26 noviembre 2025

Sesquidécada: noviembre 2010


Hace unos días saltó la polémica del premio Planeta, ese galardón que cada año genera un aluvión de indignación y críticas, con los consiguientes artículos de opinión que cuestionan el valor literario de un premio que parece más comercial que cultural. Justamente hace quince años leí uno de esos premios Planeta recién salidos del horno, un libro del que hablaré en esta sesquidécada. No soy muy aficionado a la lectura de esos premios. Revisando la lista, compruebo que solo he leído tres: Los mares del sur, de Vázquez Montalbán, El jinete polaco, de Muñoz Molina, y este Riña de gatos. Madrid 1936, de Eduardo Mendoza. Creo que los dos primeros son muy buenas obras, especialmente la de Muñoz Molina, a la que creo le ha pesado negativamente haber sido reconocida con este galardón. Pero vayamos con la novela de Mendoza.

Riña de gatos es una novela histórica ambientada en los inicios de la Guerra Civil española, con referencias a un cuadro de Velázquez, que configura la intriga de la obra. Probablemente, si esta novela la hubiese escrito Juan del Val, el último ganador, nos encontraríamos con un bodrio lleno de lugares comunes y una prosa cansina y didáctica, en el peor sentido de la palabra. Pero Eduardo Mendoza es un escritor que siempre acierta, con el estilo, con los personajes, con el manejo de la trama, con el ambiente... No me cabe duda que podría releer esta novela y disfrutar de ella como en aquel momento, porque cuando alguien sabe su oficio, nunca defrauda al lector. No es la mejor de sus novelas; para mí siguen estando por encima La verdad sobre el caso Savolta o La ciudad de los prodigios. En conclusión, no creo que vaya a leer ningún premio Planeta mientras se lo concedan a personajes de la farándula televisiva, por buenas que sean las críticas. Y aunque tampoco me apetece hacerlo con esos otros premiados que gozan de buena prensa en el mundillo literario, quizá en algún momento me anime a repasar la lista para intentar reparar el desprestigio que parece provocar la concesión de este premio.

31 octubre 2025

Sesquidécada: octubre 2010

Llegamos al último día del mes para recordar las lecturas de octubre de hace quince años y de mi lista de libros, casi todos novelas juveniles, solo he podido rescatar para esta sesquidécada el recuerdo de este libro de Jeffery Deaver, El hombre evanescente, una novela policíaca de intriga, protagonizada por el detective tetrapléjico Lincoln Rhyme. Es una novela con aires de thriller televisivo, con un asesino escurridizo y con bastantes golpes de efecto. Una novela para no complicarse la vida y mantenerse despierto cuando lees por la noche. Del mismo autor hay varias obras del mismo estilo, incluso del mismo protagonista. Muy recomendable para los amantes del género y para lectores que necesiten un respiro entre lecturas más enjundiosas.

29 octubre 2025

Aniversario del dolor

Hoy es un día difícil para ver la televisión, para asomarse a las redes, para leer la prensa... Hoy es un día en el que cuesta no llorar. Buena parte de mi vida ha transcurrido en Sedaví, donde estaba mi primer colegio, en Benetússer, donde estudié mi primer curso de Bachillerato, y en Alfafar, donde fue al colegio mi hija mayor y donde siguen viviendo mis padres y uno de mis hermanos. También ahí vive mi prima, y ahí vivía su hermano hasta que una ciénaga desatada lo sepultó en su cama arrebatándolo de los brazos de su mujer, que salvó la vida de milagro. Hoy, cuando se cumple un año de la DANA de Valencia, es un día difícil para escribir desde la serenidad y no desde la rabia.

Hoy es también un día difícil para olvidar. Olvidar que ya por la mañana estábamos viendo rescates de personas arrastradas por el agua. Olvidar que a mediodía y en la sobremesa ya había decenas de muertos y que una avalancha de barro bajaba desde las montañas hacia la Albufera. Olvidar que los máximos responsables de las emergencias estaban mareando la perdiz mientras esperaban las órdenes de un presidente que, un año después, todavía no sabemos dónde andaba ni qué hacía. Olvidar las imágenes y los testimonios de las víctimas y su desamparo.

Pero hoy sí que es un buen día para reflexionar acerca de los errores que se cometieron y de quiénes fueron responsables de ellos. Es buen día para desenmascarar a los que mintieron y sembraron odio y bulos mientras miles de personas sufrían por sus pérdidas. Y, sobre todo, es buen día para homenajear a los que dieron la cara y a los que tendieron su mano sin esperar nada a cambio. 

Hoy es ese día en el que hubiera preferido escribir de libros y no de muerte. Pero cada día que vuelvo a visitar las calles de mi infancia y juventud, cada vez que abrazo a mis padres, cada vez que hablo con mi prima, sé que tenía que dejar constancia de este dolor, de esta rabia, de esta impotencia. Y poner la televisión o asomarse a las redes para ver la hipocresía de los responsables de este horror solo acrecienta esta indignación.

06 octubre 2025

Mi primera escuela


Me cuentan que mi primera escuela fue una guardería (una “miga” la llamaban en mi pueblo) a la que asistí con apenas 3 años; de aquello no recuerdo nada. Mi memoria empieza en un colegio nacional en el que hice toda la EGB. Era el colegio del barrio, en un pueblo cercano a Valencia, un colegio pequeño que compartía territorio con otros dos colegios concertados a los que iban algunos de mis vecinos. En aquel momento no lo entendía, pero resultaba curioso, ya en los años 70, que las familias de clase media llevasen a sus hijos a colegios diferentes de los que íbamos los de clase más baja. En mi clase, casi todos éramos hijos de inmigrantes, hijos e hijas de esas familias que venían de Albacete, de Badajoz, de Jaén o de Córdoba, como era mi caso. Por eso nadie hablaba valenciano (luego supe que los otros niños del lugar tampoco podían hablar valenciano en sus colegios selectos, que eso solo era para casa). Mi primera escuela era la escuela de muchos niños humildes de aquella época, una escuela en la que aún se formaba en filas con la mano en el hombro y en la que se rezaba al empezar el día y al acabarlo. De la etapa de infantil solo albergo un vago recuerdo de mi maestra doña Remedios, que propuso que me adelantasen de curso para empezar la EGB con cinco años. Así pasé toda mi etapa primaria siendo el más pequeño de la clase, un niño esmirriado que era poco menos que la mascota del grupo. Tengo buenos recuerdos del patio de tierra y árboles, de mi abuela llevándome a la valla yogures para almorzar, de jugar a pillar o a la cadena o al “churro va”. En mi memoria, el colegio era amplio y espacioso, y entrar en él después, ya de adulto, supuso un impacto enorme al descubrir que era justo lo contrario, un edificio angosto y reducido. Mi primera escuela tenía maestras en los niveles más bajos (tanto que no guardo apenas recuerdo de ellas) y maestros a partir de 4º de EGB. Entre ellos los había estrictos, muy autoritarios al estilo del franquismo, incluso con capones y tirones de pelo en las patillas, otros a los que se les notaba ya derrotados, con signos de estar en un lugar en el que no les apetecía, y algún otro que todavía mantenía la vocación de educar. En cuanto a los compañeros, esos treinta y pico en clase de aquellos años, eran como dije al principio un revoltijo de chavales de familias humildes, con bastante absentismo a partir de los doce años y también con algunos repetidores, la mayoría de ellos con necesidades educativas muy acentuadas. De todos ellos, apenas un tercio siguieron con estudios de bachillerato o formación profesional; el resto entraba como aprendiz en las numerosas fábricas de muebles de la zona o en pequeños talleres familiares. En estos momentos en los que se habla tanto de disciplina en las aulas, recuerdo que también había “gamberros” en mi primera escuela: chavales a los que la escuela les daba la espalda y saltaban por la ventana para escaparse, chavales que fumaban (igual que el maestro que lo hacía en pipa en el aula), chavales que ya estaban trabajando sin que nadie se escandalizase. Mi primera escuela era mi mejor escuela, porque no había otra y porque, junto con la biblioteca municipal, era el único lugar en el que saciar mi curiosidad. Ojalá recuperar aquella escuela, no para volver a los capones y castigos, sino para satisfacer esa ansía de curiosidad que todos los niños tienen y que, a veces, no sabemos colmar.

24 septiembre 2025

Sesquidécada: septiembre 2010


La sesquidécada de septiembre podría contar con mucha novela juvenil, ya que es un periodo propicio para elegir libros del plan lector de centro. He revisado algunas de aquellas novelas y veo que ya están descatalogadas, así que me veo casi forzado a seleccionar lo que ha perdurado en el tiempo y la memoria.


La primera es un clásico de larga duración, Marina, de Carlos Ruiz-Zafón. Es una novela de intriga con un punto de terror que se sitúa en Barcelona y que suele funcionar bastante bien para los chavales de 14 a 16 años (y creo que también para adultos). Del mismo autor hay otras dos novelas de este estilo que también me han funcionado: El príncipe de las tinieblas y El palacio de la medianoche.



Otro autor imprescindible, con una novela que no pierde vigencia, es Fernando Lalana y La tuneladora. Aventuras en el subsuelo de la ciudad, intriga y suspense, forman una trama que resulta también atractiva a los jóvenes lectores. Casi todas las novelas de este autor desarrollan argumentos con un ritmo muy interesante, similar a los thrillers televisivos.


Por último, un autor al que le tengo mucho aprecio, tanto por sus relatos policíacos como por los de ciencia-ficción. Se trata de Fredric Brown, un narrador magnífico con un gran sentido del humor y una maestría excepcional para sorprender al lector. Os recomiendo todo lo que podáis leer de él. En este caso os dejo los relatos de Universo de locos y otras novelas de marcianos, que no necesita aclaración en cuanto al género. Disfrutad sin complejos de su lectura, porque lo podéis encontrar en ediciones actuales y en librerías de saldo.



25 agosto 2025

Sesquidécada: agosto 2010


En esta sesquidécada traigo dos novelas de ciencia-ficción, para uso particular, y una novela juvenil, por si os interesa para el aula de secundaria.

Pórtico, de Frederik Pohl, es un clásico de los viajes interestelares y el primero de la saga Heechee. Además de las intrigas propias del género de este tipo de viajes, sus riesgos y amenazas, tenemos una novela con pinceladas distópicas basadas principalmente en el colapso malthusiano. A pesar de su fama, se ha intentado en alguna ocasión llevarla a la pantalla como serie de televisión, pero aún no se ha llevado a cabo.



Otra novela que daría la talla en el cine es Muerte de la luz, de George R.R. Martin, sí, nuestro admirado procrastinador de la Canción de Hielo y Fuego. Curiosamente, esta novela se publicó el mismo año que la anterior, en 1977, aunque, a mi juicio, se mantiene más fresca y actual, lo que demostraría que este autor tiene más interés en el entretenimiento que en la reflexión filosófica. En esta novela se mezcla una historia de amor con el retrato elegíaco de una cultura condenada a perderse. Martin prefigura aquí su habilidad para enganchar al lector con una trama y una narración en la que no puedes dejar de avanzar.



Por último, una novela juvenil que suele funcionar muy bien para el alumnado de 13-15 años es Donde esté mi corazón, de Jordi Sierra i Fabra. No hace falta contaros mucho del autor, uno de los referentes de la literatura juvenil y, sin duda, el más prolífico. En cuanto a la novela, aborda una relación sentimental con algunos elementos añadidos que dan pie a tertulias y debates en clase. Podéis tenerla en cuenta para cuando volvamos en septiembre al aula, que eso ya está ahí, a la vuelta de la esquina. 

17 agosto 2025

Memòries ferroviàries i literàries

Si t’agrada viatjar, tens curiositat per la geografia i l’urbanisme, t’encanten els estudis d’humanitats i, sobretot, si t’apassionen els trens, Memòries d'un vagó de ferrocarril és un llibre que no podràs parar de llegir. Li afegiria a aquest llibre un subtítol més ample que el que té: història sentimental, ètica, estètica i política del corredor mediterrani. Antoni Martí Monterde és un assagista de primera (i per això ha sigut reconegut amb diversos premis d’aquest gènere), però és també un viatger impenitent, curiós i valent, que és capaç de renunciar a les comoditats de l’alta velocitat en aras del sacrifici dels trens regionals.

L’autor comença el relat en la infantesa i joventut a la ciutat de València, amb la memòria dels trens de via estreta i la poderosa imatge de l’Estació del Nord, alçada com a tòtem durant bona part del llibre. Amb l’evolució personal i professional, ens anirà portant a Barcelona i les seues estacions, tant de la ciutat com del contorn nord, i després a Girona, on s’ha establert definitivament, si n’hi ha alguna cosa definitiva al món. Més tard, ens mostrarà els apèndixs cap a Portbou i Cervera, i cap a la Pobla de Segur i Canfranc, en un recorregut que voreja les fronteres amb França per un i altre costat.

Tot això pel que fa a la geografia, però ja hem dit que també tenim altres tòpics. Per exemple, les reflexions sobre les cantines ferroviàries i les relacions amb els cafès, els llocs on es forgen molts dels moviments artístics i polítics dels últims segles. Perquè en aquest assaig la política està ben present, sobretot en allò relatiu a la vertebració del territori, el sistema radial del ferrocarril heretat i mantingut per polítics centralistes que només gestionen pensant en alta velocitat amb epicentre en Madrid.

També tenim prou referències literàries i artístiques, relacionades amb les estacions i els que viatjaven per elles, en especial figures com Josep Pla. Imprescindible el capítol dedicat a Walter Benjamin i Portbou, amb totes les reflexions sobre ciutadania i fronteres que s’hi deriven.

Després de la lectura comprenem millor que l’Espanya buidada s’hauria de replantejar com a Espanya desballestada, primer per una planificació deficient i després per una manca de visió de futur que es permet tancar línies i serveis públics que resulten fonamentals per a mantenir viu el territori. També entenem que l’abandonament que sofreix el corredor mediterrani (no només a les relacions interurbanes, sinó també a les rodalies) no és casual, sinó que respon a una deliberada intenció d’afavorir altres eixos econòmics i logístics.

Però, com apassionat dels trens, allò que més m’ha agradat és acompanyar l’autor pels paisatges i memòries ferroviàries, molts dels quals compartisc amb ell. Compartisc les alegries de viatjar per línies abandonades, de descobrir restes d’antigues estacions i traçats urbans abandonats, de perdre el temps mirant per la finestra… Compartisc la ràbia de vore desmantellades infraestructures que donaven servei a territoris, de sofrir uns trens, uns horaris i uns preus insoportables entre València i Barcelona, de mirar amb enveja les relacions ferroviàries europees… I també, com ell, pense que “Europa serà ferroviària, o no serà”.



Memòries d'un vagó de ferrocarril. Història sentimental del corredor mediterrani

Antoni Martí Monterde. Editorial Bromera. 2024

25 julio 2025

Sesquidécada: julio 2010

Gozosos tiempos en los que podía leer en julio decenas de libros... meses en los que cuesta elegir tres lecturas entre tantas, cuando ahora apenas llego a ese mínimo. Esta sesquidécada recoge, una vez más, lecturas de dos géneros con los que empecé a engancharme tarde, la ciencia-ficción y la novela policíaca. De regalo, también un relato de viajes. Vamos allá.


No quisiera estar en sus zapatos es un relato policíaco de William Irish (también conocido como Cornell Woolrich), un autor que siempre merece la pena leer. Ya ha aparecido varias veces reseñado en este blog, incluso como recomendación para el aula de la ESO. Es el autor del relato que inspiró La ventana indiscreta, y tiene como seña de identidad el uso del azar en la resolución de intrigas con falsas evidencias. Una buena lectura para el verano.



Hyperion, de Dan Simmons, es la primera novela de una tetralogía impresionante, obra cumbre de la ciencia-ficción moderna. Tanto la estructura de la trama como el universo creado son espectaculares, con el añadido de unos referentes literarios que no pasan desapercibidos. Creo que es algo así como el equivalente al Señor de los Anillos en la novela de fantasía. Una delicatesssen para los fanáticos del género.



Los relatos de viajeros por España en tiempos pasados son una fuente jugosa de curiosidades y detalles que nos dan idea de lo que fuimos y lo que seguimos (o no) siendo. Entre los clásicos de este género está Aventuras de un irlandés en España, de Walter Starkie, un autor que también escribió acerca de los gitanos en nuestro país. Starkie viaja por España en 1931 y muestra un país que vive casi en la Edad Media, pero que se prepara para cambios que tardarán una cuantas décadas en llegar. Es un libro que engancha desde el primer momento, por esa mezcla entre la mirada objetiva y las propias valoraciones o prejuicios del autor. Hay una edición moderna que podéis encontrar fácilmente en las librerías.


Por último, fuera del formato habitual de la sesquidécada, en estos tiempos en los que la censura de la administración educativa bloquea cursos del profesorado sobre memoria democrática, tengo que recordar este libro de mi compañero de instituto, Fernando Peña: El precio de la derrota. La ley de responsabilidades políticas en Castellón, 1939-1945. En él se da cuenta de algunos procesos llevados a cabo al amparo de dicha ley, que tenía como base la venganza y la humillación de todos aquellos que votaron al Frente Popular (así aparece textualmente, excluyendo a quienes votaron a las derechas): vamos, un total de cinco millones de sospechosos, más sus familias, herederas del oprobio aunque el acusado ya en su día hubiese sido depurado o fusilado. Un libro que, sin entrar en la valoración moral o política, muestra la perversión de ciertas personas que nunca han pagado (ni pagarán ya) las injusticias cometidas a sabiendas.