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13 enero 2018

Sesquidécada: enero 2003

Empieza el año y siguen las sesquidécadas, que llevan ya reseñadas las lecturas de 9 años, de modo que completaremos un decenio al acabar este 2018. Muy lejos queda aquella primera nota en el blog de enero de 2009 en la que se hacía un propósito de escribir sobre literatura al menos una vez al mes; un propósito que he procurado mantener en pie a pesar de la muerte intermitente de los blogs.

La selección de lecturas de aquel otro enero de 2003 que hoy toca recuperar me lleva a tiempos y géneros diversos. El primero es el teatro, con un clásico del siglo XX: Las bicicletas son para el verano, de Fernando Fernán Gómez. Como dije en la anterior nota, la optativa de teatro que impartía me llevó a repasar el canon literario hispánico. No es esta una obra para adolescentes, aunque como ocurre con tantas otras (pienso por ejemplo en La lengua de las mariposas), convendría mantenerse como recomendación para aquellos a quienes les interese el aspecto más social e histórico de nuestra literatura. Es una obra ambientada en la guerra civil que refleja la vivencia más cercana de esas pérdidas que supone un conflicto como aquel; angustia sin caer en los clichés, sin efectismos, mostrando el día a día de la desilusión y la miseria. 

Sin abandonar el teatro, pero dando un salto atrás en el tiempo, nos vamos a otro imprescindible, con su obra fundamental: Fuenteovejuna, de Lope de Vega. En aquella época, a pesar de que me había engullido más de diez o quince obras de Lope, no había leído este clásico, que se había ido quedando relegado por su popularidad. Con todo lo estudiado de Fuenteovejuna, con el escaso margen para la sorpresa, incluso así resulta una obra impactante. Es más, conocer el contexto y el abanico de interpretaciones posibles la hace aún más grande. Una joya.

Por último, rebuscando materiales para mi tesis, recupero un ensayo breve pero curioso sobre los pliegos sueltos, en particular sobre los que cantaban los ciegos de pueblo en pueblo: El ciego y sus coplas, de Joaquín Díaz. La figura del ciego que recorre esos caminos relatando milagros, sucesos, crímenes, oraciones, desgracias y alegrías, constituye también un elemento esencial para entender la literatura oral, para comprender la pérdida de una tradición que ha sentenciado primero la televisión y ahora Internet. Apenas queda rastro ya de aquellas historias familiares o locales que se contaban al amor de la lumbre en las casas y que luego se expandían por medio de buhoneros o narradores orales como los ciegos. Solo unos pocos atrevidos se mantienen hoy día perseverando por mantener esas tradiciones, unos valientes que hacen de la narración oral un placer para las minorías. Lo que es también la literatura.