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21 febrero 2016

Sesquidécada: febrero 2001

Algún día quizá escriba sobre la trastienda de este blog, sobre las bambalinas que permanecen ocultas a los que se pasean por este escaparate. En alguna ocasión he contado cómo escribo estas notas, pero no he llegado a reflexionar públicamente acerca del flujo de visitantes o de la interacción dentro y fuera de la red. Digo esto porque me resulta muy curioso que algunos escritos tengan amplia difusión, como el de los deberes o el del libro blanco, con varios miles de visitas ambos, y otros sean bocado de minorías, como suele ocurrir con las sesquidécadas. Es lo bueno de la red, que permite picar de aquí y allá según el gusto.


En esta sesquidécada tenemos a dos novelistas españoles muy conocidos y reconocidos, con los que no me voy a extender. El primero es Juan Marsé, cuya novela El embrujo de Shanghai, leía por aquel lejano febrero de 2001. Se trata de una obra muy interesante para los amantes de la literatura, porque, más allá de la trama tierna y evocadora que se cuenta, el buen lector se encontrará con numerosos guiños literarios y con una especie de alegoría del propio acto de escribir y leer.


El otro autor es Eduardo Mendoza, que por aquel entonces estrenaba su novela La aventura del tocador de señoras, en la que recuperaba al estrambótico detective de El misterio de la cripta embrujada y El laberinto de las aceitunas. Mendoza ha aparecido varias veces en este blog y siempre he dicho de él que merece un lugar destacado en el Parnaso literario de este país, no solo por el humor fino de sus novelas más conocidas, sino también por obras más complejas como La verdad sobre el caso Savolta.


No cerraré esta sesquidécada sin mencionar la lectura del libro Verbalia, de Màrius Serra. Siempre he sido aficionado a los aspectos más lúdicos de la lengua y la literatura y por ello, desde muy pronto, seguía las novedades de este autor y su equipo, que montaron una web, Verbalia, que aún hoy sigue bastante activa y con numerosos verbívoros compartiendo y disfrutando de las palabras. La lengua y la literatura como juego, al estilo de aquel universo oulipiano (palíndromos, lipogramas, acrósticos...), fue durante mucho tiempo mi modo de congraciarme con los alumnos cuando peregrinaba en sustituciones temporales; unas sustituciones que, por cierto, empecé a desempeñar en aquel febrero de 2001. Quince años no son nada... 



26 mayo 2015

Sesquidécada: mayo 2000

Esta nota en el blog es un poco especial, porque, además de recoger la lecturas de hace quince años, coincide con el aniversario de este blog, que hoy cumple nueve añazos. Seguro que hay más motivos para andar de celebración, pero me conformo con la alegría de poder compartir con vosotros durante tanto tiempo lecturas y escritura.
La sesquidécada de mayo de 2000 viene con tres novelas como protagonistas, lo que quizá sea una invitación al goce de leer en el periodo estival que se acerca. Además, sus autores son ya una referencia inexcusable en el panorama literario de tres periodos bastante diferentes, por lo que siempre es agradable escribir sobre ellos.

Siguiendo el orden cronológico, la primera novela es Campo del moro, de Max Aub, uno de mis autores de cabecera como bien sabéis. Se trata de la quinta novela del Laberinto Mágico, un friso narrativo imprescindible para entender la historia de España entre 1936 y 1939. En mi opinión, esta novela, junto con Campo de los almendros, es una de las más trágicas de esta serie ambientada en la Guerra Civil. Despojada de toda retórica, la novela avanza con agilidad gracias a los magníficos diálogos de los personajes, que representan las distintas ideologías y facciones en liza. No salen bien parados ni los de un bando ni los del otro, y el horror vence siempre a la dialéctica. Evidentemente, se trata de una novela recomendada para amantes de la historia y la buena literatura.


El segundo protagonista es Eduardo Mendoza, en esta ocasión con una obra menor: Una comedia ligera. Como su nombre parece indicar, se trata de una novela sin pretensiones, con el telón de fondo de una obra teatral en la que los protagonistas se ven enredados en medio de un crimen. Mendoza es un gran narrador y se puede permitir aquí los juegos metaliterarios sin necesidad de mostrarse virtuoso o con ínfulas de maestría. Es una novela para entretenerse y para descubrir los encantos y la levedad de la burguesía. Por supuesto, prefiero al Mendoza de La verdad sobre el caso Savolta, pero también es cierto que a veces se necesita leer por leer, y esta es una buena ocasión.


Algo parecido ocurre con la tercera novela, Últimas noticias del paraíso, de Clara Sánchez, una autora de la que no he vuelto a leer nada, pero que en su día me pareció interesante. En esta obra, se cuentan las aventuras y reflexiones de un adolescente en una de esas urbanizaciones impersonales que empezaron a crecer a principios de este siglo y que ahora consideramos tan propias de nuestra idiosincrasia. Recuerdo que en aquella época resultaba casi exótico ese mundo tan desangelado que se articulaba alrededor de un centro comercial, a imagen y semejanza de las urbes norteamericanas. Durante mucho tiempo, esta novela formó parte de mis recomendaciones para los bachilleres y alguna de ellos llegó a publicar su reseña personal.

Una vez más, gracias a Gorka podemos disfrutar de esta sesquidécada en forma de tertulia del programa El Recreo (a partir del minuto 33,15), que en su décima edición, lleva como invitada a la grandísima María Barceló hablando del EABE. Un placer compartirlo con vosotros.

29 noviembre 2010

Flato literario

Disfrutar de la lectura como una experiencia placentera y enriquecedora supone correr ciertos riesgos y desengaños. Igual que un aficionado a la buena mesa elige con cuidado sus remansos del paladar, el buen lector selecciona también autores a los que recurrir con cierta garantía. Y en ambos casos, no duele tanto el hecho de ser engañado por una experiencia desconocida como el verse defraudado por un autor (o un chef) en el que uno confía.
Algo parecido me ha ocurrido con buenos autores que consideraba valores seguros: Así me decepcionaron las últimas novelas de Julio Llamazares, Luis Landero o Muñoz Molina, por citar algunos casos. Imagino que muchos de ellos se ven presionados por sus editores para cumplir con los respectivos contratos, pero deberían pensar en esos lectores cuyo paladar destrozan a menudo por la baja calidad de sus mejunjes y a los que llegan a producir cierto 'flato literario'.
La última experiencia de este tipo ha venido de la mano de mi querido Juan José Millás, quien ha publicado Lo que sé de los hombrecillos, una novela corta que, a mi juicio, hubiese ganado siendo una columna larga. En realidad, los lectores de Millás sabemos que la historia que se cuenta y el fondo absurdo que la sustenta es la materia común de sus artículos; la novela en este caso no aporta nada, pues el lector siente que la anécdota del hombrecillo perverso (que en ocasiones recuerda al malo malote del Vizconde demediado de Italo Calvino) se alarga artificiosamente sin apenas justificación. De hecho, la novela ocuparía la mitad de páginas en un formato estándar menos generoso con el tamaño de letra, los espacios y los saltos de capítulo. La conclusión: Una historia ligera, ingeniosa en un par de ocasiones, que podría estar sacada de uno de esos folletines veraniegos que nos regalan los diarios.
Mejor opinión tengo de la última de Eduardo Mendoza, otro de mis imprescindibles que me venía fallando últimamente. Riña de gatos. Madrid 1936 no es una gran novela, aunque tal vez sea uno de los mejores Premios Planeta de los últimos tiempos. En esta obra aparece de nuevo el humor fino de Mendoza, sobre todo en la caracterización del crítico de arte inglés que la protagoniza (que recuerda en ocasiones al destartalado detective del Laberinto de las aceitunas y otras de la saga). En la novela se agradecen la ambientación y los diálogos; también vale la pena descubrir a algunos secundarios muy bien engarzados en los hechos históricos que sirven de marco. Sin embargo, me han resultado pesadas algunas digresiones historicistas o culturales que parecen soslayar la competencia del lector. Aun así, la novela mantiene la intriga y se sostiene como artefacto narrativo, pese a no constituir una obra fundamental en la carrera de Mendoza.
Como esos jóvenes de la imagen superior que se asoman al tronco de un árbol hueco, a veces los lectores abrimos suspicaces las páginas de un libro temiendo no hallar un tesoro escondido, sino los desperdicios de un dominguero incívico. Y si solo hubiese vacío, tengamos cuidado también, pues su ingestión produce flato.

Credito de la imagen: 'Stump 1'