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24 octubre 2015

Sesquidécada: octubre 2000

Decía José Martí que "hay tres cosas que cada persona debería hacer durante su vida: plantar un árbol, tener un hijo y escribir un libro". En octubre de 2000 conseguí cumplir la que me faltaba, que era escribir un libro. En esta sesquidécada recordaré aquel De civilitate: escrits i dansa sobre l'Humanisme, una obra de encargo de la que fui editor y en la que también participé como biógrafo y compilador. 
Por aquel entonces, se había organizado en Valencia "Cinc segles", un conjunto de actividades culturales alrededor del quinto centenario de su universitad, y andaba yo todavía enredado en cursos de doctorado y documentando mi proto-tesis. Mi amigo Vicent-Josep Escartí, con quien había colaborado en algún artículo universitario, me puso en contacto con Toni Tordera para que preparase una recopilación de textos de tres grandes humanistas alrededor del tema de la civilidad o urbanidad: Juan Luis Vives, Erasmo de Rotterdam y Tomás Moro. Además, se incluirían unos textos y reflexiones del coreógrafo Santiago Sempere, quien montaría un espectáculo con ese mismo hilo temático. En aquel proyecto participaron también con biografías o artículos los periodistas Martí Domínguez y Enric Sòria, además del propio Escartí.
El encargo me tuvo ocupado varios meses. Recuerdo que pasé el verano picando textos -apenas había obras digitalizadas-, corrigiendo y componiendo con un portátil Toshiba que me había comprado de segunda mano. Fue una labor muy motivadora que me obligó a revisar y seleccionar citas de entre los muchos escritos de los tres humanistas, ya que en una de las partes del libro, se recogían esas citas como si se tratase de una tertulia entre los tres, para que casi resultase creíble ese encuentro ficticio. También me ocupé de la biografía de Erasmo, al que admiraba con devoción. 
No puedo decir que el libro fuese un éxito en las librerías y, si no recuerdo mal, solo me enviaron, años después, un ingreso irrisorio de derechos de autor. Era un libro muy específico para una ocasión muy circunstancial. Sin embargo, estuve -y estoy- muy orgulloso de haberlo sacado a la luz y de verlo hoy en el escaparate de los Google books, con esa satisfacción de haber cumplido con la tercera de las exigencias de la vida que mencionaba José Martí.

No cerraré esta sesquidécada sin mencionar otros dos libros que leí en aquel octubre de 2000 y que os resultarán tal vez más divertidos e interesantes. Rabos de lagartija, de Juan Marsé y La soledad era esto, de Juan José Millás. El primero, que ganó en su día el Premio Nacional de Narrativa, es una novela ambientada en la Barcelona de mediados del siglo XX, con unos personajes entrañables y una trama muy bien contada. La soledad era esto, en cambio, es una novela de los 90, con el sello personal de Millás, probablemente una de las mejores para mi gusto, y que prefigura ya muchos de sus rasgos de estilo.

24 septiembre 2009

Sesquidécada: septiembre 1994

En esta sesquidécada, viajaremos en tren de ningún lugar hasta una tierra de sueños y secretos. Utopía es ese ningún lugar (ou topos) que, gracias a Tomás Moro, podemos disfrutar al menos en lo literario. Utopía entronca con el género literario de las repúblicas ideales que nos lleva desde Aristóteles hasta Huxley. Pero la Utopía de Moro está cargada de ese tono entre irónico y amargo que caracteriza a los heterodoxos del Renacimiento (Moro, Erasmo, Luis Vives, un trío que protagoniza cierto libro del que fui editor). Recupero un fragmento de ese reino utópico:
Pues si la misma multitud que ahora se ocupa en trabajar se dividiera en tan pocas ocupaciones como el necesario uso de la naturaleza requiere, se seguiría necesariamente una tan gran abundancia de cosas que sin duda los precios serían más bajos de lo necesario para que los obreros pudieran vivir. Pero si todos los que ahora están ocupados en trabajos inútiles con toda la caterva de los que viven ociosos en la pereza cada uno de los cuales consume y gasta más cosas producidas por la labor de otros hombres que dos de los mismos trabajadores; si todos éstos, digo, fueran obligados a provechosas ocupaciones, fácilmente percibiréis el poco tiempo que sería suficiente, sí, y de sobras, para proporcionaros todo lo que puede pedirse tanto para la necesidad como para la comodidad o incluso para el placer siempre que este placer fuera verdadero y natural.
O este otro fragmento de perenne actualidad:
Otro aconseja fingir la guerra para para que cuando bajo este color y pretexto el rey haya reunido gran abundancia de dinero pueda, cuando le plazca, hacer la paz con gran solemnidad y ceremonias religiosas para tapar los ojos de la pobre comunidad, como si tuviera auténtica compasión y piedad de la sangre humana, como un príncipe amante y piadoso.
A continuación, nos subimos al tren. En El Transcantábrico, el escritor Juan Pedro Aparicio, describe un viaje sentimental a través de la cornisa cantábrica, desde Bilbao a León. Es un viaje nostálgico y con esa épica de las pequeñas hazañas que dan sentido a unas tierras y a unas gentes al borde de la extinción.
Y, a bordo de "El Hullero", llegamos al Reino Secreto. Los cuentos del reino secreto, de José María Merino, ilustran bastante bien ese realismo mágico leonés (aunque Merino sea gallego de nacimiento) que impregna a autores como Llamazares, Mateo Díez, Merino o el anteriormente citado Aparicio (algunos de los cuales comparten filandones de vez en cuando). Merino es un autor de calidad indiscutible. Esta recopilación de relatos breves se ha mantenido en mi lista de libros recomendados desde hace años, aunque reconozco que no es fácil encontrar el libro, sobre todo desde que desapareció la colección de bolsillo de Alfaguara.
Sobre Merino ha escrito con mayor solvencia mi colega Eduardo Larequi, en la Bitácora del Tigre. Allí ha reseñado alguna de sus obras; incluso ha escrito artículos fantasma como corresponde a esos reinos de la fantasía.
Y aquí concluye este viaje mensual por territorios del pasado entre los renglones de lecturas perdidas y recuperadas.