27 octubre 2016

Soy un charlatán y, además, emprendedor


Lo reconozco: soy un charlatán. De las cuatro acepciones que figuran en el diccionario de la RAE, me veo reflejado al menos en tres:
1.- Reconozco que hablo mucho y me temo que, a veces, sin sustancia.
2.- Soy indiscreto, sobre todo si consideramos que la discreción es también prudencia.
4.- Me dedico en ocasiones a la venta ambulante de una mercancía un tanto intangible, de la que hablaré más tarde.
Como ven, lo único con lo que no me identifico es con la número 3, eso de "embaucador", ya que supondría que con mis palabras pretendo "engañar o alucinar, prevaliéndose de la inexperiencia o candor del engañado", y a ello todavía no he llegado, creo.

Al hilo de la charlatanería, esta semana he participado en unas Jornadas sobre innovación y éxito escolar, organizadas por Espaitec, el Departamento de Educación de la UJI y el Cefire Castellón para promover la innovación, la creatividad y la iniciativa emprendedora en las aulas de la provincia. Reconozco que, en los últimos tiempos, todo lo que lleva la raíz emprend- me produce cierta urticaria mental, pero no pude negarme, ya que habían pedido mi participación al unísono Reina Ferrández, directora del Departamento de Educación de la Universitat Jaume I (y con quien voy a colaborar en el diseño de la autoevaluación de nuestro proyecto de dirección del instituto), y Lidón Zabalza, asesora del CEFIRE y maestra de Infantil. Se trataba de hablar indiscretamente y de vender una mercancía: las tareas que se hacen en mi aula. Un reto inexcusable para un charlatán como yo.

Sin embargo, no era fácil resumir en una charla de apenas diez o quince minutos tantas historias que han ocurrido en clase. Por eso recurrí a un antiguo alumno, Pau González, que ha tenido la dicha o desdicha de ser pupilo mío desde 3º de ESO a 2º de Bachiller. Ahora, desde sus estudios de Ingeniería, ha podido contar su visión subjetiva de todos aquellos proyectos que llevamos a cabo: Piénsame el amor y te comeré el corazónEl barco del exilioVamos a venderlo todoUn paseo con Antonio MachadoCallejeros literarios o el Quijote sincopado. Verlos ahí, tan seguidos y narrados con la pasión de alguien que afirma que los recuerda como algo enriquecedor, como algo que le ha servido y le sirve para su carrera y para su vida, es el mejor premio que puede recibir un docente. No insistiré más en ello, porque, como buen charlatán, lo he contado con detalle a lo largo de estos años en el blog.

Por otra parte, la idea de las jornadas era estupenda: ligar la formación del profesorado con prácticas reales de aulas de distintos niveles, con el mundo universitario y con Espaitec, que vincula la universidad con las empresas. En ese espacio, como podéis imaginar, había de todo, porque para hablar de efecto contagio era necesario contar con los actores principales, es decir, el alumnado. De modo que también vinieron alumnos de Primaria de Santi Monforte, que han montado su propia ópera dentro del proyecto LOVA, o los alumnos de Infantil de Lidón Zabalza, que aún ahora desde Bachiller recuerdan los proyectos que hicieron en el aula con apenas tres o cuatro años.

Sé que los charlatanes caemos mal. Mirad a César Bona, un buen maestro de pueblo, al que nadie conocía, pero cuyos alumnos aprendían y admiraban, hasta que tuvo la ocurrencia de presentarse a unos premios internacionales y salir nominado; probablemente muchos preferirían que siguiese ahí olvidado por la administración y por sus colegas, rumiando el desencanto mientras pone buena cara a sus alumnos. Sin embargo, rompo una y mil lanzas, como ya he hecho en otras ocasiones, por la necesidad de contar, por la exigencia profesional que tenemos como docentes de hacer visible el trabajo de nuestro alumnado, para que gente como Pau o tantos otros puedan decir que en la Escuela han aprendido mucho y muy bien, y para que todas esas experiencias reales de aprendizaje no se pierdan en el tiempo como lágrimas en la lluvia.

En ese sentido, me reivindico una vez más como charlatán, sin que ello implique que los métodos que defiendo sean los mejores. A diferencia de los charlatanes embaucadores, jamás he vendido una mercancía que no haya probado y, además, me haya funcionado en clase. De hecho, admiro a todos los que comparten experiencias de aula, sean de la escuela, corriente o tendencia que sean, explicadores o gamificadores, flipadores o makers, me da igual. Lo que me cuesta soportar es la crítica de quienes nunca han mostrado lo que hacen en sus clases, o peor aún la de quienes no han pisado un aula (o la pisaron cuando la tele era en blanco y negro). Por mucho prestigio que tengan y por muchas cifras y siglas que exhiban, esos sí que son buhoneros embaucadores, pues cualquiera que viva de cerca la vida del aula sabe que ni existe la fórmula mágica contra el fracaso escolar, ni existe la piedra filosofal del aprendizaje milagroso.

Y ya para terminar, en estas jornadas, Cesar García-Rincón aclaró que el emprendimiento no es únicamente una cuestión neoliberal, sino una actitud que nos mueve al cambio, lo que mitigó mi urticaria hacia esa palabreja, pues me hizo pensar que me muevo entre pequeños emprendedores que lo son sin saberlo. También habló con cierta dosis de humor de una clasificación humana que me atrevo a resumir aquí. "El mundo se divide en tres grupos: los es que..., personas que siempre tienen excusas para no salir de su zona de confort; los hay que..., personas que admiten que algo se debe cambiar, pero depositan ese compromiso en terceros; y los vamos a..., que se animan a tomar las riendas". Pues eso, vamos a... 

15 octubre 2016

Sesquidecada: octubre 2001


En octubre de 2001 me encontraba atascado entre dos mundos: la vida universitaria, en la que, a pesar de estar preparando la tesis, no veía ningún futuro, y la vida como profesor de Secundaria, para la que me preparaba con cierta ilusión (sin dar detalle de otra vida más prosaica que me permitía mantener casa y familia). Para esta sesquidécada y recordando aquel tránsito, recupero la lectura de la novela Lo es, de Frank McCourt, que supuso en cierta medida una revelación que me obligaba a tomar partido por uno de esos mundos. Ya había tenido contacto con las aulas reales, pero leer la visión de esas otras aulas americanas no idealizadas por el cine, me ayudó a decidirme por un oficio que tiene algo de heroico y suicida a la vez. Si sois docentes y no os habéis asomado a esta novela, os recomiendo que la tengáis en vuestra lista de lecturas pendientes y, si os gusta, podéis continuar con El profesor, del mismo autor. Precisamente, al hilo de esa encrucijada en la que me hallaba yo mismo hace quince años, reflexiona McCourt sobre la brecha entre las desventuras del profe de Secundaria frente al "drama" de los docentes universitarios:
‘tiene muchas veces la impresión de que ha cometido un error al no dedicarse a la enseñanza universitaria, en la que vas por la vida pensando que cagas buñuelos de crema y sufres si tienes que dar más de tres horas de clase cada semana. Dice que podría haber escrito una tesis doctoral de camelo sobre la fricativa bilabial en el período medio de Thomas Chatterton, que murió a los diecisiete años, porque esas son las mierdas a que se dedican en las facultades, mientras los demás defendemos el frente ante unos chicos que no quieren sacar la cabeza de entre los muslos y ante unos supervisores que están satisfechos con tener la cabeza metida en el culo’ 

La segunda lectura que recomiendo en esta ocasión es un ensayo sobre los siglos de oro de José Deleito y Piñuela, un autor que publicó bastantes escritos de divulgación heterodoxos sobre la España más marginal, escritos no siempre bien fundamentados, pero cuyo tono ágil y divertido suple a veces el rigor documental que debería exigir un texto histórico. Menciono aquí La mala vida en la España de Felipe IV, aunque como digo, cualquier otro de la serie puede ser igual de interesante: El rey se divierte, También se divierte el pueblo... Por cierto, recomiendo acercarse a la biografía de su autor, otro de esos maestros herederos del krausismo represaliados por la dictadura franquista, cuya memoria todavía permanece sepultada en el olvido.



Por último, un ensayo, mucho más cercano en el tiempo, que puede servir incluso para trabajar en el aula (lo he incluido alguna vez en mis lecturas recomendadas), es Leyendas urbanas en España, de Antonio Ortí y Josep Sampere. Se trata de una recopilación de esos bulos tragicómicos que circulan por las conversaciones de amigos y que, con la aparición de las redes sociales, se han convertido en virales. Precisamente el auge de las redes ha provocado que este ensayo haya quedado obsoleto, aunque algunos de los asuntos que aparecen en él siguen compartiéndose por internet y por la mensajería instantánea con la misma ingenuidad y terror que despertaban entonces. Si os interesa la vertiente terrorífica de estas leyendas urbanas, os recomiendo a Jan Harold Brunvand, que ha escrito varios libros sobre ello. Y cuando queráis cazar alguna de esas mentiras virales (hoax), recurrid a las propias redes para no caer en la trampa.