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27 noviembre 2022

Sesquidécada: noviembre 2007


De aquel mes de noviembre de 2007 tengo dos lecturas de didáctica, una de T.W. Moore y otra de Fernando Savater, que apenas recuerdo, y otras dos obras que reseñaré brevemente en esta sesquidécada.

La primera es un breve ensayo de Noam Chomsky e Ignacio Ramonet, Cómo nos venden la moto, que supongo que conoceréis. Es un librito fácil de conseguir y de leer, que explica cómo actúa la propaganda sobre nosotros a través de los medios de comunicación dependientes de intereses económicos y políticos. Se trata de una obra de 1995, que casi treinta años después sigue teniendo la misma vigencia. Han cambiado los canales y se ha diversificado la manera de difundir y recibir la información, pero las estrategias siguen siendo las mismas. Merece la pena releerlo de vez en cuando.


El otro libro es un clásico de Galdós, Marianela, una lectura que hemos usado alguna vez en 4º de ESO. Es una obra que resulta interesante recuperar, porque tiene diversos niveles de lectura y aporta una visión muy rica de lo que era la sociedad de finales del siglo XIX, pero también da pistas de lo poco que hemos cambiado en ciertos aspectos como la caridad o la justicia social. 


26 abril 2020

Sesquidécada: abril 2005

Tenía ganas de llegar a este mes de recuerdos lectores, que me permite reseñar en esta sesquidécada tres lecturas muy diferentes en sus géneros y en sus épocas.
La primera es El Buscón de Quevedo, una novela que apenas necesita explicaciones. No sé si esta sería mi tercera o cuarta relectura del clásico, una obra a la que vuelvo de vez en cuando solo por degustar la ironía, el ingenio y la amargura inconfundible de Quevedo. Estoy convencido de que Quevedo sería hoy un tuitero de los más ácidos e ingeniosos, creador incansable de memes y virales, aunque me parece que lo sería del lado oscuro: homófobo, clasista y misógino. Cabe también la posibilidad de que ocupase algún cargo político del establishment y se hubiese moderado: lo que ganaríamos en humanidad lo perderíamos en ingenio, sin duda. A pesar de todo ello, releer el Buscón supone recuperar alguna carcajada y descubrir que en algunas cosas hemos cambiado muy poco desde el Siglo de Oro.

Muy relacionada con la lectura, la literatura, el pensamiento y el mundo de los libros, conviene leer un ensayo de Fernando Báez: Historia universal de la destrucción de los libros: de las tablillas sumerias a la guerra de Irak. Como su nombre indica, es una obra que traza un recorrido por diversas purgas y desastres intencionados que buscaban la aniquilación del libre pensamiento y la imposición de una visión dogmática y ortodoxa del mundo. Resulta curioso comprobar que los nuevos bárbaros no necesitan quemar libros: les basta con sembrar la desinformación para anular el pensamiento crítico. Como se destaca en la cita de Heine de su portada: "Allí donde queman libros, acaban quemando hombres". 

Finalmente, recomiendo una novela ligera de Denis Guedj, La medida del mundo, en la que se adaptan literariamente las peripecias de Pierre Méchain, el astrónomo francés que contribuyó decisivamente a la definición del meridiano. Es una historia apasionante, llena de retos y dificultades, muchos de ellos acaecidos en la costa mediterránea española, por donde transcurre el Meridiano de Greenwich. Aquí en Castellón se encuentra la casa en la que falleció Méchain; en el Parque Ribalta hay un monumento que le sirve de homenaje, un monumento que nos recuerda que detrás de las grandes empresas suele hallarse la persistente paciencia y coraje de pequeñas personas.


19 enero 2020

Sesquidécada: enero 2005

Abrimos nuevo año de sesquidécadas, esas reseñas de lecturas de hace quince años que se han convertido en el hilo de continuidad de este blog. Hace poco me entrevistaron en la radio para preguntarme por la vigencia de los blogs. Les decía que llevamos años avisando del apocalipsis bloguero, pero que algunos resistimos, un poco por nostalgia, otro poco por tener un espacio para la reflexión alejado del ruido y la furia de las redes sociales:

Estas sesquidécadas también son un ejercicio de reposo sereno de lecturas añoradas o de recuperación de momentos curiosos que rodearon al acto de leer. Por ejemplo, en aquel enero de 2005 tengo anotadas varias novelas juveniles escritas en valenciano. Estaba dando clases en el IES de Sedaví, muy cerquita de mi casa entonces, y había una hora de plan lector, que repartíamos entre castellano y valenciano. Fue un curso en el que aprendí mucho, por ejemplo, que habilitar momentos de lectura en el aula siempre es provechoso y da réditos a largo plazo.

Al margen de aquellos libros de Josep Gregori, Pasqual Alapont o Enric Lluch, encuentro anotado a Michel Houllebecq, que apenas recuerdo, y a Vicente Verdú, con un ameno ensayo sobre Estados Unidos: El planeta americano. Ya he mencionado otras veces en el blog mi sueño de ser profesor de español para extranjeros en algún país remoto (una ilusión que la edad y la comodidad han ido disolviendo), por lo que la lectura de esta obra me descubrió curiosidades que desconocía, y también acabó con cierta visión mítica de los EE.UU. que vamos fabricando a través de las novelas o las películas. Imagino que su interpretación hoy, tantos años y tantos cambios presidenciales después, sería buen objeto de análisis para historiadores y políticos. Para mí fue casi un carpetazo a aquel propósito de irme allí de profesor de español. Muchos años después, un compañero lo hizo y volvió apenado por la deriva hacia un modelo ultracompetitivo y orientado a cumplir objetivos bajo incentivos de todo tipo, especialmente en cuanto a la dotación de recursos económicos. Tal vez algún día haga turismo educativo por allí para comprobarlo.

Otra lectura de aquel mes fue el primer volumen de la saga Memorias de Idhún, de Laura Gallego, de la que ya he hablado también en el blog. Reconozco que no sé si Laura sigue teniendo el tirón que tenía en la época, aunque me consta que algunos de mis alumnos siguen leyendo novelas como El valle de los lobos y las siguen disfrutando. Sin embargo, creo que aquella literatura juvenil de mundo mágico teñida de despertar sentimental ha evolucionado hacia una ficción bastante más dura, quizá en correlación a un mundo juvenil menos limitado en el terreno sexual o en la exposición a la violencia. No es en absoluto una queja, sino una constatación de que los tiempos y los gustos lectores cambian. Que lean, libremente, que decidan qué les gusta y qué no. Que se equivoquen, como nos hemos equivocado los adultos. Que nadie les impida aprender más allá de las limitaciones de sus profesores, de sus amigos, de sus familias. En eso siempre intentaremos ayudarles algunos docentes.

15 octubre 2016

Sesquidecada: octubre 2001


En octubre de 2001 me encontraba atascado entre dos mundos: la vida universitaria, en la que, a pesar de estar preparando la tesis, no veía ningún futuro, y la vida como profesor de Secundaria, para la que me preparaba con cierta ilusión (sin dar detalle de otra vida más prosaica que me permitía mantener casa y familia). Para esta sesquidécada y recordando aquel tránsito, recupero la lectura de la novela Lo es, de Frank McCourt, que supuso en cierta medida una revelación que me obligaba a tomar partido por uno de esos mundos. Ya había tenido contacto con las aulas reales, pero leer la visión de esas otras aulas americanas no idealizadas por el cine, me ayudó a decidirme por un oficio que tiene algo de heroico y suicida a la vez. Si sois docentes y no os habéis asomado a esta novela, os recomiendo que la tengáis en vuestra lista de lecturas pendientes y, si os gusta, podéis continuar con El profesor, del mismo autor. Precisamente, al hilo de esa encrucijada en la que me hallaba yo mismo hace quince años, reflexiona McCourt sobre la brecha entre las desventuras del profe de Secundaria frente al "drama" de los docentes universitarios:
‘tiene muchas veces la impresión de que ha cometido un error al no dedicarse a la enseñanza universitaria, en la que vas por la vida pensando que cagas buñuelos de crema y sufres si tienes que dar más de tres horas de clase cada semana. Dice que podría haber escrito una tesis doctoral de camelo sobre la fricativa bilabial en el período medio de Thomas Chatterton, que murió a los diecisiete años, porque esas son las mierdas a que se dedican en las facultades, mientras los demás defendemos el frente ante unos chicos que no quieren sacar la cabeza de entre los muslos y ante unos supervisores que están satisfechos con tener la cabeza metida en el culo’ 

La segunda lectura que recomiendo en esta ocasión es un ensayo sobre los siglos de oro de José Deleito y Piñuela, un autor que publicó bastantes escritos de divulgación heterodoxos sobre la España más marginal, escritos no siempre bien fundamentados, pero cuyo tono ágil y divertido suple a veces el rigor documental que debería exigir un texto histórico. Menciono aquí La mala vida en la España de Felipe IV, aunque como digo, cualquier otro de la serie puede ser igual de interesante: El rey se divierte, También se divierte el pueblo... Por cierto, recomiendo acercarse a la biografía de su autor, otro de esos maestros herederos del krausismo represaliados por la dictadura franquista, cuya memoria todavía permanece sepultada en el olvido.



Por último, un ensayo, mucho más cercano en el tiempo, que puede servir incluso para trabajar en el aula (lo he incluido alguna vez en mis lecturas recomendadas), es Leyendas urbanas en España, de Antonio Ortí y Josep Sampere. Se trata de una recopilación de esos bulos tragicómicos que circulan por las conversaciones de amigos y que, con la aparición de las redes sociales, se han convertido en virales. Precisamente el auge de las redes ha provocado que este ensayo haya quedado obsoleto, aunque algunos de los asuntos que aparecen en él siguen compartiéndose por internet y por la mensajería instantánea con la misma ingenuidad y terror que despertaban entonces. Si os interesa la vertiente terrorífica de estas leyendas urbanas, os recomiendo a Jan Harold Brunvand, que ha escrito varios libros sobre ello. Y cuando queráis cazar alguna de esas mentiras virales (hoax), recurrid a las propias redes para no caer en la trampa.