28 noviembre 2015

La isla: metáforas de la escuela (I)


Observen esa isla. En ella viven unos jóvenes que ansían llegar a tierra firme. También en ella se encuentra, desde tiempos inmemoriales, una casta de chamanes que ayuda a esos jóvenes a construir balsas para escapar de la isla. Siempre se han construido balsas, desde los tiempos de los robinsones. Nadie sabe bien de dónde sacan los chamanes las maderas ni los conocimientos para construir las balsas, pues como buena casta se encargan de transmitir celosamente los secretos del oficio. Sin embargo, en los últimos tiempos las cosas no van bien en la isla. En lugar de maderas, los chamanes reciben piezas de metal. Las balsas que se construyen con ellas no flotan. Los jóvenes se hunden. Algunos en la isla han empezado a cuestionar la actitud cerrada de los chamanes, que insisten en construir una y otra vez balsas que zozobran a los pocos metros de la orilla. Entre los chamanes existe incluso una corriente crítica que propone abandonar la construcción de balsas y experimentar vías distintas para salir de la isla. Sus voces son acalladas. Mientras tanto, la jerarquía de los chamanes continúa repartiendo metros y metros de venerable soga para atar esas brillantes piezas sacadas de enormes cajas. Para no ensuciarse las manos, envuelven el frío metal con el croquis de montaje de modernos helicópteros.

Crédito de la imagen: 'airplane view'

22 noviembre 2015

Sesquidécada: noviembre 2000

Esta sesquidécada no solo conmemora una lectura de hace quince años, sino que celebra también mi iniciación en la docencia. En noviembre de 2000 me llamaron de una academia para impartir clases de preparación de Selectividad en las especialidades de Literatura y de Latín. Por primera vez entraba en un aula como profe y por primera vez experimentaba las alegrías y dificultades del oficio. De esto ya hablo suficiente en el blog, así que me centraré en la lectura que protagoniza esta sesquidécada y que tiene que ver con aquellas clases de preparación de Selectividad. Se trata de Luces de bohemia, de Ramón María del Valle-Inclán, una obra que aún sigue formando parte del canon prescriptivo de las pruebas de acceso a la universidad.

No fue aquella mi primera lectura de Luces de bohemia ni tampoco la última, ya que sigo leyendo esta obra cada vez que me toca impartir clase en 2º de Bachillerato y, con cada lectura, me convenzo un poco más de la grandeza de Valle-Inclán como artista del lenguaje literario y de la pervivencia de su obra en el tiempo, sin mermas de calidad ni de compromiso con la realidad. Leer ahora Luces de bohemia produce tanta bilis como debía producir en su tiempo, y algunos de sus momentos estelares parecen retratos grotescos sacados de las noticias de cualquier periódico de hoy: disturbios callejeros sofocados a golpe de porra o pistola, cultura vendida a precio de saldo en manos de usureros, medios de comunicación vendidos al poder, nepotismo, inmoralidad, postureo... Hay frases que podían ser tuits mil veces retuiteados:




Hace años leímos la obra y la comentamos en Tuenti y Twitter; nos concedieron un reconocimiento por ello. Este trimestre la hemos vuelto a leer y comentar en clase, pues, como ya dije, es lectura preceptiva de Selectividad. Sé que muchos de mis alumnos han desconectado durante esas sesiones de tertulia: les viene grande una obra que exige demasiado fondo cultural; tal y como está planteada la Selectividad, les va mejor aprenderse de memoria la teoría de la literatura. Otros quizá han entendido a Valle de manera superficial, sin vislumbrar la relevancia de su escritura en el tiempo que le tocó vivir. Solo unos pocos habrán atesorado tras su lectura la semilla de una literatura del más alto nivel, una delicatessen que podrán disfrutar en más ocasiones cada vez que vuelvan a sus páginas. En el fondo, sabemos que la buena literatura sigue siendo un artículo de lujo, cada día más escaso, cada día más preciado por los elegidos la secta.

07 noviembre 2015

Del libro blanco a la realidad gris


Durante toda la semana han despertado mucha polémica entre mis colegas las declaraciones del filósofo José Antonio Marina alrededor de ese Libro Blanco de la Profesión Docente que le ha sido encargado por el Ministerio de Educación. El propio Marina ha tenido que desmentir o matizar algunas de las afirmaciones que se habían sacado de contexto, especialmente las que se refieren a la evaluación del profesorado en función de su rendimiento. En este país cainita, donde pasamos tan rápidamente del blanco al negro sin atender a las escalas de grises, plantear que se evalúe a un profesorado al que la administración lleva ignorando o machacando desde hace demasiado tiempo necesariamente había de provocar ira o indignación en el gremio. Personalmente, creo que es justo que se evalúe al profesorado, pero también creo que, si no nos marcamos unos plazos adecuados para limpiar la casa, ese libro blanco se va a ensuciar muy pronto con la realidad gris que impera en nuestras aulas. Porque aunque el mundo ha cambiado mucho desde las primeras reformas educativas, la Escuela sigue siendo aquella vieja institución polvorienta que no acabó de salir airosa del franquismo. Así que, antes de acometer reformas a toda prisa sin orden ni concierto, habría que trazar un pequeño viaje por sus entrañas para ver qué pilares hay que apuntalar. Al estilo de los arbitristas de nuestro Siglo de Oro, me atrevo a lanzar algunas ocurrencias al respecto, sin ánimo de resultar exhaustivo ni acertado, de modo que han de disculparme los que se sientan ofendidos por mis posibles despropósitos.

Selectividad y acceso a la Universidad
No vamos a compararnos con Finlandia, pero desde luego mal favor hacemos a la carrera docente si desde el Bachillerato ya orientamos a los "malos alumnos" hacia carreras de Letras como el Magisterio, las Filologías, la Historia, etc., con la idea de que los buenos deben huir de la docencia. Creo que algo está fallando cuando, por ejemplo, hay magníficos alumnos que al acabar la ESO optan por una FP buscando una salida profesional y copan casi todas las vacantes, dejando a alumnos mucho más flojos académicamente con el Bachiller como única salida. Estos alumnos, que quizá serían estupendos operarios o profesionales técnicos, acaban el bachiller a trancas y barrancas y se plantan en una carrera de esas de Letras, Magisterio tal vez, con la vaga idea de que "tampoco está mal ser maestro: buenas vacaciones, buen sueldo..." Y claro, a las chicas les encantan los niños...
Esto hace que no haya una valoración de estas carreras como una profesión que requiere esfuerzo, dedicación y grandes dosis de amor por tu trabajo. No sé si la solución es que se endurezca el acceso, pero me parece terrible que el Grado de Maestro sea últimamente un cajón de sastre donde van a parar multitud de estudiantes que no tienen otra opción que escoger. Habría que incidir en la tutoría dentro del Bachillerato, para desterrar mitos acerca de lo fácil y lo difícil, de la excelencia profesional de las Ciencias frente a la bohemia de las Letras.

Formación inicial del profesorado
Las carreras de Magisterio tienen una orientación clara hacia la docencia, aunque últimamente se están perdiendo las especialidades y quizá convendría revisar el asunto, pues es fácil encontrar a estudiantes de Magisterio que tienen claro que solo les interesa ser, por ejemplo, maestros de Música o de Educación Física. Curiosamente, en estas carreras hay pocos docentes que hayan sido maestros en aulas reales y menos aún que tengan un conocimiento reciente de cuáles son las características actuales de ellas.
Peor aún están las licenciaturas que dirigen a la Secundaria y Bachillerato, ya que la desconexión con la didáctica es mayor: casi ningún docente universitario ha ejercido en institutos y la mayor parte de las carreras tiene una orientación teórica, sin especial interés por sus salidas profesionales docentes.
Posibles soluciones: el Grado de Maestro/a tendría que garantizar una proporción mucho más alta de docentes universitarios con experiencia directa en el aula, quizá por medio de la figura del profesor asociado o de créditos específicos más allá de las prácticas en centros: jornadas acreditadas, cursillos, etc. En los Grados que conducen a la Secundaria y Bachiller, se necesitarían ramas específicas para la docencia, también impartidas en mayor o menor medida por docentes en activo de ese nivel educativo.

Máster de Infantil, Primaria o Secundaria
Quizá el Máster de Secundaria debería extenderse también a la Primaria y a la Infantil, reconducido en una especie de MIR educativo, en la línea de lo expuesto por Marina, o por otros colegas como Boris Mir. Sería la oportunidad de ver si los conocimientos académicos garantizan un desempeño profesional óptimo. Ese Máster-MIR debería ser riguroso, no un mero trámite en el que invertir un dinero con el convencimiento de que todos lo aprueban. Para ello, los docentes universitarios y los tutores en los centros deberían tener un reconocimiento adecuado a su labor, no como ocurre actualmente con el ridículo Prácticum, sin reducción horaria, sin reconocimiento académico, sin apenas valor, más allá de la satisfacción personal de enseñar a los nuevos docentes.

Acceso a la carrera docente y oposiciones
Para la docencia sería preciso haber superado no solo la carrera, sino también el MIR docente. Tal vez sería preciso algo similar al carnet de colegiado de algunos oficios, un documento que garantice que se han superado los estándares académicos y profesionales que requiere la docencia. Esta certificación sería exigida tanto en los centros públicos como en los concertados (si, según parece, van a seguir formando parte del presupuesto público). 
Para las oposiciones, se habrían de revisar los criterios de selección de los tribunales y de la valoración de méritos, así como los temarios y los propios criterios de evaluación de las pruebas de oposición, ya que todo el entramado teórico-práctico de las oposiciones está anclado en el modelo de escuela de los años 70, privilegiando las capacidades memorísticas sobre la capacidad docente, y obviando la innovación pedagógica en las propuestas de programación didáctica.
Una vez superada la oposición, no sería necesario el año de prácticas para aquellos que ya han superado el MIR educativo.

Organización de los centros
Antes de evaluar a los docentes, habría que evaluar bien la situación de los centros, tanto en su contexto socioeconómico como en su funcionamiento organizativo. Es un hecho que existen guetos educativos, centros en los que se acumula alumnado en situación marginal, procedente de entornos desfavorecidos, que requieren una intervención especial y soluciones alternativas. También es de todos conocido que hay centros mal organizados, con equipos directivos sin liderazgo, con plantillas inestables, con carencias de recursos o equipamiento insalvables. Es difícil hallar soluciones para ello, porque en muchos casos son situaciones consentidas desde niveles superiores de la administración, con una visión resignada de la educación en la que es necesario perpetuar la existencia de "centros malos" para que los "centros buenos" salgan adelante. Una auditoría externa podría ser parte de la solución, pero al equilibrio solo se llegaría, bajo mi punto de vista, suprimiendo los centros concertados y garantizando la transparencia en el reparto del alumnado y de los recursos.
Por supuesto, en el nivel interno, sería preciso promover la autonomía de centro, facilitando los equipos de trabajo interdisciplinares y la innovación pedagógica, como eje para la formación de proyectos educativos estables, con profesionales implicados a largo plazo en el desarrollo eficaz de los mismos.

Formación permanente
La actualización didáctica y académica del profesorado debería ser una exigencia más allá del interés personal o económico actual. En esa línea, las áreas de formación permanente deberían ejercer una tutela efectiva de las necesidades de los centros y de sus profesionales. Esa formación sería obligatoria y habría de ocupar parte de la jornada laboral docente. Además, la formación recibida tendría que hacerse efectiva a lo largo del tiempo, bien mediante la supervisión de los asesores de formación o bien mediante las memorias de resultados dentro del propio centro.
Los encargados de la formación permanente habrían de ser, esencialmente, docentes en activo que acrediten la capacitación para impartir esa formación, aunque es posible contar con profesionales de otros ámbitos si los contenidos así lo requieren. Para facilitar esa formación a los tutores, se facilitarían licencias de formación o reducciones de jornada específicas, lo que generaría una especie de "bolsa de horas" para que esos docentes en activo puedan tutelar cursos tanto en la formación permanente del profesorado como en otros ámbitos: máster, grados, etc. El acceso a estas licencias y el desempeño de las asesorías de formación debería seguir los criterios de mérito y transparencia adecuados.

Inspección educativa
Desde luego, no sé cómo funcionará la inspección en otros lugares, pero si en mi contexto tuviese que encargar a alguien la mejora de la educación, la inspección estaría en el último lugar de la lista de convocados. Una inspección altamente burocratizada, poco cercana, ausente cuando se la necesita, con una presencia percibida como sancionadora y no como colaboradora, sin formación didáctica más allá de cuestiones de legislación... Siento tener que describirla así, porque me consta que no todos los que están en ese cuerpo son iguales, pero en mi recorrido como formador del profesorado por muchos centros de distintos niveles, la imagen que acabo de esbozar aparece repetida demasiadas veces en boca de docentes lo suficientemente distintos como para ser considerados parciales.
Si la inspección educativa tuviera que ser "educativa" de verdad, necesitaría, en primer lugar, formación y actualización en metodologías del siglo XXI para al menos mostrarse sensible ante los retos de los docentes de hoy. También debería pasar unos cursos de inmersión en aulas reales, de contextos y niveles diversos, con profes de todos los colores, para no ser víctimas del amiguismo que aqueja a esos docentes que siempre quieren quedar bien ante el superior. Por último, el acceso a la inspección debería ser tan transparente como el acceso a la carrera docente o la formación de equipos directivos, para no convertir este cuerpo en el "premio" a servicios prestados, y no especialmente en el ámbito educativo.

Profesorado
Además de todo lo ya mencionado acerca de su formación inicial o de la formación permanente, el cuerpo docente necesita un escalafón en el que confiar, una estructura que garantice que los niveles superiores tienen mayor formación, mayor reconocimiento y también mayor responsabilidad. La carrera docente es una exigencia cada vez más necesaria, si de verdad queremos promover la mejora educativa. Pero es muy importante que, dadas las características del oficio, el ascenso en el escalafón no debería ser una huida de la realidad del aula, sino un mero cambio de perspectiva. El nuevo profesorado, con unos estándares claros de actuación docente, sabría qué es lo que se exige de él y debería actuar en consecuencia. A partir de esos estándares (que tendrían en cuenta el contexto educativo del centro) podría y debería ser evaluado por alguien cualificado. Ahí está de nuevo el problema: solo alguien especialmente formado y conocedor del contexto puede medir el rendimiento de un docente en el aula. No sirve de nada confiarlo a un auditor externo o a alguien que vio un aula por última vez cuando no existía internet.

Familias
Hemos vivido todo este tiempo de democracia pensando que, si cambiábamos la Escuela, la sociedad iba a cambiar al mismo ritmo. La escolarización obligatoria hasta los 16, decían, garantizará una igualdad de oportunidades para todos los chavales. Pero olvidaban esos teóricos que los chavales tienen familias y contextos sociales muy complejos que pueden echar abajo en un minuto lo que la escuela necesita años para construir. Sin una cohesión social y familiar acorde, la Escuela está muy limitada y los progresos son lentos y frágiles. Los recursos educativos deberían también incidir en las familias, en los barrios, en actuaciones concretas que faciliten que los estudiantes vengan a las aulas a aprender por propia voluntad, no obligados por la administración. En este sentido, alargar la escolarización hasta los 18 es otra muestra del sinsentido político, otra aplicación errónea del consabido "café para todos" que tanto mal ha hecho a nuestro sistema educativo.

Administración
En último lugar, las administraciones educativas necesitan un cambio profundo. Las consejerías y los ministerios deberían tener equipos técnicos-docentes que se ocupasen de las cuestiones referidas a su ámbito, sin injerencias políticas, sin medidas antieducativas, sin experimentos electoralistas o comerciales. En un plano superior, el político, está claro que se necesita un pacto de estado que establezca las líneas prioritarias para reducir el fracaso y el abandono escolar, las actuales bestias negras del sistema. Desde luego, quienes no viven a diario estos males difícilmente son sensibles ante el drama que supone a medio o largo plazo que cada año abandone nuestras aulas sin titulación alguna uno de cada cuatro alumnos. Quizá también habría que plantear cursos de inmersión en el aula para políticos.

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Así que este es el panorama, estos son los cimientos de nuestra Escuela, una escuela con demasiada aluminosis y demasiado polvo, una escuela todavía muy gris para libros tan blancos como el que sueña José Antonio Marina.


Crédito de la imagen: 'Gessi'

24 octubre 2015

Sesquidécada: octubre 2000

Decía José Martí que "hay tres cosas que cada persona debería hacer durante su vida: plantar un árbol, tener un hijo y escribir un libro". En octubre de 2000 conseguí cumplir la que me faltaba, que era escribir un libro. En esta sesquidécada recordaré aquel De civilitate: escrits i dansa sobre l'Humanisme, una obra de encargo de la que fui editor y en la que también participé como biógrafo y compilador. 
Por aquel entonces, se había organizado en Valencia "Cinc segles", un conjunto de actividades culturales alrededor del quinto centenario de su universitad, y andaba yo todavía enredado en cursos de doctorado y documentando mi proto-tesis. Mi amigo Vicent-Josep Escartí, con quien había colaborado en algún artículo universitario, me puso en contacto con Toni Tordera para que preparase una recopilación de textos de tres grandes humanistas alrededor del tema de la civilidad o urbanidad: Juan Luis Vives, Erasmo de Rotterdam y Tomás Moro. Además, se incluirían unos textos y reflexiones del coreógrafo Santiago Sempere, quien montaría un espectáculo con ese mismo hilo temático. En aquel proyecto participaron también con biografías o artículos los periodistas Martí Domínguez y Enric Sòria, además del propio Escartí.
El encargo me tuvo ocupado varios meses. Recuerdo que pasé el verano picando textos -apenas había obras digitalizadas-, corrigiendo y componiendo con un portátil Toshiba que me había comprado de segunda mano. Fue una labor muy motivadora que me obligó a revisar y seleccionar citas de entre los muchos escritos de los tres humanistas, ya que en una de las partes del libro, se recogían esas citas como si se tratase de una tertulia entre los tres, para que casi resultase creíble ese encuentro ficticio. También me ocupé de la biografía de Erasmo, al que admiraba con devoción. 
No puedo decir que el libro fuese un éxito en las librerías y, si no recuerdo mal, solo me enviaron, años después, un ingreso irrisorio de derechos de autor. Era un libro muy específico para una ocasión muy circunstancial. Sin embargo, estuve -y estoy- muy orgulloso de haberlo sacado a la luz y de verlo hoy en el escaparate de los Google books, con esa satisfacción de haber cumplido con la tercera de las exigencias de la vida que mencionaba José Martí.

No cerraré esta sesquidécada sin mencionar otros dos libros que leí en aquel octubre de 2000 y que os resultarán tal vez más divertidos e interesantes. Rabos de lagartija, de Juan Marsé y La soledad era esto, de Juan José Millás. El primero, que ganó en su día el Premio Nacional de Narrativa, es una novela ambientada en la Barcelona de mediados del siglo XX, con unos personajes entrañables y una trama muy bien contada. La soledad era esto, en cambio, es una novela de los 90, con el sello personal de Millás, probablemente una de las mejores para mi gusto, y que prefigura ya muchos de sus rasgos de estilo.

18 octubre 2015

Goliardos educativos


A través de José Luis Liarte, con quien ya participé en unas jornadas de competencias culturales y artísticas hace un año, recibí la invitación de Elena Baviera, asesora del Cefire de Xàtiva, para participar en otras Jornadas sobre Competencias y Proyectos Interdisciplinares sobre la Edad Media y Antigua, con una propuesta de interesantes y variados talleres. Elena está detrás, o delante, de PROESO, una asociación que promueve proyectos integrales de referencia que tienen a la música en el aula como eje fundamental.
De esa invitación surgió la idea de adaptar el taller videopoético, que ya había preparado en anteriores ocasiones, y convertirlo en un taller de videocuentos con los Carmina Burana de fondo, un leit motiv que atravesaba todas las actividades de estas jornadas. Ahí mostré algunas herramientas que había utilizado en mis proyectos y mencioné otras que están disponibles en la red. Para no complicarnos las cosas, usamos Picovico, un editor on line muy sencillo, que permite subir fotos y añadir música para luego descargar en mp4. Usamos FlickrCC para las imágenes y una versión copyleft del Oh, fortuna! de Carl Orff.
Como cierre de esas jornadas -cargadas de momentos emocionantes e improvisaciones artísticas-, intervine con una ponencia titulada Goliardos educativos, una reformulación a lo medieval de mi término "forajidos educativos". En ella sigo planteando la necesidad de que los docentes se muevan en los márgenes de la legalidad, siempre tratando de superar las limitaciones que suponen ciertas interpretaciones burocratizadas o formalistas de los currículos. Creo que los nuevos planteamientos curriculares, sobre todo los que promueven de manera clara los enfoques comunicativos integrales, nos dejan mucha libertad para trabajar por proyectos, para despegarnos de los contenidos y centrarnos en las competencias. Es una obligación profesional cambiar de perspectiva y abordar la lucha contra el gran enemigo, que no es la administración, ni el alumnado, ni las familias, sino el fracaso escolar. El cambio está en nuestras manos y no podemos seguir con excusas; cada uno debe asumir su parte de responsabilidad, y la de los docentes está en el aula (aunque puedan sufrir, como los goliardos, la persecución de los jerarcas y de los ortodoxos de todos los bandos).
Os dejo mi presentación, en la que he utilizado las magníficas ilustraciones medievales del Walters Art Museum Illuminated Manuscripts, y os animo, como siempre, a no caer en el desánimo, otro de nuestros grandes enemigos.


Crédito de la imagen: "Codex Buranus-91-giocatori" Facsimile on IMSLP.org

02 octubre 2015

Era solo una guardia


Hoy he entrado en una clase de 1º de ESO. Se trataba de una guardia en un grupo que no conozco. Como de costumbre, les he preguntado sus nombres y que me contasen algo acerca de ellos. Eran pocos, un desdoble, pero casi todos repetían curso. No se sentían avergonzados, en absoluto. Incluso llevaban un poco a gala ser los 'burros'; reconocían que no les gusta estudiar, que no se enteran de lo que se explica en clase. Les he dicho que era una pena que hubiesen perdido un año con esta repetición de curso y que quizá algún día se arrepentirían de ello. Todos han coincidido en señalar que es verdad, que han perdido un año, pero que lo importante es que se lo han pasado bien.
Con la confianza que da ser el profe de guardia ante el cual no tienen demasiado que ocultar, han estado hablando de sus cosas. Iván reconoce que pasa muchas horas jugando al Call of duty o al Clash of clans, palabras que pronuncia con relativa soltura, aunque no sabe qué quieren decir. Le digo que lo escriba en la pizarra. Todos conocen esos juegos, pero ninguno sabe su traducción del inglés. Su compañera María apunta que "of" significa "de" o "para", no recuerda bien; lo que sí recuerda María a la perfección es el nombre de todos los primos de sus compañeros Daniel o Paula, uno por uno, con sus nombres y apellidos; en realidad, parece saberse el nombre de todos los niños pequeños de su pueblo. Me dice que quiere ser maestra de infantil, porque le gustan los niños. Mientras tanto, Iván y Pedro se han puesto a recitar fragmentos enteros de La que se avecina y de Aída. Son secuencias que incluyen diálogos chistosos, eróticos, racistas, machistas o escatológicos, que ambos reproducen literalmente, dándose réplicas sin errores, acompañados con gestos e incluso con palabras cuyo significado desconocen. En una esquina de la clase, Sergio imita los eslóganes de varios anuncios de telefonía móvil, también con citas literales y remedo de voces; algunos de los eslóganes están en inglés y tampoco sabe qué significan. Iván y Daniel, cuando se cansan de escuchar a Sergio, repasan las alineaciones de los equipos de fútbol, con los respectivos datos relacionados con el fichaje de sus jugadores.
He pasado un rato interesante escuchándolos. Al acabar les he preguntado qué clase tenían después. Lo han tenido que mirar en el horario. 
-¿Y quién os da esa asignatura?
-Una maestra, no sé cómo se llama...

Son alumnos de 1º de ESO, repetidores. No son burros. Saben que hay cosas que les gustan y cosas que no. Frente al poder atractivo de la televisión o los videojuegos, la Escuela no les ofrece ningún aliciente. He salido con la vaga impresión de que la batalla está perdida, aunque sé muy bien que hay soluciones. Soluciones que están en nuestras manos, pero que no podemos abordar en solitario. En ello estamos. 
Era solo una guardia.

Crédito de la imagen: 'DSC01745'

23 septiembre 2015

Sesquidécada: septiembre 2000

¿No tenéis la sensación a veces de que hechos del pasado se configuran con el tiempo, casi por azar, en presagios de lo que vivís en el presente? Esta sesquidécada, con protagonista único, es un ejemplo de esto que digo. En septiembre de 2000 entró en mi biblioteca Los trabajos de Persiles y Sigismunda, de Miguel de Cervantes. Podría decir que ya entonces estaba envenenado por el virus cervantino, pero en realidad compré aquella edición de Alianza porque tenía un disquete (sí, de aquellos de 1,44 Mb) con una edición digital del texto. Para los más jóvenes, habría que decir que en aquella época estaban empezando a funcionar algunas bibliotecas virtuales, entre la que destacaba precisamente la Miguel de Cervantes, hoy referente inexcusable para los filólogos (y en la que podéis encontrar una versión digital del Persiles). Al margen de aquellas excepciones, conseguir ediciones digitales dependía del afán de alguna universidad norteamericana o del trabajo solitario de algún letraherido con página web personal, como Luis López Nieves, el artífice de Ciudad Seva, otro monumento literario. Ante aquella modernidad del disquete, adquirí muy ufano dicha edición, aunque debo confesar que el formato en que venía el texto era tan extraño que acabé por arrinconarlo y leerlo en papel, como toda la vida. Sin embargo, gracias a esta anécdota, ya veis que en aquel lejano septiembre de 2000 se conjuraron, sin que yo lo presintiese siquiera, Cervantes y las TIC, lo digital y lo clásico, este binomio que quince años después todavía no he logrado deshacer.

Más allá de esas circunstancias particulares, el Persiles es una novela solo recomendable a buenos lectores que, además, conocen la tradición literaria del momento y valoran una obra en su contexto. Lo digo porque a veces, los profes de literatura explicamos la novela bizantina, el género en el que se incluye esta obra, diciendo que eran relatos de aventuras, con personajes enamorados que luchaban contra su destino, que superaban mil pruebas y que siempre andaban saliendo de una para caer en otra. Tenemos nuestra parte de razón, pero deberíamos reconocer que la novela bizantina, como género, es aburrida para el lector actual. Aburrida por previsible, por artificiosa, por la desnudez psicológica de sus personajes, demasiado tópicos. Curiosamente, esa rigidez era la que animó a Cervantes a escribirla, como exigían los cánones literarios del momento, y a considerarla además su obra más perfecta, por encima del propio Quijote. Fue para Cervantes su testamento literario, un empeño en el que entregó casi su último aliento. Dice así en el Prólogo, escrito tres días antes de su muerte:

Puesto ya el pie en el estribo, 
con las ansias de la muerte, 
gran señor, ésta te escribo
Ayer me dieron la Estremaunción y hoy escribo ésta. El tiempo es breve, las ansias crecen, las esperanzas menguan, y, con todo esto, llevo la vida sobre el deseo que tengo de vivir (...)
Leí aquella novela hace quince años y me dejó un poso agridulce: también yo pensé que los profes de literatura me habían engañado prometiendo enredos que no llegaron a emocionarme, y no hallé en el Persiles esas aventuras divertidas y trepidantes que esperaba; sin embargo, como buen filólogo, comprendí que la literatura es también un juego del escritor con los lectores de su época, que Cervantes entregó en ese viaje a la perfección del Persiles toda su técnica narrativa en el mayor grado, que debía agradecerle que, 400 años después, yo pudiese sentirme un "lector normal" de aquellos años convulsos. Y sentí en aquel momento también un poco de pena por él, que hubiera preferido pasar a la fama por este Persiles y no por aquel Quijote que lo ha hecho inmortal.

P.D: Os recuerdo que en las redes, hasta fin de año, seguimos con Cervantes y las TIC en la segunda fase del proyecto Quijote News. Animaos a participar.

P.D. bis: Mi amigo Gorka ha empezado sus emisiones del Recreo, el podcast educativo que recoge en una de sus secciones (a partir del minuto 31) estas sesquidécadas.


08 septiembre 2015

Temporada de MOOC

Llega el inicio de curso y lo hace como siempre, con toda la intensidad con la que empiezan las cosas de aula: frenesí, vértigo, emoción, prisa, sueños, ilusiones... También empieza, para algunos, la hora de actualizarse, la hora de la formación. En la Escuela, la formación más efectiva, según he ido comprobando, es la que se hace entre iguales, sobre todo si se puede establecer una comunidad de aprendizaje en común que tenga suficientes elementos de contagio, es decir, que formador y alumno compartan intereses y desempeñen funciones similares. El problema de esta formación es que los docentes de aula no tenemos tiempo durante el curso para entrar en otras aulas o para que otros docentes entren a la nuestra (como ya he defendido hace muy poco). De ahí la necesidad de otro tipo de formación del profesorado: la que ofrecen los CEFIRE (CEP, CPR, etc.), la formación a distancia y, sobre todo, la autoformación, algo que hay que tener en consideración si tenemos en cuenta que todos los docentes somos personas con estudios universitarios y por ello potencialmente capaces de aprender por nosotros mismos. 
En este sentido, especial importancia cobra en los últimos tiempos la formación que ofrece el INTEF, bien sea a través de los cursos tutelados de Formación en Red o bien a través de los MOOC, cursos masivos y abiertos en red. Por suerte, he podido participar en ambas modalidades tanto de alumno como de tutor, y sé que tienen bastantes virtudes y algún que otro defecto. Entre las primeras están la posibilidad de conectar con muchos docentes en la red, el acceso a herramientas y recursos que pueden ser útiles para el aula, el seguimiento por parte de tutores que han puesto en práctica esas tareas, el trabajo en equipo... Quizá esta última virtud sea también fuente del principal defecto, la dificultad de organizar tareas en grupo desde un curso virtual, sobre todo por el escaso hábito de los docentes a la hora de trabajar en equipo. No obstante, la satisfacción personal tras mi experiencia como curador de contenidos en el #ABPMooc_INTEF, cuyos materiales siguen a vuestra disposición, me lleva a animaros a conocer estos MOOC, en los que uno puede marcarse sus propios objetivos y en los que el único compromiso es aprender y compartir, poniendo siempre un poco de voluntad. 

La oferta actual es la siguiente y podéis encontrar más información en el blog de Educalab del INTEF:
  • Enseñar y evaluar la competencia digital (2ª edición)
  • Entornos personales de aprendizaje (2ª edición)
  • Aprendizaje basado en proyectos (2ª edición)
  • Cómo introducir la programación y la robótica educativa en todas las materias
  • Uso Educativo de la Narración Digital
  • eTwinning en abierto (2ª edición)