengo mucho tiempo ya para ponerme, además de cierta desconfianza ante determinados teóricos), pero como dices la violencia ha estado siempre presente en la formación de los niños. Quizá antes ocupaba un espacio simbólico que hoy se ha hecho más literal, no sé. En cuanto al sufrimiento, da miedo pensar que también evolucionamos hacia una convivencia y tolerancia malsana respecto al dolor ajeno.

Lourdes Domenech dijo...

Creo que la violencia de los cuentos populares la hemos aprendido todos, pero esas escenas formaban parte de nuestro mundo de ficción y en él hallábamos el placer de ver abatido al malo.
Esa violencia aprendida no tenía referentes reales, ni tampoco continuidad. Nos hacíamos mayores y sustituíamos esas lecturas por otras obras en las que la violencia estaba casi ausente.

Actualemente, se han diluido las fronteras entre la realidad y la ficción. Y, lamentablemente el tópico se ha hecho verdad: la violencia real supera con creces la de la ficción.

Anónimo dijo...

Lo de las vallas me ha tocado, Antonio, porque forma parte del currículum oculto de cualquier centro educativo. Llevo un tiempo diciéndole a mis alumnos que si quieren se vayan a su casa, que son libres para hacerlo, y nunca se va ni uno solo, quedándose desconcertados cuando entienden que no tiene mérito querer irse cuando uno puede hacerlo con total libertad.

Somos ejemplos, ellos y sus padres, y esto es un problema colectivo del que andamos con frecuencia tirándonos la pelota de unos a otros de una forma realmente calamitosa. Estoy harto de leer que las leyes educativas nos llevan a fracasos cuando a la vez todos sabemos que los profesores pueden salterse esas leyes cuando les da la gana. Que en Finlandia la educación está mejor ¿y qué? ¿Eso nos impide a los profesores españoles intentar mejorar? ¿Cuánto tiempo vamos a seguir llorando por las leyes sin de verdad modificar lo que estamos haciendo en clase? No conseguimos nada escondiendo nuestras posibilidades de mejora detrás de una supuesta impotencia en la que nos deja el legislador. En clase estás tú y ellos, y ellos tienen que aprender contigo, lo que puedan y puedas, todo lo que puedas, y es esto último lo que tenemos que esforzarnos en mejorar. Me está pareciendo, en general, y siento decirlo, que somos un gremio lastimoso que oculta sus errores y echa balones fuera con tanto descaro como nos quieran dar los informes que sean.

Un saludo.
Juanjo

Miss S. dijo...

Quizás no sea la más adecuada para comentar la situación de la aducación, puesto que, ahora mismo, estoy en el punto clave en el que ya no estudio en el instituto ni soy todavía (si es que al final llego a serlo...) profesora, pero creo que desde este punto sí que se pueden ver algunos aspectos importantes.
Este año finalizo mis estudios por lo que estoy todavía lo suficientemente cerca de ellos para darme cuenta de sus insuficiencias. Es fácil echarles la culpa a los padres, pero ¿cómo ir con ganas a clase si tus profesores a la mínima no van, les preguntas algo y se enfadan o simplemente parece que saber tú más que ellos de lo mal que explican?

Quizás una solución clave para que los jóvenes se sintieran más estimulados sería partir de profesores que no escojan esa profesión como otra cualquiera, profesores cualificados de verdad.
En las clases hay de todo, lo sé, pero si tienes un profesor que está cerca y que le gusta lo que hace, las cosas son bastante diferentes.
No serían necesarias más vallas.


Un saludo.

Joselu dijo...

Quizás en ese nombre que tiene nuestro sistema educativo Educación Secundaria Obligatoria, subrayo lo de Obligatoria porque ahí está su maldición. ¿Cómo en algo que se obligatorio vamos a suprimir las vallas? ¿Cómo despertar la pasión por aprender en algo que es obligatorio y coercitivo? Es una contradicción. Probablemente muchos de los alumnos que tenemos obligados a permanecer siete horas diarias quietos (es un decir) en clase sin hacer nada positivo y sin aprender nada, estarían mucho mejor en estudios laborales mucho más prácticos y acordes con su vocación. El resto de alumnos que quedara podrían dedicarse a aprender y a superar las limitaciones que supone la falta de cultura familiar o de hábitos lectores de los padres. Pero supongo que hablar de esto es algo disruptivo y "antipedagógico".
Un saludo.

Anónimo dijo...

Joselu y si las/os alumnas/os de 7 años empizan también a no querer ir a la escuela, ¿qué? ¿También organizamos estudios prácticos para ell@s?

Ya estamo con que el problema lo da que la educación sea obligatoria. Sinceramente, el problema no creo que sea ése. La escuela es un reflejo de la sociedad. Y no se trata de jóvenes o niños cada vez más violentos, sino de personas (en general) cada vez más violenta. Y la violencia no es sólo violencia directa, la violencia también es estructural. Vivimos en un sistema violento que permite que habiendo recursos suficientes para el doble de la población mundial hay millones de personas que se mueren de hambre. ESO ES VIOLENCIA. Y a esa violencia nos hemos acostumbrado tod@s. Y creo, a pesar de lo que dice darabuc, que ya no nos conmovemos ante nada. Así que, dejémonos de hipocresías. El mundo es repugnante y los niñ@s y jóvenes, las grandes y los pequeños somos un reflejo de ello. En esta sociedad el dinero es lo que cuenta, puedo invadir un país y matar a los que me dé la gana por petróleo, ¿eso no es violencia? Permitir esto y escandalizarse con la violencia de los cuentos, los videojuegos, etc., es cinismo.

Saludos, Montse

Anónimo dijo...

Joselu y si las/os alumnas/os de 7 años empizan también a no querer ir a la escuela, ¿qué? ¿También organizamos estudios prácticos para ell@s?

Ya estamo con que el problema lo da que la educación sea obligatoria. Sinceramente, el problema no creo que sea ése. La escuela es un reflejo de la sociedad. Y no se trata de jóvenes o niños cada vez más violentos, sino de personas (en general) cada vez más violenta. Y la violencia no es sólo violencia directa, la violencia también es estructural. Vivimos en un sistema violento que permite que habiendo recursos suficientes para el doble de la población mundial hay millones de personas que se mueren de hambre. ESO ES VIOLENCIA. Y a esa violencia nos hemos acostumbrado tod@s. Y creo, a pesar de lo que dice darabuc, que ya no nos conmovemos ante nada. Así que, dejémonos de hipocresías. El mundo es repugnante y los niñ@s y jóvenes, las grandes y los pequeños somos un reflejo de ello. En esta sociedad el dinero es lo que cuenta, puedo invadir un país y matar a los que me dé la gana por petróleo, ¿eso no es violencia? Permitir esto y escandalizarse con la violencia de los cuentos, los videojuegos, etc., es cinismo.

Saludos, Montse

Toni Solano dijo...

Difícil me lo ponéis. Por un lado estoy de acuerdo con Joselu y con quienes critican la escolarización obligatoria tal y como está planteada hoy día. Digan lo que digan, para muchos alumnos (a partir de diez o doce años, sobre todo) la escuela no les aporta nada, por mucho que se empeñen profesores y legisladores (y no basta ofrecer buenos modelos docentes, como dice Miss S. pues más de una vez los alumnos reconocen que nuestra profesión es un fracaso). Tampoco es problema de becas ni de adaptaciones, sino de un auténtico descrédito del lugar que ocupan.
Sin embargo, también coincido con Montse en algo: no podemos dejarlos en la calle, sin respuesta. Habrá que dar una solución (ya que las leyes son insuficientes, habrá que ser atrevidos, como apunta Juanjo). Me gustaría ayudar a muchos de esos objetores que llegan a 1º de ESO sin saber leer no un texto, sino una frase de más de seis palabras. Me gustaría enseñarles algo que no fuesen objetos directos ni las jarchas. Pero si los tengo en la misma clase que aquellos que piensan estudiar bachillerato, y me dedico al 'aeiou' estoy estafando a la mayoría por beneficiar a dos.
¿Es ese sacrificio lo que mejora la sociedad? ¿No existe la posibilidad de disponer de educadores para aquellos con los que el sistema ha fallado desde hace tiempo? ¿De verdad, la integración es la solución?

Anónimo dijo...

Antonio, estoy convencida de que a esas/os alumnos/as que no saben leer algo les enseñas. Y no precisamente el CD ni las jarchas, sino el trato humano entre personas más allá de su capacidad intelectual y de su interés por los estudios. ¿De verdad creéis que eso es poco? La verdad que yo no doy a alumnas/os tan pequeñas/os pero creo que salvo casos muy excepcionales, siempre siempre les puedo enseñar algo, al menos a convivir, porque a convivir se aprende conviviendo.

Un saludo, Montse