
Hace tiempo, en mi rastreo por bibliotecas de saldo, acumulaba en casa toda clase de anuarios y de libros de listas (conservo de la editorial Grijalbo un libro de listas en tres tomos muy famoso en los EEUU), en los que descubría cuál era el lago más profundo o cuál el camión más pesado. De todo ello me quedó la manía de apuntar, casi al estilo contable, todos los libros que compro y que leo (creía que era algo enfermizo, pero veo en la red ejemplos similares).
Ahora, ya veis, me entretengo en confeccionar listas de lecturas, para las que nunca hay límites, pues la gente, fíjate, no para de escribir. Así que, aprovechando que casi todos mis amigos blogueros están escribiendo acerca de la lectura, y siguiendo las reflexiones del profesor Benedicto González Vargas acerca de los hábitos lectores desde la infancia, me animo a dar continuidad a un casi meme lanzado desde Vida de Niki en el que proponía diez obras para leer a los niños en la cama (o en el aula, de Primaria, supongo). Estos son los Diez Grandes Éxitos de la Hora de Dormir en mi casa:
1.- El Flautista de Hamelín (versión flauta perdida con un niño cojo que actúa como héroe).
2.- Los tres cerditos (con Cerdito mayor superdotado y un poco plasta y aburrido).
3.- El pececillo de oro (no es culpa mía que la mujer aparezca como ambiciosa sin mesura).
4.- Hansel y Gretel (los niños encuentran el tesoro de la bruja en un huevo de chocolate, antecedente de los famosos Kinder).
5.- La cigarra y la hormiga (¿qué envidia de cigarra? ¿y por qué cae tan mal la hormiga? ¿es pariente del Cerdito mayor?)
6.- La liebre y la tortuga (la liebre para en un bar de carretera y le da flato ¿no?).
7.- El gato con botas (las influencias del gato permiten a un joven snob hacerse con un montón de fincas rústicas y palacios recalificados al más puro thriller político).
8.- El soldadito de plomo (¿quién no se ha sentido alguna vez soldadito o bailarina?).
9.- El gigante egoísta (conviene recordar la alegría de ser niño).
10.- El príncipe feliz (¡ay! aquellas primeras lágrimas...).
¿Se anima alguien más a confesar las lecturas a sus retoños?