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23 marzo 2016

Sesquidécada: marzo 2001


La sesquidécada de marzo va dedicada en exclusiva a uno de mis autores preferidos: Italo Calvino. Rebuscando en el blog, he visto que no le he rendido el homenaje que merece siendo casi un autor de cabecera para mí, así que aprovecharé este nota para saldar esta deuda inexcusable. Hace quince años descubrí Por qué leer los clásicos, uno de sus ensayos más conocidos. Por aquel entonces ya había leído su divertida trilogía Nuestros antepasados (El vizconde demediado, El barón rampante y El caballero inexistente), el inclasificable relato de Las ciudades invisibles, uno de esos libros llenos de literatura en estado puro que releo de vez en cuando, y también Marcovaldo, ese personaje torpe que produce ternura, pena y risa a partes iguales. Más tarde vendrían otras obras suyas, tan intensas como diversas, desde Las cosmicómicas hasta las Seis propuestas para un nuevo milenio, algunas profundas y otras cómicas. Si no conocéis el humor de Calvino, os dejo un relato breve para abrir el apetito: Solidaridad.
Sin embargo, aquel hallazgo de Por qué leer los clásicos (Ed. Siruela) contribuyó a que replantease mi enfoque de la didáctica de la literatura. Recupero aquí los puntos que menciona Calvino en su ensayo:
1.- Los clásicos son esos libros de los cuales se suele oír decir: Estoy releyendo... y nunca Estoy leyendo...
2.- Se llama clásicos a los libros que constituyen una riqueza para quien los ha leído y amado, pero que constituyen una riqueza no menor para quien se reserva la suerte de leerlos por primera vez en las mejores condiciones para saborearlos.
3.- Los clásicos son libros que ejercen una influencia particular ya sea cuando se imponen por inolvidables, ya sea cuando se esconden en los pliegues de la memoria mimetizándose con el inconsciente colectivo o individual.
4.- Toda relectura de un clásico es una lectura de descubrimiento como la primera.
5.- Toda lectura de un clásico es en realidad una relectura.
6.- Un clásico es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir.
7.- Los clásicos son esos libros que nos llegan trayendo impresa la huella de las lecturas que han precedido a la nuestra, y tras de sí la huella que han dejado en la cultura o en las culturas que han atravesado (o más sencillamente, en el lenguaje o en las costumbres).
8.- Un clásico es una obra que suscita un incesante polvillo de discursos críticos, pero que la obra se sacude continuamente de encima.
9.- Los clásicos son libros que cuanto más cree uno conocerlos de oídas, tanto más nuevos, inesperados, inéditos resultan al leerlos de verdad.
10.- Llámase clásico a un libro que se configura como equivalente del universo, a semejanza de los antiguos talismanes.
11.- Tu clásico es aquel que no puede serte indiferente y que te sirve para definirte a ti mismo en relación y quizás en contraste con él.
12.- Un clásico es un libro que está antes que otros clásicos; pero quien haya leído primero los otros y después lee aquél reconoce enseguida su lugar en la genealogía.
13.- Es clásico lo que tiende a relegar la actualidad a la categoría de ruido de fondo, pero al mismo tiempo no puede prescindir de ese ruido de fondo.
14.- Es clásico lo que persiste como ruido de fondo incluso allí donde la actualidad más incompatible se impone.
Bajo esas reflexiones, cualquiera puede entender que la lectura de los clásicos en el aula no se sostiene ni con la obligatoriedad ni con el desamparo de una lectura huérfana en todos los sentidos (sin motivación, sin acompañamiento, sin superación...). El planteamiento de Calvino exige que la lectura de los clásicos se convierta en la apertura a un nuevo mundo, en el descubrimiento de un goce al que se puede volver siempre con el placer de una primera vez. Si no somos capaces de conseguirlo, deberíamos renunciar a ello antes de estropear esa potencialidad, antes de provocar su rechazo a perpetuidad. Es más, siendo docentes de literatura, deberíamos ser capaces de establecer el canon de los nuevos clásicos, de lecturas que vayan configurando los referentes literarios de tiempos venideros. Para ello habría que despojarse de prejuicios y de ciertas poses elitistas. No creo que Calvino aceptase una visión conservadora al respecto, sobre todo conociendo obras suyas como Si una noche de invierno un viajero... o su pertenencia al Oulipo, junto a Raymond Queneau. 
Para acabar, en estos tiempos aciagos para el arte y la cultura, con gentes soberbias e ignorantes que desprecian las Humanidades olvidando que precisamente gracias a ellas somos humanos, es también una urgencia que la Escuela garantice un espacio para la lectura y para la configuración de esa genealogía de clásicos de nuestro tiempo. La Escuela debería ser por momentos ese lugar donde la actualidad queda como ruido de fondo ante un pensamiento crítico y autónomo. Si no lo conseguimos, estaremos abocados a una sociedad en la que impere la mediocridad y el sectarismo, una sociedad en la que curiosamente saldrán beneficiados esos pocos que tanto proclaman la inutilidad de las Artes y las Letras.

4 comentarios:

  1. Coincidimos en la admiración hacia Calvino, autor que deja poso, seguramente porque él también es ya un clásico. Coincido en su/vuestro planteamiento didáctico sobre los clásicos literarios: hay que preparar a los alumnos para acercarse a ellos, incluso aunque no puedan leerlos como tales, por su papel en la cultura y por lo que tienen de puerta a otros mundos y a uno mismo. Por eso las versiones adaptadas, los proyectos enmarcados en la lectura, los fragmentos comentados en el aula son imprescindibles, y no la teoría estéril de autores y obras que se memorizan y se olvidan tras un examen. Sin embargo, hay que saber escoger qué clásicos y no siempre son los más conocidos o los habituales del canon escolar, una sublista aparte con piedras recurrentes que muchas veces lo que hacen es alejar a los alumnos de la literatura.

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  2. Completamente de acuerdo con el planteamiento. El trabajo con clásicos, personalmente, siempre me ha reportado muchas alegrías, pues veo que a los alumnos les interesan y siguen diciendo muchas cosas. Los prejuicios son cosa de adultos que los leyeron a edades en las que no estaban preparados, en ediciones que no correspondían a su nivel, sin la guía de ningún profesor (con las lecturas obligatorias, nos solían decir "para casa" y ahí nos dieran) o simples renegadores de la lectura en todas sus variantes. Las adaptaciones, imprescindibles en la E.S.O., pese a que todavía quedan esos que tú llamas "elitistas", y que prefieren que dos se enteren a que toda la clase los disfrute. Con los clásicos, además, tenemos una ventaja estupenda, y es la cantidad de material en red, algunos de gran calidad, que iluminan los libros, así como la popularidad de personajes y situaciones que los alumnos reconocen aún antes de acceder a los textos, lo que siempre es un estímulo para su curiosidad. Lamentar, como siempre, el tiempo escaso que podemos dedicarles. Y que, personalmente, me cuesta que diferencien entre practicar una lectura universal de los clásicos, que es estupendo, con el trasladar valores y opiniones de esta época a la época en que fueron escritos, que tergiversa la lectura y las motivaciones de los personajes. No sé si se me entiende.
    ¡Abrazos!

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  3. Parece que por esta vez puedo decir que conozco los libros de tu sesquidécada y los he leído ;) Compartimos admiración por Calvino y también tengo como libro de cabecera Las ciudades invisibles (anoche le di un repasito más)Tengo un grato recuerdo de ¿Por qué leer los clásicos?, me ayudó mucho cuando tuve la suerte de dar Literatura Universal, me abrió los ojos . Suscribo todo lo que dice Calvino y también lo que tú dices, ya llevamos tiempo intentando hacer amar la lectura, la literatura y también los clásicos... en ello estamos y seguiremos :)

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  4. Me pregunto qué porcentaje de la sociedad española frecuenta los clásicos y pienso que es un mínimum irrisorio. Los libros más vendidos ya sabemos cuáles son, y está bien, es bueno que la gente lea, al menos es mejor que lea a que no lea. La escuela abre caminos de lectura que fácilmente se pierden en el tráfago de la realidad. Es más fácil no leer que leer. Esos clásicos que mencionas que deberían configurar el corpus lector en la secundaria no se consolidan. No llegan a ser clásicos. Son libros de circunstancias que apenas se repiten ya en el ciclo de tres años debido a la mutación continua de nuestros estudiantes y a que no alcanzan un mínimo de calidad. Cuando yo era adolescente había una biblioteca de clásicos juveniles (Julio Verne, Salgari, Richmal Crompton, Zane Grey, Dickens -alguna de sus obras más accesibles-...). Nada de esto pasa hoy, así que difícilmente podemos hablar de clásicos juveniles, si acaso de libros más o menos dinámicos durante un ciclo y que pasarán rápidamente. Tú eres conocedor de estos libros juveniles y tienes blogs y alguna página de Pinterest sobre ellos. Es bueno que lean, claro. Es el único sitio donde se va a fomentar la lectura. Fuera de la escuela será muy extraño que sigan leyendo.

    Yo alterno libros juveniles con clásicos en el sentido estricto de la palabra. Así han leído conmigo obras de Jordi Sierra i Fabra, Carlos Ruiz Zafón, pero también a Salinger y ahora estamos con la lectura de La metamorfosis, tras otras lecturas de relatos cortos de Kafka. Sé que no son fáciles y no sé si entra esto dentro del elitismo que criticas y que tanto se teme en educación. No hay nada más condenable en una sociedad absolutamente horizontal que el elitismo. Aquel que destaque por encima de la multitud, hoz preparada para segarle la cabeza. Ese es nuestro mundo y nuestra realidad. Me pregunto hasta qué punto hemos asumido esa horizontalidad total para generar individuos adaptados a ello. Y la escuela debe formar también en consonancia horizontal. Así que ¿para qué los clásicos si responden a sociedades no horizontales, a sentimientos artísticos alejados de la muchedumbre con que se van a encontrar en la playa, en las calles, en los estadios, en los centros comerciales? La mayor parte de los clásicos que conozco -a menos que sean reinterpretados a la luz de nuestra filosofía de masas de fondo- son héroes aristocráticos, solitarios, individualistas, singulares, a contracorriente, y no es eso para lo que preparamos. Preparamos, no lo olvidemos, para una sociedad en que el centro de todo sean los tópicos y nada más que tópicos. Las redes sociales son una exposición universal del tópico. Las mutlitudes funcionan con tópicos que se van repitiendo inexorablemente. Los clásicos no encajan en una visión universalista del ser humano del siglo XXI. Y si alguien los lee con aprovechamiento, tendrá que ocultarlo para no ser segado por la maquinaria totalitaria del sentido común al que hay que adaptarse con esfuerzo. La idea de que la escuela sea crítica y generadora de pensamiento autónomo no sé si se ajusta demasiado a la realidad porque hay que asentir a la Weltaanschaung de nuestro tiempo y eso es lo que expresan los libros que las editoriales nos hacen llegar a como juveniles y relevantes como lectura y solaz. El lector de clásicos en la escuela no será un individuo demasiado socializable. Una comentarista anterior pone como ejemplo que no deben darse libros que interesen solo a dos sino que hay que hacer que la mayoría disfrute. Esos dos quedan huérfanos y deben amoldarse a la mayoría y "disfrutar" con ella. Pero en mi fuero interno, siento que cultivar a esos dos es esencial, distinguirlos y apreciar su soledad en medio de la muchedumbre.

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