Mostrando entradas con la etiqueta Calvino. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Calvino. Mostrar todas las entradas

29 junio 2016

Sesquidécada: junio 2001

Me ha costado decidir las tres lecturas que ocupan esta sesquidécada de junio, ya que me he encontrado con un listado muy intenso entre el cual escoger; se ve que hay meses en los que un lector está en racha y va acertando en sus lecturas casi como si le tocase la lotería. Así que voy a tener que dejar para otra ocasión el recuerdo de la magnífica novela de Italo Calvino Si una noche de invierno un viajero, o la poesía de José Ángel Valente.

Hablando de poesía, el primer rescatado es un poeta, Francisco Brines, a quien me aproximé en aquel junio de 2001 a través de una antología bastante completa. Brines es un poeta muy mediterráneo, que particularmente me recuerda al modo de escribir de Manuel Vicent. Sus poemas apelan a lo sensorial y erótico, pero también al desasosiego crepuscular que marca el paso del tiempo. Es un poeta que vale la pena leer ahora, de cara al verano, sentado en una hamaca en los atardeceres mediterráneos. Os dejo uno de sus poemas:

Lamento en Elca

Estos momentos breves de la tarde, 
con un vuelo de pájaros rodando en el ciprés, 
o el súbito posarse en el laurel dichoso 
para ver, desde allí, su mundo cotidiano, 
en el que están los muros blancos de la casa, 
un grupo espeso de naranjos, 
el hombre extraño que ahora escribe. 
Hay un canto acordado de pájaros 
en esta hora que cae, clara y fría, 
sobre el tejado alzado de la casa. 
Yo reposo en la luz, la recojo en mis manos, 
la llevo a mis cabellos, 
porque es ella la vida, 
más suave que la muerte, es indecisa, 
y me roza en los ojos, 
como si acaso yo tuviera su existencia. 
El mar es un misterio recogido, 
lejos y azul, 

y diminuto y mudo, 
un bello compañero que te dio su alegría, 
y no te dice adiós, pues no ha de recordarte. 
Sólo los hombres aman, y aman siempre, 
aun con dificultad. 
¿Dónde mirar, en esta breve tarde, 
y encontrar quien me mire 
y reconozca? 
Llega la noche a pasos, muy cansada, 
arrastrando las sombras 
desde el origen de la luz, 
y así se apaga el mundo momentáneo, 
se enciende mi conciencia. 
Y miro el mundo, desde esta soledad, 
le ofrezco fuego, amor, 
y nada me refleja. 

Nutridos de ese ardor nazcan los hombres, 
y ante la indiferencia extraña 
de cuanto les acoge, 
mientan felicidad 
y afirmen inocencia, 
pues que en su amor 
no hay culpa y no hay destino.

(Francisco Brines)

También de cara al verano, recupero uno de esos novelones imprescindibles de la literatura universal: Crimen y castigo, de Fiodor Dostoievski. Las novelas rusas del siglo XIX tienen algo que las hace especiales, por exóticas y cercanas a la vez. Exóticas por ese mundo de costumbres tan distantes y cercanas por los paralelismos literarios con autores muy nuestros como Clarín o Galdós. Creo que Crimen y castigo no necesita una reseña a estas alturas; es una novela que hay que leer en alguna ocasión en la vida, como placer literario y como ejercicio filosófico. Entender a Raskólnikov es también entender la condición humana.

Por último, no quería dejar en el olvido a un autor poco conocido pero muy meritorio, Sławomir Mrożek, cuya recopilación de relatos Juego de azar me sorprendió tan gratamente que he ido leyendo con posterioridad casi todo su repertorio de cuentos. No es justo establecer comparaciones para elogiar a un autor, pero las historias de Mrożek tienen cierto paralelismo con el absurdo mundo de Millás o con el humor de Quim Monzó, bajo el sello personal, eso sí, de la narrativa centroeuropea.

Espero que esta selección justifique haber dejado de lado a mi estimado Italo Calvino, al que sin duda tendré ocasión de volver no muy tarde. Feliz verano.

23 marzo 2016

Sesquidécada: marzo 2001


La sesquidécada de marzo va dedicada en exclusiva a uno de mis autores preferidos: Italo Calvino. Rebuscando en el blog, he visto que no le he rendido el homenaje que merece siendo casi un autor de cabecera para mí, así que aprovecharé este nota para saldar esta deuda inexcusable. Hace quince años descubrí Por qué leer los clásicos, uno de sus ensayos más conocidos. Por aquel entonces ya había leído su divertida trilogía Nuestros antepasados (El vizconde demediado, El barón rampante y El caballero inexistente), el inclasificable relato de Las ciudades invisibles, uno de esos libros llenos de literatura en estado puro que releo de vez en cuando, y también Marcovaldo, ese personaje torpe que produce ternura, pena y risa a partes iguales. Más tarde vendrían otras obras suyas, tan intensas como diversas, desde Las cosmicómicas hasta las Seis propuestas para un nuevo milenio, algunas profundas y otras cómicas. Si no conocéis el humor de Calvino, os dejo un relato breve para abrir el apetito: Solidaridad.
Sin embargo, aquel hallazgo de Por qué leer los clásicos (Ed. Siruela) contribuyó a que replantease mi enfoque de la didáctica de la literatura. Recupero aquí los puntos que menciona Calvino en su ensayo:
1.- Los clásicos son esos libros de los cuales se suele oír decir: Estoy releyendo... y nunca Estoy leyendo...
2.- Se llama clásicos a los libros que constituyen una riqueza para quien los ha leído y amado, pero que constituyen una riqueza no menor para quien se reserva la suerte de leerlos por primera vez en las mejores condiciones para saborearlos.
3.- Los clásicos son libros que ejercen una influencia particular ya sea cuando se imponen por inolvidables, ya sea cuando se esconden en los pliegues de la memoria mimetizándose con el inconsciente colectivo o individual.
4.- Toda relectura de un clásico es una lectura de descubrimiento como la primera.
5.- Toda lectura de un clásico es en realidad una relectura.
6.- Un clásico es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir.
7.- Los clásicos son esos libros que nos llegan trayendo impresa la huella de las lecturas que han precedido a la nuestra, y tras de sí la huella que han dejado en la cultura o en las culturas que han atravesado (o más sencillamente, en el lenguaje o en las costumbres).
8.- Un clásico es una obra que suscita un incesante polvillo de discursos críticos, pero que la obra se sacude continuamente de encima.
9.- Los clásicos son libros que cuanto más cree uno conocerlos de oídas, tanto más nuevos, inesperados, inéditos resultan al leerlos de verdad.
10.- Llámase clásico a un libro que se configura como equivalente del universo, a semejanza de los antiguos talismanes.
11.- Tu clásico es aquel que no puede serte indiferente y que te sirve para definirte a ti mismo en relación y quizás en contraste con él.
12.- Un clásico es un libro que está antes que otros clásicos; pero quien haya leído primero los otros y después lee aquél reconoce enseguida su lugar en la genealogía.
13.- Es clásico lo que tiende a relegar la actualidad a la categoría de ruido de fondo, pero al mismo tiempo no puede prescindir de ese ruido de fondo.
14.- Es clásico lo que persiste como ruido de fondo incluso allí donde la actualidad más incompatible se impone.
Bajo esas reflexiones, cualquiera puede entender que la lectura de los clásicos en el aula no se sostiene ni con la obligatoriedad ni con el desamparo de una lectura huérfana en todos los sentidos (sin motivación, sin acompañamiento, sin superación...). El planteamiento de Calvino exige que la lectura de los clásicos se convierta en la apertura a un nuevo mundo, en el descubrimiento de un goce al que se puede volver siempre con el placer de una primera vez. Si no somos capaces de conseguirlo, deberíamos renunciar a ello antes de estropear esa potencialidad, antes de provocar su rechazo a perpetuidad. Es más, siendo docentes de literatura, deberíamos ser capaces de establecer el canon de los nuevos clásicos, de lecturas que vayan configurando los referentes literarios de tiempos venideros. Para ello habría que despojarse de prejuicios y de ciertas poses elitistas. No creo que Calvino aceptase una visión conservadora al respecto, sobre todo conociendo obras suyas como Si una noche de invierno un viajero... o su pertenencia al Oulipo, junto a Raymond Queneau. 
Para acabar, en estos tiempos aciagos para el arte y la cultura, con gentes soberbias e ignorantes que desprecian las Humanidades olvidando que precisamente gracias a ellas somos humanos, es también una urgencia que la Escuela garantice un espacio para la lectura y para la configuración de esa genealogía de clásicos de nuestro tiempo. La Escuela debería ser por momentos ese lugar donde la actualidad queda como ruido de fondo ante un pensamiento crítico y autónomo. Si no lo conseguimos, estaremos abocados a una sociedad en la que impere la mediocridad y el sectarismo, una sociedad en la que curiosamente saldrán beneficiados esos pocos que tanto proclaman la inutilidad de las Artes y las Letras.

03 junio 2006

Por qué leer los clásicos

1.- Los clásicos son esos libros de los cuales se suele oír decir: Estoy releyendo... y nunca Estoy leyendo...
2.- Se llama clásicos a los libros que constituyen una riqueza para quien los ha leído y amado, pero que constituyen una riqueza no menor para quien se reserva la suerte de leerlos por primera vez en las mejores condiciones para saborearlos.
3.- Los clásicos son libros que ejercen una influencia particular ya sea cuando se imponen por inolvidables, ya sea cuando se esconden en los pliegues de la memoria mimetizándose con el inconsciente colectivo o individual.
4.- Toda relectura de un clásico es una lectura de descubrimiento como la primera.
5.- Toda lectura de un clásico es en realidad una relectura.
6.- Un clásico es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir.
7.- Los clásicos son esos libros que nos llegan trayendo impresa la huella de las lecturas que han precedido a la nuestra, y tras de sí la huella que han dejado en la cultura o en las culturas que han atravesado (o más sencillamente, en el lenguaje o en las costumbres).
8.- Un clásico es una obra que suscita un incesante polvillo de discursos críticos, pero que la obra se sacude continuamente de encima.
9.- Los clásicos son libros que cuanto más cree uno conocerlos de oídas, tanto más nuevos, inesperados, inéditos resultan al leerlos de verdad.
10.- Llámase clásico a un libro que se configura como equivalente del universo, a semejanza de los antiguos talismanes.
11.- Tu clásico es aquel que no puede serte indiferente y que te sirve para definirte a ti mismo en relación y quizás en contraste con él.
12.- Un clásico es un libro que está antes que otros clásicos; pero quien haya leído primero los otros y después lee aquél reconoce enseguida su lugar en la genealogía.
13.- Es clásico lo que tiende a relegar la actualidad a la categoría de ruido de fondo, pero al mismo tiempo no puede prescindir de ese ruido de fondo.
14.- Es clásico lo que persiste como ruido de fondo incluso allí donde la actualidad más incompatible se impone.

Italo Calvino: Por qué leer los clásicos (Ed. Tusquets)

Magnífico. Ojalá lo hubiese pensado yo...