15 octubre 2014

Sesquidécada: octubre 1999

Hay sesquidécadas en la que asoma mi lado más salvaje de la Filología. En ellas aparecen lecturas no aptas para el público general; si hubiese rombos en los blogs habría que ponerles más de uno para mantener alejados a los incautos. En octubre de 1999 estaba inmerso en varios cursos de doctorado muy específicos, en los que leía obras como La fraseología del español coloquial o El histórico reino de Valencia y su organización foral. De muchas de aquellas lecturas solo ha quedado el vago recuerdo de horas de lectura silenciosa en bibliotecas perdidas. Sin embargo, como en todas las sesquidécadas, siempre cabe destacar un par de obras por encima de esa masa anónima del recuerdo.

La primera protagonista de esta nota es una tesis doctoral que ocupó casi toda la vida de su autor: Erasmo y España, de Marcel Bataillon. Ya hablé en la anterior sesquidécada de la fascinación que me produjo el Elogio de la locura de Erasmo, así que no era extraño que indagase más sobre este peculiar protagonista de la historia en todas las dimensiones de la cultura, la política y la religión. La obra de Marcel Bataillon se centra en la relación de Erasmo con España y su influencia en los círculos reformistas del siglo XVI. Sé que es un tema áspero y demasiado erudito, pero sorprende leer esa historia como un juego de poder y de intriga casi a modo de una novela de, por ejemplo, Umberto Eco. Tanto me fascinó el personaje que estuve a punto de centrar mi tesis en uno de los traductores de Erasmo, Bernardo Pérez de Chinchón. Por suerte, la fiebre reformista se me fue pasando y solo volví a ello de la mano de Miguel Delibes y su novela El hereje, donde aparecen muchos de los mencionados por Bataillon.

La segunda obra que recupero pertenece a otro viejo conocido de este blog, Luciano de Samósata. Se trata de los Diálogos, un conjunto de textos dialogados en los que se parodian pasajes de la mitología, unas veces con cierto humor y otras con abierta sorna (no se pierdan el diálogo de los muertos con un Caronte más banquero que barquero). Se trata de una joya literaria para los amantes de la mitología y también para los aficionados a la literatura clásica, pues entre sus líneas se aprecian antecedentes de obras como la Celestina, los sueños de Quevedo, las novelas ejemplares de Cervantes, etc. Por supuesto, también tienen relación con los hermanos Valdés y sus diálogos, lo que nos lleva de nuevo a Erasmo. Y es que la literatura, a pesar de su lado salvaje, no hace más que hablarnos de nosotros mismos, en un eterno círculo de referencias y alusiones cruzadas.

2 comentarios:

eduideas dijo...

Hay algunos diálogos muy jugosos, quizá incluso para el aula. Creo que esas épocas de "literatura con rombos" o hard son también necesarias, habría que obligarse periódicamente a acceder a según qué libros quizá menos apetecibles en un primer vistazo pero que alimentan más. Si no, el tiempo nos consume y acabamos relegando algunas obras incluso aunque nos guste leer. Por eso creo que de vez en cuando no hay que dejarse sucumbir por la seducción de un libro nuevo que descubrimos comprando otro o un título que nos recomiendan entusiasmados, ni caer en los libros solamente de temporada. No, de vez en cuando hay que acercarse a esos otros libros, a menudo de no ficción, o a cuentas pendientes

Joselu dijo...

La dimensión de Erasmo y su influencia en España es un tema trascendental en la historia del siglo de Oro. Otra cosa hubiera sido nuestra historia si la religiosidad de Erasmo hubiera calada en nuestra vida pública, en la iglesia, en el estado... Su inicial difusión habla de una España progresista y abierta. Luego su prohibición y persecución expresa qué pasó y qué línea se impuso en aquella España que sigue teniendo mucho tiempo después el conflicto entre la apertura y la cerrazón más terrible. Es un asunto que sigue vivo aunque en otros términos. Hay un núcleo ideológico que vive de la agresión y el ataque a cualquier divergencia sobre la ortodoxia de los grupos sociales. El nacionalismo con su carga de sombra atrae ataques que lo refuerzan por su excesiva e innecesaria agresividad. El fracaso del erasmismo en España es una de nuestras iniciales catástrofes ideológicas en aquel siglo XVI.