Mostrando entradas con la etiqueta Jardiel Poncela. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Jardiel Poncela. Mostrar todas las entradas

25 septiembre 2022

Sesquidécada: septiembre 2007

Compruebo un año más que las lecturas de septiembre suelen ser ligeras, de poca consistencia y calado, quizá por la necesidad de hacerlas compatibles con los intensos arranques de curso. Los meses de septiembre no están las cabezas para pensar mucho, no está el cuerpo para digerir literatura seria, larga, frondosa, críptica... Así coinciden en estos meses lecturas juveniles, género policíaco, libros de relatos... Os dejo en esta sesquidécada algunos de aquellos libros de hace quince años.

Grimpow es una novela de Rafael Ábalos que se sumó a la fiebre por las aventuras fantásticas y de misterio de la época (al estilo Laura Gallego, El nombre de la rosa o incluso el Código da Vinci). Una novela destinada a un perfil muy específico de lector y que tuvo bastante impacto entre los lectores jóvenes del momento. Creo que con las nuevas narrativas actuales no vale la pena recuperar este tipo de novelas que tuvo su importancia para la fidelización de lectores en su día, pero cuyos ingredientes han perdido la vitalidad que los mantuvo en el escaparate.



En las antípodas se encuentra el clásico Cuatro corazones con freno y marcha atrás, de Enrique Jardiel Poncela. Me animé a leerlo por mi afición al humor de Jardiel y en un intento de proponer lecturas teatrales en 4º de ESO (donde seguía mandándose Bajarse al moro). A pesar de ser una obra divertida para mi gusto, entendí que resultaba demasiado alejada del público joven del momento y que su valor cómico se diluía tanto que no compensaba ese esfuerzo (creo que finalmente opté por La visita del inspector, de la que ya he hablado aquí). Más allá de su abordaje en el aula, sigo pensando que Jardiel Poncela es un autor injustamente arrinconado por la crítica.


Por último, dejo constancia de un libro de cuentos de Robert E. Howard, La piedra negra y otros relatos, una antología de un autor imprescindible en el género del horror sobrenatural. Autor maldito, discípulo de Lovecraft y digno sucesor de sus tramas y traumas, Howard mantiene en sus relatos esa angustia del miedo primigenio, del terror telúrico heredero de los mitos de Cthulhu. Una lectura solo para aficionados al género, apasionados de la oscuridad y de ese halo de fría humedad de las costas de Nueva Inglaterra. 

25 septiembre 2012

Sesquidécada: septiembre 1997

"¿Quién no está solo? Únicamente los bobos, los simples, los que confían en el amor, en la fraternidad, en los sentimientos, perennes o en la mirada vigilante de una Divinidad, creen estar acompañados a todas horas. El resto de los humanos, los analíticos, los observadores, los que no confunden el corazón con la vagina; ni toman por fraternidad lo que es interés; ni llaman sentimientos perennes al egoísmo y a la costumbre de verse a diario; ni ven la mirada vigilante de una Divinidad en los fenómenos de un azar absurdo, ciego e injusto, esos saben de sobra que están solos... Y tienen frío..."

Enrique Jardiel Poncela nos ha regalado diálogos magistrales en sus obras de teatro, pero quizá no sean tan conocidas sus dotes como narrador. En las postrimerías del verano de 1997 leí dos de sus novelas más conocidas: Espérame en Siberia, vida mía y Pero... ¿hubo alguna vez once mil vírgenes? El fragmento que encabeza esta sesquidécada pertenece a esta última. Estas narraciones de Jardiel Poncela condensan muchos de los rasgos definitorios del estilo de su autor: humor, absurdo, modernidad, enredo, melancolía... En realidad, creo que siguen algunos de los postulados de la prosa vanguardista y del 27, truncados eso sí por el tono gris de la posguerra. Aunque es posible que el lector actual no encuentre ya graciosas aquellas situaciones, convendría desempolvarlas para comprender el contexto literario de una época compleja, con bastantes puntos de encuentro con la que parece que nos acecha.

De esa misma época es el segundo autor que recupero: Álvaro Cunqueiro. En aquella ocasión leí Un hombre que se parecía a Orestes. Coincido plenamente con lo que dice  Lluís Salvador acerca de esta novela:
Cualquiera puede retomar un mito griego y hacer cualquier cosa con él (habitualmente un destrozo); son atrayentes, por su potencia, por lo extremo de sus situaciones. Otra cosa es tomarlo y tratarlo con cariño y benevolencia, mirando a sus personajes como personas y no como estatuas heroicas. Es lo que hace Cunqueiro, con ese estilo culto, ameno, gratificante y único que hizo de su prosa una de las grandezas de la literatura universal.
Mi especialidad no es la novela contemporánea y ni siquiera conozco a fondo la trayectoria de Cunqueiro (o de Jardiel Poncela), pero me da la impresión de que no fueron felices en aquella España gris, pese a haber caído en el lado de los que ganaron. Durante mucho tiempo hemos -yo al menos- idealizado a los autores del exilio, a quienes tuvieron que marcharse para mantener con dignidad sus convicciones ideológicas. Por descarte, quienes publicaban en la España de la posguerra obras de ficción sin compromiso social eran considerados unos aprovechados o unos traidores.
Se avecinan ahora tiempos de compromiso y de dar la cara y ya estamos viendo que no todo es dignidad y echar para adelante. Muchos somos los que nos pensamos las cosas dos veces antes de actuar, antes de encabezar causas nobles de dudoso éxito, aunque ganas de ello no nos falten. Pienso que si, ante una huelga, por ejemplo, muchos se inhiben por el coste económico o por las posibles represalias, si nos viésemos en una guerra por nuestras ideas, ¿cuántos estarían dispuestos a dejar sus familias, sus hogares, sus vidas atrás? Ni yo mismo lo sé. Es muy probable que muchos dejasen -o dejásemos- de luchar, de gritar, de protestar y acabasen -acabásemos- escribiendo relatos o poemas sobre la alta velocidad o sobre los amores de Perseo.

Observaciones:
Las dos novelas mencionadas de Jardiel Poncela se pueden leer en la red.